Tras el episodio del árbol, y cuando todos parecían haberse olvidado de lo ocurrido, Gillian y Megan hablaban con tranquilidad sentadas en un gran banco de madera.
—Pero tú has visto cómo beben esos bestias —susurró Gillian, mirando cómo bebían los hombres de Niall.
—Son highlanders, Gillian. ¿Qué esperas de ellos?
Aquel comentario las hizo sonreír, hasta que varias jóvenes de Dunstaffnage pasaron junto a los hombres y éstos comenzaron a gritar las mayores burradas que nunca hubieran oído.
—¡Por todos los santos! —gruñó Gillian—, a esa pandilla de barbudos les falta educación. ¡Qué vulgares!
Megan los conocía y asintió. En más de una ocasión, habían visitado a Niall en Skye y había sufrido sus mordaces comentarios, hasta que un día Duncan le puso el acero en el cuello a uno de ellos; a partir de ese momento, la respetaron.
—Sí, Gillian, tienes razón. Los hombres de Niall no tienen modales. En Duntulm no hay mujeres decentes. Ninguna quiere vivir allí, y sólo tratan con las fulanas que suelen visitar.
—Y a veces ellas son más groseras que ellos, os lo puedo asegurar —dijo Christine, acercándose.
Megan sonrió. A diferencia de su hermana Diane, Christine era encantadora y una muchacha de acción como ellas. Se la presentó a Gillian.
—Siéntate aquí con nosotras. Decíamos que los guerreros de Niall son terribles.
—Yo oí hace tiempo que la gran mayoría son asesinos —indicó Gillian sin quitarles el ojo de encima.
Christine sonrió.
—Os doy la razón en que tienen unos modales deplorables, pero, Gillian, no creas todo lo que se dice. Esos hombres, con esas pintas tan horribles, esas barbas y esos malos modales, son buenas personas. No son asesinos despiadados como dicen.
Todos ellos, tanto irlandeses como escoceses, tenían una familia que perdieron luchando por sus ideales y sólo necesitan un poco de cariño para volver a ser los hombres juiciosos que seguramente fueron.
—¿Tanto les conoces como para hablar así de ellos? —preguntó, sorprendida, Megan.
Christine, mirando hacia aquellos salvajes, sonrió.
—Apenas les conozco, Megan, pero he podido comprobar que las desgracias de uno son de todos. Y las pocas veces que los he necesitado me han ayudado sin pedir nada a cambio. Y eso dice mucho en su favor para mí.
De pronto, se oyó la voz chirriante de Diane. Parecía muy enfadada con su criada.
—Disculpadme, pero tengo que ir a salvar a la pobre Alice. Seguro que la boba de mi hermana se ha roto una uña, y la está culpando a ella —dijo Christine con rapidez, haciéndolas sonreír.
Tras cruzar una graciosa mueca con ellas, se levantó y se marchó, y Megan y Gillian volvieron a centrar su atención en las voces obscenas de aquellos hombres. Entonces, la pobre y asustada Lena llegó hasta ellas.
—Lady Gillian, vuestro hermano os requiere en su sala privada.
—¿Ahora? —preguntó, molesta.
—Eso me ha dicho.
Gillian resopló y dijo a la criada:
—De acuerdo, Lena. Dile a Axel que en cuanto acabe con unos asuntos iré.
Cuando se marchó, Lena pasó corriendo junto a los hombres de Niall, que volvieron a vocear.
—Te juro que, como me digan algo que no me guste, les arranco los dientes —indicó Gillian, levantándose.
Con una sonrisa en el rostro, Megan la cogió del brazo.
—Tranquila, soy la mujer del Halcón y me conocen.
Pasaron junto a ellos, y los hombres no levantaron la voz, aunque agudizando el oído Gillian oyó:
—A la rubia, si me la encontrara en un bosque, le subiría el vestido y la haría mía una y otra vez.
Ofendida, Gillian se volvió hacia ellos rápidamente.
—¿Quién ha dicho semejante obscenidad? —preguntó.
Todos se quedaron callados. Junto a aquella pequeña mujercita estaba la mujer del Halcón, y sabían qué ocurriría si ésta se sentía ofendida.
Al ver que ninguno decía nada, Gillian cogió una espada que había sobre uno de los barriles de cerveza, y tras un mandoble de tanteo al aire, puso el acero contra el cuello de uno de los barbudos y repitió entre dientes:
—He preguntado quién ha dicho semejante barbaridad.
Los hombres, al ver que aquella muchacha menuda pero con cara de pocos amigos, apretaba la espada contra el cuello del bueno de Sam, rápidamente reaccionaron y varios a la vez se culparon de lo dicho.
—Yo. He sido yo.
—No. He sido yo —dijo otro.
—De eso nada —reaccionó otro de pelo rojo—. He sido yo.
Durante unos instantes, uno tras otro asumieron la culpabilidad, y Gillian recordó las palabras de Christine: «… las desgracias de uno son de todos». Por ello, bajó el acero, pero siseó:
—Tened cuidado con vuestras lenguas, si no queréis que os las corte.
Dejando la espada donde estaba, se volvió y, tras guiñar un ojo a Megan, comenzaron a caminar.
—Pobrecillos, ¡nunca habrían esperado que una pequeña mujercita como tú les asustara!
Ufanas, se miraron y rieron. Pero antes de llegar a su destino se sorprendieron cuando vieron a Niall entrar con paso rápido por la puerta del castillo y a Duncan, enfadado, detrás. A una distancia prudencial de ellas, se pararon y comenzaron a discutir.
—Verdaderamente parece un hombre de las cavernas —susurró Gillian al observar la pinta tosca de Niall, cuyas barbas eran tan parecidas a las de sus hombres.
—Pero sabemos que bajo todo ese pelo hay un hombre guapo y atractivo —rió Megan.
—No exageres. Tampoco es para tanto.
Entonces, Megan le dio un manotazo en el trasero.
—¡Ah! —se quejó Gillian, y Megan sonrió.
Niall era tan alto como su hermano. Sus anchos hombros, su amplio torso y sus piernas fuertes le hacían imponente. Y aunque Gillian no lo quisiera reconocer, vestido con aquella camisa blanca y esos pantalones de cuero oscuros, era deseable. Pero aquellas barbas que ocultaban sus carnosos labios y aquel pelo recogido en una burda coleta no le hacían justicia. Él era un hombre de cinceladas y marcadas facciones masculinas, de nariz recta, y unos ojos almendrados de un tono marrón exquisito. Pero todo quedaba oculto bajo esa enorme y espesa barba.
Aguzaron el oído, pero no lograron entender nada. Discutían, pero hablaban tan cerca uno de otro que no se podía oír nada. Al final, Niall, airado, entró en el castillo, y Duncan, tras maldecir, fue detrás de él.
—¿Tú sabes lo que pasa?
—No tengo ni idea —respondió Megan, encogiéndose de hombros. No sabía qué ocurría, pero por el gesto de Duncan y el enfado de Niall intuyó que no era nada bueno—. Vamos, te acompaño.
Con paso rápido, llegaron hasta la arcada de la sala, y tras llamar con los nudillos, entraron para encontrarse con Axel, Magnus, Duncan y Marlob.
—¿Ocurre algo? —preguntó Gillian, preocupada, acercándose a ellos.
—¡Siéntate! —le ordenó Axel con voz grave.
Las mujeres se miraron, y Gillian, molesta, preguntó:
—¿Por qué me hablas así? ¿Qué he hecho ahora?
—Siéntate —repitió su abuelo Magnus para desconcierto de la joven.
Gillian miró a Megan y tomándola de la mano la obligó a sentarse junto a ella.
Pasados los primeros momentos en los que sólo se oían las risas de fuera y el crepitar del fuego, Gillian, al ver que ni su abuelo ni su hermano decían nada, dijo:
—No sé a qué viene esto, pero si es porque me he subido al árbol para bajar a los niños, creo que mi actitud es más que comprensible. —Como ninguno decía nada, continuó—: Si es por blandir la espada y golpear al mequetrefe de August Andersen, ya le he contado al abuelo que lo hice en defensa propia. Ese idiota intentó besarme y ¡Dios!, casi me muero del asco.
Megan, al ver que ninguno contestaba, salió en su defensa.
—En su caso, yo habría hecho lo mismo. —Duncan la miró y sonrió.
—No tiene que ver con eso —susurró Axel, que no paraba de dar vueltas por la habitación.
Cada vez más confundida, Gillian gritó:
—¡Maldita sea, Axel! ¿Quieres decirme de una vez qué ocurre?
Su hermano, con gesto contrariado, fue a hablar pero Magnus, su abuelo, se adelantó y se sentó frente a la muchacha cogiéndole de la mano.
—El día de tu bautizo, hace veintiséis años, tus padres llegaron a un acuerdo con Keith Carmichael del que nunca más se volvió a hablar, y que tanto tu hermano como yo desconocíamos. —Le entregó un papel viejo y arrugado para que ella lo leyera—. El acuerdo era que, si al día siguiente de tu vigésimo sexto cumpleaños eras viuda o no habías contraído nupcias, y su hijo Ruarke Carmichael no se había desposado, vuestros destinos se unirían en matrimonio.
Megan, con la boca abierta, observó a su amiga, que con la cabeza agachada leía el papel. Sin que pudiera pestañear, Gillian miró la firma de su padre, y el estómago se le encogió.
—¡No…, no…, no! —gritó, tirando el papel. Se levantó y se encaró a su hermano, que estaba apoyado en la mesa—. No pensarás ni por un momento que me voy a casar con ese ridículo y absurdo papanatas de Ruarke, ¿verdad?
Axel no contestó, lo que enfadó aún más a Gillian, que volvió a gritar:
—No, no me casaré con ese hombre. Antes prefiero casarme con…, con…, con…
—¿Con quién, Gillian? ¿Con alguno de los mozos de cuadra con los que en ocasiones te han visto divirtiéndote? —preguntó Axel, malhumorado.
Ella lo miró, pero no respondió. Estaba harta de los bulos que sobre su persona se propalaban por el simple hecho de que entrenaba con aquellos hombres, incluso con los guerreros McDougall en la liza.
A Axel no le hacía ninguna gracia pensar en su hermana casada con Carmichael.
No le gustaban ni él ni su padre. Pero aquel maldito papel así lo ordenaba y poco se podía hacer.
Megan miró a su marido en busca de ayuda, y de pronto, vio a Niall sentado en el fondo de la habitación mirándolas. Entonces, su esposo se llevó el dedo a los labios para indicarle que callara. Incrédulo, Duncan comprobó que ella asentía y no decía nada.
Con rapidez, Gillian comenzó a pensar en algunos de sus ridículos pretendientes.
Pero el solo hecho de pensar en ellos le revolvía el estómago; mientras, su abuelo Magnus la miraba con gesto triste. El silencio se hizo dueño de la sala en tanto todos la contemplaban, hasta que ella, desesperada, levantó la vista y miró a su amiga.
—¡Maldita sea! Megan, ¿qué hago? —Sin darle tiempo a responder murmuró apoyándose en la mesa mientras los hombres la miraban—. Con Robert Moning no me puedo casar porque es medio tonto y no…, no puedo.
—Lo es —afirmó Megan.
—Sinclair McMullen es…, es… un sinvergüenza… encantador…, pero es un sinvergüenza.
—No hay duda —volvió a asentir Megan, ganándose una mirada de su marido.
—Homer Piget… es un ser despreciable. Y antes de casarme con él, ingreso en una abadía.
—Yo lo haría también —asintió Megan, haciendo reír a su marido.
—Wallace Kinsella me odia. Recuerdo que…
Megan recordó que Gillian se había atrevido a romperle los pantalones por el trasero con la espada y sonrió.
—Sí, Gillian… Wallace; olvídalo.
—James Culham ya se ha casado. Darren O’Hara… ¡Oh, Dios, qué asco de hombre! —exclamó, mirando a su amiga—. No sé quién es peor si Ruarke o Darren. Gregory Pilcher… No, no, ése huele a tocino rancio.
—Sí —asintió de nuevo Megan.
—Scott Campbell huye de mí desde el día en que lo maniaté y lo dejé a merced de los lobos.
—Sí… Mejor no pensemos en él —rió con picardía Megan.
—Kevin Lancaster… no me puede ni ver. Roarke Phillips me odia tanto como yo a él. Kudran Jones…
—No, ése no —dijo Megan—. Kudran se casó hace un tiempo.
—¡Oh!…, es verdad —asintió Gillian. Y tapándose la cara con las manos, gruñó—: ¡Maldita sea!, no se me ocurre ninguno más.
Los ancianos Magnus y Marlob se miraron, y Megan entendió lo que ambos pensaban. Por ello, pese al gesto de horror de su marido y de Axel, dijo:
—Gillian, yo conozco un pretendiente y no lo has nombrado.
Axel y Duncan se miraron y maldijeron. Niall, al entender lo que iba a hacer Megan, la miró y negó con la cabeza desde el fondo de la habitación. La mataría más tarde.
—¿Quién? —preguntó Gillian. Pero antes de que su amiga mencionara el nombre, gritó—: ¡¿Niall?! ¡Oh, Megan!, ¿cómo se te puede ocurrir algo así? Ese…, ese… patán barbudo es el peor de todos los hombres que he conocido.
—No es un patán barbudo —negó Megan.
—Muy bien dicho, muchacha —asintió Marlob, defendiendo a su nieto.
Pero Gillian, más histérica que instantes antes, gritó fuera de sí:
—¡Nunca! No me casaré con él. ¡Nunca! Antes me caso con Ruarke, me interno en una abadía o me quito la vida. Él es un ser despreciable, al que odio y no soporto ver. Nunca; repito: nunca me casaré con él.
Incrédula, Megan la miró. ¿Cómo era posible que Gillian dijera aquellas barbaridades? Con decisión, se volvió hacia donde Niall estaba sentado y le vio sonreír. Pero Megan le conocía, y sabía que, a pesar de su sonrisa, lo que había escuchado le dolía.
Duncan, herido por lo que había dicho Gillian, se acercó a la joven y desesperada muchacha y siseó:
—Por supuesto que no te casarás con mi hermano. Pero no porque tú no quieras, sino porque él ha rechazado la proposición. Niall tampoco quiere tener nada que ver contigo.
Megan, con rapidez, miró a su cuñado, y éste, con la misma sonrisa absurda, asintió. Gillian gimió; ahora entendía la discusión que habían presenciado. Al ver su gesto derrotado, Megan le tomó las manos.
—A mí me parece que Niall podría ser un buen esposo. Sé juiciosa y piensa. Él siempre te ha querido y creo que aún te puede querer. —Al oír aquello, Niall se puso en pie. ¿Qué hacía Megan diciendo aquellas mentiras? Pero no podía decir nada, así que continuó escuchando—. Niall es un buen hombre; siempre lo ha sido y siempre lo será. Sé que ahora piensas que él ha cambiado, pero… no es así. Niall sigue siendo el muchacho que conociste antaño, y estoy segura de que si tú se lo pidieras, él aceptaría.
Levantándose como una flecha, Gillian cogió a su amiga del brazo y, apartándose de las curiosas miradas y oídos de los hombres, bufó:
—¿Te has vuelvo loca, Megan? ¿Cómo puedes decir eso después de lo que pasó entre él y yo?
—No, no me he vuelto loca.
—¡Oh, Megan!…, ¿cómo puedes estar haciéndome esto?
—¿Recuerdas cuando a ti te parecía buena idea que yo me casara con Duncan y a mí no?
Duncan sonrió. Nunca olvidaría aquel día. Megan estaba deliciosa con su cara de enfado, negando una y otra vez que quisiera ser su mujer.
—No es lo mismo, Megan —se defendió Gillian.
—¿Por qué no es lo mismo?
Gillian no podía creer que su mejor amiga le estuviera proponiendo aquello.
—En tu caso —contestó—, yo sabía perfectamente que Duncan y tú estabais hechos el uno para el otro. —Eso hizo sonreír a Megan—. Además, recuerda que tu abuelo y Mauled le hicieron prometer que cuidaría de ti. Y tú, en ese momento, necesitabas de la protección de Duncan para que no te ocurriera algo peor.
—¿En qué se diferencia lo que yo necesitaba a lo que tú necesitas ahora? ¿Acaso deseas casarte con Ruarke?
—¡Oh, Dios, qué asco! Se me revuelven las tripas de sólo pensarlo.
—Lógico, no es para menos —asintió su amiga.
—No, no quiero casarme con ese memo, ni quiero que me toque ni me bese. —Entonces, al pensar en Niall, murmuró—. Pero, Megan, Niall ha venido acompañado por una mujer, ¿no lo recuerdas?
—Sí. Y sé perfectamente que esa boba no significa nada para él. Y ahora deja de decir y hacer tonterías, y asume que Niall es lo que tú necesitas, al igual que yo necesitaba a tu juicio a Duncan.
—Duncan acaba de decir que Niall ha dicho que no —escupió Gillian—. Pero yo creo que…
—¡Imposible! —gritó Gillian, volviendo junto a los hombres para sentarse—. El cretino, maleducado y estúpido de tu cuñado está descartado como lo están todos los que he nombrado. Antes muerta que ser su mujer.
Tras un silencio sepulcral, de pronto se alzó la voz de Niall y la dejó petrificada.
—Milady, ¿podríais indicarme por qué estoy descartado de tan encantadora proposición?
Megan y Gillian se miraron, y esta última maldijo antes de volverse para ver a Niall sentado en un butacón en el fondo de la estancia, junto al hogar. Como Gillian no respondía, Niall se levantó y se acercó lentamente hacia ella. Se paró y la contempló desde su imponente envergadura.
—¿Debo pensar, milady, que huelo a rancio? ¿O quizá soy un sinvergüenza encantador? —preguntó con burla.
Duncan, al comprender la ironía de su hermano y ver la cara de Gillian, supo que aquello no terminaría bien.
Gillian se levantó para encararse a Niall y éste se encendió. Aquella mujer con gesto descarado y peores modales siempre le había gustado, y aún continuaba gustándole; pero mirándola con fingida indiferencia, siseó:
—¡Ah, perdonad! Recuerdo haber escuchado que para vos soy ¡un patán barbudo y un cretino! —Y agachándose frente a su cara, murmuró—: Lo que no habéis escuchado es que yo pienso de vos que sois una malcriada, una consentida, una maleducada y un sufrimiento como mujer, además de insoportable.
Rabiosa por lo que Niall decía, tragó saliva y se encaró a él. No le importaba que fuera más alto o más grande que ella. Con su estatura sabía perfectamente defenderse, y poniendo las manos en las caderas y estirándose, dijo:
—¡Patán! Sí, sois un ¡patán y un cretino! Y un ¡sinvergüenza! Pero en vuestro caso no sois encantador ¡Oh…, no! —gritó, furiosa—. Y prefiero casarme con cualquiera, incluso con uno de esos salvajes que tenéis como guerreros, antes que con vos. Sólo pensarlo me pone enferma.
Niall, con una mezcla de furia y diversión, sonrió, y tras mirar a su hermano, señaló:
—¿Sabéis, milady? En eso estamos de acuerdo. Yo me casaría con cualquiera antes que con una mimada como vos. Por lo tanto, ya podéis buscar a un tonto que os aguante, porque yo no estoy dispuesto a ello. Valoro demasiado mi vida, mi paz y mi tranquilidad como para casarme con una grosera y desconsiderada como vos.
«¿Desde cuándo se tratan con tanto formulismo?», pensó Megan, desconcertada.
Buscó ayuda en los hombres, pero ninguno movió un dedo.
Con rabia en la cara, Gillian levantó los brazos y le golpeó en el pecho. Estaba furiosa con él desde que se había marchado a Irlanda. Niall, ante aquellos golpes, apenas se movió, pero la asió por el brazo con gesto tosco. Axel se movió ligeramente, pero su abuelo Magnus, sujetándolo, le indicó que no se metiera.
Con el enfado en los ojos y en la voz, Niall miró a Gillian, y agachándose para acercar su cara a la de ella, siseó mientras la sujetaba con fuerza:
—¡Nunca! Repito: ¡nunca volváis a hacer lo que habéis hecho! Y por supuesto, nunca volváis a tocarme sin que yo os dé mi consentimiento. Porque si volvéis a hacerlo os juro que me dará igual quién esté delante, Gata. —Escuchar aquel apelativo la desconcertó. Sólo él la llamaba de ese modo—. Porque os cogeré y os azotaré hasta que aprendáis que a mí no se me trata así. —Soltándola con desprecio, miró a los que allí estaban y dijo—: Ahora, si no os importa, regresaré a la fiesta. Hay una bonita mujer esperándome a la que no le parezco un tosco patán, y no quiero que se impaciente ni un instante más.
Sin decir nada más ni mirarla, Niall se dio la vuelta, y después de cruzar una mirada muy seria con su cuñada, abrió la puerta y se marchó dando un portazo. Duncan, con gesto duro, asió de la mano a Megan, que no protestó, y seguido por su abuelo Marlob, salieron también de la habitación.
Gillian se había quedado tan petrificada por aquella reacción de Niall que cuando Magnus, su abuelo, pasó por su lado y no la miró, no supo qué decir. Sólo oyó la voz de su hermano, que antes de cerrar la puerta y dejarla sola, dijo:
—Tú lo has querido, Gillian. Anunciaré tu enlace. Dentro de seis días te casarás con Ruarke Carmichael.