19

Regresamos a casa al atardecer. Lucas me dejó de nuevo en la cama y dimos vueltas a lo que debíamos hacer. Le conté todo lo sucedido en el consultorio y los extraños resultados que habían alarmado a la enfermera.

—¿Es la primera vez que te ocurre? —preguntó. Asentí con la cabeza—. Entonces… estás cambiando. Te guste o no, te estás convirtiendo en vampira. En una vampira completa, quiero decir.

—No puedo ser una vampira completa si no he matado. Funciona así.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Lucas. Se estiró en la cama conmigo, aunque yo estaba debajo de las sábanas y él encima—. Nadie comprende realmente qué les pasa a los que son como tú, ¿no es cierto?

—Casi nadie. Pero mis padres sí. Se guardaron de explicarme muchas cosas, pero en lo que respecta a esta parte fueron muy claros. —Contemplé el techo blanco, deteniéndome en las volutas de yeso—. Una persona solo puede convertirse en vampiro de dos maneras. Siendo una persona corriente a la que un vampiro muerde repetidas veces y luego mata con un último mordisco, o siendo hijo de vampiros, como yo, y matando a alguien. No hay más.

—Entonces, ¿qué te está pasando? —Me acarició la mejilla.

—No soporto vivir en la ignorancia —había angustia en sus oscuros ojos verdes—. Y soy consciente de que para ti tiene que ser aún peor.

Con el debilitamiento de mi cuerpo había empezado a experimentar una sensación de lo más extraña, como si me hundiera o desgastara, como si fuera un poco menos cada día. Algo dentro de mí estaba luchando contra mi fuerza vital, y estaba ganando.

Mis padres siempre se habían negado a explicarme qué ocurriría si un hijo de vampiros se negaba a perpetrar esa primera muerte y completar la transformación. Ahora creía saber qué era eso que les producía tanto miedo que no podían ni mencionarlo.

Estaba empezando a preguntarme si la única alternativa a eso era morir.

Lucas deslizaba sus dedos por mi larga melena, tratando de tranquilizarme. Finalmente dije:

—Si escribo una carta a mis padres, me prometes que la enviarás en el caso de que…

—¿De qué…?

Cerré lo ojos.

—Sucediera algo malo.

—Bianca…

—No quiero hablar de eso ahora. Pero significaría mucho para mí que me lo prometieras.

Lucas calló unos instantes antes de susurrar:

—Te lo prometo.

Al día siguiente, en cuanto me desperté, supe que algo dentro de mí había cambiado para peor.

Antes, hasta en mis peores días había sido capaz de levantarme. Ahora estaba tan débil que no podía salir de la cama sin la ayuda de Lucas. Para mi bochorno, tuvo que acompañarme al cuarto de baño. Me trajo el desayuno a la cama, pero solo pude comer media tostada, y forzándome.

—¿Quieres que te consiga sangre? —preguntó. Sus manos apretaban el respaldo de la silla con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos—. Puedo cazar algo o colarme en el banco de sangre de algún hospital.

—No quiero sangre. No quiero nada. Solo un poco de agua, quizá.

En realidad, ni siquiera quería agua, pero por lo menos Lucas podía sentir que hacía algo por mí.

El paso del tiempo dejó de importarme; no me movía de casa. Lucas llamó al trabajo diciendo que estaba enfermo. Temí que pudieran despedirlo, pero, por otro lado, me dije que un chop shop no podía esperar que todos los empleados aparecieran todos los días. Cuando se lo pregunté a Lucas, asintió.

—Los lugares que infringen la ley no se esmeran demasiado en hacer cumplir las normas. No te preocupes por mí, ¿quieres? Limítate a cuidarte.

¿Y cómo se suponía que debía hacerlo?

Ésa noche Lucas salió a comprar comida y regresó en un tiempo récord con bolsas de papel que dejó sobre la mesa.

—Oye —dijo—, ¿has podido leer?

—Un poco.

Ése mismo día había encontrado un ejemplar de bolsillo de Jane Eyre y me lo había traído, pero estaba demasiado mareada y cansada incluso para leer. Me parecía que la letra negra sobre el fondo blanco me quemaba los ojos.

Lucas se sentó en la silla asintiendo con la cabeza. Me pregunté si se sentaba ahí porque quería estar más alejado de mí de lo que podía estarlo en la cama o porque quería verme mejor la cara. Se quedó mirando el suelo con los brazos cruzados. Uno de sus pies raspaba el suelo, poniendo de relieve la inquietud que se estaba esforzando por disimular.

—Si quieres decir algo —susurré—, dilo ya.

—Le he enviado una carta a Balthazar. Y un correo electrónico a Vic preguntándole si podía encontrar la manera de volver a casa, o quizá Ranulf. Puede que uno de ellos aparezca pronto y sepa qué hacer.

Vic no podía ayudarnos, y sospechaba que Balthazar ya nos había dado todas las respuestas posibles. En cuanto a Ranulf, bueno, llevaba un tiempo dando vueltas y a saber lo que había aprendido. Pero dudaba de que existiera una salida para esta situación. Fuera consciente de ello o no, Lucas los había convocado porque necesitaba su apoyo.

—Me alegro —dije.

Sacudió la cabeza.

—Nunca debí sacarte de Medianoche.

—¿Cómo puedes decir eso? —Traté de incorporarme, pero me mareé. Me conformé con apoyarme en un brazo—. Yo quería marcharme. ¡Fui yo quien te lo pedí!

—No hubiera debido hacerlo aunque me lo hubieras suplicado. —Se pasó los dedos por el pelo, como si quisiera arrancárselo—. Tus padres sabían qué estaba pasando. Qué importa si mintieron al respecto. Por lo menos ellos habrían sabido qué hacer. Al menos ellos habrían podido cuidar de ti. Yo no puedo. Lo único que deseo en este mundo es curarte y no puedo.

—Ya basta, Lucas. Lo que me está pasando forma parte de lo que soy, de lo que nací para ser. No lo ha provocado nuestra huida.

—Pero tus padres habrían podido detenerlo.

—Eso no lo sabemos. Lo único que sabemos es que habrían intentado convencerme de que me convirtiera del todo en vampira, y yo no quiero eso. Ni siquiera ahora.

Lucas no se dejó consolar tan fácilmente.

—Has estado huyendo todo el tiempo. Corriendo peligro. No has tenido dinero suficiente para hacer lo que deseas hacer, ni siquiera para comer cuando querías comer. Te dije que cuidaría de ti y te he fallado.

—Tú jamás me has fallado. —Tenía que conseguir que lo entendiera. Era una de las pocas cosas en el mundo que sabía que eran ciertas—. Estos dos últimos meses contigo han sido los mejores de mi vida. Incluso con Charity persiguiéndonos, incluso atrapados en la Cruz Negra; han valido la pena porque estábamos juntos.

Ocultó la cara en las manos.

—Renunciaría a todo eso con tal de curarte.

—Yo no. Fue siempre una decisión mía, no tuya. Y no me equivoqué. —Cuando Lucas alzó finalmente la cabeza para mirarme, sonreí—. Volvería a hacerlo. Cien veces volvería a hacerlo para estar contigo.

Lucas se acercó hasta la cama y me abrazó. En ese momento era el único aliento que necesitaba.

No obstante, cuando desperté en mitad de la noche me fue mucho más difícil ser valiente.

—Aguanta. —Lucas me apretaba contra su pecho mientras me frotaba la espalda—. Solo aguanta.

—¡No puedo!

Temblaba de manera incontrolable. No sufría un ataque, porque todavía sabía quién era y dónde estaba y podía moverme, pero no podía dejar de tiritar. Me había empezado mientras dormía, y despertó a Lucas antes que a mí. Tuvo que gritar mi nombre varias veces antes de que recuperara plenamente la conciencia.

—Por favor, Bianca, por favor.

—No puedo parar, no puedo…

—No tienes que parar. No te machaques. Simplemente intenta sobrellevarlo. Estoy aquí contigo. ¿Vale?

—Vale —resoplé. Pero los temblores se prolongaron durante casi una hora, y cuando cesaron estaba tan agotada que pensé que nunca más volvería a moverme.

Una cosa era cierta: después del episodio, Lucas y yo estábamos demasiado reventados para pensar siquiera en dormir.

Cuando ya no pudimos negar que había amanecido, le pedí que me trajera bolígrafo y papel. Estaba pálido y ojeroso. Deseaba con todas mis fuerzas poder cuidar de él en lugar de permanecer tumbada como una inútil.

Dejé que Lucas me incorporara sobre un par de almohadas. Luego, aunque las manos me temblaban, logré escribir una breve nota.

Mamá y papá:

Si recibís esta carta significa que…

Aquí tuve que hacer una pausa. Sabía lo que debía escribir, pero no era lo bastante fuerte para hacerlo. Imaginar a mis padres leyendo esas palabras me superaba.

… ya nunca podré volver a casa. Lucas me prometió que la enviaría si me ocurría algo.

Soy consciente de que creíais estar haciendo lo correcto cuando le contasteis a la señora Bethany lo de mi último correo electrónico. No os culpo por tratar de encontrarme, sobre todo ahora que comprendo lo asustados que debíais de estar. Pero esa fue justamente la razón de que no pudiera volver a ponerme en contacto con vosotros. Habría puesto a Lucas en peligro, y no podía permitirlo.

Por favor, no os enfadéis con Lucas. Se ha portado de maravilla conmigo y me lo ha dado todo. He sido muy feliz con él este verano. Creo que si nos hubierais visto juntos y hubierais sabido lo que significaba para mí, me habríais entendido. Ésta es la primera vez que comprendo lo que sentís el uno por el otro, vuestro amor incondicional. Lucas y yo tuvimos eso, aunque solo fueran unos meses. Sé que algún día os alegrará saber que yo también lo tuve.

Os quiero mucho. Gracias por todas las cosas que habéis hecho por mí. A pesar de todas nuestras discusiones, y de nuestra separación actual, siempre he sabido que tenía los mejores padres del mundo.

Con amor,

BIANCA.

Ése día transcurrió para mí en una nebulosa. Dormitaba, entrando en estados de sueño profundo pero también de inconsciencia, hasta que ya no pude distinguir unos de otros.

Pese a sentirme febril, sabía que tenía el cuerpo muy frío; lo sabía porque la piel de Lucas me quemaba como el fuego cada vez que me secaba la frente o me cogía la mano. Las piernas sudorosas se me enredaban en las sábanas y me manoseaba constantemente los mechones de pelo que se me pegaban al cuello y la espalda. Durante mucho tiempo nada me pareció real.

Me paseaba por mis recuerdos, todos ellos inconexos, sin relación entre sí. Eran en su mayoría alegres, de modo que estaba contenta dejando vagar la mente. Tan pronto estaba caminando por las calles de Nueva York con Raquel, riéndonos de nuestras agujetas por el entrenamiento de la mañana, como en Arrowwood, con mamá dando orgullosamente el ultimo toque a mi disfraz de princesa para Halloween. Luego me trasladaba a Medianoche, donde dejaba que Patrice me hiciera una manicura como la suya, y nuestras uñas brillaban con un suave tono lila. O en la sala de esgrima, con Balthazar, que me estaba dando tal paliza que se reía mientras blandía la espada.

O en la cafetería con Vic y Ranulf y sus camisas hawaianas. O en la furgoneta con Dana, poniendo la radio a todo taco y cantando.

En el bosque con mi padre, escuchando a los búhos y hablando de por qué debía permanecer en la Academia Medianoche.

En Riverton con Lucas, sosteniendo contra el pecho el broche de azabache que me había regalado, y mirándole con profundo amor y gratitud.

¿Por qué iba a querer marcharme de ahí?

Cuando finalmente salí de mi letargo, me di cuenta de que era de noche. Ignoraba si eran las diez o las dos de la madrugada. Grogui, giré la cabeza buscando a Lucas. Estaba junto a la cama, pálido. Cuando nos miramos sonreí, pero él no.

—Eh —susurré—, ¿cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Demasiado. —Lucas se arrodilló lentamente, hasta tener su cara a la altura de la mía—. Bianca, no quiero inquietarte, pero lo que te está ocurriendo…

—Lo sé, puedo sentirlo.

Nos miramos, y el dolor que vi en sus ojos casi superaba el miedo y la pena que sentía por mí misma. Cerró los párpados y alzó la cara hacia el techo; si no le conociera, habría pensado que estaba rezando.

Entonces dijo:

—Quiero que bebas de mí.

—No tengo sed de sangre —susurré.

—No me has entendido. —Lucas hizo una inspiración temblorosa—. Bianca, quiero que bebas mi sangre hasta matarme. Quiero que cambies. Quiero que te conviertas en vampira.

La estupefacción me dejó sin habla. Solo podía mirarle con la boca abierta.

—Sé que hace tiempo decidiste no convertirte en vampira —continuó. Tomó mi mano entre las suyas—. Pero se diría que no tienes elección. Si para salvarte has de hacer eso, tampoco es tan horrible. Podrías volver junto a tus padres. Ser eternamente joven y bella.

No era tan sencillo, y los dos lo sabíamos. No obstante, si Lucas estaba realmente dispuesto a dar ese paso conmigo, podía considerarlo.

—Tú también te convertirías en vampiro —dije—. Haríamos el cambio juntos. ¿Te ves capaz?

Lucas negó con la cabeza.

—No.

—¿Qué?

—Bianca, tienes que prometerme, tienes que jurarme por lo que más quieras en este mundo, que una vez que esté muerto me destruirás antes de que vuelva en mí. No permitas que resucite como un vampiro. Quiero morir.

De modo que podía aceptar mi transformación pero no la suya. La frágil esperanza que había sentido durante unos segundos se hizo añicos.

Lucas tiró del cuello de su camisa, dejando su cuello al descubierto. Quedamente, repitió:

—Bébeme.

—Quieres que te mate —susurré—. Darías tu vida por salvarme.

Me miró como diciendo que era algo obvio, algo necesario, y los ojos se me llenaron de lágrimas.

—Sé lo que hago —dijo. Las sombras de la habitación le enmarcaban la cara como si la luz lo enfocara solo a él—. Estoy listo. Lo último que sabré es que tú estarás bien. No necesito más.

Sacudí la cabeza.

—No.

—Sí —insistió, pero todavía me quedaban fuerzas para oponerme.

—¿Cómo esperas que siga viviendo sabiendo que diste tu vida por salvarme? Viviría torturada por el sentimiento de culpa, Lucas. No puedo. No me pidas que haga eso.

—¡No tienes que sentirte culpable! ¡Quiero que lo hagas!

—¿Podrías tú? —le pregunté—. ¿Podrías matarme, aunque fuera para salvar tu propia vida?

Me miró fijamente, tratando sin conseguirlo de imaginarse haciendo eso.

—Tienes que prometerme que tendrás una buena vida —dije—. Que no te pasarás los días llorando mi muerte.

—Oh, Dios. —Lucas contrajo el rostro y supe que estaba al borde de las lágrimas. Enterró la cara en las mantas y posé una mano en su pelo—. Bianca, por lo que más quieras, hazlo. Sálvate. —Pude ver en sus ojos que su determinación comenzaba a flaquear, que si le insistía me dejaría convertirlo en vampiro. Pero sabía que para él eso sería mayor sacrificio aún que morir. Comprendí entonces que no podía pedirle que lo hiciera, ni para salvarme a mí, ni por ninguna otra razón.

—No —dije, y esta vez sabía que comprendería que mi respuesta era definitiva—. Prométemelo, Lucas.

—¿Qué clase de vida quieres que tenga sin ti? Tú eres lo único bueno que me ha ocurrido en la vida.

Rompí a llorar. Lucas me apretó la mano con fuerza. Luego apoyó la cabeza en mi hombro y me reconfortó saber que al menos lo tenía cerca.

Transcurrido un rato, ya no pude seguir sosteniendo su mano con la misma fuerza. Me pareció que las sombras de la habitación se oscurecían. La preocupación de Lucas fue en aumento, pero no podía prestar atención a sus palabras, y tampoco tenía fuerzas para responder.

Me trajo agua, pero apenas pude beber. Me venció el sueño —creo que era sueño— y cuando desperté tuve la impresión de que había pasado mucho tiempo.

Lucas estaba con la espalda y las manos apoyadas contra la pared, como si la estuviera sosteniendo. Su mirada era desesperada.

Al ver que estaba despierta, dijo:

—He estado a punto de pedir una ambulancia. No serviría de nada, pero aquí tampoco puedo hacer nada por ti.

—Solo deseo tenerte cerca —susurré. El pecho me pesaba enormemente. Me costaba mucho hablar.

Un fuerte escalofrío me recorrió por dentro. Mi cuerpo se me antojaba demasiado pesado y febril para poder soportarlo. Quería salir de él. Quería liberarme.

Lucas debió de leer en mi rostro lo que estaba sintiendo, porque abrió los ojos de par en par. Se acercó y me puso una mano en la mejilla. Durante unos segundos buscó algo que decir, pero finalmente susurró:

—Te quiero.

—Te qui… —No pude terminar la frase. La habitación se sumió en la oscuridad y el rostro de Lucas desapareció. Sería tan fácil dejarse ir.

Me entregué a la marea que tiraba de mí hacia abajo.

Y fallecí.