12

Después de una buena cabalgada por las tierras de Dunstaffnage, Gillian y Kieran regresaron al castillo antes de comer. Con las mejillas encendidas por la divertida carrera y la charla que habían tenido, la joven fue directa a las caballerizas para dejar a Thor, mientras Kieran se quedaba hablando en la entrada con uno de sus hombres.

Una vez que desmontó del enorme corcel negro, se dirigió a ver a su yegua Hada.

Durante unos segundos, Gillian le prestó toda su atención, y tras darle mimitos, se volvió para marcharse, pero tropezó con alguien. Al levantar la cabeza, se encontró con Niall, que la miraba con un brillo especial en los ojos.

—¡Oh!, perdona, no te había visto —dijo a modo de disculpa.

Sin moverse de su sitio, Niall le preguntó con voz dura:

—¿Has disfrutado del paseo, milady?

La joven, levantando el mentón, asintió y sonrió. Eso hizo que la sangre del hombre comenzara a hervir. No saber qué había ocurrido entre su amigo y ella lo martirizaba.

—¡Oh, sí! Lo he pasado muy bien.

Gillian intentó pasar, pero Niall no la dejó. Entonces, dio un paso atrás para separarse de él.

—¿Qué ocurre?

—¡Tú qué crees! —respondió, enfadado.

Las lanzas estaban en todo lo alto. Niall echaba fuego por la mirada, pero Gillian no estaba dispuesta a discutir.

—¿Haríais el favor de dejarme pasar, McRae?

—No.

—¡¿Cómo?!

—He dicho que no, ¡malcriada!

—¡Patán!

—¡Mimada!

—¡Grosero!

Niall apenas la oía; sólo la observaba. ¿Cómo podía estar de nuevo en aquella situación? ¿Cómo podía haber caído otra vez en el mismo error? Tenerla ante él, con las mejillas arreboladas, el cabello desmarañado y el desafío en la mirada, lo volvió loco. Nunca la había olvidado. Nunca se lo había permitido. Y tras su encuentro días atrás en el campo, su obsesión por ella se había agudizado. Verla blandir la espada con aquel fervor le había excitado, y sólo podía pensar en ese ardor y esa entrega en la cama. Sin meditarlo un instante, la atrajo hacia él y la besó. La asió por la cintura y, sin darle tiempo a que protestara, atrapó aquella boca sinuosa y la devoró.

Llevaba días, meses, años anhelando aquellos dulces y suaves labios, y cuando Gillian le respondió y comenzó a jugar con su lengua, se endureció y soltó un gruñido de satisfacción. Tomándola en brazos, y sin dejar de besarla, caminó hasta el fondo de las caballerizas. Allí nadie les podría molestar.

Consciente de aquel momento de inesperado placer, Gillian le dejó hacer. Permitió que la besara, que la abrazara, que la llevara a la semioscuridad de las caballerizas sin apenas respirar. Sentirse entre sus brazos era lo que anhelaba. No quería hablar. No quería pensar. Sólo quería besarlo y que la besara. Mimarle y que la mimara. Aturdida por la sensualidad del hombre, sintió que algo en ella se deshacía al notar sus labios recorrer su cuello mientras murmuraba:

—Gata…, mi Gata…

Que la nombrara de una forma tan íntima hizo que reaccionara.

—¿¡Tu Gata!? —gruñó al recordar a Diane. Y dándole un empujón lo apartó—. Y tu bonita Diane, ¿qué es para ti? ¿Cómo la llamas a ella? —Al ver sus ojos encendidos por los celos, Niall sonrió. Adoraba a esa fierecilla, le gustara a él o no. Le excitaban sus arrebatos, su locura, su pasión. Realmente, ¿qué no le gustaba de ella? Deseoso de continuar besándola apoyó su cadera en una tabla y preguntó:

—Tú no cambias nunca, ¿verdad?

—No, McRae —siseó jadeando, mientras miraba aquellos labios que de nuevo quería atrapar.

Niall, incapaz de contener los cientos de reproches que alojaba en su interior, se acercó un poco más a ella.

—He oído que has sido cortejada por muchos hombres —le susurró con un ronco silbido.

—Has oído bien. Hombres no me han faltado.

Molesto por su soberbia, hizo un intento de intimidarla preguntándole:

—Sí así ha sido, ¿por qué los has rechazado?

«Por ti, maldito besugo», pensó.

—Ninguno me agradaba —señaló, no obstante—. Nunca quise desposarme con un hombre al que no admirase. ¿Te parece buena contestación?

Niall se carcajeó y, calibrando su nivel de intransigencia, dijo:

—¡Ah, claro! Y por eso te revuelcas con los mozos de cuadra, ¿verdad?

—Vete al infierno, McRae.

Pero Niall continuó:

—No es por desilusionarte, querida Gillian, pero creo que Carmichael, tu futuro marido, deja mucho que desear. ¿O quizá debo creer que lo admiras?

Ver la mofa en sus ojos y en sus palabras, y más sabiendo que él había rechazado la oferta de casarse con ella, hizo que Gillian le propinara un fuerte pisotón, que él aguantó sin cambiar el gesto. Sin inmutarse, tocó con delicadeza el rostro de ella.

—Gillian, yo… —susurró.

Se escuchó a alguien entrar en las cuadras, y ninguno de los dos se movió. No querían ser descubiertos. Eso hizo sonreír a Niall, y Gillian, agitada, sin querer contener sus impulsos, se abalanzó sobre él y lo besó con pasión. Al cuerno lo que pensara de ella.

De pronto se oyó la voz de Kieran.

—Gillian, preciosa, ¿estás por aquí?

Niall se tensó y la apartó de él. Kieran esperó durante unos instantes y como ella no respondió se marchó.

—¿Desde cuándo Kieran te visita y te llama preciosa?

La joven, al sentirse rechazada, levantó el mentón.

—¿Desde cuándo tonteas con la boba de Diane?

—Respóndeme, Gillian —exigió, furioso.

—No, no tengo que darte explicaciones.

—No me enfades más, mujer.

Dándole un golpe en el estómago con todas sus fuerzas, ella gruñó.

—¿Cómo que no te enfade más? Llevo días siendo testigo de cómo sólo le prestas atención a esa cursi de Diane y no te diriges a mí más que para humillarme y despreciarme. Sé que no soy una santa ni la mejor persona del mundo, y también sé que merezco tu enfado y algún reproche. Pero tras todo lo que estoy aguantando estos días delante de mi familia y mi gente, ¿pretendes que yo te dé explicaciones?

Niall, sorprendido por aquella revelación, dio un paso hacia atrás. Ella estaba celosa de Diane y eso sólo podía ser porque aún sentía algo por él. Sin querer dar su brazo a torcer, a pesar de lo mucho que ansiaba estar con ella, con gesto controlado, afirmó:

—Sí, Gillian. Exijo explicaciones.

—¿De qué?, ¿de ahora?, ¿de hace años? ¿De qué?

—De todo.

Enajenada por haberle revelado algo tan íntimo, siseó:

—Pues no te las daré, McRae.

—¿Ah, no?

—No, no te las daré.

—Creo que me las debes, Gillian. Tú…

—No te debo absolutamente nada —cortó ella, consciente de que se equivocaba.

Niall quiso gritar y vocear. Aquel juego estaba acabando con su poca paciencia y, tomándola del brazo con rudeza, dijo en tono duro:

—¡Maldita sea, Gillian! Rompiste nuestro compromiso sin darme opción de hablar contigo. Deseé la muerte en el campo de batalla, sabedor de que mi vida sin ti se había acabado. Y ahora, cuando creo que tú y yo no tenemos nada de que hablar, ¿pretendes que yo te dé explicaciones de quién es Diane, o qué hago con ella?

Gillian lo miró, y Niall, muy enfadado, bramó, dispuesto a marcar para siempre la diferencia:

—No, milady…, no. Seguid revolcándoos con vuestros mozos de cuadra. Vos sois la última mujer a la que yo le daría explicaciones sobre nada porque no sois nadie para mí.

Se lo veía tan enfadado que Gillian no pudo contestar. Quiso decirle tantas cosas, pedirle tantas disculpas, pero su orgullo no se lo permitió. Ella y sólo ella se había comportado mal, y ambos llevaban años pagándolo. Encendido por la furia, Niall se separó de ella como si le quemara, y antes de salir de la caballeriza, añadió:

—No sé qué estoy haciendo aquí a solas con vos. Y mucho menos sé por qué os he besado. Pero ninguna de esas cosas volverá a ocurrir ¡nunca! —gritó, colérico, haciendo que ella se encogiera—. Sólo espero que mañana os caséis con ese Carmichael, y os lleve lejos de aquí. Así sabré con certeza que no os volveré a ver en toda mi vida.

Entonces se marchó, dejándola sola y destrozada. Sin fuerzas para salir, Gillian se sentó en una bala de paja para calmar su excitación. Él llevaba razón en todo y nada podía hacer.