Durante el siguiente mes, la felicidad entre Gillian y Niall fue completa. Era como si no pudieran dejar de besarse y hacerse arrumacos. Su necesidad de tocarse era tal que Niall comenzó a preocuparse. ¿Era normal desear tanto a su mujer?
Una mañana en la que Gillian holgazaneaba mirando por la ventana, vio a Cris llegar a caballo. Con rapidez, salió de su habitación y corrió escaleras abajo para recibirla.
—¡Qué alegría verte! —gritó con las mejillas arreboladas a causa de la carrera.
Cris, tirándose del caballo al verla, la abrazó, y Gillian se dio cuenta de que en su cara había rastros de lágrimas.
—¿Qué te pasa, Cris?
Pero ésta, en vez de contestar, se puso a sollozar y a soltar palabras que Gillian no conseguía entender. Sin perder un instante se la llevó hasta un banco de madera que había en un lateral del castillo y, después de conseguir que se sentara y se calmara, volvió a preguntar:
—Cris, ¿qué pasa? ¿Qué te ocurre?
De nuevo, prorrumpió en sollozos, y Gillian, desesperada y sin saber qué hacer, la abrazó. Poco más se le ocurría.
No muy lejos de ellas, en las caballerizas, Niall mantenía una interesante conversación con su buen amigo y vecino Brendan McDougall. Ambos hablaban de la armería que Niall quería hacer en Duntulm.
—Vayamos al interior del castillo. Tomaremos algo fresco —le invitó Niall.
Con pasos seguros, ambos se dirigieron hacia la puerta principal charlando, cuando al doblar la esquina Niall se fijó en que Gillian abrazaba a Cris, y ésta parecía llorar. Brendan se detuvo en seco. ¿Qué le ocurría a su amada Cris? Niall, al ver cómo las miraba, pensó que iba a comenzar a increparla por pertenecer al clan enemigo.
—Brendan, Christine McLeod es tan bien recibida en mi casa como lo eres tú. Retén tu lengua. Y, por favor, no te muevas de aquí hasta que yo regrese. No quiero problemas.
Brendan, consumido por la preocupación al ver a Cris frotarse los ojos, deseó correr hacia ella. Necesitaba saber qué le pasaba, qué era lo que había conseguido desmoronar su tremenda fortaleza. Pero, pensando con frialdad, contestó:
—No te preocupes, Niall. No me moveré de aquí.
Entonces, éste se acercó rápidamente hasta las mujeres y, agachándose, comenzó a hablar con ellas. Desesperado, Brendan los observaba, y se percató de que Gillian lo había visto, incluso Cris, pero ni la una ni la otra le hicieron señal alguna.
—Vamos a ver, Cris —bufó Niall—, si no dejas de llorar y contestas a lo que te pregunto, me voy a enojar.
Dándole un manotazo en el brazo, Gillian le regañó.
—Mira, Niall, si has venido aquí para ponerla más nerviosa, mejor será que te vayas con el bruto ése que nos mira. No creo que a Cris le apasione saber que él está viendo que ella está llorando.
—Gillian —bufó, mirándola—, retén tu lengua y tus actos o…
—No discutáis por mí —cortó Cris al ver cómo los dos se retaban.
De inmediato, ambos clavaron sus ojos en ella, y Gillian le preguntó:
—Ahora que has podido parar de llorar, ¿nos puedes contar qué te pasa?
Cris, tras sonarse la nariz con un trozo de tela que sacó de la manga de su vestido, miró a Brendan que, con expresión ofuscada, la miraba a su vez.
—Me acabo de enterar de que el hombre al que amo se desposará pronto.
—¿¡Cómo!? —gritó Gillian.
—Lo que has oído —gimió la joven, volviendo a sollozar.
No podía ser. Brendan adoraba a Cris. Desconcertada, Gillian miró a aquel highlander que, cada vez más cerca, los miraba con gesto terrible. Niall, sorprendido al conocer que la intrépida Cris amaba en secreto a alguien, susurró:
—Cris, no sabía que tú…
—No tenías por qué saberlo —lo interrumpió Gillian.
—Bueno, mujer, tampoco te pongas así —la increpó él.
—¡No discutáis! —gritó Cris, y levantándose, miró a Brendan con furia—. Tú, estúpido, ¡qué miras!
Niall resopló, e interponiéndose en el campo visual de Cris, dijo con rotundidad:
—Cris, le acabo de decir a Brendan que tú eres bien recibida en mi casa, y quiero que te quede claro a ti que él es bien recibido también.
Pero Cris no lo quería escuchar; sólo quería ir hacia Brendan y arrancarle la piel a tiras. Por ello, moviéndose con celeridad, se encaró al joven, que la miraba desconcertado, y volvió a gritar:
—¡Eres un maldito hijo de Satanás, Brendan McDougall! Tú, y todo tu maldito clan.
«¡Ay, Dios mío, la que se va a liar!», pensó Gillian al ver cómo Niall miraba a aquellos dos.
Sin entender lo que pasaba, Brendan se acercó hasta ellos y, sin perder su compostura, preguntó en el tono más agrio que pudo:
—¿Por qué me insultas, McLeod?
Gillian, temiéndose lo peor, se acercó a su amiga y susurró:
—Cris, por favor, déjalo. Vayamos a hablar a otro lado. Estoy segura de que lo que nos has contado no es verdad. Todo tendrá su explicación.
Pero Cris, despechada, se lanzó contra Brendan y, como una fiera, comenzó a darle patadas y puñetazos.
—¡Por todos los santos, ¿te has vuelto loca, mujer?! —gruñó Niall.
Brendan, que sujetaba a Cris, en un murmullo casi inaudible le preguntó al oído:
—¿Qué pasa, amor?
Cris no respondió, y Niall la cogió del brazo y dijo.
—¡Maldita sea, Cris! Si estás furiosa por lo que nos has contado, ¿por qué lo pagas con Brendan?
—Tú no sabes nada —gritó la joven, fuera de sí.
Niall observó el semblante de su amigo y, sin explicarse qué ocurría allí, volvió a mirarla.
—¿Tan grande es el odio que le tienes que algo ajeno a él se lo haces pagar también?
—Vámonos, Cris —le ordenó Gillian, cogiéndola de la mano mientras miraba a Brendan con gesto impasible. Deseaba gritarle que era un mentiroso, pero no quería liar más las cosas.
Entonces, Cris, humillada y destrozada, se dio la vuelta, y soltándose del brazo de Gillian, corrió hacia su caballo.
—Niall, por favor, intenta hablar con ella. Temo que haga una tontería —le rogó Gillian.
Ante aquella súplica, éste corrió hacia Cris, y se quedaron solos Gillian y Brendan.
—Eres un maldito bastardo, ¿lo sabías? —bufó, volviéndose hacia él.
Pero Brendan sólo podía ver cómo Cris llegaba hasta el caballo, montaba y se alejaba a todo correr.
—¡Maldita sea, Gillian! ¿Qué le pasa? ¿Qué ocurre para que esté así?
Con precaución, la mujer miró hacia atrás y, al ver a su marido lo suficientemente lejos como para que no pudiera oírla, con un gesto nada dulce, preguntó:
—¿Cuándo pensabas decirle que te habías comprometido con otra mujer?
—¡¿Cómo dices?! —susurró, incrédulo.
—Ya…, ya, disimula, maldito estúpido. Cris está destrozada porque se ha enterado de que pronto te vas a desposar con otra que no es ella. ¿Cómo has podido hacerle eso?
—Eso es mentira —bufó—. Yo no me voy a desposar con nadie y…
«¡Oh, gracias a Dios!», se dijo a sí misma, suspirando.
En ese momento, Niall llegó hasta ellos.
—Discúlpala, Brendan. Se ha enterado de algo que la ha alterado, y de ahí, su reacción. Cris es una buena muchacha y…
Pero Brendan no le dejó terminar:
—No te preocupes, Niall —gritó, corriendo hacia su caballo—. Lo entiendo.
Luego volveré para que podamos terminar de hablar. Acabo de recordar que tengo algo muy importante que hacer.
Instantes después vieron marcharse a Brendan al galope, algo que Gillian entendió pero que Niall no. Cuando se volvió hacia su esposa para comentar lo ocurrido, se sorprendió al ver en ella una significativa sonrisa que rápidamente retiró. Escrutándola con la mirada, preguntó en tono dulzón:
—Gillian, ¿hay algo que yo no sepa y que tú debas contarme?
«¡Ja! ¡Si tú supieras…!», se dijo, pero con la más dulce de las sonrisas, le cogió del brazo y murmuró:
—No, tesorito.
—¿Seguro?
—Segurísimo —asintió ella, tocándose el cuello.
Pero algo lo hizo dudar. La conocía y sabía que cuando se tocaba el cuello y, en especial, se lamía el labio inferior algo pasaba. En ese momento, unos highlanders a caballo pasaron junto a ellos, y Gillian se los quedó mirando.
—¿Quiénes son?
Niall, sin quitarle los ojos de encima, respondió:
—Los hombres de Brendan. Al ver que se ha marchado van en su busca.
«¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío!, debo avisarlos, o los pillarán», pensó, horrorizada.
Con rapidez se deshizo del abrazo de su marido, e inventándose una excusa, dijo:
—Niall, tengo…, tengo que hacer algo urgentemente.
Convencido de que ella sabía más de lo que decía, la agarró de nuevo.
—¿Adónde vas, Gillian? —le preguntó.
—Tengo que ir a ver a Hada al establo.
—¡¿Ahora?!
—Sí.
De un tirón se soltó de él, pero antes de que pudiera dar dos pasos, su marido la sujetó otra vez con gesto grave.
—Sé que pasa algo. Lo veo en tu mirada y la premura. Dime qué ocurre, o de aquí no te mueves.
Con el corazón desbocado, Gillian gimió.
—No puedoooooooooo.
—¿Qué no puedes? Por todos los santos, mujer, ¿acaso me ocultas algo?
—Sí, pero yo…
—Gillian, estás acabando con mi paciencia —protestó Niall.
Incapaz de continuar allí sin hacer nada, ella resopló.
—Tengo que confesarte algo…, pero…, pero quiero que lo tomes como una mentira piadosa.
—¡¿Una mentira piadosa?!
Al ver su gesto ofuscado, la mujer le tomó la mano.
—Esa clase de mentiras eran aceptables —murmuró—. Tú lo dijiste, y yo…, yo… lo prometí, y…, y… luego, yo…
—¡Por el amor de Dios!, ¿qué ocurre? —bramó él.
Y tras sopesar que era preferible que se enterara Niall a que se enteraran los padres de Cris y Brendan, con rapidez le contó lo que sabía, y dejó a su marido con la boca abierta.
—Que Brendan y Cris…
—Sí —gritó, ansiosa—. Ahora, por favor, avisémoslos, o todo el mundo se enterará.
Niall comprendió la gravedad de la situación, así que ambos montaron en sus caballos.
—Desde luego, Gillian, no sé cómo lo haces, pero estás metida en todos los líos.
Sin que ella respondiera, se lanzaron al galope con la esperanza de llegar a tiempo.