8

Sentada en el alféizar, Gillian miraba por la ventana de su habitación. Habían pasado los días sin que nada pudiera hacer para remediar su horrible destino, mientras era testigo de cómo el patán de Niall y la prima de Alana, Diane, reían, paseaban juntos y disfrutaban de interminables conversaciones.

Aquel día era su vigésimo sexto cumpleaños, pero no se sentía feliz. ¿Cómo podía sentirse dichosa ante su horrible destino? Abajo, en el patio de armas, su futuro marido, Ruarke, hablaba con su odioso padre, y eso le puso la carne de gallina. Sólo quedaba un día para tener que cumplir su terrible misión. Odiaba sus ojos de rata, su olor mohoso, su aliento, y sólo pensar que en breve aquel hombre tendría derechos carnales sobre ella la enfermaba.

Tras maldecir y hacer una muesca en la madera de la ventana con la daga, se fijó en dos jinetes que se acercaban. Su corazón se aceleró cuando comprobó que eran Niall y Diane. Sin quitarles la vista de encima los observó mientras llegaban sonrientes hasta el patio de armas, donde Niall con rapidez desmontó y ayudó a Diane a desmontar tomándola por la cintura.

Furiosa, Gillian comenzó a jugar con la daga entre los dedos, y tuvo que contener sus deseos de lanzarla cuando observó cómo ella le decía algo y él, encantado, sonreía.

En ese momento, se abrió la puerta de su habitación y entraron Megan, Cris, Alana y Shelma. Rápidamente, se apartó de la ventana.

—¡Feliz cumpleaños! —gritaron todas al entrar.

«¡Oh, sí!, fantástico cumpleaños el mío», pensó, pero con una fingida sonrisa las recibió y aceptó sus besos.

Al ver la tristeza en sus ojos, las mujeres se miraron unas a otras. Debían de actuar ¡ya! Shelma fue la primera en hablar mientras dejaba un precioso vestido de novia sobre la cama:

—Vamos a ver, futura señora Carmichael. —Gillian le dedicó una mirada asesina, pero ella continuó—: Necesitamos que te pruebes de nuevo el vestido para ver si hemos acertado.

Megan percibió la cara de enfado de su amiga. Estaba ojerosa y se la veía cansada.

Sabía por Cris lo que había pasado unos días atrás con Niall, pero calló. Lo mejor era dejar que Gillian se agobiara y, como siempre, explotara.

—Estarás preciosa… —sonrió Alana con fingida indiferencia—. Cuando Ruarke te vea aparecer con este vestido, caerá rendido a tus pies.

—Ruarke y cualquiera —asintió Cris.

Gillian miró a Megan. Llevaba sin hablar con ella varios días. Parecía distante, y eso no le gustaba.

—¿Te ocurre algo, Megan? —le preguntó.

—¿Debería ocurrirme algo, Gillian? —respondió con sorna. Durante unos segundos ambas se miraron a los ojos, pero ninguna dio su brazo a torcer. Alana y Cris, que se habían acercado hasta la ventana, intercambiaron una mirada, y la primera, emocionada, atrajo la atención de todas.

—¿No creéis que mi prima Diane y Niall hacen una bonita pareja? —preguntó—. ¡Oh, el amor, el amor!

Megan y Shelma se aproximaron también a la ventana y comprobaron que los dos jóvenes sonreían junto a los caballos.

—¡Qué bonita pareja! —mintió Megan.

—Sí…, la verdad es que ambos son tan guapos… —rió Shelma.

—¡Oh, sí!, Niall es un hombre muy…, muy guapo —puntualizó Cris.

Gillian se alejó más de las otras cuatro. No quería estar con nadie. No quería oír hablar de esos dos. Sólo quería estar sola para compadecerse de la vida que le esperaba.

—La verdad, Alana, es que tu prima es una chica encantadora y muy educada —mintió Shelma—. Anoche, durante la cena, tuve el placer de hablar con ella y me comentó que le encanta Niall y que cree que entre ellos puede haber algo más.

—¡Oh, sí!, de eso no hay duda —apostilló Cris, divertida.

—¿En serio? —aplaudió Alana, encantada.

—Eso dijo —asintió Shelma, mientras con el rabillo del ojo observaba a Gillian—. Me confesó que le resulta extremadamente atractivo e interesante.

«¡Maldita sea!, ¿por qué tengo que seguir oyendo hablar de esto?», pensó Gillian, cada vez más enfadada.

Megan la vio clavar la daga con fuerza en un pequeño arcón y sin que pudiera evitarlo sonrió. Su encantadora Gillian luchaba contra un imposible y, tarde o temprano, debería darse cuenta. El problema era que ya comenzaba a ser tarde. Por eso, todas ellas habían decidido azuzarla hasta que reventara, y acercándose a su hermana Shelma, murmuró:

—¡Oh, sí! Duncan y yo estamos encantados por Niall. Llevábamos años sin verlo tan feliz. —Shelma al oír resoplar a Gillian sonrió, y Megan continuó—: Es más, anoche mismo me dijo que si me parecía bien invitar a Diane a Eilean Donan. Una vez allí, quizá Niall tome la iniciativa y le pida por fin matrimonio.

«¡Ay, Dios!, como sigan hablando voy a explotar».

—Bueno…, bueno…, eso volvería loca a mi hermana —se mofó Cris, sabedora de la verdad.

—¡Oh, otra boda! ¡Qué ilusión! —aplaudió Alana con demasiada devoción.

—Y seguro que pronto tienen preciosos niños —añadió Shelma riendo.

—¡Oh, sí! —asintió Megan—. Niall quiere tener varios; le encantan los niños. Sólo hay que verle cómo está con Johanna y Amanda.

—¡Basta ya! —gritó, de pronto, Gillian—. Si vais a seguir hablando de Niall y Diane, es mejor que os vayáis. No quiero oír hablar de ellos, ¡¿me entendéis?!

Alana, haciéndose la sorprendida por aquel arranque de furia, miró a las otras y, con voz inocente, preguntó:

—Pero, Gillian, ¿por qué te pones así? —Al ver que la joven no contestaba, prosiguió—: Estoy feliz por tu boda, y sólo digo que me haría muy feliz que entre Diane y Niall pudiera haber otra boda. Además, con lo guapos que son los dos, estoy segura de que tendrán unos niños preciosos y…

Soltando un grito de guerra Gillian se lanzó contra su cuñada, pero Megan y Shelma, que la conocían bien, ya estaban alerta. La sujetaron a tiempo mientras gritaba improperios, hasta que por fin lloró. Necesitaba llorar.

Conmovidas por la rabia y las lágrimas de Gillian, todas suspiraron. Sin tiempo que perder le explicaron que todo lo que habían dicho había sido un teatrillo para saber si realmente aún sentía algo por Niall. Y no se equivocaban. Seguía amando a Niall McRae.

Una vez que consiguieron calmarla, se sentó frente a esas mujeres que la adoraban y susurró:

—¡Odio a Niall!

Megan le limpió una lágrima.

—No, no lo odias. Le quieres y no puedes negarlo —susurró.

Y Gillian prorrumpió de nuevo en terribles sollozos.

—Mira, tesoro —dijo Shelma, levantándole la barbilla—. Creo que ya va siendo hora de que le perdones por algo que él no pudo remediar. Niall y nuestros esposos son highlanders, guerreros que luchan por Escocia y que nunca abandonarían a su rey. ¿Todavía no te has dado cuenta?

—Ya es tarde… Me odia. Lo sé. Lo conozco.

—Vamos a ver, Gillian —murmuró Alana con cariño—. Niall no te odia. A él le pasa como a ti. Intenta olvidarte, pero en su cara se ve que le es imposible. Mi prima le gusta porque es una joven preciosa, pero a ti te adora.

—Pero déjanos decirte —continuó Megan— que le hiciste pagar muy caro su servicio y lealtad a nuestro rey. Él no pudo regresar tras aquella reunión para despedirse de ti, como no lo hicieron Duncan, Lolach ni tu hermano siquiera. Pero la diferencia es que nosotras, y cientos de mujeres en Escocia, recibimos a nuestros esposos con los brazos abiertos, y tú te alejaste de él y anulaste vuestro compromiso. ¿Cómo crees que se sintió él?

—¡Uff! ¿Te lo digo yo? Fatal —asintió Shelma—. Pasó una época terrible.

—Pero Diane es una mujer preciosa, y yo veo cómo la mira, y… —susurró Gillian con la voz rota tras un lamentoso gemido.

—Y Niall te quiere a ti —sentenció Alana, tocándole con cariño la cara.

—Por mi hermana no te preocupes, Gillian —murmuró Cris—. Ella no tiene nada que hacer con él, y lo sé de primera mano, créeme.

—Escúchame, Gillian —intervino Megan de inmediato para no dejarla pensar—, conozco a mi cuñado y sé que sólo tiene ojos para ti. Su Gillian…, eres su Gillian. Y aunque no he hablado con él, estoy segura de que está sufriendo cada instante del día viendo cómo se acerca tu enlace con el papanatas de Ruarke. —Al ver que Gillian sonreía, murmuró—: Y por mucho que te empeñes en decir que él es un patán barbudo, y que él te reproche que eres una malcriada, sois el uno para el otro. Y como dije hace unos días, él es tu hombre.

Consciente de que no podía seguir luchando contra un imposible, Gillian resopló y, entre gemidos, murmuró:

—Pero… somos tan diferentes que nos terminaríamos matando.

Shelma se carcajeó y, mirando a su hermana, dijo:

—Gillian, si Duncan no ha matado a mi hermana, no creo que Niall te mate a ti.

Eso las hizo reír, en especial a Megan, que asintió.

—A esos highlanders del clan McRae les gustan las mujeres con carácter, cielo —apuntó Megan—. Y por mucho que se empeñen en maldecir y recordar en ocasiones a todos los santos, ¡nos adoran!, y les gusta que les presentemos batalla.

—Vamos a ver, Gillian, el tiempo apremia —dijo Alana—. Tú no deseas casarte con Ruarke, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Me repugna —respondió, limpiándose las lágrimas.

—¡Uf, qué abominación de hombre! —susurró Shelma, horrorizada.

—Ni que lo digas —asintió Cris.

—Pues entonces debes convencer a Niall para que se case contigo antes de que termine el día de hoy, o ya no podrás hacer nada para impedir tu boda —sentenció Megan de un tirón.

Ante aquella locura, Gillian quiso protestar, pero Cris la cortó:

—Una cosa más, Gillian: llama a Niall por su nombre y déjate de tanto formulismo.

A él no le va eso; al revés, lo irrita. Pronuncia su nombre mirándole a los ojos y comprueba por ti misma si lo que te decimos nosotras es verdad o no.

—¡Vaya, Cris…! Compruebo que eres una mujer muy experimentada en hombres —rió Shelma.

—Algo sé… —contestó la joven sonriendo—. Conseguí que el hombre al que amo me mirara y derribé sus defensas, aunque por desgracia aún nos quedan más por derribar.

Pero no era el momento de hablar de Cris, y Megan, mirando a su amiga, repitió:

—Debes conseguir que el burro de Niall se case contigo antes del amanecer, Gillian, ¿has oído bien?

Gillian miró a las otras con ojos asustados y, tapándose la boca con un cojín, chilló.

Una vez que acabó su largo y agonizante chillido, se quitó el cojín de la cara y le preguntó a Megan:

—¿Y cómo pretendes que consiga eso? ¿Amordazo a ese salvaje y lo obligo a casarse conmigo?

—Es una opción —asintió Cris, mientras las demás reían y Gillian ponía los ojos en blanco.

Alana se puso en pie.

—Gillian, levántate —le ordenó—. Debes volver a ser la muchacha que él conoció y de la que se enamoró. Por lo tanto, bajemos al salón e intenta por todos los medios que se fije en ti y te siga como te seguía tiempo atrás. —Al ver que todas la miraban, Alana dijo—: Como última opción siempre lo podemos amordazar, o quizá Megan, con algunas de sus hierbas, le pueda atontar.

—¡Alana! —gritaron las mujeres, alegres.

Y sin esperar un momento más, trazaron un plan. Gillian debía casarse aquella noche con Niall, y punto.