Sin hablar y con la pasión en sus miradas, Niall la llevó hasta el piso superior. Cuando él abrió la puerta de la estancia, a Gillian le latía con tanta fuerza el corazón que pensó que le iba a explotar. Tras posarla en el suelo, ella entró, y él cerró la puerta apoyándose en la hoja. Con lujuria, paseó sus ojos por las dulces curvas de su pequeña mujer. Era deliciosa. Durante el tiempo que había durado la cena y la fiesta posterior, Niall sólo había pensado en arrancarle el vestido y hacerla suya sin piedad, una y otra vez. Deseaba tocar sus pechos, meter su lengua entre sus muslos y…
«¡Por san Ninian!, ¿qué estoy pensando?», se regañó al ser consciente de la presión de su entrepierna. Mientras, ella, ajena a aquellos pensamientos pecaminosos, miraba la destartalada estancia, tan parecida al resto del castillo. Acostumbrada a su engalanada habitación de Dunstaffnage, aquélla era fría e impersonal. A excepción del enorme hogar donde crepitaba el fuego y el gran ventanal, sólo había una cama inmensa y un viejo arcón. Pero emocionada por cómo la había tratado Niall desde que habían llegado a Duntulm, volviéndose con gracia le sonrió. Aquella sonrisa hizo que él diera dos pasos hacia ella para tomarle la mano. Estaba helada.
—¿Tienes frío?
Con rapidez, ella negó. No sentía frío, pero los nervios por estar en aquel lugar a solas con él la tenían atenazada. Dispuesto a calmarla, Niall la cogió de las manos con delicadeza y, mirándola a los ojos, murmuró:
—Tengo algo para ti.
—¿Para mí? —preguntó, sorprendida.
Él asintió, y ella se sonrojó.
—Cierra los ojos.
Incapaz de hacerlo, Gillian fue a protestar, pero él le puso un dedo en la boca, lo que consiguió excitarla más.
—Confía en mí. No te haré daño ni te cambiaré por tortas de avena.
—¿Seguro? —bromeó.
—Te lo aseguro. Cierra los ojos.
Una vez que se convenció de ello, Gillian primero cerró uno y luego otro. Pero Niall, al ver que cuando cerraba el derecho abría el izquierdo, y viceversa, dijo:
—No seas tramposa, Gillian, que te estoy mirando.
—¡Argh! Me has pillado.
Al final, consiguió que ella se relajara y cerrara los ojos. Se quitó un cordón de cuero del cuello y, tras sacar un anillo que de él colgaba, se lo puso en el dedo y, para finalizar el momento, le dio un beso en la mano.
—Ya está. Ya puedes mirar.
Nerviosa porque había sentido el beso y el roce del anillo al pasar por su dedo, abrió los ojos, y al verlo, se quedó fascinada. Aquél era el anillo que había visto el día de su cumpleaños en el mercadillo cercano a Dunstaffnage. Deslumbrada, iba a decir algo cuando él se le adelantó:
—Te oí que le decías a Megan que el marrón de su piedra te recordaba el color de mis ojos. Y sin saber siquiera si te lo daría o no, decidí comprarlo.
—Es precioso. Me encanta —confesó, embobada.
Y él se sintió satisfecho por verla tan maravillada por el regalo.
—Me complace ver que he acertado y te gusta. Por un momento he pensado que podrías tirármelo a la cabeza.
Emocionada como una niña, susurró:
—¡Oh, Niall!, gracias.
El highlander, consciente de las escasas defensas que le quedaban sin derruir ante los encantos de ella, sonrió embelesado.
—Este anillo es mucho más propio para mi esposa, y no el que te puse en su día.
—Y que yo perdí. —Suspiró al recordar el cordón de cuero.
Saber que él había comprado algo para ella y que durante todo aquel tiempo lo había guardado la hechizó, y cuando Niall se agachó para abrazarla con delicadeza y sintió cómo hundía su rostro en su cuello, el calor la devoró y, levantando las manos, le agarró el rostro y lo besó.
Aquel beso fue especial. Era el preludio de lo que iba a suceder. Al notar que ella temblaba, con una ternura que Gillian desconocía, él le preguntó:
—¿Qué te ocurre?
—Quiero aprovechar este instante —susurró Gillian sin dejar de abrazarlo—. Porque estoy convencida de que mañana o dentro de un rato no me mirarás, y esta maravillosa tregua entre nosotros se habrá acabado.
Clavando su apasionada mirada cerca de su boca, él murmuró:
—No, cariño, yo deseo tanto como tú la paz. Pero para asegurarme de que así será debes prometerme tres cosas.
—Tú dirás.
—La primera: me respetarás y nunca levantarás el acero contra mí. Asombrada, abrió los ojos y murmuró:
—Niall, por Dios, yo nunca haría eso.
—Prométemelo —insistió.
—Te lo prometo. —Sonrió—. ¿La segunda?
Duntulm es sagrado, un lugar de paz, y nunca permitirás que el desastre o la guerra llegue a nuestro hogar. Este lugar es nuestra vida, no un campo de batalla, porque aquí quiero ser feliz contigo y mi gente. ¿Lo prometes?
—Claro…, claro… que sí.
—Y la tercera…, nunca me mentirás.
Aquella petición a Gillian le hizo sonreír, y preguntó:
—¿Crees que algo así es fácil de prometer?
—Sí.
—Pero Niall…, yo no soy mentirosa, pero a veces una mentira piadosa es…
Una mentira piadosa… es aceptable y perdonable. Una mentira dañina no lo es.
Con una graciosa sonrisa que desbocó nuevamente el corazón de Nial, la joven murmuró:
—Sabiendo que las mentiras piadosas son aceptables…, te lo prometo, siempre y cuando tú tampoco me mientas a mí.
—Te lo prometo, cariño…, te lo prometo.
En ese instante, Gillian quiso gritar de felicidad, y él murmuró en un tono ronco que le puso el vello de todo el cuerpo de punta:
—No me tengas miedo, Gillian. Nunca te haría daño.
—Lo sé —asintió ella, subyugada—. Lo sé…
Con delicadeza, le tomó de la barbilla para volverla a besar, y con una pasión desbordada, atacó su boca, derribando uno a uno los miedos que ella pudiera aún albergar.
Abandonada a sus caricias, Gillian le dejó hacer. Ella era una mujer inexperta en aquel arte, pero comprobó cómo él, sin prisa pero sin pausa, con delicadeza, comenzó a desatarle los cordones de su vestido, hasta que la prenda cayó al suelo, y se quedó únicamente vestida con la camisola blanca y las calzas. Intentando contener su temblor, Gillian posó sus manos sobre los hombros de Niall, y éste, asiéndola por la cintura, la levantó hasta ponerla a su altura y, mirándola a los ojos, le dijo:
—Nunca podrás imaginar cuánto he deseado que llegara este momento, Gata. Arrollada por aquellas palabras y por la subyugación que veía en sus ojos, lo besó mientras él se encaminaba hacia la cama, donde la dejó con cuidado sobre las frías sábanas. A Gillian se le puso la carne de gallina mientras miraba cómo él, sin apartar sus almendrados ojos marrones de ella, se desnudaba. Al ver la reciente cicatriz de su brazo, ella sonrió, pero al fijarse en la cantidad de cortes y cicatrices que tenía en el abdomen, se horrorizó. ¡Cuánto dolor había debido de sentir su marido!
Con la respiración agitada, observó sus fuertes brazos, su amplio pecho curtido por la guerra, sus corpulentas piernas, y cuando se deshizo de los pantalones de cuero marrón y aquel tenso y oscuro miembro que tenía entre las piernas apareció, se escandalizó. Fue tal su confusión al ver por primera vez el sexo de su marido que, avergonzada, cerró los ojos.
—Gillian, abre los ojos, y mírame.
Con una comicidad que podía con toda la voluntad de Niall, ella abrió con cuidado un ojo y luego otro, para encontrarse con el sonriente rostro de él. Tomándola de las manos la incorporó, de modo que su cabeza quedó justo frente a aquel órgano. Niall, al ver su cara de horror, no pudo por menos que soltar una carcajada.
—Tócame.
Con las pulsaciones aceleradas, Gillian levantó su mano y la posó sobre la pierna fuerte y recia de él. Notó su poderío, y su mano siguió subiendo por el interior de ésta.
Tras cruzar una mirada desafiante con él, pasó su mano por aquel miembro erecto y se sorprendió al sentir su extraña y placentera suavidad. Asombrada, volvió a tocarlo, pero se asustó cuando oyó un sonido gutural proveniente de la garganta de su marido.
—¡Ay, Dios!, ¿te he hecho daño? —preguntó, horrorizada.
Conmovido por la inexperiencia de Gillian, Niall sonrió mientras se tumbaba en la cama junto a ella.
—No, cariño, todo lo contrario; es muy placentero notar tus caricias.
Gillian se tendió y, volviéndose hacia él, lo miró. Él, encantado por su belleza, le dio un sabroso beso, le abrió la camisola y luego se la quitó. Gillian no podía dejar de ruborizarse al quedar desnuda de cintura para arriba. Aquello era todo nuevo para ella y, sentir la apasionada mirada de él, aun sin notar sus caricias, la hacía arder.
Acercándose un poco más a ella, le quitó las calzas y las tiró al suelo, y esa vez ella se encogió.
La impaciencia que sentía por tomar el cuerpo de su mujer martilleaba la entrepierna de Niall, pero se obligó a refrenar sus propios deseos y centrarse de momento en su esposa. Ella lo merecía. Pero verla en aquel estado, acariciar su sedosa piel y sentir su total rendición, le había caldeado de una manera a la que no estaba acostumbrado. Sentir la dulzura de Gillian y pensar que legítimamente era suya… lo volvía loco de excitación.
Consciente de lo que suponía aquello para ella, rodó sobre la cama hasta quedar sobre ella, con cuidado de no aplastarla. Con delicadeza, le hundió los dedos en la base del cráneo y comenzó a moverlos con tal deleite y parsimonia que Gillian suspiró:
—¡Oh!
—¿Te agrada?
—¡Oh, sí!, me encanta. Me hace sentir muy bien.
Recreándose, acercó su cálida y ardiente boca a la de ella, y sacando la húmeda lengua, jugueteó sobre sus labios, hasta que Gillian los separó, y él pudo acceder con languidez a su interior, mientras ella se movía cada vez más ansiosa y emitía pequeños sonidos de satisfacción que lo enloquecían.
Sin ninguna prisa, tras explorar su boca, bajó lentamente la lengua por el cuello hasta llegar a sus pletóricos y rosados pechos. Con suavidad, Niall llevó sus dedos hasta los rosados pezones, y cuando comenzó a acariciarlos con movimientos circulares y muy placenteros, ella suspiró al sentir cómo su bajo vientre vibraba. Incapaz de dejar de mirar aquellos exquisitos senos, Niall aproximó su cálida boca hasta uno de ellos, mientras que pellizcaba el otro con delicadeza. Al notar aquellas íntimas caricias, ella se arqueó y jadeó. Maravillado por su sensualidad y dispuesto a no dañarla, continuó su exploración.
Después de un rato de juegos íntimos entre los dos, Niall se levantó y se arrodilló en el suelo. Estirándose sobre ella le besó el ombligo, y ella volvió a jadear, pero al intuir las intenciones de él, asustada, se incorporó.
—No…, ahí no —gritó.
Con una sonrisa morbosa que hizo que ella se estremeciera, él asintió:
—Claro que sí.
—No.
Levantándose del suelo, se tumbó en la cama, y tras besarla, le susurró con intensidad mientras le acariciaba los muslos:
—Separa las piernas para mí, Gata.
—Niall…
—Hazlo, cariño; te prometo que disfrutaremos los dos.
Esclavizada por el deseo, finalmente cerró los ojos y se dejó vencer.
—Así…, pequeña Gata, relájate y ábrete para mí.
El timbre ronco y profundo de su voz la excitó más de lo que él podría haberse imaginado. Sentir que él era su marido y que ella accedía a sus deseos la calentó de tal manera que, cuando Niall se agachó de nuevo y tocó aquellos rizos que nunca habían sido tocados por ningún otro hombre, gimió. Maravillado por lo que tenía ante sus ojos, pasó su boca por aquel precioso sendero y, separando los labios inferiores comenzó a tocarla, primero con suavidad, y cuando notó que aquello se humedecía lo suficiente, con gesto posesivo pero delicado introdujo un dedo. Gillian gritó, e incorporándose, cogió la cara de Niall y lo besó. Mientras ella le devoraba la boca y él sentía que su autodisciplina se apagaba por momentos, movió con cuidado el dedo dentro del cuerpo de Gillian, que gemía una y otra vez sobre su boca, hasta que se tensó entre jadeos, y él entendió que estaba preparada para recibirlo:
Con la respiración entrecortada, Gillian sintió que él sacaba su dedo de allí, la tumbaba, le separaba las piernas y se colocaba sobre ella, aunque antes cogió un cojín y lo puso debajo de sus caderas para facilitarle la entrada. Sin apartar los ojos de él, Gillian vio cómo Niall tomaba su viril miembro y lo llevaba hasta el lugar donde ella quería que lo introdujera. Ella movió sus caderas, nerviosa.
—¡Eh! Cuidado, cariño. Es tu primera vez y no quiero hacerte daño.
—Me gusta cuando me llamas cariño —susurró ella con dulzura.
—Te lo llamaré siempre que quieras.
Excitada y alterada por lo que le decía y por lo que iba a ocurrir aquella noche, jadeó. Había oído hablar a muchas mujeres sobre aquel momento y sabía que le dolería; sólo la primera vez, al menos eso le habían asegurado todas. Niall, al ver el miedo en sus ojos, se estremeció, y capturando su boca mientras el deseo le consumía, comenzó a moverse sobre ella una y otra vez, consiguiendo que disfrutara y que sus jadeos fueran en aumento, hasta que llegó a un muro infranqueable que él estaba dispuesto a traspasar. Parándose, la miró a los ojos y, con voz ronca, murmuró:
—Esto te va a causar un poco de dolor, cariño. No puedo evitarlo…
—Lo sé… —asintió, asustada.
Con la vista fija en ella, la apretó contra él como si su abrazo pudiese absorber su dolor. Viendo que ella cerraba los ojos, arremetió, y en el momento en que su cuerpo cedía, Gillian chilló. Con el corazón en un puño, Niall no se movió. Debía dar unos instantes a que el interior de su mujer se acoplara a él antes de continuar. Atontado, no podía apartar sus ojos de ella, nunca había estado más bella, y tras repartir un sinfín de dulces besos por su cara, vio que lo miraba y supo que el dolor comenzaba a remitir.
Cuando notó que la respiración de Gillian se normalizaba, comenzó a moverse con cierto miedo de dañarla, pero cuando ella le exigió más profundidad con sus caderas mientras le clavaba las uñas en la espalda, él no pudo resistirse y se la dio. Comenzó a entrar y salir de ella, controlando sus propias apetencias de apretarla contra él hasta traspasarla, hasta que Gillian le reclamó más al subir sus caderas hacia él.
Un hormigueo sensual y desgarrador recorría el cuerpo de Gillian, en tanto disfrutaba una y otra vez de aquellas agradables acometidas. Notó cómo su cuerpo se abría como una flor y se abandonó para recibirle. El sentimiento de placer era inmenso, hasta que notó como si algo en ella explotara y un chorro caliente de vida le recorriera el cuerpo, acompañado por unas oleadas indescriptibles de placer. Entre espasmos y gemidos lujuriosos, se aferró a él. Aquellos jadeos fueron los que determinaron el fin de la voluntad de Niall, que, al verla en aquel ardoroso estado, no pudo más, y agarrándola con fuerza, se hundió en ella una y otra vez, hasta que, por fin, tras un grito gutural y masculino, derramó en ella su semilla, y agotado, paró para después rodar y quedarse junto a ella.
Con los ojos fijos en el techo, Gillian respiraba aún con dificultad. Aquel placer tan pagano del que siempre había oído hablar había sido… espectacular. Sin atreverse a mirarlo oyó el respirar agitado de Niall, que la observaba aguardando que ella hablara. Temía haberle hecho demasiado daño y sólo podía esperar a que le confirmara que estaba bien.
Deseaba con locura que ella anhelara volver a ser complaciente con él. Deseaba tanto disfrutar de su cuerpo como él necesitaba que ella quisiera tomar el suyo.
Entonces, ella lo miró, y con una reveladora mueca le hizo saber que estaba bien.
—Ha sido increíble —susurró, sorprendiéndolo.
—He procurado no hacerte daño, pero…
—Ya lo sé… —le cortó—. Habría dado igual que otro me hubiera tomado en su cama. Me habían dicho que la primera vez siempre duele, aunque, bueno, también dicen que depende de la delicadeza del hombre. —Y dedicándole una sonrisa, musitó—: Estoy segura de que tú eso ya lo sabes, eres un hombre experto.
Aquello de «que otro me hubiera tomado en su cama» le molestó y, frunciendo el cejo, la tomó posesivamente por la cadera, la giró hacia él y le aseguró:
—Nadie que no sea yo te tomará nunca, ni en la cama ni en ningún otro lugar.
Aquellas palabras y en especial la sensualidad de la mirada de Niall hicieron que volviera a vibrar. Ella no deseaba que otro hombre la tocara ni hiciera lo que a su marido por derecho le correspondía, pero con una torcida sonrisa respondió:
—Entonces, tesorito, me querrás no sólo como dueña de tu hogar.
Escuchar sus palabras, ver su mirada y tenerla desnuda ante él lo hicieron sonreír.
—Creo, señora mía —dijo, sentándose sobre ella—, que necesito probar un poco más de ti para saber realmente si te quiero como algo más.
Gillian, entonces, dejó de sonreír y se tensó. Niall, al darse cuenta de ese cambio, le cogió las muñecas y, tras inmovilizárselas con su fuerte mano sobre su cabeza, le susurró, haciéndola sonreír otra vez:
—De momento, cariño, no abandonarás mi lecho, ni ahora, ni nunca. El resto ya se verá.
Sin darle tiempo a decir nada, el apasionado highlander le volvió a devorar los labios, e instantes después, le hacía de nuevo el amor.