30

Durante aquella larga y tormentosa noche, obligaron en varias ocasiones a Gillian a que bebiera aquella amarga y maloliente poción. No fue tarea fácil. Ella, en su delirio, se empeñaba más en escupir que en tragar, pero Niall no se rindió. Y con gesto fiero, aunque estaba exhausto, le ordenó que tragara una y otra vez, hasta que Megan le indicaba que ya podía parar. El emplaste que le habían puesto en la mordedura parecía funcionar y, con el paso de las horas, comenzó a oscurecerse. Eso les alegró.

Al amanecer, Gillian continuaba igual, pero viva. Duncan intentó sacar de la tienda a su mujer para que descansara, pero ésta se negó. No se movería de allí hasta que Gillian estuviera a salvo. Lo mismo pasó con Niall.

Las largas horas del día siguiente, Niall las pasó mirando a su inerte esposa, mientras la conciencia le atormentaba por todo lo que le había dicho. ¿Cómo había sido capaz de decirle aquellas barbaridades?

Con paciencia, ayudó a una extenuada Megan con el brebaje y, al anochecer del segundo día, ambos se relajaron al notar que la mujer cada vez deliraba menos, la fiebre parecía remitir y dejaba de temblar. Eso los animó.

—Tenías razón, Niall —sonrió Megan, quitándole el emplaste del muslo para colocarle otro fresco y limpio—. Gillian es muy fuerte.

—Te lo dije —sonrió el highlander por primera vez.

En ese momento se abrió la tela de la tienda y apareció Duncan.

—¿Os traigo algo de comer? —preguntó, consciente de que aquellos dos no se moverían de allí si no era con Gillian por delante.

—No, cariño —suspiró Megan, levantándose—. Llévame a descansar un poquito, que estoy agotada. Niall puede quedarse a solas con su mujer. Creo que el peligro ya ha pasado.

—Deseo concedido, cariño —susurró Duncan, asiéndola por la cintura.

Con una sonrisa en la boca, el highlander guiñó un ojo a su hermano, y éste, con gesto fatigado, asintió. Tomando la mano a Megan, se la besó y, antes de que se marchara, dijo:

—Sabes que te adoro, ¿verdad?

Con cariño, ella se agachó y, dándole un beso en la mejilla, respondió:

—Tanto como yo a ti, tonto.

Duncan, emocionado por el cariño verdadero que aquellos dos se profesaban, sonrió y le susurró al oído a su mujer:

—¿Y a mí me adoráis también, mi señora?

Sabiendo que su cuñado aún los miraba y conociendo lo mucho que le gustaba ver a su marido sonreír, le dio un suave beso en los labios y le indicó:

—A ti te quiero, te adoro, te amo y, en ocasiones, te odio. ¿Qué más puedes pedir, Halcón?

Con una risotada que llenó el corazón de Megan, Duncan la tomó en brazos y la llevó a su tienda. Su mujer necesitaba descansar, y él, tenerla cerca.

Agotado por las horas transcurridas, pero feliz por la mejoría de Gillian, Niall se tumbó a su lado, y vigilando su respiración, acercó su frente a la de ella.

—Eres una auténtica McRae. Una luchadora. Y aunque no volveré a repetir estas palabras delante de ti, necesito decirte que te quiero más que a mi vida porque siempre has sido y serás mi único y verdadero amor.

Instantes después, agotado, se durmió junto a ella.

El tercer día amaneció y con él la actividad del campamento. Todos estaban felices por saber que la mujer del joven laird McRae mejoraba y se recuperaría: todos, excepto Diane, que maldijo con rabia dentro de su carromato.

Niall se despertó sobresaltado. Se había quedado dormido. Con premura observó a su mujer, que parecía dormir plácidamente. Comprobó que los oscuros cercos negros que le rodeaban los ojos ya no estaban. Su bonito rostro volvía a tener un color normal y la fiebre había desaparecido por completo.

Feliz y motivado por aquella mejoría, destapó el muslo de ella, y al ver el emplaste oscurecido, hizo lo que había visto hacer a Megan. Se lo quitó y con delicadeza le puso uno nuevo. Sin que pudiera evitarlo observó su cuerpo suave y curvilíneo. Nunca la había visto completamente desnuda y, con picardía, levantó un poco más la manta y resopló al ver lo preciosa que era.

Al notar cómo su entrepierna se endurecía ante aquel espectáculo, bajó la manta, la besó en la frente y se levantó. Decidió salir de la tienda. Necesitaba refrescarse, o era capaz de hacer suya a su mujer pese a estar en aquel estado. Cuando Niall abandonó la tienda, Gillian abrió con torpeza un ojo y sonrió.