13

Los amigos de Balthazar nos indicaron el camino hasta un autobús de Chinatown, un medio de transporte barato que generalmente trasladaba a inmigrantes recién llegados de Asia a diferentes restaurantes chinos situados a lo largo de la costa Este para trabajar. Sin embargo, el siguiente autobús a Filadelfia contenía un grupo bastante variopinto: un puñado de personas mayores y numerosos universitarios tecleando en portátiles que sostenían sobre las rodillas.

El autobús llevaba retraso y circulaba despacio. Debido a las fuertes lluvias en el norte, explicó el conductor. Carreteras inundadas. A nosotros nos daba igual. Yo llevaba nuestro dinero enrollado en el bolsillo delantero de los vaqueros; aunque se me clavaba en la carne, encontraba su presión tranquilizadora.

Nos reclinamos en los asientos y descansé la cabeza en el hombro de Lucas. Tal vez el autobús fuera realmente cómodo, o tal vez estuviéramos tan cansados que habríamos estado a gusto en cualquier parte. Tanto Lucas como yo íbamos dando cabezadas. A veces tenía la sensación de que los sueños y los momentos de vigilia se mezclaban como acuarelas difusas y pálidas. Lo único real era el reconfortante olor de la piel de Lucas y saber que, al menos por el momento, estábamos a salvo.

Mientras el autobús avanzaba dando tumbos por la carretera, Lucas de pronto me acarició el pelo. Me di cuenta de que me creía dormida —y casi lo estaba— y eso hizo que el gesto me conmoviera aún más.

Por fin podíamos descansar un poco.

—¿No es precioso? —Empujé a Lucas hacia el gran salón de Medianoche, que estaba decorado para el Baile de Otoño. Las velas proyectaban suaves sombras y los bailarines seguían fácilmente los pasos del vals interpretado por la orquesta.

Lucas sacudió la cabeza y tiró de la pajarita de su esmoquin.

—Éste no es mi ambiente, pero verte así hace que merezca la pena.

Yo lucía un vestido blanco sin tirantes que descendía vaporosamente desde una cintura imperio hasta el suelo. En un espejo cercano pude ver lo suficiente de mi debilitado reflejo para saber que llevaba flores blancas en el pelo. Nunca me había sentido tan bella.

Pero no era por el vestido. Era porque por fin estaba allí con Lucas.

—¿Sabes bailar el vals? —le susurré.

—No tengo ni idea. Pero si quieres bailar, salgamos a la pista y hagamos ver que sí sé.

Riendo, dejé que Lucas me tomara en sus brazos y giramos por la pista de baile. No, no sabía bailar el vals, pero nos daba igual no estar a la altura de los demás bailarines. Los observé mientras daban vueltas a nuestro alrededor: Patrice con su mano en la de Balthazar, Courtney riéndose del patoso juego de piernas de Ranulf, Dana dirigiendo hábilmente a Raquel en un giro, y me pregunté por qué ninguno de ellos bailaba como quería bailar.

Entre los bailarines apareció entonces otra figura, una figura traslúcida que titilaba con una aguamarina. La espectro se acercó a nosotros y preguntó:

—¿Puedo?

—Claro —contesté, preguntándome de qué conocía a Lucas y por qué quería bailar con él. Pero fue mi mano la que cogió, y miré apesadumbrada a Lucas mientras la espectro y yo nos perdíamos entre la multitud de bailarines. Podía verle observándonos, pero de repente la multitud se lo tragó.

Desperté sobresaltada. Miré a un lado y a otro para recordarme dónde estaba y volví a descansar la cabeza en el hombro de Lucas. Masculló algo en sueños antes de volverse adormilado hacia mí, y sonreí reconfortada.

Llegamos a Filadelfia entrada la tarde. No era tanto un destino como un lugar donde estar, una ciudad lo bastante grande para poder perdernos. Además, Filadelfia no tenía un comando de la Cruz Negra permanente. Aquí tendrían menos posibilidades de organizar una cacería a gran escala.

—Nos quedaremos aquí un par de días —dijo Lucas—. Podemos buscar un lugar barato. Tratar de pasar inadvertidos y analizar nuestras opciones.

—Y comprar ropa —añadí, señalando el deplorable estado de nuestras respectivas camisetas y vaqueros— para no parecer tanto unos sin techo.

—Somos unos sin techo —señaló Lucas.

No lo había visto así hasta ese momento.

—Ropa —insistí—. No un ropero completo, solo algunas prendas decentes. Y cepillos de dientes, pasta, desodorante…

—Vale, lo he pillado.

Bastó con una visita a un hipermercado. Me compré dos vestidos de tirantes baratos de aspecto fresco y cómodo, uno azul marino y otro verde botella, un bolso sencillo que iba con todo y unas chanclas con las que podría tirar todo el verano. Lucas eligió unos pantalones caqui y dos camisetas negras. Hecho esto, nos dirigimos a la sección de perfumería a fin de pertrecharnos de todo lo necesario para apestar menos y estar más guapos.

Doblamos la esquina y allí, puestos en hileras, estaban los condones. Empecé, como de costumbre, a desviar la vista, porque siempre me había cohibido incluso mirar la caja. Soy así de boba. Ésta vez, sin embargo, me detuve.

—Quizá deberíamos comprar unos cuantos —dije. Quería sonar madura y segura de mí misma, pero la voz de pito me traicionó.

—Quizá. —Lucas se me quedó mirando fijamente—. Bianca, sabes que no hay prisa.

Jugué con las puntas del pelo, que de repente encontraba fascinantes.

—Lo sé. En serio. Es solo que… que si nos decidimos… deberíamos tenerlos a mano. Por si acaso. ¿Me explico?

—Sí.

Nos quedamos inmóviles un par de segundos, hasta que Lucas agarró la caja que tenía más cerca y la echó en la cesta. Mi corazón dio un sigiloso vuelco y un cálido resplandor me iluminó por dentro.

Fui incapaz de mirar a la cajera directamente a los ojos, pero no pareció importarle.

Cogimos una habitación de hotel en el centro, cerca de la estación de autobuses. Era más agradable de lo que habría esperado por el precio: tenía cafetera, un televisor grande, un espacioso cuarto de baño con secador y un montón de esponjosas toallas blancas, y una cama enorme.

—Deberíamos descansar un poco más antes de salir a comer —dije. Estábamos tan exhaustos que, pese a tener los condones allí mismo, dentro de la bolsa de plástico, solo podía pensar en la cama como un lugar para dormir.

Lucas estuvo de acuerdo.

—Vale. Hay algunas cafeterías cerca a las que podríamos ir más tarde.

—¿Conoces Filadelfia?

—He estado un par de veces.

Nos metimos en la cama. Solo pensaba en dormir, hasta que me encontré bajo las sábanas con Lucas a mi lado.

Nos buscamos al mismo tiempo. La boca de Lucas encontró mi boca y nos besamos con urgencia, como si lleváramos años separados. Me atrajo hacia sí y enredé mis piernas en las suyas al tiempo que nuestros besos se hacían más intensos.

A los pocos segundos sentí que seguíamos demasiado lejos el uno del otro. Empecé a quitarle la camiseta; me ayudó y luego hizo otro tanto con la mía. Electrizada por el contacto de su piel con mi piel, volvimos a besarnos, pero seguía sin ser suficiente. Con manos temblorosas, me bajé los tirantes del sujetador y lo desabroché.

Siempre había creído que sentiría vergüenza la primera vez que un chico me viera desnuda, pero no fue así. Lucas me miraba como si en su vida hubiera visto nada más hermoso, y cuando me acarició con una mano, la sensación que me produjo fue mejor de lo que jamás había imaginado.

Guié su mano hacia mis vaqueros. Quería mostrarme entera ante él. Quería sentirme bella en todo mi ser.

Lucas me ayudó a desvestirme y luego se quitó los pantalones y los arrojó al suelo. Nunca antes había visto a un chico desnudo, salvo en cuadros y en internet. De hecho, nunca había pensado en el desnudo masculino como algo bonito, hasta ahora. Me gustaba el cuerpo de Lucas, la textura de su piel bajo mis manos, la suavidad con que me acariciaba. Cuando me ponía nerviosa o no sabía qué hacer, él volvía a besarme y todos mis miedos se disipaban.

«Mío», pensé. Era la misma clase de avidez que me embargaba cuando deseaba su sangre, solo que mejor, porque de esta manera podía beber de él una y otra vez. La salvaje necesidad de morderle había sido reemplazada por otra cosa, algo que no tenía nada que ver con ser una vampira, sino con estar viva. Finalmente, después de desearle durante años, Lucas era mío de verdad.

Cuando estábamos a punto de perder el control, me susurró roncamente:

—¿Estás segura, Bianca?

—Completamente —dije, enredando mis manos en su pelo—. Así es como tiene que ser.

—Sí. —Lucas me besó de nuevo y por primera vez en muchos meses supe que, por lo menos en ese instante, todo era perfecto.

A la mañana siguiente me removí perezosamente en la cama, cuando me di cuenta de que estaba en una cama, de que Lucas dormía a mi lado, de que estábamos desnudos, y de repente me asaltó el recuerdo.

Abrí los ojos bruscamente.

«¿Realmente lo hice?

»Sí, lo hice».

No es que no me alegrara, porque me alegraba. Aunque estaba algo dolorida —en lugares que ni siquiera sabía que podía estarlo—, nunca me había sentido tan dichosa, tan amada, tan segura.

Lo que me pasaba era que la situación me parecía surrealista. Yo en la cama con un amante. Me arropé con la sábana, sonriendo como una boba, y se me antojó una pena no compartir la experiencia con Lucas.

Le hice cosquillas en la pierna con los dedos de los pies y giró sobre su almohada. Abrió un ojo somnoliento. Entonces me agarró con una rapidez que me hizo aullar de risa y me colocó encima de su cuerpo.

—Buenos días —murmuró entre besos—. Podría acostumbrarme a esto.

—Y yo.

Nos besamos durante un rato, embriagados, con creciente intensidad. Sentía un cosquilleo en todo el cuerpo y me pregunté si era demasiado pronto para probar de nuevo.

Pero antes de que las cosas llegaran a ese punto, Lucas se apartó con una sonrisa.

—Creo que ya se me ha ocurrido lo que podemos hacer.

—Sí, creo que a mí también, teniendo en cuenta que estamos en la cama, desnudos.

—No me refería a eso, mujer insaciable. —Me sonrió asombrado—. ¿Dónde me he metido?

—En algo bueno, muy bueno.

—Eso ya lo sé. —Lucas me besó en la mano—. Me refería a que ya sé qué podemos hacer para conseguir dinero y establecernos. Significa aceptar otro préstamo, algo que detesto, pero en nuestra situación supongo que no tenemos más remedio. Si seguimos en este hotel, el dinero de Balthazar no nos durará más de una semana.

Para mí no representaba un problema pedir ayuda en esos momentos. La necesitábamos encarecidamente.

—¿Tienes un amigo en Filadelfia?

—Sí, y tú también. Piensa.

Y, en cuanto pensé, visualicé la gorra de los Phillies sobre un pelo rojizo. Esbocé una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Vic!

Lucas telefoneó a Vic y quedamos para comer en una cafetería del centro. Fuimos caminando, de la mano, yo con mi nuevo vestido verde. Tenía la sensación de que la gente me miraba de manera diferente —como si lo supieran—, pero pensé que probablemente eran tonterías mías. Me sentía exactamente igual, solo que más feliz de lo que lo había sido en mucho tiempo. También Lucas parecía relajado; que yo pudiera recordar, era la primera vez que le veía realmente tranquilo.

Cuando entramos Vic ya estaba sentado a una mesa con Ranulf. Levantó una mano.

—¡Eh, aquí! Caray, cómo me alegro de veros.

Abracé con fuerza a Vic y después a Ranulf. Aunque Ranulf seguía igual de flaco, con su suave pelo moreno cortado a la taza, ahora vestía pantalón caqui y una camisa hawaiana casi idéntica a la de Vic. Me pregunté si se la había prestado Vic o simplemente estaba comprando lo que Vic compraba, pensando que era el estilo idóneo para amoldarse al siglo XXI. Naturalmente, vestirse como Vic no significaba precisamente amoldarse, pero Ranulf estaba todavía adaptándose al mundo moderno.

Cuando Vic terminó de abrazar a Lucas, dio un paso atrás y dijo:

—Lucas, este es Ranulf, mi compañero de cuarto desde que me dejaste plantado. Ranulf, este es Lucas. No sé si llegasteis a conoceros en Medianoche.

—Hablamos en una ocasión —dijo Ranulf—, en la biblioteca. Te pregunté quiénes eran esos santos de los que la gente hablaba en Nueva Orleans y me explicaste que no eran iconos religiosos, sino un equipo de fútbol. Fue sumamente instructivo.

—Cómo iba a olvidar algo así. —Lucas esbozó una sonrisa de soslayo. Aunque seguía desconfiando de la mayoría de los vampiros, nadie podía tenerle verdadero miedo a Ranulf.

—¿Y qué estáis haciendo en Filadelfia? —preguntó Vic mientras nos sentábamos—. ¿Os habéis fugado para casaros? ¿Necesitáis que Ranulf y yo hagamos de testigos?

—No —dije. Noté calor en las mejillas, y no sabía si me estaba sonrojando por la idea de casarme o por el hecho de que Lucas y yo hubiéramos tenido ya nuestra luna de miel—. Estamos… estamos intentando establecernos. Y permanecer ocultos.

Vic me miró con repentina severidad.

—¿Has telefoneado a tus padres?

—Les envié un correo electrónico —respondí—. Saben que estoy bien.

Lucas se volvió hacia mí, súbitamente tenso.

—¿Les enviaste un correo? ¿Cuándo?

«Oh, no». Me acordé demasiado tarde de las consecuencias que había tenido ese correo. Quería contarle la verdad a Lucas, pero la captura de Balthazar me había distraído. Aunque odiaba hacer eso delante de mis amigos, sabía que no podía seguir aplazando mi confesión.

—La primera noche que salimos a patrullar. ¿Recuerdas cuando me marché a buscar algo de comer?

—Bianca… —Lucas se pasó las manos por el pelo, gesto que significaba que estaba intentando controlar su furia—. Ignorabas las medidas preventivas que debías tomar. ¿Te das cuenta de lo que ha pasado por culpa de eso?

La Cruz Negra había sido atacada y Eduardo había muerto. En un abatido hilo de voz dije:

—Me doy cuenta ahora. Lo siento, Lucas.

Vic y Ranulf nos miraban alternativamente, como espectadores de un partido de tenis.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Vic—. ¿Tenéis spam?

—Come spam para desayunar —dijo Ranulf, orgulloso de haberse acordado de algo referente al mundo moderno—. Yo comeré spam con mis huevos.

—No la carne spam, sino spam como los anuncios de viagra en los correos electrónicos —le corrigió Vic.

—Hablaremos de eso más tarde —me dijo secamente Lucas. Se volvió hacia la ventana con el rostro tenso.

—De acuerdo. —Aún no había aceptado del todo mi responsabilidad en lo ocurrido pero supe que tendría que lidiar con ella durante un tiempo. Lucas estaba enfadado, y tenía derecho a estarlo, pero no quería discutir delante de Vic y Ranulf. Nerviosa y presa de un renovado sentimiento de culpa, puse toda mi atención en la conversación que estábamos manteniendo—. Vic, puede decirse que estamos huyendo. No de la ley, pero nadie puede encontrarnos. Necesitamos comida y un lugar donde vivir, y… bueno… eso cuesta dinero…

—Mi dinero es vuestro dinero —dijo Vic como si fuera la cosa más obvia del mundo—. Solo tenéis que decir cuánto.

—¿Estás seguro? —Sabía que Vic pertenecía a una familia increíblemente rica, pero, aun así, detestaba mendigar—. Ya tenemos un poco, y vamos a buscar trabajo.

—Lo que queráis, en serio. Y… oh, espera, qué idea tan genial. —Vic chasqueó los dedos—. La bodega.

—¿La bodega? —dijo Lucas, desviando la vista del punto de la ventana que había estado fulminando desde que había averiguado que yo había vendido al comando de la Cruz Negra. Me pregunté si estaba pensando lo mismo que yo, que Vic iba a sugerir que robáramos botellas para una fiesta.

Vic martilleó la carta plastificada con los dedos.

—En el sótano de mi casa tenemos una bodega. Es enorme. Tiene un climatizador para mantener una temperatura agradable en verano y no está muy llena porque mi padre no colecciona vino como lo hacía mi abuelo. Y tiene cuarto de baño.

¿Dormir en un sótano durante el verano? Aunque, por otro lado, no nos costaría dinero.

—Os juro que se está bien —dijo Vic. Ranulf asintió enérgicamente—. Os dejaría alojaros en casa si no fuera porque mis padres van a conectar el sistema completo de seguridad, rayos láser incluidos. —Entrelazó los dedos para representar los rayos—. La bodega tiene una entrada y un sistema de seguridad independientes, pero no es más que un sencillo código de cuatro dígitos. Os daré el código y podréis instalaros allí a partir del cinco de julio. ¿Qué os parece?

—Me parece muy bien. —Lucas asintió lentamente con la cabeza. Sabía que aún estaba tenso y enfadado, pero se estaba controlando—. Vic, eres el mejor.

—Hace tiempo que lo sé. Me alegra saber que ha empezado a correr el rumor.

—¿Y Ranulf? —pregunté. Aunque necesitábamos desesperadamente un lugar donde vivir, me dije que Ranulf también podría necesitarlo—. ¿Qué hará él mientras tú estás fuera?

Ranulf sonrió.

—Yo también me voy a la Toscana. Los Woodson me han invitado a ir con ellos. Hace años que no voy a Italia y estoy deseando ver cómo ha cambiado.

En ese momento llegó la camarera para tomarnos nota. Mientras Ranulf pedía sus huevos con spam, Lucas y yo nos miramos. Si Vic supiera que su colega era un vampiro, seguro que no le habría invitado. Por otro lado, yo estaba segura de que Ranulf jamás haría daño a Vic, y probablemente Lucas lo había intuido también.

De modo que no habríamos dicho nada si Vic no hubiese soltado:

—A pesar de lo chamuscada que está ahora la Academia Medianoche, creo que en otoño volveré.

Lucas y yo le miramos con cara de sorpresa. Conseguí farfullar:

—¿Q… qué?

—Lo sé, es un lugar espeluznante, y es un anacronismo que no puedas tener móvil, pero creo que ya me he acostumbrado. —Vic se encogió de hombros—. Además, no llegué a recibir clases de esgrima, y me apetece mucho probarla.

—Hay otros colegios que enseñan esgrima. —Lucas colocó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia delante—. Vic, en serio, no vuelvas allí.

—¿Por qué no? —Vic parecía completamente desconcertado, al igual que Ranulf, que debería haberlo pillado.

No podía contarle la verdad. Sabía que no me creería. Pero lo quería bien lejos de la señora Bethany.

—Existen buenas razones, ¿vale? La noche del incendio ocurrieron cosas extrañas… —Se me quebró la voz. ¿Cómo podía explicárselo?

Lucas intervino.

—Lo que ocurrió en Medianoche fue algo más que un incendio. ¿Podemos dejarlo ahí?

Vic nos miró fijamente.

—Un momento, chicos. ¿Estáis hablando del asunto de los vampiros?

Seguro que no le había oído bien.

—¿Qué? —dije débilmente.

—Que es un internado mayoritariamente de vampiros. ¿Os estáis refiriendo a eso? —Vic calló y sonrió tranquilamente a la camarera cuando dejó nuestros platos sobre la mesa. Ranulf, que permanecía impasible, atacó su spam como si realmente pudiera saborearlo. En cuanto la camarera se hubo marchado, Vic continuó—: Porque, vamos a ver, Bianca, tú eres una vampira, ¿o no? O medio vampira.

Me volví enfurecida hacia Ranulf.

—¿Se lo has dicho?

—¡No! —aseguró Ranulf—. Bueno, sí, le hablé de ti cuando me lo preguntó. Pero no le conté lo del internado. Eso Vic ya lo sabía.

—¿Cómo lo averiguaste? —preguntó Lucas.

—Lo deduje el primer año. Caray, me miráis como si fuera algo difícil. —Vic empezó a contar con los dedos—. La mitad de los estudiantes ignoran cosas que son evidentes, como ese tío que pensaba que Anatomía de Grey era un libro de medicina en lugar de una serie de televisión, y la chica que se preguntaba por qué ya no se ahorcaba a los criminales. Además, eso de que todo el mundo comiera en su habitación, tan reservados y misteriosos, y que encima la mitad de los estudiantes no aparecieran para recoger su comida. Ardillas muertas por todas partes. El escalofriante lema del colegio. Todo cuadraba.

Nos quedamos sin habla. Lucas finalmente dijo:

—¿Sabías que estabas rodeado de vampiros y no te importaba?

Vic se encogió de hombros.

—No soy quien para juzgar.

Estaba tan estupefacta que casi hundí los codos en mis gofres. No sé cómo, pero conseguí inclinarme sobre la mesa sin empaparme de sirope.

—¿No tenías miedo?

—La primera noche, después de comprenderlo todo, la verdad es que se me hizo eterna —reconoció Vic—. Pero luego me dije: Oye, llevas aquí dos meses y no parece que se hayan comido a nadie. ¿Dónde está el problema? Los vampiros parecían bastante inofensivos, y me dije que por lo menos tenían un colegio donde podían estar seguros de que la gente les dejaría en paz. Puedo respetar eso.

—Fue un alivio no tener que ocultarle mi verdadera naturaleza —dijo Ranulf.

Lucas no hizo el menor caso al estofado.

—Nunca me lo contaste —le dijo a Vic.

—No quería acojonarte. Aunque, por lo que veo, lo llevas muy bien. —Vic sonrió—. Es increíble lo convincente que puede ser una bella dama.

—No puedo creer que descubrieras el secreto —dije.

—Y tú, mi aburrido compañero de cuarto —dijo Vic a Lucas—, ¿cómo descubriste lo de los tipos con colmillos?

—Siempre he sabido lo de los vampiros —dijo Lucas, reparando al fin en que tenía comida delante.

—No, no me refiero a Drácula y esas cosas. ¿Cuándo descubriste que existían de verdad?

—Siempre lo ha sabido —intervine—. Lucas se crió en la Cruz Negra.

Ranulf soltó el tenedor con gran estruendo. Apretó con fuerza su cuchillo y miró a Lucas con los ojos como platos. Me di cuenta de que estaba a punto de saltar sobre la mesa, ya fuera para escapar o para atacar.

—Ya no pertenezco a la Cruz Negra —dijo apesadumbrado Lucas—. No voy a hacerte daño, así que tranquilo.

Cuando Ranulf se relajó ligeramente, Vic dijo:

—Uau, ¿qué es la Cruz Negra?

—Un grupo de cazadores de vampiros con siglos de antigüedad —expliqué—. Los vampiros de Medianoche son inofensivos, la mayoría al menos, pero ahí fuera hay vampiros peligrosos.

—No solo atacan a los peligrosos —dijo Ranulf con la mirada sombría.

—Eso lo he comprendido ahora —dijo Lucas—. Porque cuando descubrieron qué era Bianca, también fueron a por ella. Ahora ya sabéis de qué huimos.

Vic asintió con la cabeza, totalmente satisfecho con la nueva información.

—Si esto no fuera tan peligroso, molaría un montón.

Cuando terminamos de comer, Vic propuso que fuéramos a su casa.

—Para que la veáis. Puedo enseñaros dónde está la parada de autobús más cercana, porque necesitaréis saber cómo llegar al centro para esos trabajos que vais a buscar. Por cierto, ¿qué sabéis hacer?

—Yo me he pasado la vida reparando coches y camiones —dijo Lucas mientras cruzábamos la puerta de la cafetería. Las campanillas que colgaban del picaporte tintinearon—. Probablemente podría trabajar en un taller.

Yo no respondí porque no tenía la menor idea. ¿Qué sabía hacer? El único tema que dominaba un poco era la astronomía, y la NASA no contrataba a alumnos que dejaban sus estudios a medias.

—Aquí. —Vic señaló su coche, un descapotable amarillo.

Ranulf me invitó cortésmente a ocupar el asiento del copiloto, aunque eso implicara que él y Lucas tuvieran que apretarse en el asiento de atrás. Dado lo tenso y enfadado que estaba Lucas, pensé que no era mala idea estar un rato separados. Por un lado, me enorgullecía que hubiera conseguido mantener a raya su enfado. Por otro, nunca me había dado cuenta de lo inquietante que es saber que alguien está furioso contigo y esperando el momento oportuno para hablar.

Entonces Vic me distrajo por completo cuando dijo:

—Ah, y hay otra cosa que tenéis que hacer sin falta en la casa.

—¿Qué? —pregunté.

—Conocer a la fantasma.