Lucas me ahuecó las almohadas y me cubrió con la colcha.
—¿Seguro que estás bien? —dijo aproximadamente por enésima vez en las últimas dos horas.
—Necesito descansar, eso es todo. —Quería que se tranquilizara; había estado muy preocupado durante todo el trayecto a casa, meciéndome en sus brazos y acariciándome el pelo mientras el autobús avanzaba dando tumbos bajo la lluvia. Fuera la tormenta rugía, haciendo vibrar las botellas de vino con sus truenos—. Ése vampiro conoce a Charity. Seguro que le habla de nosotros.
—Por eso nunca volveremos a patrullar en esta ciudad. —Lucas se volvió cuando un rayo cayó cerca, y pude imaginármelo contando en silencio uno, dos… La tormenta estaba cerca.
Me llevé una mano a la frente: o estaba caliente, o tenía la mano fría. Todavía llevaba el pelo húmedo, lo cual no era ninguna ayuda.
—¿No has comido lo bastante hoy? —Se puso a frotarme las manos para intentar calentarlas. Parecía como si no pudiera descansar ni pensar con claridad hasta que hubiera reparado lo que andaba mal—. O… o… ¡ostras!
Lucas se puso blanco como la leche. Enseguida supe lo que estaba pensando. Era tan obvio que, pese a mi estado, no pude evitar reírme.
—No voy a tener un bebé.
—¿Estás segura? —Cuando asentí, suspiró aliviado—. Supongo que eso ya es algo.
No me sentía con fuerzas para reconocerme a mí misma, y menos aún a Lucas, que podía tener algo serio.
—Estaré bien cuando haya dormido un poco, ya lo verás.
—¿Necesitas sangre? —Me apretó alentadoramente las manos, como si estuviera hablando de sorprenderme con una caja de bombones. Habíamos recorrido un gran trecho desde los tiempos en que flipaba por el hecho de que yo fuera una vampira.
—Ya he comido. —Ahora mismo no podía pensar ni en la sangre. La idea de ingerir algo, y no digamos sangre, me producía náuseas.
Lucas no dijo nada más, pero yo sabía que seguía preocupado. Quería hacerme más preguntas y yo no quería que me las hiciera. Quería hacer ver que nada de eso había ocurrido. Necesitaba hacerlo, aunque solo fuera durante un rato.
Respiré aliviada cuando se limitó a decir:
—De acuerdo. —Y se inclinó para darme un beso en la mejilla. Cerré los ojos e imaginé que estaba bien, que esa bodega era una casa de verdad y que allí íbamos a vivir felices para siempre.
Al día siguiente Lucas dejó de inquietarse por mi desvanecimiento, pero insistió en que esperara un tiempo antes de volver a salir a buscar trabajo.
—Estás agotada. —Algo en su tono me dijo que había llegado a la conclusión de lo que me pasaba, y decidí creerlo también—. Después del incendio de Medianoche y de la Cruz Negra, casi no has tenido tiempo para recuperar fuerzas.
—Tú tampoco —señalé—, y trabajas muchas horas en el taller.
—Los dos sabemos que tu vida ha cambiado más que la mía. —Lucas se encogió de hombros—. En serio, necesitas un descanso. Tómatelo. Yo cuidaré de los dos durante un par de semanas.
El dinero que traía del taller no era mucho; Lucas trabajaba muchas horas los días que le llamaban, pero cobraba en negro y eso significaba que podían pagarle por debajo del salario mínimo. Por el momento bastaba para comprar comida y pagar los billetes de autobús, con un pequeño sobrante, pero apenas habíamos comenzado a apartar dinero para pagar a Balthazar y Vic. Yo había empezado a buscar en los diarios un apartamento de alquiler para cuando la familia de Vic regresara de la Toscana, pero no daba crédito a lo caros que eran, incluso los más pequeños. Aunque Vic nos dejara quedarnos con las cosas del desván, antes o después tendríamos que comprar más muebles y ropa y puede que un coche. Ignoraba cómo íbamos a apañárnoslas.
Sin embargo, veía la determinación en la cara de Lucas. Estaba tan entregado a hacer que lo nuestro funcionara que le quise todavía más.
—Una semana —dije. Seguro que no necesitaba más para reponerme.
—Dejémoslo en una semana y media. No querrás empezar a trabajar el próximo lunes, ¿verdad?
El día que cumpliría dieciocho años. No podía creer que lo hubiera olvidado. Por suerte, Lucas se había acordado por los dos.
De modo que durante una semana me di la gran vida. Había pequeñas tareas, como fregar los platos y reunir la ropa sucia para llevarla a la lavandería el fin de semana, pero la mayoría de los días, mientras Lucas estaba en el taller, los pasaba sola y con muy poco que hacer. Al fin tenía la sensación de estar de vacaciones estivales. Me lo tomaba con mucha calma, tal y como había convenido con Lucas. Aunque salía a dar algún que otro paseo, veía muchos DVD, leía la ecléctica colección de libros que Vic nos había seleccionado y echaba largas siestas. Después de cuatro días sin sufrir mareos, me dije que ya no tenía motivos para preocuparme.
Hasta que un día, durante una cabezada después de comer, se me coló un sueño.
—¿Significan algo estos sueños? —pregunté.
La espectro sonrió.
—Veo que finalmente empiezas a comprenderlo.
Estábamos en el tejado de la Academia Medianoche. Era temprano, una mañana fría y neblinosa, y sabía que no estábamos solas a pesar de que únicamente podía verla a ella. Arriba, el cielo se mostraba lechoso y gris, como la neblina de abajo; parecía que lo único sólido en el mundo fueran las piedras del internado sobresaliendo, oscuras y reales. Las siluetas de las gárgolas gruñían a nuestro alrededor.
—Entonces es cierto que me hablas a través de mis sueños —dije.
La espectro negó con la cabeza.
—Volveremos a vernos pronto. Pero todavía no sé nada sobre ese encuentro.
—¿Cómo es posible?
—Yo no estoy prediciendo nuestro futuro —respondió la espectro—. Eres tú la que lo ve, no yo.
¿Yo podía predecir el futuro? Me costaba creerlo teniendo en cuenta la de desagradables sorpresas que me había llevado.
—Creo que no son más que sueños. No debo prestarles ninguna atención.
La espectro se elevó en el aire y al principio pensé que era porque quería irse. Entonces me percaté de que yo también estaba flotando. Ya no tenía el tejado bajo mis pies, pero no me asusté.
La espectro me miró con una tristeza indescriptible.
—Pronto tendrás que afrontar la verdad, Bianca. Las mentiras no podrán protegerte mucho más tiempo.
Subía más deprisa que yo, aunque yo alargaba los brazos en un vano esfuerzo por acelerar mi ascenso.
—¡Espera! —grité—. ¡Espera!
Me desperté en el sofá. Era la primera vez que después de soñar con la espectro no estaba asustada. Si acaso, me sentía más tranquila que antes.
Ver el futuro… Estaba claro que no era vidente ni nada parecido, pero algunos de mis sueños habían terminado ocurriendo, como las flores negras que luego aparecieron en el broche que Lucas me regaló, o Charity ayudando a prender fuego a la Academia Medianoche. Más tarde tendría que pensar detenidamente en eso, preguntarme realmente qué intentaban decirme mis sueños sobre el futuro.
Pero en lo que más pensaba era en lo último que me había dicho la espectro: «Las mentiras no podrán protegerte mucho más tiempo».
—Me siento como una idiota con los ojos vendados —dije—. ¿Está toda la gente del autobús mirándonos como si estuviéramos majaras?
Cuando intenté quitarme el pañuelo, Lucas me agarró juguetonamente las manos para impedirlo.
—En realidad se están riendo, porque saben que estoy intentando darte una sorpresa.
—¡No necesito una sorpresa! —Protestaba únicamente para que insistiera. La verdad es que me encantaba la idea de que Lucas hubiera organizado algo especial por mi cumpleaños.
—Ya casi estamos —dijo—. Cógete a mí.
Finalmente llegamos a nuestra parada y Lucas me ayudó a bajar. La fuerte luz del sol aclaró ligeramente el pañuelo, de un color turquesa suave que me dije que siempre me gustaría porque me recordaría a ese día.
—¿Lista? —Lucas procedió a deshacer el nudo. Cuando el pañuelo cayó, empecé a dar saltos de alegría. Estábamos delante de un museo, pero no de un museo cualquiera.
—El Instituto Franklin —dije—. El planetario.
Lucas esbozó una sonrisa de soslayo.
—Pensé que te gustaría.
—¡Me encanta!
Había perdido el telescopio en el incendio del internado. Desde entonces, con tanto ir y venir no había tenido la oportunidad de contemplar las estrellas, y lo echaba muchísimo de menos. Esto sería lo más parecido. Me encantaba que Lucas hubiera pensado en ello; era, sin duda, el mejor regalo imaginable.
Entramos y dimos una vuelta antes de que comenzara el siguiente pase. Trepamos por una enorme reproducción de un corazón humano que latía con tanta fuerza que nos hizo reír. Pero lo mejor fue cuando entramos en el planetario propiamente dicho.
Yo adoraba los planetarios. Eran grandes, tranquilos y silenciosos, con un techo alto y abovedado; me traían a la memoria la presencia de algo realmente infinito, realmente bello. Siempre me preguntaba si era la misma sensación que producían las catedrales en la gente que podía visitarlas.
Lucas y yo ocupamos nuestros asientos. Me disponía a señalarle una divertida camiseta que llevaba otro espectador cuando dijo:
—Será mejor que lo haga antes de que apaguen las luces.
—¿Hacer qué?
De su bolsillo sacó una preciosa pulsera de coral rojo. Mientras yo la contemplaba con asombro, dijo:
—¿Te gusta? No sabía muy bien qué podría gustarte, así que opté por algo del estilo del broche.
—Es… increíble. —El cincelado de esta pulsera era más delicado aún que el del broche de azabache. Dragones chinos serpenteaban entre los eslabones de plata que unían los óvalos de coral. Aunque me moría de ganas de ponérmela, tuve que decir—: Lucas, me encanta, pero…
—No quiero oírte mencionar el dinero —replicó muy serio—. Devolveré a los chicos hasta el último céntimo, no me importa lo que tarde, pero tú eres mi chica y vas a tener un regalo de cumpleaños. Algo que esté a tu altura.
Otra vez era su orgullo el que hablaba, pero había algo más. No podía seguir discutiendo con él. En lugar de eso, le abracé con fuerza.
Me puso la pulsera.
—Ya está —dijo con la voz ronca—. Feliz cumpleaños.
—Te quiero.
—Y yo a ti.
Las luces se apagaron y el «cielo» resplandeció con miles de estrellas fulgurantes. Lucas y yo nos reclinamos en nuestros asientos, cogidos de la mano, mientras el narrador procedía a hablarnos de las supernovas. Notaba el coral y la plata de la pulsera en la muñeca, frescos y pesados. Ya no la sentía como una pertenencia más, sino como una parte de mí. Un talismán. Un vínculo entre Lucas y yo, como el broche.
«Quiere cuidar de mí —pensé—. Quiere protegerme, cueste lo que cueste».
«Las mentiras no podrán protegerte mucho más tiempo».
Me equivocaba al seguir buscando protección, al seguir contando con que Lucas afrontara solo la mayor parte de nuestras dificultades, o al depender de él para conseguir sangre. Y me equivocaba al esconderme detrás de mentiras. Lucas merecía una compañera a su altura en nuestra lucha por estar juntos. Eso significaba que merecía saber la verdad.
Sobre nuestras cabezas, el zoom se acercó a una estrella, un gigante próximo al final de su vida. Brillaba con un rojo intenso, más oscuro que la sangre, y su superficie gaseosa se agitaba vehementemente, como las aguas del mar durante una tempestad.
—Lucas —susurré muy bajito para no molestar a los demás—, tengo que contarte algo.
Se volvió ligeramente hacia mí. La estrella agonizante le teñía la cara de rojo.
—¿Qué?
—Cuando me mareé, el día de la cacería, no era la primera vez que me pasaba.
La estrella pasó a supernova, explotando con un espectacular resplandor blanco. Durante un instante el planetario se iluminó y pude ver el desconcierto y la preocupación en la cara de Lucas mientras la gente exclamaba a nuestro alrededor.
—Bianca, ¿de qué estás hablando?
—Empecé a sufrir mareos al poco tiempo de ingresar en el comando de la Cruz Negra. Cada vez son más frecuentes e intensos, y ya no me apetece comer, o mejor dicho, beber. Sé que debí decírtelo antes, pero no quería preocuparte.
Lucas abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla. Era consciente de que no sabía si dar prioridad a su enfado o a su preocupación. Yo no le reprochaba ni una cosa ni la otra, pero no por eso resultaba fácil presenciarlos.
Al final solo dijo:
—Lo superaremos.
Asentí, apoyé la cabeza en su hombro y contemplé la nueva nebulosa que se abría por encima de nuestras cabezas como una flor celeste. Aunque sabía que no había resuelto el problema por el simple hecho de haberlo compartido, al menos no tenía que seguir arrastrando el secreto. Ahora podía celebrar mi cumpleaños como Lucas había planeado, contemplando las estrellas.
Cuando el espectáculo terminó y se encendieron las luces, salimos del planetario parpadeando.
—Ha sido precioso —dije—. Gracias por traerme aquí.
—De nada. —Lucas parecía distraído.
—No puedes pensar en eso ahora, ¿verdad? —Cuando negó con la cabeza, suspiré—. Será mejor que hablemos.
Cuando salimos, anochecía. En lugar de ir directamente a la parada de autobús, echamos a andar por la acera. Era un barrio agradable, con muchos museos, casas grandes y altos árboles centenarios con ramas gruesas que la brisa mecía suavemente. Nuestro paseo nos llevó por la margen de un parque, donde había otras personas caminando y paseando a sus perros.
Lo primero que Lucas dijo fue:
—¿Estás segura de que no estás embarazada?
—Segura. —Me miró vacilante y negué con la cabeza—. En serio, Lucas, ya te lo he dicho.
—Necesito oírlo más veces.
—No lo estoy, no lo estoy, no lo estoy.
—Gracias. —Lucas me rodeó los hombros con un brazo—. Entonces, ¿qué crees que es? ¿Lo sabes?
—No sé nada a ciencia cierta, pero… —Titubeé. Era difícil expresarlo con palabras—. No dejo de recordar algo que mi madre me dijo en una ocasión. De hecho, la noche que te mordí por primera vez.
—¿Qué dijo?
Miré a mi alrededor para asegurarme de que no teníamos a nadie cerca. Había algunas personas paseando detrás, a unos metros de nosotros, con ropas estridentes y mucho maquillaje, pero estaban charlando muy alto y no podían oírnos.
—Dijo que ahora que había probado la sangre humana, había girado el reloj de arena. Que no podía seguir eternamente siendo como era, mitad humana, mitad vampira. Dijo que la vampira dentro de mí se haría más fuerte y que al final tendría que… —No podía decir «matar» en público—. Tendría que llevar la transformación hasta el final.
—¿Y nunca te dijeron qué pasaría si no lo hacías? —preguntó Lucas.
Sacudí la cabeza.
—Se lo pregunté miles de veces, pero se comportaban como si eso no fuera una opción. Tampoco dijeron cuánto tiempo me quedaba. Ahora estoy empezando a preguntármelo.
—¿Crees que tu cuerpo está indicándote que tienes que matar a alguien?
—Chist. —Otro grupo de gente, puede que un poco mayor, pero con una pinta igualmente alocada, se acercaba por una calle lateral. No tardaríamos en cruzarnos—. ¿Tienes que hablar tan alto?
Lucas ralentizó el paso.
—¿Cómo te encuentras en estos momentos?
—¿Ahora mismo? Bien, creo, pero…
—Bien. Prepárate para correr.
—¿De qué estás hablando? —Entonces vi lo que Lucas había visto: un tercer grupo de gente, todos vestidos con harapos similares, se acercaba por la otra acera. No era una casualidad. Nos estaban rodeando.
Entonces reconocí a un hombre del tercer grupo, un tipo de perfil aguileño, piel blanca como la mía y largas rastas rojizas. «Shepherd».
—Ése tío —dije— caza para Charity.
Lucas me apretó la mano.
—A la parada del autobús. Ya.
Empezamos a correr. En cuanto dimos dos pasos, los vampiros que nos rodeaban dejaron de fingir que estaban simplemente paseando y se dieron la vuelta con la misma rapidez que una bandada de pájaros. Ya no reían.
Lucas aceleró el paso, aprovechando su impulso para tirar de los dos. Yo me aferré a su mano con todas mis fuerzas, maldiciendo de nuevo mis estúpidas chanclas, pero no podía correr tan deprisa como él. Antes siempre le ganaba. Ahora ya no.
Las pisadas a nuestra espalda sonaban cada vez más fuertes y próximas. Podía oír el tintineo de sus pulseras y cinturones. Lucas seguía intentando tirar de mí, pero yo corría muy despacio, y a esas alturas los dos sabíamos que no llegaríamos a la parada del autobús a tiempo. Así pues, me solté y giré hacia la derecha.
—¡Bianca! —gritó Lucas, pero no me di la vuelta.
Había dado por sentado que los vampiros se dividirían en dos grupos, uno para perseguir a Lucas y otro para perseguirme a mí. Lucas conseguiría huir de sus perseguidores, y yo… bueno, si solo tenía que vérmelas con la mitad quizá tuviera alguna posibilidad. En lugar de eso, a juzgar por el clamor, todos venían a por mí.
«¡Lucas, te lo ruego, huye!». No me atreví a mirar atrás para comprobar si lo estaba haciendo. Los tenía muy cerca, demasiado cerca, tan cerca que…
Una mano me agarró del brazo y me obligó a girar. Tropecé y estuve a punto de caer al suelo, pero Shepherd me sostuvo.
—Sonríe —susurró—. Queremos que la gente piense que solo somos unos críos jugando al escondite. Sonríe y haz que sea eso lo que piensen, o, de lo contrario, te haremos gritar.
Ellos eran diez y yo una. Sonreí. Vi a una pareja joven con un cochecito encogerse de hombros y continuar su camino, convencida de que no pasaba nada.
—¡Suéltala!
Lucas se abrió paso entre los vampiros a codazos, como si fueran una panda de gamberros. Nadie se le encaró, pero Shepherd no me soltó.
—Una de dos, o nos la llevamos a dar un paseo, o nos la cargamos aquí mismo. Sabes que podemos hacerlo. Tampoco sería un problema para nosotros eliminarte a ti también.
No teníamos estacas ni agua bendita ni ninguna otra arma. Habíamos salido a celebrar mi cumpleaños, no a luchar. Lucas me miró y comprendí que se daba cuenta de la gravedad de la situación.
—De modo que tienes dos opciones, cazador. Sumarte al paseo o volverte a casa como un buen chico —prosiguió Shepherd.
—Lucas, por favor —le supliqué—. Solo me quieren a mí.
Sacudió la cabeza.
—Yo voy donde vayas tú.
Giramos por una calle algo menos transitada y nos metieron en la parte trasera de un camión. Durante unos segundos pensé en nuestra fuga de la Cruz Negra, pero esa esperanza murió al instante. Ésta vez Dana no estaba aquí para ayudarnos, y la cabina del camión estaba completamente separada de la caja metálica donde nos habían metido. Cuando cerraron las puertas, nos quedamos a oscuras, con excepción de algunas rendijas de luz en las esquinas de las puertas.
Antes gozaba de una visión nocturna excelente, pero ahora estaba empezando a perderla.
—Aguanta, Bianca. —Lucas me abrazó cuando el camión se puso en marcha—. Vamos a tener que pensar en algo antes de que vuelvan a abrir esas puertas.
—Son demasiados —dije—. Y seguro que nos llevan a un lugar donde podrán controlarnos mejor.
—Lo sé. Pero allí fuera no podíamos hacer nada. Tenemos que confiar en que la próxima situación nos sea más propicia.
Me parecía del todo imposible, pero traté de seguir el ejemplo de Lucas y pensar como una luchadora.
Tuve la impresión de que tardábamos muchísimo en llegar a nuestro destino: un extenso edificio de una sola planta que parecía un gimnasio abandonado desde hacía mucho tiempo. Tenía algunas ventanas rotas y grafitis en las paredes. El edificio estaba esperando a ser derribado y, por lo visto, algunos vampiros habían decidido aprovechar la demora. Nos sacaron del camión, cada uno de los dos flanqueado por cuatro vampiros.
—Iremos a la piscina —dijo Shepherd.
Lucas y yo nos miramos; sabía que me estaba diciendo que buscara cualquier cosa que pudiéramos utilizar como arma o como vía de escape. Yo ignoraba cómo íbamos a eliminar de golpe a tantos vampiros, pero era importante que permaneciéramos atentos.
La zona de la piscina estaba aún más deteriorada. Cuando entramos, enseguida me di cuenta de que era el lugar que los vampiros habían elegido como refugio. Había botellas de cerveza desparramadas por el suelo y las repisas de las ventanas, y basura amontonada en los rincones. Olía a cigarrillos. En el centro estaba la piscina, sin agua desde hacía mucho; el trampolín pendía, abandonado, en lo alto, con una telaraña colgando de la punta.
Al principio pensé que no había nadie. Entonces una figura solitaria se removió en un rincón. Alguien vestido con harapos había estado durmiendo en el suelo, hecho un ovillo, y yo lo había confundido con una pila de basura.
La figura se retiró el desaliñado pelo de la cara y se nos quedó mirando fijamente. Pese a la distancia, enseguida la reconocí. Desde nuestra captura habíamos sabido ante quién nos llevaban, pero no por eso fue más fácil hacerle frente.
—Charity —susurró Lucas.