36

Durante cinco días con sus cinco noches, ninguno de los dos abandonó la habitación. No querían separarse, sólo querían besarse y hacer el amor una y otra vez. Pasados diez días, los guerreros miraban divertidos a su laird. Al alba se reunía con ellos en la liza, donde ponían en práctica todas sus habilidades con la espada y demás. Pero era ver aparecer a Gillian y ya no existía nada.

Niall sólo tenía ojos para su mujer. No le importaban el castillo, ni las tierras, ni el ganado, únicamente le interesaban ella, su comodidad y su felicidad. Había días que se dedicaban a pasear por los alrededores de Duntulm cogidos de la mano mientras él observaba los adelantos de las obras y sonreía como un tonto ante cualquier comentario que ella hacía. Era graciosa, viva, divertida, y eso le gustaba. ¡Le encantaba!

Otro día cabalgaron hasta una de las preciosas playas de arena blanca, donde Gillian, tras recordar el consejo de Megan y Shelma sobre «hacer el amor rodeada de agua», hizo que su marido la siguiera corriendo tras ella por la playa, hasta que, sumergidos y rodeados por el mar, hicieron apasionadamente el amor.

Durante aquellos paseos, Gillian conoció a otros aldeanos, gentes de su marido. Aquéllos eran los que se cuidaban del ganado y la trataron con adoración, una adoración que Niall comprendía. ¿Quién no adoraba a Gillian?

Pasado el primer mes, Aslam y Helena contrajeron matrimonio. Todo era perfecto.

Gillian estaba feliz con un marido que la adoraba, su gente la quería y el interior del castillo cada día era más cálido y acogedor. ¿Qué más podía pedir?

La gente de Duntulm se acostumbró tanto a los besos de sus señores como a sus continuas regañinas. Los ancianos los observaban con curiosidad y sonreían; tan pronto se los veía besándose con pasión como discutiendo como verdaderos rivales. Escuchar el grito de «¡Gillian!» a su señor, o «¡Niall!» a su señora, se convirtió en algo más dentro de sus vidas.

El día en que Cris apareció por Duntulm la alegría de Gillian la desbordó. Ver que su amiga había cumplido su promesa de visitarla tras el regreso de su viaje le llenó el corazón de dicha. Orgullosa le enseñó el anillo que Niall le había regalado y se mostró endemoniadamente feliz. A partir de aquel momento, las visitas de Cris se sucedieron de continuo, y eso hizo que Gillian se integrara más en su hogar.

Una mañana en la que Niall tuvo que salir junto a algunos de sus hombres para ocuparse de unos asuntos, Gillian miraba desde la ventana de su habitación y suspiró.

Necesitaba hacer algo para desentumecer sus músculos. Iría a buscar a Cris; seguro que le encantaría combatir con ella. Tras vestirse, se puso sus pantalones de cuero bajo la falda, cogió la espada y, decidida, fue hasta la pequeña caballeriza para coger a Thor.

—¿Salís, milady? —preguntó Kennet, mirándola.

Gillian decidió no decir la verdad. Niall la tenía muy controlada y, si le explicaba a aquel guerrero dónde se dirigía, se empeñaría en acompañarla. Por ello, mostrando la mejor de sus sonrisas, respondió:

—Sólo iré hasta el lago. No te preocupes, Kennet.

—Iré con vos —se ofreció.

Ella dejó escapar un delicado suspiro.

—Kennet, me gustaría tener un poco de intimidad.

—Pero mi señor me ha dado órdenes de…

—Voy a bañarme, Kennet —cortó ella—. ¿Acaso para eso también necesito acompañante?

Colorado como un tomate, el hombre asintió.

—De acuerdo, milady, pero tened cuidado.

Con una radiante sonrisa, Gillian se montó en Thor, y clavando sus talones en el animal, galopó en la dirección que había mencionado. Al llegar al lago, sin embargo, continuó por el sendero que, según Cris le había indicado, acortaba el camino y llevaba hasta la fortaleza de los McLeod.

Mirando a su alrededor, disfrutó del paisaje. Sus extensos y verdes valles, en ocasiones abruptos, sus cascadas e incluso sus acantilados eran increíblemente hermosos, algo que Gillian comenzó con rapidez a amar. Cuando llegó hasta una preciosa cascada, recordó que había estado con Cris allí y que ésta le había confesado que aquel lugar era su preferido.

Con curiosidad, guió a Thor y encontró el caminito serpenteante. Sin pensarlo dos veces, comenzó a bajar por él y se sorprendió al ver dos caballos. Clavó la vista en uno de ellos. Era el caballo de Cris.

Con una sonrisa pícara, Gillian desmontó y, con sigilo, comenzó a andar hacia el lugar donde se oían risas. Al llegar a unos grandes matorrales, identificó la voz de su amiga y sonrió al asomarse y verla en actitud muy cariñosa con un hombre. Eso le gustó a Gillian, que en ese momento decidió salir de su escondite.

—Vaya…, vaya…, Cris…, por fin voy a conocer a tu enamorado —dijo, plantándose ante ellos con una sonrisa divertida y las manos en las caderas.

Entonces se percató de quién era él y su cara cambió. ¿Qué hacía su amiga con ese hombre?

Él, al verla, se apartó de su enamorada y blasfemó, mientras Cris, alarmada, caminaba hacia Gillian, que los miraba, incrédula.

—Te lo puedo explicar —susurró Cris, agarrándola del brazo.

Pero Gillian no se lo podía creer.

—¿¡Brendan!? —gritó.

—Sí. Gillian…

—Tu enamorado es el cretino de Brendan McDougall.

—¡Chist!, no grites —le pidió Cris.

—Me alegra saber que te fijaste en mí el día en que nos conocimos —se mofó él.

Gillian, mirándolo con desagrado, espetó:

—¡Oh, sí, claro que me fijé en ti, idiota! Y tuviste suerte de que Niall me sujetara, porque, si no, te hubiera cortado la lengua por hablar de mi abuela en aquel tono.

—Todo tiene una explicación —aseguró él.

—Sí, Gillian, deja que se explique —insistió su amiga.

—Eso…, deja que me explique.

Pero la joven, enfadada con aquel hombre, le gritó en tono de mofa:

—Tus explicaciones me sobran, McDougall de Skye.

Aquel último comentario hizo reír a Brendan, que tras recibir un manotazo de Cris en el brazo, calló.

—¡No te rías, Brendan!

—Cris, ¿por qué me has dado un golpe? —preguntó, molesto.

—Porque es normal que esté enfadada contigo. El día del que habla Gillian te comportaste como un verdadero asno —respondió ella.

—Yo diría algo peor —siseó Gillian.

El highlander sonrió y, mirando a su enojada enamorada, dijo:

—Recuerda, cielo, ese comportamiento es el que mi padre espera de mí. No lo olvides.

«¿Cielo?», repitió para sus adentros Gillian.

Y Cris, derretida por cómo aquél la miraba, respondió:

—Lo sé, amor.

«¿Amor?», volvió a repetirse Gillian.

No pudiendo creer lo que acababa de descubrir, miró a su amiga y, llevándose las manos a la cabeza, gritó:

—¡Por todos los santos escoceses, Cris!, ¿qué estás haciendo con este hombre?

—Gillian…

—Ni Gillian ni nada, est…

—¿Quieres hacer el favor de tranquilizarte? —la cortó al notarla tan alterada.

—¿¡Qué me tranquilice!? —gritó.

—Sí.

—Cómo quieres que me tranquilice cuando estás con este…, este…, este…

—McDougall de Skye —dijo con sorna él, que se había sentado sobre una roca.

Gillian asintió y continuó:

—¡Por todos los dioses, Cris! Niall me contó que su clan y tu clan son enemigos acérrimos. ¡No se soportan! Llevan enfrentados media vida.

—Lo sabemos, McDougall de Dunstaffnage, no hace falta que grites. —Brendan suspiró al recordarlo.

Pero Gillian, volviéndose hacia él, gritó:

—Y tú, maldito patán, tuviste la osadía de hablar de mi abuela y despreciarme delante de mi marido por mi sangre inglesa. ¡Qué no se te vuelva a ocurrir!, o te juro por esa sangre inglesa que llevo que te rebano el pescuezo.

Sorprendido por la fiereza de Gillian, el joven la miró.

—Aunque no lo creas, pensaba pedirte perdón, pero esperaba que fuera en otro momento mejor que éste.

Cris, sin saber qué decir, la miraba desconcertada, mientras Gillian no paraba de andar de un lado para otro, en busca de una rápida solución.

—Pero, Cris, ¿en qué estás pensando?

—En que lo amo, Gillian. Sólo en eso.

Aquella sinceridad hizo que ésta se parara y la mirara. El hombre, al escuchar a su amada, se levantó con rapidez y, acercándose a ella, la tomó por la cintura y se enfrentó a Gillian.

—Y yo la amo a ella. No concibo mi vida sin Cris y me da igual el resto.

Atónita, Gillian los miró y susurró:

—Pero vuestras familias, vuestros clanes, nunca permitirán que estéis juntos, ¿no os dais cuenta?

—Lo harán. Me casaré con ella y tendrán que aceptarlo —asintió él, y Cris sonrió.

Aquello era una locura, una locura que con seguridad acabaría mal. Gillian resopló.

—Vamos a ver, Brendan, piensa. Eres el sucesor de tu padre en tu clan. ¿Crees que a él le gustará saber que su único hijo se va a casar con la hija de su mayor enemigo?

—No, no le gustará. Lo sé, Gillian. Al igual que sé que al padre de Cris tampoco le gustará, pero nosotros nos amamos y…

—… Os matarán —sentenció Gillian.

—¡Argh! ¡Qué mal suena eso! —exclamó Cris, sonriendo.

—Pero no veis que estáis poniendo en peligro vuestras vidas por algo que con seguridad vuestros padres no consentirán.

—Nos marcharemos de Skye y nos casaremos —afirmó Brendan.

—¡Oh, qué romántico! —se mofó Gillian.

Cansada de la negatividad de su amiga, Cris intervino:

—Sí…, tan romántico como todo lo que organizamos para que Niall se casara contigo a pesar de todos los problemas, y mírate ahora, ¡eres feliz!

Al ver que Gillian sonreía con picardía, Brendan añadió:

—Mira, Gillian. Comprendo tu preocupación por Cris, pero lo que yo necesito que entiendas es que nadie más que yo desea que ella sea feliz. Sólo hay que esperar el momento oportuno para intentar que los demás lo acepten.

—No lo entenderán —susurró la mujer sin mirarlos.

Entonces, Cris, cogiéndola de las manos, le preguntó:

—¿Tú lo entiendes, Gillian? ¿Puedes entender que en mi vida sólo exista Brendan, y que si no estoy con él no quiera estar con nadie?

Gillian reflexionó. ¿Cómo podía no entenderla si ella sólo había amado a un hombre? Al ver la desesperación en sus miradas y sentir que entre ellos había verdadera adoración, admitió sonriendo:

—Claro que lo entiendo. Tú precisamente mejor que nadie sabes que lo entiendo. —Y, mirándoles a los ojos, sentenció—: Podéis contar conmigo para lo que necesitéis. Y tranquilos, mis labios están sellados.

Conmovido por lo que aquello significaba, Brendan le tendió la mano, satisfecho.

—Gracias por entendernos y ser nuestra alidada, McDougall de Dunstaffnage.

—De nada, McDougall de Skye —replicó Gillian con una sonrisa mientras le estrechaba la mano.

Aquel día Gillian se percató de dos cosas: la primera, que aquéllos estaban locos por haberse enamorado; la segunda, que ella estaba rematadamente loca por ayudarlos.