Tercera parte
A cualquier precio

Había necesitado tiempo para solucionarlo, más de lo esperado. Había demasiado en juego, demasiadas cosas que manejar. Pero por fin se sentía satisfecho. El mensaje finalmente decía todo lo que tenía que decir:

La codicia se extiende en una familia como la sangre séptica en el agua de la bañera. Infecta todo lo que toca. Por consiguiente, las mujeres y los hijos que presentáis como objetos de pesar y compasión también deben ser destruidos. Los hijos de la codicia son malvados, y malvados son aquellos a los que abrazan. Así pues, ellos también deben ser destruidos. Todos aquellos a los que presentáis para que los necios del mundo los consuelen, todos deben ser destruidos, todos los relacionados por sangre o por matrimonio con los hijos de la codicia.

Consumir el producto de la codicia es consumir su mácula. El fruto deja su marca. Los beneficiarios de la codicia son portadores del pecado de la codicia y han de recibir su castigo. Morirán en el foco de tu alabanza. Tu alabanza será su perdición. Tu lástima es un veneno. Tu compasión los condena a muerte.

¿No puedes ver la verdad? ¿Tan grande es tu ceguera?

El mundo se ha vuelto loco. La codicia se disfraza de ambición loable. La riqueza finge ser prueba de talento y valor. Los canales de comunicación han caído en manos de monstruos. Se exalta lo peor de lo peor.

Con los demonios en los púlpitos y con los ángeles olvidados, corresponde al honrado castigar aquello que la locura del mundo recompensa.

Estas son las verdaderas y últimas palabras del Buen Pastor.

Imprimió dos copias para enviarlas por correo urgente. Una para Corazon; la otra para Gurney. Luego llevó la impresora a la parte de atrás de la casa y la destrozó con un ladrillo. Recogió los fragmentos, incluso las astillas de plástico más pequeñas, y las puso en una bolsa de basura, junto con el resto del papel de la impresora, para quemarlo todo en el bosque.

Ser precavido siempre es una buena inversión.