En menos de veinte minutos estábamos todos subidos a la destartalada flota de camiones, furgonetas y coches de la Cruz Negra. Lucas y yo nos habíamos asegurado de entrar en la furgoneta que conducía Dana, y Raquel ocupaba el asiento del copiloto. Con el resto del vehículo cargado de material hasta los topes, íbamos a hacer el viaje los cuatro solos.
—¿Adónde vamos? —grité a Dana por encima de los alaridos de la radio.
Dana arrancó para unirse a la caravana.
—¿Has estado alguna vez en Nueva York?
—Es una broma, ¿verdad? —No lo era. Lucas me miró desconcertado, como si no pudiera entender por qué me parecía tan raro. Traté de explicarme—. Viajáis con todas esas armas y vais por ahí atacando a vampiros. En una gran ciudad como Nueva York, ¿no… no llamaréis la atención?
—No —dijo Dana—. Nunca ha estado en Nueva York.
Raquel rió mientras golpeaba el salpicadero al ritmo de la canción.
—Te va a encantar, Bianca —me aseguró—. Mi hermana Friday solía llevarme a Manhattan una vez al año. Hay unas galerías alucinantes, unas muestras de arte tan raro que cuesta creer que se le haya ocurrido a alguien.
—No vamos a tener mucho tiempo para visitar museos —dijo Dana. Los dedos de Raquel flaquearon solo por un instante; en cuanto volvió a sonar el estribillo, se puso a aporrear el salpicadero con renovado entusiasmo.
—De todos modos, me sigue pareciendo extraño —dije a Lucas—. ¿Cómo vamos a encontrar un lugar para todos nosotros?
—Tenemos amigos en Nueva York —contestó—. Allí vive uno de los comandos de la Cruz Negra más grandes del mundo, y tienen una red de apoyo bastante amplia.
—En otras palabras —gritó Dana por encima de la música—, esos tipos están forrados.
—¿Dónde viven? ¿En áticos de lujo? —bromeé.
—Qué va —dijo Lucas—, pero deberías ver su arsenal. Juraría que hay ejércitos que no tienen el potencial que tiene el comando de Nueva York.
—¿Y por qué el comando de Nueva York es tan grande? —pregunté. Pese a la gravedad de nuestra situación, sentía que mi estado de ánimo iba mejorando a cada kilómetro que dejábamos atrás. Era un gusto estar en movimiento—. ¿Por qué no son como el resto de vosotros?
—Porque Nueva York es una ciudad con un serio problema vampírico. —Lucas torció el gesto—. Los vampiros llegaron allí casi al mismo tiempo que los holandeses en mil seiscientos y algo. Están afianzados en esa región y gozan de mucho poder e influencia. Éste comando de la Cruz Negra necesita todos los recursos que pueda conseguir para hacerles frente. En realidad, ese fue nuestro primer comando en el Nuevo Mundo. Por lo menos, eso cuentan. Nosotros no aparecemos en los libros de historia.
Me vinieron a la cabeza los vampiros de la vieja Nueva Amsterdam, y en Balthazar y Charity, que ya vivían en aquellos tiempos. Cuando Balthazar me contó que había crecido en la América colonial, pensé que sonaba increíblemente antiguo y misterioso. Me resultaba extraño creer que la Cruz Negra también se remontaba a aquella época.
Raquel debía de estar pensando lo mismo, porque preguntó:
—¿Fue entonces cuando se fundó la Cruz Negra? ¿En torno al año mil seiscientos?
Dana rió.
—Prueba a ir mil años más atrás.
—Venga ya —dije—. ¿En serio?
—Comenzó en el Imperio bizantino —explicó Lucas. Hice un esfuerzo por recordar quiénes eran los bizantinos. Me dije que quizá fueran los que venían después del Imperio romano, pero no estaba segura. Imaginé la indignación de mi madre de haber sabido lo pez que estaba en el tema; cualquiera diría que era hija de una profesora de historia—. Al principio la Cruz Negra fue la guardiana de Constantinopla, pero no tardó en extenderse por toda Europa y luego Asia. Fue a las Américas y Australia con los exploradores. Por lo visto, los reyes y reinas insistían en que con cada expedición debía viajar por lo menos un cazador.
Ése último detalle me sorprendió.
—¿Reyes y reinas? ¿Me estás diciendo que el gobierno sabe de vuestra existencia? —Traté de imaginarme a Lucas como una especie de agente secreto paranormal. No tuve que esforzarme demasiado.
—Actualmente, ya no tanto. —Lucas apoyó la frente en la ventanilla. La carretera pasaba tan deprisa que la cuneta era una línea borrosa—. Vosotros… esto, vosotras sabéis que los vampiros pasaron a vivir prácticamente en la clandestinidad poco después de la Edad Media.
Miré a Lucas con esos ojos abiertos como platos que querían decir: «Cierra el pico, ¿quieres?». Puso cara de disculpa. Era obvio que había estado a punto de soltar: «Vosotros pasasteis a vivir en la clandestinidad»; en otras palabras, había estado en un tris de referirse a mí como una vampira delante de Dana y Raquel. Solo había sido un lapsus, pero no habría hecho falta más.
Por suerte, ni Dana ni Raquel lo habían pillado. Raquel dijo:
—De ese modo, los vampiros consiguieron que la gente dejara de creer en ellos. Eso significaba que podían actuar con más libertad y la Cruz Negra dejaba de ser tan poderosa, ¿no es así?
—Muy bien, listilla. —Dana miró la carretera con expresión de enojo—. Diantre, parece que Kate tiene el pie pegado al acelerador. ¿Quiere que nos multen a todos por exceso de velocidad? ¡No podemos deshacer la formación!
Lucas fingió no haber oído esa queja sobre su madre.
—El caso es que ya no recibimos grandes subvenciones de la corona. Hay otras personas que tienen dinero que saben lo que hacemos y son las que nos mantienen a flote. Ésa es más o menos la historia.
Me imaginé a Lucas como un hombre de la Edad Media, flamante en su armadura, trabajador y corajoso yendo a festines en las cortes más importantes. Entonces caí en lo mucho que habría detestado eso, tener que vestir elegantemente y mostrarse amable en fiestas selectas.
«No —me dije—, su lugar está aquí, ahora, conmigo».
—Eh —dijo Dana—, mirad a las once en punto.
Entonces vi que estaba dirigiendo nuestra atención a la silueta de la Academia Medianoche que se dibujaba en el horizonte.
No estábamos cerca. Medianoche se encontraba lejos de cualquier carretera, y Kate y Eduardo no eran tan insensatos como para arrastrarnos de nuevo a los dominios de la señora Bethany.
Pero Medianoche tenía un perfil inconfundible, siendo como era un enorme edificio gótico con torres que se elevaba sobre las colinas de Massachusetts. Incluso a esa distancia, y aunque no era más que un contorno escarpado, lo reconocimos. Nos encontrábamos demasiado lejos para poder ver los daños causados por el incendio. Parecía como si la Cruz Negra no hubiera conseguido tocar el internado.
—Sigue en pie —dijo Dana—. Mierda.
—Tarde o temprano nos lo cargaremos. —Raquel apretó la mano contra la ventanilla, como si quisiera atravesar el cristal y derribar ella misma el edificio.
Pensé en mis padres, y se me ocurrió que quizá estuvieran cerca. Puede que eso fuera todo lo cerca que volvería a estar de ellos en toda mi vida.
Durante mis últimos días en Medianoche había llegado a estar terriblemente enfadada con mis padres. Nunca me contaron que los espectros habían intervenido en mi nacimiento y que algún día podrían venir a buscarme por esa misma razón. Me habían perseguido un año fantasmas que creían que yo les pertenecía, y seguía sin saber qué podía significar eso. Pero mis padres también se negaron a decirme si tenía otra opción que no fuera convertirme en una vampira completa. Después de haber conocido a vampiros que eran verdaderos asesinos dementes, estaba decidida a averiguar si tenía alguna posibilidad de llevar una vida normal como ser humano.
«Sigo sin saber la verdad. ¿Qué va a ser de mí?». Carecer de respuestas me aterraba tanto que procuraba no pensar en ello, pero ahora la incertidumbre me invadía prácticamente a cada instante.
No obstante, cuando contemplé el internado mi miedo y mi rabia se desvanecieron. Recordé únicamente lo cariñosos que eran mis padres y lo unidos que habíamos estado hasta no hacía mucho. Me habían sucedido muchas cosas en los dos últimos días, y ninguna me parecía enteramente real si no podía contársela a ellos. Sentí un deseo intenso, casi irrefrenable, de saltar de la furgoneta y echar a correr hacia Medianoche mientras los llamaba a gritos.
Pero sabía que ya nada podría ser como antes. Habían cambiado tantas cosas… Me había visto obligada a elegir y me había decantado por la humanidad, la vida… y Lucas.
Tomó un mechón de mi pelo entre sus dedos para comprobar discretamente si necesitaba consuelo. Apoyé la cabeza en su hombro y durante un rato viajamos sumidos en el silencio, con la música como único sonido. Cada indicador kilométrico me recordaba lo mucho que nos estábamos alejando de mi último hogar y de la persona que había sido.
De vez en cuando parábamos para poner gasolina e ir al lavabo, pero hicimos un descanso más largo para comer.
Dana y Raquel se sumaron a la multitud que abarrotaba un restaurante mexicano de comida rápida, mientras que Lucas y yo optamos por la cafetería que había al final de la calle. Queríamos, obviamente, tener unos minutos a solas, pero más aún que estar con Lucas necesitaba comer y, más concretamente, beber.
Lo primero que dijo Lucas cuando nos alejamos por la cuneta, al fin solos, fue:
—¿Cómo va esa hambre?
—Estoy tan hambrienta que puedo oír los latidos de tu corazón. —Y hasta me parecía notar el gusto de su sangre en mi lengua. Probablemente, mejor no mencionar eso. La luz del sol me deslumbraba, sobre todo ahora que llevaba varios días sin beber sangre. Nunca había estado tanto tiempo seguido sin beber.
—Crees que en la cafetería… Puede que la carne cruda contenga algo de sangre. Podríamos escondernos allí detrás…
—No sería suficiente. Y, en cualquier caso, ya sé lo que tengo que hacer.
Me quedé muy quieta, contemplando la hierba zarandeada por el paso constante de los coches. Un petirrojo picoteaba la tierra buscando gusanos entre chapas y colillas.
—¿Bianca?
Solo podía ver el petirrojo y solo podía pensar en su sangre. «La sangre de pájaro es poco espesa, pero caliente».
—No mires —susurré.
Empezó a dolerme la mandíbula. Los colmillos se abrieron paso dentro de mi boca, arañándome los labios y la lengua con sus puntas afiladas.
Aunque estábamos bajo un sol radiante, todo a mi alrededor se tiñó de negro, como si el petirrojo se hallara bajo un foco de luz, moviéndose a cámara lenta.
Rauda como una vampira, me abalancé sobre mi presa. El pájaro se agitó un breve instante en mis manos antes de hundirle los colmillos en la carne.
«¡Ah, por fin un poco de sangre!». Cerrando los ojos de puro placer, bebí los pocos sorbos de sangre que el petirrojo tenía para ofrecer. Una vez muerto y reseco, lo arrojé al suelo al tiempo que me pasaba la mano por la boca. Solo entonces caí en la cuenta de que acababa de hacer eso delante de Lucas. Sentí vergüenza al pensar en mi aspecto salvaje y en el asco que debía de estar sintiendo.
Pero cuando levanté tímidamente la vista, vi que Lucas se había dado la vuelta, tal como le había pedido que hiciera. No me había visto. Intuyendo que había terminado, se volvió y me sonrió con ternura. Al reparar en mi angustia, sacudió la cabeza.
—Te quiero —murmuró—. Lo cual significa que no estoy contigo solo para lo bueno. Estoy contigo pase lo que pase.
Aliviada, le di la mano y caminamos hasta la cafetería. Estábamos sin blanca, yo llevaba ropa demasiado grande y nos encontrábamos en la cuneta de una carretera dejada de la mano de Dios, pero en ese momento me sentí más hermosa que una princesa o una modelo. Tenía a Lucas, que me amaba por encima de todo. No necesitaba nada más.
En la cafetería comimos a toda prisa. Lucas estaba hambriento y yo también necesitaba un poco de comida normal. Entre bocado y bocado de patatas fritas, tratamos de decidir qué más podíamos hacer con los valiosísimos momentos libres que nos quedaban.
—Podríamos buscar un cibercafé. Me gustaría enviar un correo a mis padres.
—No. NO. En primer lugar, olvídate de encontrar un cibercafé en este lugar perdido. En segundo lugar, no puedes enviarles correos. Podrás telefonearles una vez que sepas dónde están, pero no desde un móvil ni desde nada con lo que podamos ser localizados. Puedes enviarles una carta, pero nada de correos electrónicos. Es otra orden de la Cruz Negra que no vamos a desobedecer.
Lucas aseguraba que existía una diferencia entre desobedecer una orden y saltarse una regla estúpida, pero en ese preciso instante yo no podía verla. No importaba. Conocía otra manera de averiguar qué había sucedido la noche que Medianoche ardió en llamas.
Primero quise usar el móvil de Lucas, pero señaló que la Cruz Negra podría rastrear la llamada. Por suerte, cuando terminamos de comer encontramos una hilera de teléfonos públicos al fondo de la cafetería. Los dos primeros no daban tono y el tercero tenía cortado el cordón, pero el cuarto funcionaba. Sonreí aliviada en cuanto oí el tono de llamada. O de operadora.
—Cobro revertido —dije, y leí el número de teléfono de la lista de contactos del móvil de Lucas—. Diga que llama Bianca Olivier.
Siguió un silencio.
—¿Ha colgado? —pregunté.
—Las llamadas a cobro revertido son lentas. —Lucas estaba a mi lado, apoyado en la marquesina del teléfono—. No quieren que te pongas a gritar el mensaje a la otra persona antes de que esta acepte pagar la llamada.
Hubo un chasquido en la línea y una voz adormilada dijo:
—¿Bianca?
—¡Vic! —Empecé a dar saltos de alegría, y Lucas y yo nos miramos con una sonrisa de oreja a oreja—. Vic, ¿estás bien?
—Sí, sí. Uf, espera un momento, todavía estoy dormido. —Podía imaginarme a Vic despeinado, con el móvil apretado contra la cara, en medio de una habitación increíblemente desordenada y rodeado de sus pósters. Probablemente tenía unas sábanas alucinantes, a cuadros o topos. Bostezó y, algo más despierto, preguntó—: ¿Estoy soñando otra vez?
—No, soy yo. ¿No resultaste herido en el incendio?
—No. Nadie sufrió heridas graves, lo cual fue toda una suerte. Pero perdí el salacot. —Comprendí que Vic consideraba eso una gran tragedia—. ¿Y tú? ¿Estás bien? Después de que apagaran el fuego nos volvimos locos buscándote. Alguien dijo que te había visto en los jardines y por eso supimos que habías logrado escapar del edificio, pero ignorábamos adónde habías ido.
—Estoy bien. Estoy con Lucas.
—¿Lucas? —Era lógico que Vic pareciera sorprendido. Que él supiera, Lucas y yo habíamos roto hacía meses. Desde entonces nos habíamos visto obligados a mantener nuestra relación en secreto—. Esto es del todo surrealista. Si se trata solo de un sueño, voy a cabrearme mucho.
—No estás soñando —gritó Lucas. Aunque se encontraba a treinta centímetros del auricular, tenía el oído lo bastante aguzado para escuchar la voz de Vic—. Espabila, tío. ¿Qué haces durmiendo a las once de la mañana?
—Por si lo has olvidado, soy un ave nocturna. En mi caso, dormir hasta el mediodía no solo es un derecho, sino una responsabilidad. Además, como dice la vieja canción, adiós al colegio en verano, adiós al colegio para siempre.
Ahogué una exclamación.
—¿Para siempre? ¿Me estás diciendo que la Academia Medianoche ha sido destruida?
—Destruida, no. La señora Bethany asegura que abrirán en otoño, pero la verdad es que yo no lo tengo tan claro. ¡Si un poco más y la calcinan!
Llegó el momento de las preguntas difíciles. Apreté con fuerza el auricular y procuré que no me temblara la voz.
—¿Cómo están mis padres? ¿Los has visto?
—Están bien. Como ya he dicho, estamos todos bien. Tus padres lograron escapar del fuego y, de hecho, nos ayudaron a buscarte. —Vic hizo una pausa—. Estaban acojonados, Bianca.
El sentimiento de culpa se abrió paso en mí, pero estaba tan feliz de saber que mis padres habían sobrevivido al ataque de la Cruz Negra que apenas noté su impacto.
—¿Sabes dónde están? —No creía que se hubieran alejado mucho de la Academia Medianoche. Seguramente se habrían quedado por los alrededores, sobre todo porque confiarían en que yo regresara. Yo sabía que no podía regresar, pero detestaba la idea de que me estuvieran esperando.
—La última vez que los vi estaban en los alrededores del internado —dijo Vic.
Adiós a la posibilidad de telefonearles. Mis padres se esforzaban por adaptarse a la vida moderna, pero no habían llegado tan lejos como para tener móvil.
—¿Y Balthazar?
Lucas frunció el ceño. Balthazar no le caía demasiado bien, primero porque era vampiro, y segundo porque él y yo habíamos tenido una historia. Entre nosotros ya no había nada —en realidad, apenas hubo algo en su momento—, pero eso no significaba que no estuviera preocupada por él.
—Balty está bien —contestó Vic—, pero se quedó muy mal después del incendio, creo que porque no sabíamos dónde estabas. El tío estaba hecho polvo.
—No por mí —dije en voz baja. De repente sentí el peso de todo lo que había perdido y me desplomé contra el teléfono.
—Vale, vale, lo que tú digas.
Lo que Vic no sabía era que el sufrimiento de Balthazar se debía a su hermana Charity, que era quien había organizado el ataque de la Cruz Negra. Charity era la persona más importante del mundo para Balthazar y, por extraño que pareciera, yo intuía que él era igual de importante para ella. Eso, sin embargo, no la frenaba a la hora de hacerle daño a él o a las personas con las que tenía una relación estrecha, como yo.
Vic, que estaba cada vez más espabilado, dijo:
—¿Sabes algo de Raquel? Fue la única que no pudimos encontrar. ¿No estará contigo, por casualidad?
—Sí, y está perfectamente.
—¡Genial! Eso significa que nos hemos salvado todos. Un auténtico milagro.
—¿Dónde está Ranulf? —pregunté.
—Ahora mismo está sobando en nuestro cuarto de invitados. ¿Quieres que le despierte?
—No hace falta, pero me alegro de que esté bien. —Lucas y yo intercambiamos una sonrisa de asombro. Si Vic supiera que había invitado a un vampiro a dormir a su casa, probablemente no dormiría hasta tan tarde, si es que dormía. Por suerte, Ranulf era demasiado dulce para hacer daño a nadie—. Oye, ahora tenemos que irnos, pero estaré en contacto.
—Jo, no soporto a la gente que se pone misteriosa de buena mañana. —Vic suspiró y luego dijo, bajando el tono—: Llama a tus padres. Tienes que hacerlo, ¿vale?
Se me hizo un nudo en la garganta.
—Adiós, Vic.
Cuando colgué, Lucas me cogió la mano.
—Ya te he dicho que existe una forma de ponerte en contacto con ellos.
Había estado tan preocupada por mis padres que no me había parado a pensar en lo preocupados que ellos debían de estar por mí.
Debí de poner cara de angustia, porque Lucas me dio un abrazo.
—Pronto nos comunicaremos con ellos. Puedes escribirles, si quieres. Todo se arreglará, ya lo verás.
—Lo sé, pero no es fácil.
—No, no lo es.
Nos besamos. Era un beso flojito, sin pasión, pero el primero que nos dábamos en privado en mucho tiempo. En ese momento, el agotamiento y la preocupación no nos frenaron; estábamos otra vez juntos, otra vez solos, recordando con deleite todo aquello a lo que habíamos renunciado por estar juntos. Me inclinó hacia atrás, rodeándome fuertemente con los brazos. El mundo entero se tambaleó menos Lucas. Si él me sujetaba, nada malo podría pasarme.
«Lucas es mío —pensé—. Mío. Nadie puede arrebatarme eso».
Para cuando llegamos a Nueva York ya había anochecido. Al ver el perfil de Manhattan a lo lejos estallamos en gritos y silbidos. Era todo un espectáculo. Nueva York constituía para mí un lugar casi más mitológico que real. Era donde transcurrían todas las películas y las series de televisión, y los nombres de las calles que debíamos buscar a medida que avanzábamos tenían un sonido mágico: Calle 42, Broadway…
Entonces recordé que Manhattan era una isla y temblé ante la idea de volver a cruzar un río. Para mi alivio, entramos por un túnel. Por la razón que fuera, prefería pasar por debajo del agua que por encima. Ojalá les hubiera preguntado a mis padres por qué.
Salimos del túnel prácticamente a la altura de Times Square, cuyas luces y destellos me dejaron deslumbrada. Los demás se rieron de mí, pero yo sabía que estaban tan entusiasmados como yo.
Pero después de una treintena de manzanas, Broadway perdía su esplendor. La iluminación se volvía más tenue, y empezamos a pasar frente a un montón de edificios de apartamentos que se elevaban a nuestro alrededor como muros. Las perfumerías caras y los restaurantes familiares daban paso a tiendas de todo a un dólar y a tugurios de comida rápida.
Finalmente, la caravana entró en un aparcamiento que anunciaba fuera sus desorbitadas tarifas. El guarda nos indicó con la mano que pasáramos, así que no tuvimos que pagar. El aparcamiento estaba sucio y alejado del centro, por lo que sus tarifas resultaban aún más desproporcionadas. Efectivamente, no parecía que hubiera otros coches aparcados.
Miré a Lucas.
—Bienvenida al cuartel general de Nueva York —dijo.
El grupo bajó no sin dificultad de las furgonetas y camiones; durante el viaje apenas habíamos parado a estirar las piernas, salvo un par de veces para poner gasolina e ir al lavabo después de comer. Nos metieron como ganado en un enorme ascensor industrial, que se hundió ligeramente con nuestro peso. Las paredes del ascensor, de acero mate, estaban llenas de rayones y la luz del techo parpadeaba.
Nerviosa, cogí a Lucas de la mano, y éste me apretó los dedos.
—Ésta parte irá bien —dijo—, te lo prometo.
«No es para siempre —me recordé—. Solo hasta que Lucas y yo tengamos la oportunidad de hacer planes. Pronto nos marcharemos y las cosas volverán a irnos bien».
Las puertas del ascensor se abrieron y ante nosotros apareció una caverna. Ahogué una exclamación. El cielo, alto y curvo, estaba iluminado con esas luces recubiertas de plástico que los trabajadores de la construcción utilizan en las obras. En el espacio arqueado resonaban voces. Parpadeando, divisé a lo lejos unas siluetas humanas. Parecían estar metidos en una suerte de trinchera que atravesaba la cueva.
Cuando mis ojos se adaptaron a la penumbra, me di cuenta de que no se trataba de una caverna. Estábamos en un túnel de metro.
Tenía pinta de llevar mucho tiempo abandonado. Tablones y bloques de hormigón cubrían las vías y varias pasarelas conectaban las dos plataformas que flanqueaban el túnel. En una pared, un azulejo resquebrajado rezaba con letra pasada de moda: «Sherman Ave».
Estaba tan sorprendida con nuestra nueva guarida que al principio no reparé en el silencio que reinaba ahora en el grupo. Estaban todos quietos y callados. Por lo visto, yo no era la única que dudaba de nuestra acogida.
Una esbelta mujer asiática unos años mayor que Kate se acercó con dos tipos musculosos —quise llamarlos «guardias»— a los lados. Tenía el pelo entrecano, recogido en una trenza larga y tirante, y los músculos de los brazos y las piernas muy marcados.
—Kate —dijo—, Eduardo, veo que lo habéis conseguido.
—Qué gran recibimiento —dijo Eduardo—. ¿Están los demás demasiado ocupados para venir a saludar?
—Los demás están demasiado ocupados para oír tus excusas por el ridículo asalto a Medianoche —espetó la mujer asiática.
Me di cuenta de que la gente que pululaba en la distancia nos ignoraba deliberadamente.
Los ojos de Eduardo ardieron de indignación.
—Nos dijeron que los estudiantes humanos corrían peligro.
—Aceptaste la palabra de un vampiro sin tener en cuenta los dos siglos de experiencia que avalan que los vampiros de Medianoche no matan cuando están en la academia. Y la utilizaste como pretexto para dirigir un ataque que podría haber acabado con la vida de tantos niños como vampiros. Si no sucedió así fue únicamente porque tuviste suerte.
Kate daba la impresión de querer defender a su marido, pero se limitó a decir:
—Para los que no la conocéis, os presento a Eliza Pang. Dirige este comando y ha aceptado acogernos una breve temporada.
«Estamos aquí por caridad», comprendí. No me importaba demasiado. No era algo que había elegido y tampoco tendría que aguantarlo mucho tiempo, pero seguro que a Lucas no le hacía ninguna gracia. En efecto, tenía la mandíbula apretada y estaba mirando fijamente al suelo. Me pregunté si era por él o por su madre que estaba así. Tendríamos que hablarlo más tarde.
En ese momento Eliza dijo:
—Eduardo me comentó que tenéis dos nuevas incorporaciones. ¿Quiénes son?
Raquel enseguida dio un paso al frente.
—Raquel Vargas, de Boston. Quiero aprender todo lo que puedan enseñarme.
—Bien. —Eliza no sonrió, empezaba a sospechar que nunca sonreía, pero parecía complacida—. ¿Quién más?
No quería dar un paso al frente, pero no me quedaba otra opción.
—Bianca Olivier, de Arrowwood, Massachusetts. Yo… eh… —¿Qué se suponía que debía decir?—. Gracias por acogernos.
—Kate nos habló de ti —repuso Eliza—. Fuiste criada por vampiros.
«Genial».
—Así es.
—Apuesto a que puedes enseñarnos muchas cosas. —Eliza dio una palmada—. Bien, para el resto de vosotros hemos montado literas al final de la vía. Tendréis que conformaros con eso por el momento. Las nuevas, seguidme.
¿Seguirla adónde? Dirigí una mirada nerviosa a Lucas, pero él, obviamente, sabía tan poco como yo. Cuando Eliza echó a andar, Raquel la siguió y yo no tuve más remedio que imitarla.
—¿Vamos a empezar ya nuestro adiestramiento? —preguntó Raquel mientras avanzábamos por la plataforma del metro.
—Estás impaciente, ¿eh? —A juzgar por su tono, Eliza parecía creer que Raquel no estaría tan impaciente cuando viera lo que le aguardaba—. No. Habéis tenido un día muy largo. Empezaréis por la mañana.
Llegamos al final de la plataforma y Eliza nos condujo por lo que en otros tiempo fue claramente un pasillo de mantenimiento. Olía a barro y óxido, y podía oír un goteo de agua a lo lejos. Un pequeño letrero amarillo me informaba de que este lugar podía servir como refugio antiatómico. Era bueno saberlo.
—¿Adónde vamos? —pregunté—. ¿Por qué no estamos con los demás?
—Tenemos algunas cabinas permanentes instaladas aquí. Sin lujos, pero mucho mejores que las literas que ocupará el resto de vuestro comando. Vosotras viviréis con nosotros veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
—¿Por qué nos las dan a nosotras? —Casi tropecé con el cemento resquebrajado del suelo, pero Raquel me agarró por el codo—. ¿Por qué no se las dan a Kate y Eduardo? —Me pregunté si era porque Eduardo había caído en desgracia y su modesto alojamiento era una forma de castigo. No era justo castigar a Lucas, Dana y los demás por un error de Eduardo.
En lugar de eso, Eliza dijo:
—Vosotras sois nuevas en el grupo. No nos conocéis y nosotros no os conocemos. Convivir estrechamente es una buena manera de asegurarnos de que lleguéis a saberlo todo de nosotros y nosotros lleguemos a saberlo todo de vosotras.
Encontrar oportunidades de beber sangre me iba a resultar aún más difícil en este lugar. Si no bebía sangre con la suficiente asiduidad, reaccionaría con más fuerza a la luz del sol, el agua en movimiento y las iglesias, y cada reacción tendría más probabilidades de señalarme como vampira.
¿Cómo iba a mantener mi secreto?