9

Si antes pensaba que la vida con la Cruz Negra era claustrofóbica, lo de ahora no tenía nombre. Las veinte personas alojadas en la estación portuaria se apiñaban en una habitación cuyo espacio no habría bastado ni para que diez personas durmieran cómodamente. No había intimidad, ni silencio, ni oportunidad de hablar con Lucas.

Por lo menos estábamos cerca el uno del otro.

Lucas y yo dormíamos en camastros separados, pero, ante la falta de espacio, completamente pegados. En cuanto nos estiramos, Lucas echó su manta sobre los dos y se acurrucó contra mí, pegando el estómago a mi espalda. Su brazo descansaba en mi cintura y podía sentir su respiración en la nuca.

Cerré los ojos, disfrutando del momento. Ojalá estuviéramos solos. Ojalá no estuviera todavía tan afectada por el ataque y por la captura de Balthazar. Ojalá mi cuerpo no temblara de miedo. Habría sido delicioso.

Lucas me besó dulcemente en la nuca. Sabía que estaba intentando decirme que ya se nos ocurriría algo. Pero sabía tan bien como él que lo teníamos muy crudo.

Deslicé los dedos por su mano. Podía notar el vello de su brazo, el movimiento de su pulgar dibujando círculos relajantes alrededor de mi ombligo.

Por un momento pensé en darme la vuelta y besarle. Me traía sin cuidado que los demás se despertaran y rieran.

Pero el cansancio me pesaba, y sabía que Lucas estaba aún más agotado que yo. Además, mañana íbamos a necesitar toda nuestra energía e ingenio.

Cerré los ojos preguntándome si sería capaz de coger el sueño con tantas cosas en la cabeza cuando, después de lo que se me antojaron segundos, advertí que la gente se estaba levantando. Había dormido de un tirón sin la sensación de haber descansado.

—¿Mamá? —dijo Lucas apoyándose en un codo. Seguía acurrucado contra mi espalda; habíamos dormido toda la noche pegados—. ¿Cómo estás?

—Bien. —Kate se recogió el pelo en una coleta. Estaba tan tensa que podía ver el movimiento de cada músculo de los brazos—. Me voy arriba. Necesitamos respuestas.

Solté un grito ahogado y Lucas me colocó una mano de advertencia en el hombro. Cuando me volví hacia él, se limitó a decir:

—Vístete. Debemos estar presentes.

Como una autómata, cogí mi ropa —la misma que había llevado el día anterior— y procedí a vestirme.

Los expertos cazadores que había a nuestro alrededor se prepararon y subieron, dejándonos a Raquel y a mí a solas.

—De vuelta al uniforme —dijo Raquel, señalando su nueva camiseta blanca; la Cruz Negra guardaba unas cuantas en una caja para casos de emergencia, de modo que hoy todo el mundo vestía igual—. Tendríamos que regresar a los túneles para buscar nuestras cosas. Puede que podamos salvar algo. Espero que por lo menos encontremos tu broche.

Ni siquiera había pensado en el broche que Lucas me había regalado. Aunque me horrorizaba pensar que se hubiera perdido para siempre entre los escombros, en esos momentos no era mi principal prioridad.

—Raquel, ¿sabes a quién han capturado?

—A un vampiro —dijo alegremente—. Un momento, ¿es la señora Bethany?

—Es Balthazar.

Raquel sacudió la cabeza bruscamente. Me daba cuenta de que le costaba creerme, como si yo fuera capaz de bromear sobre algo así. Durante su año en el internado, Balthazar y Raquel habían pasado mucho tiempo juntos por mi causa. Los tres íbamos juntos a Riverton, estudiábamos en la biblioteca e incluso compartimos un almuerzo en los jardines de Medianoche. Siempre le había caído bien, al menos hasta que se enteró de que era un vampiro. No podía creer que un año de amistad pudiera desvanecerse así como así.

Remarcando cada palabra, dijo:

—Llegamos tarde. Será mejor que subamos.

Cuando entramos en la habitación donde Balthazar estaba retenido, los cazadores, con excepción de los que hacían guardia fuera, ya lo tenían rodeado y Kate se hallaba frente a él, a tan solo medio metro de distancia. Balthazar seguía con los brazos en alto, esposados a la barra, y tenía la piel de las muñecas levantada.

Al oír la puerta se volvió hacia mí. Raquel bajó la cabeza, avergonzada quizá. Yo hubiera hecho lo mismo, pero vi la necesidad en los ojos de Balthazar. Quería ver una cara amiga mientras pasaba por ese trance. Tendría que ser lo bastante fuerte para hacer eso por él.

—De modo que, según tú, se trataba solo de una venganza. —Kate se paseaba de un lado a otro, golpeando el cemento con las botas—. Nosotros atacamos vuestra casa y vosotros atacáis la nuestra, ¿es eso?

—Parece lo mismo —dijo Balthazar—, con la diferencia, claro está, de que vuestro ataque puso en peligro la vida de gente inocente y el nuestro no.

Kate le clavó una brutal patada en el costado.

«¡No!». Apoyé una mano contra la pared.

—No pienso tolerar sermones morales de un vampiro —gritó Kate—. Y menos aún un día después de haber matado a mi marido.

Balthazar tuvo la prudencia de guardar silencio.

En el fondo de la sala, cerca de donde Lucas se encontraba con la expresión sombría y los brazos cruzados, estaba Eliza. Pensé que se hallaba ahí únicamente como observadora cuando dijo:

—Buscabais algo, reconócelo.

—Ya lo he dicho. —Balthazar apoyó la cabeza en la pared—. Buscábamos venganza.

Eliza sacudió la cabeza.

—Mientes. Tantos vampiros trabajando juntos no es algo que suceda a menudo. La señora Bethany está planeando algo y tú vas a decirme qué es.

—Es posible que esté planeando algo —respondió Balthazar para mi sorpresa, hasta que me percaté de que estaba mirando directamente a Lucas; por lo visto, pensaba que esta información era importante, algo que debíamos saber—. Creo que ha viajado más en este último mes que en el último siglo. Vampiros que normalmente se tenían por solitarios han acudido a su lado por el incendio de Medianoche. Puede decirse que nos habéis brindado una razón para unirnos. Y puede que la señora Bethany la utilice.

—¿Para hacer qué? —preguntó Eliza.

Cansado, Balthazar cerró los ojos.

—Lo ignoro. Yo ya había decidido marcharme cuando la señora Bethany nos dijo que íbamos a venir aquí. No se confía a mí.

«¿Por qué había decidido Balthazar marcharse de Medianoche?», me pregunté. Habría esperado que fuera el primero en ayudar a reconstruir el internado.

Entonces pensé en Charity, su hermana menor, la psicópata que había conducido a la Cruz Negra hasta Medianoche. Balthazar la había convertido en vampira, algo que nunca podría perdonarse. Charity huyó después del incendio y probablemente Balthazar todavía estaba intentando dar con ella para recuperar la estrecha relación que habían perdido hacía tanto tiempo.

—Así que no lo sabes. —Eliza se acercó un poco más. Vi que llevaba una pistola en la mano, pero era solo una pistola de agua de plástico verde fosforescente. Era un juguete increíblemente ridículo, pero comprendí que probablemente estaba lleno de agua bendita, agua bendita auténtica, capaz de abrasar a un vampiro como si fuera ácido—. Entenderás que no te crea.

—No sé por qué, pero lo sospechaba —respondió Balthazar.

—No pareces asustado —dijo Eliza.

Se encogió de hombros todo lo que le permitían las esposas.

—Para nosotros la muerte es solo el principio. A veces pienso que esta segunda muerte no es más que otra puerta.

—Morir no es lo peor —dijo Kate alargando una mano hacia Eliza, que le lanzó la pistola de agua. Kate la atrapó al vuelo, apuntó hacia Balthazar y disparó.

La piel de Balthazar empezó a chisporrotear en cuanto entró en contacto con el agua bendita. Lanzó un alarido tan escalofriante que pensé que iba a desmayarme. Entonces olí a quemado y tuve que aferrarme a la pared para no desfallecer.

—Dios mío —farfulló Raquel. Se puso blanca y salió corriendo de la habitación. A través de las lágrimas vi que Dana la seguía.

Kate permanecía impasible junto al humo que manaba del cuerpo retorcido de Balthazar.

—¿Seguro que no sabes qué está tramando?

Con voz trémula, Balthazar consiguió pronunciar la palabra:

—N… no.

—Tal vez te crea —dijo Kate—. Pero me trae sin cuidado.

Le disparó otro chorro de agua bendita y Balthazar volvió a gritar. Sentí su grito como un baño de ácido. Resbalé hasta el suelo y me llevé las rodillas al pecho.

—Eh, Lucas, tu novia está fatal —dijo Milos—. Será mejor que te la lleves a que le dé el aire.

Traté de decir «no» con la cabeza. La idea de abandonar a Balthazar me horrorizaba aún más que verlo sufrir. Pero Lucas ya estaba junto a mí, levantándome.

—Vamos —murmuró—. Ya has visto suficiente.

—Pero…

—Bianca, por favor.

Balthazar gritó entonces:

—¡Largo de aquí! ¡Quiero que os larguéis! ¡Todos!

—Ni lo sueñes, chupasangre —dijo Kate, endureciendo aún más la voz.

Lucas me empujó bruscamente hacia la puerta. Una vez fuera, empecé a llorar con tanta violencia que la garganta y la barriga me dolían. Cuando me dejé caer al suelo, Lucas se arrodilló a mi lado y posó una mano en mi espalda.

—Pensaremos en algo —dijo no sin desesperación en la voz—. Tenemos que… tenemos que hacerlo.

Me apoyé en él, esforzándome por dejar de llorar. Podía ver a Raquel sentada frente al río, con la cabeza entre las manos y Dana a su lado. ¿Era posible que se estuviera dando cuenta de lo mucho que la Cruz Negra se extralimitaba en sus prácticas? ¿Podía hacérselo ver a Dana? Si Lucas y yo teníamos que hacer algo grande para salvar a Balthazar, algo drástico, sería de gran ayuda tenerlas de nuestro lado.

Después de unos minutos que me parecieron eternos, empezaron a salir los cazadores. Cuando Kate apareció, miró a Lucas y se encogió de hombros.

—Se ha desmayado. Seguiremos más tarde.

—Puede que ese tío no sepa nada —dijo Lucas—. La señora Bethany tenía predilectos y Balthazar no estaba entre ellos.

—¿Vosotros le conocéis? —Kate afiló la mirada y me di cuenta de que comprendía que el verdadero motivo de mis lágrimas era la compasión, no la repulsión. La compasión la irritaba todavía más.

—El año pasado intentó propasarse con Bianca —se apresuró a decir Lucas—. Ella le rechazó y el tipo le montó una escena. A Bianca le saca un poco de quicio.

Kate se encogió de hombros.

—En ese caso, Bianca, deberías alegrarte.

Entonces se me encendió una luz. «¡Ya lo tengo, ya lo tengo!».

Me clavé las uñas en las palmas de las manos para evitar sonreír.

—Es que estoy muy cansada.

—Y yo. —Kate dejó caer los hombros—. Y yo.

Cuando se hubo alejado me volví hacia Lucas.

—Sé cómo podemos salvar a Balthazar.

Al principio no podíamos hacer nada salvo esperar. Lucas y yo paseamos hasta un mercado cercano, donde compramos un par de zumos de naranja y unos bollos de miel. Eran de los baratos, envueltos en celofán y pegajosos como la cola, pero era lo primero que me llevaba a la boca en más de veinticuatro horas y los devoré.

—¿Necesitas algo más? —preguntó Lucas mientras caminábamos por la acera. Sabía que se refería a sangre.

—Si me das un minuto, iré a pillar algo.

—Yo podría…

—No —dije con firmeza—. Lucas, beber tu sangre tiene que ser el último recurso. Ya nos ha cambiado demasiado a los dos.

—También nos une. Eso no es malo.

Recordé que casi había logrado encontrar a Lucas en medio del combate gracias a la conexión creada por su sangre. Pero Lucas ignoraba eso; él se estaba refiriendo a otra cosa.

—Tienes celos de Balthazar —dije.

—¿Debería?

—No fue mi intención… Lucas, sabes que te quiero a ti y solo a ti. Pero sabes que también bebí la sangre de Balthazar y creo que eso te tiene asustado. Aquello fue muy distinto, tienes que comprenderlo.

—Más intenso, quieres decir.

Negué con la cabeza.

—Simplemente distinto. Créeme, nada, nada en el mundo me gusta tanto como estar contigo.

—Se ve a la legua que él te importa —dijo con voz queda.

—Más me importas tú.

Le rodeé el cuello y le besé. Su boca sabía dulce, a zumo. Al principio fue un beso tierno, pero no tardó en cobrar intensidad. Lucas me abrazó con fuerza por la cintura al tiempo que nuestros labios se separaban y sentía el roce enérgico de su lengua contra la mía. Me acordé de la noche previa, de cómo habíamos dormido con nuestros cuerpos unidos. La yuxtaposición de esa proximidad con nuestros besos de ahora creó una imagen tan potente que me temblaron las piernas.

Volvimos a besarnos, con más pasión aún, hasta que me aparté.

—Me estás abriendo el apetito.

—Ya te he dicho que no me importa.

—Y yo he dicho que no. Voy a pillar algo. No mires, ¿vale?

—Vergonzosa —dijo, pero se dio la vuelta.

En realidad, no tenía mucha sed de sangre, pero lo que nos disponíamos a hacer era arriesgado y necesitaba poder concentrarme. Necesitaba estar fuerte.

Después de beber la sangre de una paloma y enjuagarme concienzudamente la boca con otro zumo de naranja, regresamos a la estación portuaria. Temía que ya hubieran empezado de nuevo con Balthazar, pero debía de estar muy malherido porque tardó horas en recuperar el conocimiento. Fue una larga espera.

Me puse a hacer la tarea que me habían asignado, afilar estacas en un solar vacío de los alrededores, con Raquel sentada a mi lado.

Estuvimos un rato tallando en silencio, sudando bajo el fuerte sol, hasta que finalmente dijo:

—Ha sido fuerte.

—Sí.

—Sé que antes Balthazar te importaba. —Raquel realizaba cortes rápidos con el cuchillo. De la madera caían astillas—. Supongo que es difícil recordar las mentiras que te dijo cuando… cuando está ocurriendo algo así.

—Cuando te torturan. —Consideré preferible llamar a las cosas por su nombre.

Raquel dejó el cuchillo suspendido sobre la estaca unos segundos. Finalmente asintió.

—Sí, cuando te torturan.

Puede que, después de todo, Raquel estuviera pensando por sí misma en lugar de dejar que la Cruz Negra lo hiciera por ella. Me habría gustado averiguarlo, pero ahora no era el momento. Lucas y yo podíamos hacer esto solos, y era mejor para Raquel que no la involucráramos.

Finalmente, al caer la noche, Milos anunció:

—Está despertando.

Lucas y yo nos miramos. Aguardamos a que los demás se congregaran en la habitación porque teníamos que hacer una entrada especial.

—Soy una pésima actriz —murmuré—, pero no me costará hacerme la disgustada.

—Enfadado, enfadado, enfadado —se estaba diciendo Lucas—. Bien, en marcha. ¿Estás lista?

—Sí.

Corrimos juntos hacia la estación portuaria. Cuando entramos, Milos se volvió hacia nosotros y frunció el ceño.

—¿Piensa tu novia volver a largarse llorando?

—Bianca y yo tenemos un asunto que resolver —espetó Lucas.

Milos le miró atónito, pero se hizo a un lado.

Lucas se abrió paso entre la gente mientras yo le seguía algo rezagada. Mi papel en esa escena era secundario, solo debía mostrarme afligida y sollozar. Detestaba hacerme la desvalida, así que tendría que consolarme pensando que el plan había sido idea mía.

Entonces vi a Balthazar y nada pudo consolarme.

Tenía tiras de piel en carne viva por los chorros de agua bendita, los ojos hinchados y morados, la mandíbula abultada por los golpes. Los labios se le habían agrietado y le sangraban, como las muñecas. Su aspecto era estremecedor. Sus ojos enrojecidos se cruzaron con los míos, apagados e indiferentes, como si ya no esperara recibir ayuda.

—Aparta, mamá —dijo Lucas—. Ahora me toca a mí.

—Ni hablar. —La rabia parecía iluminarla por dentro como una vela en una calabaza—. Ésta cosa mató a Eduardo. Voy a conseguir que hable y luego le arrancaré el pellejo.

—No solo mató a Eduardo. —Lucas avanzó con arrogancia hacia Balthazar, que no reaccionó—. Como ya sabes, persiguió a Bianca. Lo que no sabes, lo que yo no he sabido hasta hoy, es hasta dónde fue capaz de llegar, lo cerca que estuvo de hacerle daño para obtener lo que quería.

Mis lágrimas no eran fingidas. Retrocedí temblorosa, como si la ensangrentada figura esposada a la barra me diera miedo. Los cazadores se separaron para dejarme pasar, respetuosos con lo que pensaban que yo había padecido a manos de ese vampiro.

Lucas agarró a Balthazar por el pelo. Me encogí por dentro, pero no había otra forma de representar esa parte.

—Intentaste tirarte a mi chica —gruñó.

Balthazar esbozó una sonrisita sesgada que parecía genuina.

—Bueno, pensé que necesitaba que alguien le enseñara cómo se hacía de verdad.

Lucas le cruzó la cara con el dorso de la mano. Algunos cazadores hicieron gestos de aprobación, murmurando «bien», «así se hace». Les odié tanto que quise gritar.

—Escúchame bien. —Lucas respiraba con fuerza. La mirada le ardía y parecía fuera de sí. Cuando daba rienda suelta a su genio a veces conseguía asustarme incluso a mí—. Sabes que te odio a muerte. Sabes que nunca me cansaré de hacerte daño. Así que más te vale que me cuentes lo que queremos saber y más te vale hacerlo ya si no quieres que sea yo quien se encargue de ti el tiempo que te queda de vida. Te garantizo que se te hará eterno. ¿Qué eliges?

En un tono tan bajo que nadie que no fuera vampiro hubiera podido oírme, susurré:

—Invéntate algo. Nosotros haremos el resto.

Balthazar titubeó desconcertado. Lucas le clavó un puntapié en la pierna.

«¡Vamos, piensa en algo! ¡Lo que sea! ¡Confía en nosotros!».

—¡Desembucha! —gritó Lucas—. ¿A por quién iba la señora Bethany?

—¡A por ti! —dijo Balthazar—. Iba a por ti.

—¿A por Lucas? —Kate dio un paso adelante alarmada—. ¿Por qué querría ir a por mi hijo?

—La señora Bethany le culpa a él —contestó. ¿Se daban cuenta los demás de que Balthazar estaba improvisando? No lo parecía—. Creo que piensa que Lucas ha estado hurgando en sus archivos. Teme que pueda saber demasiado. La señora Bethany no ha olvidado el hecho de que le metieras un espía en el internado. Está furiosa. Creo que el incendio de Medianoche fue la gota que colmó el vaso.

Kate alzó el mentón.

—Eso significa que está asustada. Desesperada. Y que arremete contra mi hijo porque no sabe qué otra cosa hacer.

—Sabe perfectamente qué hacer —replicó Balthazar—. Mientras Lucas Ross esté vivo, no dejará de perseguirlo. Y tampoco a la gente que lo acompaña. Deberíais plantearos si os merece la pena seguir al lado de él. Desde este momento, cualquier persona que esté con Lucas tiene tantas probabilidades de palmarla como él.

Kate miró fríamente a su hijo.

—¿Le crees?

—Le creo —contestó Lucas. Acto seguido, se sacó una estaca del cinturón y la hundió en el pecho de Balthazar.

Raquel ahogó un grito. Balthazar jadeó y un segundo después cayó hacia delante, inconsciente y paralizado.

—Quiero quemar esta basura personalmente —dijo Lucas—. Bianca puede acompañarme. Creo que el hecho de prenderle fuego la ayudará a superar lo que le hizo.

Eliza asintió. Kate me colocó las manos en los hombros mientras me enjugaba las lágrimas.

—Solo recuerda que ahora eres libre —dijo.

Los demás nos ayudaron a trasladar el cuerpo inerte de Balthazar a la furgoneta. No daba crédito a lo muerto que parecía, con la estaca sobresaliéndole del pecho. Milos informó a Lucas de algunos lugares adecuados para incinerar cadáveres de vampiros, por lo que deduje que lo había hecho otra veces. Me recorrió un escalofrío.

Cerré las puertas de la furgoneta. Lucas encendió el motor y salió a la carretera. Al cabo de unas manzanas, me trasladé a la parte de atrás, donde yacía Balthazar, y pregunté:

—¿Ahora?

Lucas asintió sin apartar los ojos de la carretera.

—Ahora.

Agarré la estaca con ambas manos y tiré de ella con fuerza.

En cuanto la madera estuvo fuera, Balthazar tembló y empezó a retorcerse de dolor. Sus manos ensangrentadas buscaron la profunda herida en el pecho.

—¿Qué dem…?

—Chisssssst. —Le acaricié la frente—. Estás bien. Teníamos que fingir que íbamos a matarte. Era la única forma de sacarte de allí.

—¿Bianca?

—Sí, soy yo. ¿Recuerdas qué ha pasado?

—Creo que sí. —Balthazar hizo una mueca de dolor, pero se obligó a abrir los ojos—. Tú y Lucas…

—Te hemos rescatado —le informó Lucas—. Oye, no tenemos mucho tiempo. ¿Hay algún lugar donde podamos dejarte? ¿Un lugar donde puedas estar a salvo mientras te curas?

Balthazar tuvo que pensar unos segundos antes de asentir.

—Una tienda de Chinatown. Conozco al dueño. Él me esconderá.

—Bien, te llevaremos allí —dijo Lucas.

—Gracias. —Balthazar buscó mi mano. Pese a su fuerza, la presión que ejerció en mis dedos fue más débil que la de un niño—. La Cruz Negra… no…

—No sabe lo mío —dije—. Lucas está cuidando de mí. No corro peligro.

Balthazar asintió. Tenía el rostro deformado e hinchado, y lamenté no tener siquiera unas vendas. Hasta un vampiro necesitaría semanas para recuperarse de heridas tan graves. Me esforcé por sonreír mientras le limpiaba la sangre de la comisura de los labios.

Finalmente llegamos a Chinatown. La calle por la que Balthazar nos indicó que dobláramos era estrecha e increíblemente concurrida. Casi todos los letreros estaban en chino. Tuve la plena sensación de haber entrado en otro país.

Lucas aparcó en doble fila y miró por encima del hombro.

—¿Estás seguro de que puedes llegar solo a tu destino?

—Tal vez sea mejor que Bianca me acompañe.

—Buena idea —dije. Existía un alto riesgo de que Balthazar se desmayara en plena calle y fuera trasladado al hospital, donde enseguida le darían por muerto—. Vuelvo enseguida.

—Daré una vuelta a la manzana. —Lucas echó un vistazo a nuestro pasajero—. Buena suerte, Balthazar.

—Gracias. Lo digo en serio.

Bajé primero y acepté el pesado brazo de Balthazar sobre mis hombros. Casi no podía mantenerse en pie. Cuando hube cerrado las puertas de la furgoneta, Lucas se alejó. Algunas personas se detuvieron para mirar a Balthazar, destrozado como estaba, pero nadie dijo nada. Estábamos en Nueva York.

En cuanto echamos a andar, Balthazar dijo:

—Ven conmigo.

—Eso hago. Encontraremos la tienda, ya lo verás. No puede andar muy lejos…

—No. Me refiero a que no vuelvas con Lucas. Puedo esconderte aquí.

Le miré estupefacta.

—Balthazar, ya hemos hablado de eso. Ya conoces mis sentimientos.

—No estoy hablando de amor. —Cojeaba, y gotas de sangre le caían por las muñecas y las manos hasta la acera—. Ahora ya sabes de qué va la Cruz Negra, de lo que son capaces. Bianca, si descubren la verdad, si te hacen a ti una décima parte de lo que me han hecho a mí…

—Eso no pasará —dije—. Lucas y yo nos marcharemos pronto. Te lo prometo.

Balthazar no parecía muy convencido, pero asintió con la cabeza.

Cuando llegamos a la tienda, una mujer mayor que estaba detrás de un mostrador empezó a gritar algo en chino. Al principio me pregunté si estaba sugiriendo que alguien llamara a la policía. En ese momento un hombre mayor, prácticamente calvo, asomó por la parte trasera de la tienda. En cuanto vio a Balthazar corrió junto a él. Aunque no entendía una palabra de lo que decía, ni la respuesta de Balthazar, también en chino, me daba cuenta de que estaba expresando preocupación.

—Sois amigos —dije.

—Desde 1964. —Balthazar me acarició la mejilla—. Ten cuidado, por favor.

—Lo tendré. Si no volvemos a vernos…

—No te preocupes. Lo sé.

Se inclinó hacia delante, como si fuera a besarme, pero hizo una mueca de dolor. Sus labios estaban demasiado agrietados. Le cogí la mano menos dañada y le di un beso en la palma. Luego regresé corriendo al bullicio de Chinatown, hacia Lucas y el peligro que nos aguardaba cuando volviéramos a la Cruz Negra.