Balthazar, mi pareja en el Baile de Otoño, el chico que me había llevado en coche a ver a Lucas incontables veces, mi amigo y casi mi amante, yacía inconsciente, prisionero de la Cruz Negra. Tenía los pies y las muñecas encadenados. Herido y exhausto como estaba, ni siquiera su fuerza vampírica le permitiría escapar. Dudaba mucho de que la Cruz Negra fuera a darle la oportunidad de recuperarse. Balthazar estaba a su merced.
Durante los últimos meses me había imaginado alguna vez en el papel de prisionera, pero solo ahora me daba plena cuenta de lo terrible que podía ser.
—¿Adónde…? —Se me quebró la voz—. ¿Adónde os lo lleváis?
—Milos dice que hay lugares en la ciudad que podemos utilizar como refugio. Lo trasladaremos a uno de ellos. —El corte con forma de media luna que Dana tenía en la frente indicaba que había estado luchando a vida o muerte—. El grupo tendrá que dividirse durante un tiempo. No disponemos de un lugar donde quepamos todos. Los chupasangres no han matado a tantos de los nuestros, pero se han asegurado de que nos viéramos obligados a desperdigarnos durante una temporada.
—Te acompaño —le dije.
No sabía qué otra cosa hacer. Habría dado lo que fuera por poder consultarlo con Lucas, pero estaba con Kate y no quería interrumpirles. Si conseguía al menos que nos enviaran al mismo lugar que Balthazar, más tarde tendríamos la posibilidad de actuar.
Dana asintió.
—Como quieras. En realidad preferiría alguien más fuerte para transportar al vampiro. No te ofendas, Bianca, pero todavía eres un poco nueva en esto.
—No te lo discuto.
—Pero esta cara bonita dormirá todavía un buen rato.
¿Cómo podía darse cuenta de lo bello que era Balthazar y no darse cuenta de que era una persona y no un monstruo?
Probablemente, Dana intuyó cómo me sentía, porque murmuró:
—Siempre he detestado esta parte.
Cuando subí al asiento del copiloto —vinilo viejo y agrietado remendado con cinta plateada— me sentí terriblemente sucia. No por la gruesa capa de sudor y polvo que cubría mi piel, sino porque estaba ayudando a trasladar a uno de mis mejores amigos a lo que podría ser su muerte.
El nuevo escondite estaba junto al río, al otro lado de Manhattan. No lejos de allí había un muelle de carga donde barcazas y remolcadores se detenían para descargar lo que parecían interminables cajones azules y verdes. Siempre había pensado que las riberas eran lugares tranquilos, pero aquí solo había cables y hormigón. El ruido de sirenas y manivelas ahogaban los murmullos del agua.
Con Dana callada a mi lado, observé cómo Milos y otros dos cazadores trasladaban a un Balthazar inconsciente a lo que semejaba una estación portuaria abandonada. Por un momento sentí un deseo imperioso de marcharme muy lejos de allí y confiar en que Lucas me encontrara. Pero esa era mi parte cobarde tratando de hacerse con el control. Llevaba demasiado tiempo permitiendo que el miedo me controlara. Llevaba demasiado tiempo esperando pasivamente a que las cosas cambiaran. Por el bien de Balthazar, y por el mío, había llegado la hora de ser fuerte.
De modo que entré en el edificio para ver a qué nos enfrentábamos. Dana se quedó fuera, martilleando con las manos el capó de la furgoneta y mirando obstinadamente el agua.
El edificio —una estación portuaria— parecía constar de una habitación más bien pequeña, con una zona elevada cerca del agua y otra más hundida detrás que sin duda había sido utilizada como área de almacenaje. Las paredes y los suelos eran de cemento, y estos últimos estaban tan viejos y desgastados que habían adquirido un tono marrón mate.
Mientras Balthazar yacía en el suelo, Milos le quitó las cadenas de las muñecas y los brazos le cayeron a los lados. Por un momento me sentí esperanzada. Si tenían intención de matarle, ¿no lo habrían hecho ya?
«Podrían haber matado a Balthazar durante el combate y yo no me habría enterado».
Ésa posibilidad me llenó de espanto, pero enseguida fue reemplazado por el pánico. Milos no estaba poniendo más cómodo a Balthazar; estaba colocándole el extremo de unas esposas en una muñeca. Horrorizada, le vi cerrar el otro extremo a la barra metálica que rodeaba la habitación. Luego hizo lo mismo con la otra muñeca, de manera que Balthazar quedó sujeto con las manos por encima de la cabeza. Tenía la cabeza desplomada hacia delante, pero su cuerpo había empezado a moverse.
—Se está despertando —dijo uno de los cazadores.
Milos caminó hasta un cubo colocado debajo de lo que semejaba una gotera. Dentro había agua.
—¿Qué tal si le ayudamos con esto? —Y arrojó el agua con fuerza sobre Balthazar.
El líquido lo golpeó a él y el cemento con un estrépito que me sobresaltó. Aturdido y jadeante, Balthazar levantó bruscamente la cabeza. Al ver a los cazadores empezó a recular, hasta que se dio cuenta de que estaba atado. Atrapado. Su cara pasó de la sorpresa a la rabia.
—No te gusta cuando se giran las tornas, ¿eh? —se burló Milos.
Arrastrando las palabras, Balthazar replicó:
—Vete al infierno.
—Creo que ese es precisamente tu lugar —dijo Milos—, no el mío.
Balthazar seguía atontado a causa de las heridas. Los vampiros cicatrizaban más deprisa que los humanos, pero tardaban un tiempo en recuperarse de las heridas graves. Se esforzaba por mantener la cabeza alta, y aunque tenía la mirada desenfocada se notaba que estaba intentando hacerse una idea de dónde estaba, de las posibilidades que tenía de escapar.
Sus ojos buscaron la puerta y fue entonces cuando me vio.
La fuerza de su mirada me golpeó con violencia. Sujetándome al marco para no caer, confié desesperadamente en que pudiera comprender la situación. «No les estoy ayudando, intentaré sacarte de aquí, tienes que aguantar, Balthazar, por favor».
Balthazar se volvió hacia Milos y los demás cazadores que lo rodeaban. Luego hundió la cabeza, como si no quisiera cruzar su mirada con la mía.
Por un momento pensé que estaba enfadado, hasta que comprendí que en realidad estaba intentando ocultar el hecho de que nos conocíamos. Si los cazadores de la Cruz Negra se percataran de que yo era como él, una vampira, me encadenarían también. Mientras que yo no había sido capaz de proteger a Balthazar, él estaba haciendo lo único que estaba en su mano para protegerme a mí.
—Sigue un poco atontado —dijo uno de los cazadores—. Propongo que lo dejemos un rato en paz para que reflexione sobre su situación y regresemos más tarde para tener una charla con él.
—Me parece bien —convino Milos—. Yo me quedaré haciendo guardia.
¿Debía quedarme yo también? ¿Para asegurarme de que nadie perdiera los nervios y cometiera alguna estupidez? Decidí que no, porque no tenía la menor idea de cómo impedir que los vigilantes hicieran daño a Balthazar.
Lo que tenía que hacer era buscar a la única persona que podría saber cómo sacarnos a todos de esa situación antes de que fuera demasiado tarde: Lucas.
Durante la siguiente hora, mientras ayudaba en silencio a Dana y los demás a improvisar camastros para que la gente pudiera recostarse más tarde, averigüé dos cosas importantes.
La primera, que veinte de los cazadores de la Cruz Negra se alojarían aquí, en unos viejos trasteros que había en el sótano de la estación portuaria. Realmente había un montón de espacio aquí abajo, pero se empleaba en su mayor parte para almacenar armas. Estaba segura de que si no me movía de aquí, Lucas me encontraría. Dado que los demás cazadores estarían repartidos por otras guaridas de la ciudad, supuse que eso aumentaba nuestras posibilidades de ayudar a Balthazar. Mejor dos contra veinte que dos contra cien.
La segunda, que teníamos que actuar deprisa. Porque me había enterado de lo que le esperaba a Balthazar, y era peor de lo que jamás habría imaginado.
—¿Lo habéis instalado en un lugar donde le dé el sol cuando amanezca? —preguntó Eliza, a propósito de Balthazar. Había llegado unos minutos más tarde y estaba inspeccionando las habitaciones mientras yo desplegaba discretamente unas ásperas mantas en la otra punta de la habitación—. Eso se lo pondrá aún más difícil.
—No si en los últimos días ha bebido sangre —dijo alguien—. ¿Y cuánto tiempo creéis que un tipo robusto como él puede pasar sin sangre? Yo diría que uno o dos días como mucho. Además, con la forma en que está atado ya lo tiene bastante chungo, y podríamos ponérselo mucho peor.
En una esquina de la habitación Dana dejó de hacer lo que estaba haciendo, como si fuera a protestar, pero se lo repensó.
Eliza se encogió de hombros.
—Hay que hacerle hablar. Tenemos que averiguar por qué eligieron atacarnos ahora.
Yo ya lo sabía, pero si confesaba acabaría esposada junto a Balthazar.
Finalmente, a las tres de la madrugada llegaron arrastrándose los últimos cazadores destinados a nuestro grupo. Raquel fue la primera en cruzar la puerta y enseguida saltó sobre los brazos de Dana, como si llevaran juntas años en lugar de dos semanas. Su sonrisa era tan radiante que me habría alegrado por ella si hubiera podido olvidarme del peligro que corría Balthazar.
Lucas y Kate entraron los últimos. La luz parpadeante de la única bombilla que iluminaba la habitación proyectaba extrañas sombras en sus caras. Kate parecía haber envejecido diez años en el último día. Tenía la melena rubia, que por lo general llevaba peinada hacia atrás, desgreñada, y la expresión perdida. Lucas la condujo suavemente del brazo hasta un camastro. Llevaba los vaqueros y la camiseta manchados de una sangre que sabía que no era suya.
Cuando me vio me abrazó aliviado. Le susurré al oído:
—Vamos fuera. Ahora.
Pese a su patente agotamiento, asintió. Cuando cruzamos la puerta hacia las escaleras esperaba que alguien nos preguntara qué hacíamos, pero todos estaban demasiado cansados para interesarse por nosotros. Raquel ya se había tumbado en su camastro y probablemente la totalidad del grupo estaría durmiendo en menos de diez minutos.
—Bien —dijo Lucas una vez fuera, la voz ronca por la fatiga. Las luces del otro lado del río eran básicamente la única iluminación—. ¿Qué ocurre?
—Han capturado a Balthazar.
Lucas despertó al instante.
—¡¿Qué?!
—Lo tienen esposado allí. —Señalé la habitación principal—. Lucas, creo que van a hacerle daño.
Esperaba que contestara que no dijera tonterías, pero no lo hizo.
—A veces lo hacen —dijo en un tono grave—. La mayoría de nosotros lo detestamos y nos negamos a intervenir. Eduardo pensaba de otra manera.
Tenía la mirada perdida, y me pregunté qué opinión le merecía ahora Eduardo. Había sido su peor enemigo y lo más parecido a un padre que había conocido desde la infancia, y ahora estaba muerto.
Tragando saliva, dije:
—Lucas, ¿tú no…? ¿Tú jamás harías…?
—Nunca lo he hecho. —Pero no parecía satisfecho con la respuesta—. Si me hubieras preguntado hace dos años si me parecía bien darle una paliza a un vampiro para sacarle información, te habría dicho que sí sin pensármelo dos veces. Si nunca me he visto envuelto ha sido únicamente porque era demasiado joven.
—¿Y ahora?
—Ahora ya no pienso así, tú me has enseñado a verlo de otra manera. —Posó su mano en mi mejilla y, pese a todo, sonreí.
—Tenemos que sacarlo de ahí. ¿Crees que podrías hablar con Eliza, explicarle que le conociste en Medianoche? Podríamos decirles que Balthazar no mata a personas. Incluso yo podría hablar con ella, y apuesto a que Raquel le defendería.
Lucas negó con la cabeza.
—Ni lo sueñes. Eliza jamás soltaría a un vampiro.
—Entonces, ¿cómo vamos a evitar que le hagan daño?
Guardó silencio un instante. Cuando habló, su voz sonaba tan queda que apenas podía oírla.
—Bianca, la única manera de evitarlo sería matándole.
—¿Qué?
—Te aseguro que no es algo que desee hacer —continuó Lucas, remarcando cada palabra—, pero si yo tuviera que elegir entre una muerte rápida y una muerte lenta después de ser apaleado por esos tíos durante una semana, elegiría la muerte rápida.
—Tiene que haber otra salida —insistí.
Había en juego más aún de lo que me había temido.
—Trataré de pensar en algo. —Pero su tono no era esperanzador y mi inquietud se transformó en rabia.
—¿Tan poco te importa lo que pueda pasarle a Balthazar? ¿O acaso quieres que desaparezca porque le importo y él y yo casi…?
Me interrumpí demasiado tarde. Por la mirada furiosa de Lucas, supe que comprendía a qué me estaba refiriendo: una noche, durante la primavera, después de que Lucas y yo rompiéramos, la atracción entre Balthazar y yo se transformó en pasión. Habíamos bebido de nuestras respectivas sangres y probablemente nos habríamos acostado si no nos hubieran interrumpido. Cuando Lucas y yo volvimos, se lo confesé todo, y hasta la fecha no había sido un problema. Lucas sabía que era a él a quien realmente amaba.
Por tanto, no debería haberle acusado de estar dispuesto a ver morir a Balthazar simplemente por celos. Sabía que no era cierto, y solo había conseguido herir a Lucas al recordarle lo unidos que Balthazar y yo habíamos estado.
—Un golpe bajo —se limitó a decir Lucas.
—Lo sé, y lo siento. —Tímidamente, le retiré un mechón de la cara.
No me rechazó, pero tampoco respondió a mi caricia.
—Esto no nos ayudará a sacarlo de aquí, pero… ven conmigo.
Entramos en la estación, donde Milos y otro cazador hacían guardia. Balthazar, que seguía sentado en el suelo y esposado, no levantó la vista. Cuando los vigilantes se volvieron hacia nosotros, Lucas dijo:
—¿Por qué no descansáis un rato, tíos? Ya nos quedamos nosotros a vigilar.
Milos se encogió de hombros.
—¿Por qué iba a querer descansar?
—Porque ese chupasangres intentó ligarse a mi chica. —Lucas me apretó posesivamente contra él. Balthazar se puso tenso de manera casi imperceptible—. Y me gustaría… tener unas palabras con él. En privado.
El otro vigilante soltó una carcajada malévola y Milos se levantó lentamente al tiempo que asentía con la cabeza. No me gustaba su sonrisa.
—Todo tuyo. Estaremos fuera tomando el aire.
—Gracias, tío. —Lucas miró malvadamente a Balthazar hasta que la puerta se hubo cerrado. Entonces dijo—: Bianca, quédate junto a la puerta. Si regresan o se acerca alguien…
—Entiendo.
Balthazar levantó finalmente la cabeza. Parecía algo peor que malherido; parecía triste.
—¿Has venido a regodearte?
—No, idiota —espetó Lucas—. Estoy tratando de encontrar la forma de sacarte de aquí. Y tendrás que ayudarme, a menos que prefieras seguir deprimiéndote hasta que te llegue tu dolorosa e inevitable muerte. Tú decides.
—Un momento —dijo Balthazar con un atisbo de esperanza en la voz—. ¿Has venido a ayudarme?
Me acerqué a la puerta, aunque no quería alejarme tanto de Balthazar.
—¿Estás herido? ¿Te han hecho daño?
—Bianca, ¿qué haces con esta gente? Corres demasiado peligro. —Qué típico de Balthazar, ignorar el grave problema en que estaba metido y preocuparse por los demás—. No pueden saber quién y qué eres.
—No lo saben —dije en un susurro para evitar que los que dormían abajo se despertaran y les oyeran. Por suerte, estaban tan cansados que probablemente no los despertaría ni una bomba—. Por el momento estamos atrapados aquí, hasta que consigamos dinero para marcharnos por nuestra cuenta.
Balthazar se volvió hacia Lucas, que estaba comprobando la solidez de la barra de metal a la que estaba esposado. Por desgracia, parecía bastante sólida.
—Tienes que sacarla de aquí inmediatamente. No te preocupes por el dinero. Simplemente marchaos.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —replicó Lucas—, sobre todo si tienes que cuidar de otro.
—¿Puedes quitarle las esposas? —pregunté—. Dijeron que tardarían un rato en volver. Balthazar tendrá tiempo de sobra para escapar. Podemos decir que su fuerza nos ha podido.
Lucas negó con la cabeza.
—Hay vigilantes por todas partes. El único lugar que no está vigilado es el río, y teniendo en cuenta el problema con el agua, dudo mucho que Balthazar pueda huir de aquí nadando.
Con una mueca de dolor, Balthazar dijo:
—Decididamente, no.
—Ya se me ocurrirá algo. —Parecía que Lucas estuviera intentando convencerse de ello—. ¿Por qué te sumaste a esta pequeña cacería? Ignoraba que fueras el chico de los recados de la señora Bethany.
—Y no lo soy —gruñó Balthazar—. Pero dijo que Bianca estaba aquí y pensé… pensé que podría estar en apuros. La clase de apuro en el que me encuentro yo ahora.
Había corrido un riesgo inimaginable porque temía por mí. Yo tenía la culpa de todo esto. Conmovida por su lealtad, pero enfadada conmigo misma, apoyé la cabeza en la jamba de la puerta y cerré los ojos.
Entonces oí a Balthazar decir:
—¿Por qué quieres ayudarme, Lucas? La última vez que hablamos todavía creías en la guerra contra los vampiros.
—De eso hace mucho —respondió Lucas—. Además, tú ayudarías a Bianca sin vacilar. Eso significa que yo te ayudo sin vacilar.
Levanté la cabeza y vi que Lucas y Balthazar se estaban mirando fijamente. Por primera vez vi verdadero respeto en los ojos de Balthazar.
—De acuerdo.
—Eso no cambia el hecho de que no tengo ni idea de qué hacer por ti. —Lucas propinó una patada a la barra y blasfemó—. Balthazar, voy a intentarlo, pero no puedo prometerte nada.
—Lo entiendo —dijo. Ahora me estaba hablando a mí más que a Lucas—. No quiero que corráis peligro por mi culpa. No merece la pena.
—Sí la merece —susurré. Lucas se volvió bruscamente hacia mí, pero no dijo nada—. No vamos a dejarte aquí. Me da igual lo que tenga que hacer.
—Seguro que se nos ocurre algo —me interrumpió Lucas—. Pero puede que tardemos un par de días, y es posible que durante ese tiempo lo pases mal.
Con mi oído vampírico detecté que Milos y el otro vigilante se acercaban.
—Ya vuelven.
—Hagan lo que hagan conmigo —se apresuró a decir Balthazar—, te aseguro que he pasado por cosas peores.
—No estés tan seguro —repuso Lucas—, pero intenta aguantar.
La puerta se abrió de golpe y Milos y su compañero entraron.
—¿Te has divertido?
—Hemos tenido unas palabras —dijo Lucas. Bajó la vista y le clavó una mirada a Balthazar que yo podía ver pero los vigilantes no, una mirada de aviso. Inmediatamente después echó el brazo hacia atrás, como si se dispusiera a propinarle un puñetazo, y Balthazar tensó el rostro. Su actuación casi me convenció. Lucas relajó la mano sonriendo malvadamente—. Dadle un tiempo para que reflexione, ¿vale?
—Claro —dijo Milos con una sonrisa malvada—. Llévate a Bianca a la cama.
Los dos rieron, contentos de sumarse a la mofa. Balthazar cerró los ojos.
Lucas me cogió de la mano y me sacó de allí antes de que rompiera a llorar. Le dejé hacer, a pesar de que no quería irme. No estaba segura de si algún día volvería a ver a Balthazar.