36. Picahielos y animales

A consecuencia del mensaje del Buen Pastor y todo lo que conllevaba, la reunión empezó cuarenta y cinco minutos tarde, con un nuevo orden del día y olor a café requemado.

Se encontraban en la típica sala de conferencias sin ventanas, con un tablón de anuncios de corcho pegado a una pared y una pizarra blanca reluciente al lado. La luz fluorescente era al mismo tiempo brillante e inhóspita, como la de la oficina claustrofóbica de Paul Villani. Una mesa de conferencias rectangular con seis sillas ocupaba la mayor parte del espacio. En un rincón había una mesita con una jarra de aluminio llena de café, vasos y cucharillas de plástico, leche en polvo y una caja casi vacía de sobres de azúcar. Gurney había pasado incontables horas en salas como aquella. Y siempre que entraba en un sitio así, inmediatamente tenía ganas de marcharse.

A un lado de la mesa se sentaron Daker, Trout y Holdenfield. Al otro, Clegg, Bullard y Gurney. Perfecto para una buena confrontación. Delante de cada uno, Bullard había colocado una fotocopia de la nueva carta del Buen Pastor, que todos leyeron varias veces.

Bullard también tenía delante una carpeta gruesa. Gurney comprobó que encima de ella estaba el resumen que le había enviado por correo, en el que detallaba sus ideas respecto al caso original.

Bullard se sentó justo frente a Trout, que tenía las manos cruzadas ante sí.

—Aprecio que hayan hecho el viaje hasta aquí —dijo Bullard—. Más allá de la importancia obvia de esta nueva comunicación, supuestamente del Buen Pastor, ¿hay alguna otra cosa que alguien quiera decir antes de que empecemos?

Trout sonrió de manera insulsa, poniendo las palmas hacia arriba en un gesto tradicional de deferencia.

—Es su terreno, teniente. Estoy aquí solo para escuchar. —Luego le lanzó una mirada menos cordial a Gurney—. Solo me preocupa que se entrometa, en una investigación en curso como esta, cierto personal no acreditado.

Bullard torció el gesto en ademán de desconcierto.

—¿No acreditado?

La sonrisa insulsa regresó.

—Permítame ser más concreto. Conozco la publicitada carrera del señor Gurney en la policía, pero desconozco qué pinta en este enredo, cuál es su relación con ciertos individuos que podrían ser objeto de esta investigación.

—¿Se refiere a Kim Corazon?

—Y a su exnovio, por poner dos ejemplos.

Gurney pensó que era interesante que supiera de Meese. Dos posibles fuentes de eso: Schiff y Kramden, el investigador del incendio, que le había preguntado a Kim sobre amenazas y enemigos. O puede que Trout hubiera empezado a hurgar en la vida de Kim de otra manera. La cuestión era por qué. ¿Otra señal de que era un obseso del control? ¿De que deseaba, por encima de todo, protegerse?

Bullard asintió, reflexiva. Su mirada vagó a la pizarra blanca.

—Es una preocupación razonable. Mi propia posición es, tal vez, menos razonable. Más impulsiva. Mi sensación es que el culpable podría estar tratando de apartar del caso a Dave Gurney, y eso hace que yo quiera que participe. —De repente la voz y los rasgos faciales de Bullard eran duros como el acero—. Mire, si el asesino está en contra, yo estoy a favor. También estoy dispuesta a hacer algunas suposiciones sobre la integridad individual, la integridad de cualquier individuo en esta sala.

Trout se apartó de la mesa.

—No me entienda mal. No estoy cuestionando la integridad de nadie.

—Lo siento si no le he entendido. Hace un momento ha utilizado la palabra «enredo». En mi mente esa palabra tiene connotaciones inequívocas. Pero no nos empantanemos antes de empezar. Mi recomendación es que primero revisemos lo que sabemos del homicidio de Blum. Luego podemos discutir acerca del mensaje de esta mañana, o sobre qué relación guarda este homicidio con los asesinatos que ocurrieron en la primavera del año 2000.

—Y por supuesto, está la cuestión jurisdiccional —agregó Trout.

—Por supuesto. Pero solo podremos abordar eso a partir del análisis de los hechos. Así pues, primero los hechos.

Una sonrisita asomó a los labios de Gurney. La teniente le parecía dura, lista, clara y pragmática.

—Algunos de ustedes —continuó ella— puede que hayan visto la detallada actualización número tres del CJIS que publicamos anoche. En el caso de que no lo hayan hecho, aquí hay copias. —Sacó varias hojas impresas de su carpeta y las repartió por la mesa.

Gurney examinó rápidamente su copia. Era un resumen conciso de las pruebas recogidas en la escena del crimen y las conclusiones forenses preliminares. Le complació comprobar que sus hipótesis se habían confirmado, así como ver los ceños que se estaban formando en las caras de Trout y sus compañeros.

Después de darles tiempo para asimilar la información y lo que implicaba, Bullard subrayó algunos puntos clave y preguntó si tenían dudas.

Trout levantó el informe.

—¿Qué significado atribuye a esa confusión sobre dónde aparcó su coche el asesino?

—Creo que «intento de engaño» sería más adecuado que «confusión».

—Llámelo como quiera, mi pregunta es qué significado tiene.

—Por sí mismo no mucho, más allá de indicar cierto nivel de precaución. Pero combinado con el mensaje de Facebook, diría que indica un intento de crear un hilo narrativo falso. Por eso mismo llevó el cadáver de la habitación del piso de arriba, donde se produjo el ataque, al recibidor, donde se encontró.

Trout levantó una ceja.

—Marcas microscópicas de los tacones de los zapatos de la víctima en la moqueta de la escalera, que podrían haberse producido al arrastrar el cuerpo —explicó Bullard—. Así que el asesino quería que creyéramos que el crimen ocurrió de una determinada forma, y no tal como sucedió de verdad.

Holdenfield habló por primera vez.

—¿Por qué?

Bullard sonrió como una profesora que observa que, por fin, su alumno hace la pregunta pertinente.

—Bueno, si nos hubiéramos creído el engaño, el escenario del asesino aparcando en el sendero, llamando a la puerta de la calle, acuchillando a la víctima en cuanto le abrió y alejándose en la noche, habríamos terminado creyendo que el mensaje de Facebook era de la víctima y que todo lo que decía era cierto, incluida la descripción del vehículo del asesino. Además hubiéramos deducido que el asesino era probablemente alguien que ella no conocía.

Holdenfield parecía tener sincera curiosidad.

—¿Por qué alguien que no conocía?

—Dos razones. Primero, el mensaje de Facebook indica que no era un vehículo que reconociera. Segundo, la posición en la que se encontró el cadáver nos haría deducir que la víctima no permitió que el asesino entrara en su casa, cuando, de hecho, sabemos que sí lo hizo.

—Pocas pruebas para eso —dijo Trout.

—Tenemos pruebas de que estuvo en la casa y de que hizo un esfuerzo para despistarnos sobre este punto. Podía tener varias razones para ello. Sin embargo, la más importante puede ser que la víctima lo conociera y que lo invitara a entrar.

Trout pareció sorprendido.

—¿Está diciendo que Ruth Blum conocía personalmente al Buen Pastor?

—Estoy afirmando que ciertos elementos de la escena del crimen exigen que tomemos en serio esa posibilidad.

Trout miró a Daker, que se encogió de hombros, como si pensara que aquello no tenía mayor importancia. Luego miró a Holdenfield, que parecía estar pensando que sí que tenía mucha importancia.

Bullard apoyó la espalda en la silla y dejó que el silencio calara antes de añadir.

—El hilo narrativo falso construido por el Buen Pastor en torno al asesinato de Ruth Blum hace que me pregunte por los asesinatos originales.

—¿Que se pregunte…? —Trout estaba agitado—. ¿Que se pregunte qué?

—Que me pregunte si entonces ya tenía la misma afición por el engaño, ¿qué opina, agente Trout?

Bullard, a su manera, había dejado caer una pequeña bomba. No era una bomba nueva, por supuesto. Era lo que Gurney había estado murmurando desde hacía una semana, y Clinter desde hacía diez años. Sin embargo, en ese momento, por primera vez, alguien que no era un outsider, sino una investigadora oficial, la había puesto sobre la mesa.

Bullard, a su manera, estaba invitando a Trout a que cuestionara la validez del manifiesto y el perfil del sujeto que habían creado, a que no se aferrara tanto a ellos.

Sin embargo, Trout se mantenía en sus trece:

—Antes ha hablado de la importancia de los hechos. Me gustaría conocer muchos más antes de emitir cualquier opinión. No tengo prisa por repensar el caso más analizado de la criminología moderna, solo porque alguien tratara de engañarnos acerca de dónde había aparcado su coche.

El sarcasmo era un error. Gurney lo vio en la posición de la mandíbula de Bullard en los dos segundos extra en que ella le sostuvo la mirada. La teniente cogió el mensaje de correo impreso que le había enviado Gurney.

—Como ustedes, amigos del FBI, han estado en el centro de todo ese análisis, espero que puedan iluminar unos pocos puntos para mí. Este asunto de los animalitos. Estoy segura de que han visto en nuestro informe del CJIS que pusieron un león de plástico de cinco centímetros en la boca de nuestra víctima. ¿Qué opinan de eso?

Trout se volvió hacia Holdenfield.

—¿Becca?

La psicóloga sonrió fríamente.

—Todo es pura especulación. La procedencia de los animales originales, un juego del Arca de Noé, sugiere un significado religioso. La Biblia describe el diluvio como el juicio de Dios sobre un mundo maligno, igual que las acciones del Buen Pastor representan su propio juicio sobre este mundo. Además, el Buen Pastor solo empleaba un animal de cada pareja. Tal vez, el romper las parejas de ese modo podría tener un significado. Su forma de «seleccionar el rebaño». Desde una perspectiva freudiana, podría reflejar un deseo infantil de romper el matrimonio de sus padres, quizá de matar a uno de ellos. Pero, insisto, es especular por especular.

Bullard asintió lentamente, como si estuviera tratando de asimilar una idea profunda.

—¿Y la pistola tan grande? Desde la perspectiva freudiana, sería un pene muy grande.

—No es tan sencillo —contestó Holdenfield.

—Ah —dijo Bullard—, me lo temía. Justo cuando creo que lo estaba entendiendo… —Se volvió hacia Gurney—.

¿Cuál es su lectura de la pistola grande y los animalitos?

—Creo que su propósito era generar esta conversación.

—¿Cómo?

—Creo que lo de la pistola y los animales son formas de distraer la atención.

—¿Distraer de qué?

—De su pragmatismo. Están concebidas para sugerir una capa subyacente de motivación neurótica o incluso de locura.

—¿El Buen Pastor quiere que pensemos que está loco?

—Bajo las razones superficiales que impulsan a un asesino en serie que se mueve por una misión, siempre hay una capa de motivación neurótica o psicótica. Es la fuente inconsciente de la energía homicida lo que impulsa la «misión» consciente. ¿Correcto, Rebecca?

Holdenfield no hizo caso de la pregunta.

—Creo que el asesino es plenamente consciente de ello —continuó Gurney—. En mi opinión, la pistola y los animales eran los toques finales de un manipulador genial. Los profilers esperarían encontrar cosas como esas, así que él mismo se las proporcionó. Ayudaron a hacer creíble el concepto de «misión». La única hipótesis que el asesino no quería que se investigara era que estaba perfectamente cuerdo y que sus crímenes podrían tener un motivo práctico. Un móvil de asesinato tradicional. Eso habría llevado la investigación en una dirección completamente diferente y tal vez lo habría expuesto con bastante rapidez.

Trout suspiró con impaciencia, dirigiéndose a Bullard.

—Ya hemos discutido todo esto con el señor Gurney. Sus teorías todavía no son más que teorías. No se sustentan en pruebas. La verdad, la repetición cansa. La hipótesis aceptada es más que coherente, la única explicación congruente y racional del caso que se ha presentado. —Cogió uno de sus ejemplares del mensaje del Buen Pastor—. Además, esta nueva comunicación concuerda completamente con el manifiesto original y ofrece una explicación más que creíble de por qué atacó a la viuda de Harold Blum.

—¿Qué opina de ello, Rebecca? —dijo Gurney, señalando el papel en la mano de Trout.

—Me gustaría tener más tiempo para estudiarlo, pero, ahora mismo, desde mi experiencia profesional, diría que lo escribió el mismo individuo que compuso el documento original.

—¿Qué más?

Holdenfield frunció los labios y pareció contemplar diversas formas de continuar su exposición.

—Está articulando el mismo resentimiento obsesivo, pero que ahora se ha agravado por la emisión de Los huérfanos del crimen. Su nueva queja, el factor motivador que desencadenó su ataque sobre Ruth Blum, es que ese programa de televisión glorifica de un modo indecente a una gente despreciable.

—Todo eso tiene sentido —se entrometió Trout— y refuerza la teoría principal del caso, la que se ha seguido desde el principio.

Gurney no hizo caso de la interrupción y permaneció concentrado en lo que decía Holdenfield.

—¿Cómo de enfadado diría que estaba?

—¿Qué?

—¿Cómo de enfadado estaba el hombre que lo escribió? Aquella pregunta pareció sorprenderla. Cogió su copia y la releyó.

—Bueno… Emplea un lenguaje emotivo e imágenes frecuentes. Palabras tales como sangre…, malvados…, mácula…, castigo…, muerte… veneno…, monstruos…, expresan una ira de connotaciones religiosas.

—Sí, pero lo que vemos en este documento ¿es ira o una descripción de lo que es la ira?

Hubo un minúsculo movimiento en la comisura de la boca de Holdenfield.

—¿Esta distinción sería…?

—Me gustaría saber si se trata de un hombre furioso que expresa su ira o si estamos ante un hombre calmado que escribió lo que imagina que un hombre furioso expresaría en tales circunstancias.

—¿Qué sentido tiene…? —interrumpió de nuevo Trout.

—Bueno, es bastante elemental —respondió Gurney—. Me pregunto si la doctora Holdenfield, una psicoterapeuta muy perspicaz, tiene la impresión de que el autor de este mensaje estaba expresando una emoción auténtica, propia, o si, digámoslo así, puso palabras en boca de un personaje de ficción que él mismo se inventó y al que bautizó con el nombre del Buen Pastor.

Trout miró a Bullard.

—Teniente, no podemos pasarnos todo el día dándole vueltas a esta suerte de teorización excéntrica. Esta es su reunión. Le insto a ejercer cierto control sobre ella.

Gurney continuó sosteniendo la mirada de la psicóloga.

—Una pregunta sencilla, Rebecca. ¿Qué opina?

Ella se tomó su tiempo antes de responder.

—No estoy segura.

Gurney percibió, por fin, cierta honradez en su mirada y en su respuesta.

Bullard parecía preocupada.

—David, hace un par de minutos ha utilizado la expresión «puramente práctico» en relación con el Buen Pastor. ¿Qué clase de motivo «puramente práctico» podría impulsar a un asesino a elegir seis víctimas que solo comparten entre sí el hecho de conducir coches de lujo?

—Mercedes de color negro —la corrigió Gurney más para sí mismo que para ella.

El hombre del paraguas negro le vino otra vez a la cabeza. Referirse a la trama de una película durante la discusión de un crimen real era arriesgado, sobre todo en compañía no demasiado amigable, pero Gurney decidió seguir adelante. Contó de nuevo cómo los francotiradores se sintieron frustrados cuando perseguían al hombre del paraguas y este se mezcló con una multitud de gente con paraguas similares.

—¿Qué demonios de relación tiene esta historia con lo que estamos hablando aquí? —dijo Daker, que hasta entonces había permanecido en silencio.

Gurney sonrió.

—No lo sé. Solo tengo la sensación de que la tiene. Quizás haya alguien en la sala lo bastante perceptivo para detectarla.

Trout puso los ojos en blanco.

Bullard recogió el mensaje de correo en el que Gurney había escrito su lista de preguntas sobre los asesinatos. Se detuvo hacia la mitad de la página y leyó en voz alta:

—«¿Son todos igual de importantes?» —Miró a su alrededor—. Esta me parece una pregunta interesante en relación con la historia del paraguas.

—No veo la relevancia —dijo Daker.

Los ojos de Bullard estaban pestañeando otra vez, como si eliminara posibilidades.

—Supongamos que no todas las víctimas fueran objetivos primarios.

—Y las que no lo eran, ¿qué eran? ¿Errores? —La expresión de Trout era de incredulidad.

Gurney ya había explorado esa vía con Hardwick. No le había conducido a ningún sitio.

—Errores no —dijo Gurney—, pero, en cierto modo, secundarios.

—¿Secundarios? —repitió Daker—. ¿Qué diablos significa eso?

—Todavía no lo sé. Es solo una idea.

Trout dejó caer las manos ruidosamente en la mesa.

—Solo diré esto una vez: en toda investigación llega un momento en el que hay que dejar de cuestionarse lo básico y concentrarse en la persecución del culpable.

—Aquí el problema es que ni siquiera nos hemos empezado a cuestionar las cosas seriamente —respondió Gurney.

—Vale, vale —dijo Bullard, que levantó las palmas de las manos—. Quiero hablar de qué debemos hacer ahora.

Se volvió hacia Clegg, que estaba sentado a su izquierda.

—Andy, haznos un breve resumen de lo que está pasando.

—Sí, teniente. —El chico sacó un pequeño dispositivo digital del bolsillo de la chaqueta, marcó unas cuantas teclas y estudió la pantalla—. El equipo técnico ha abierto la escena del crimen. Los indicios físicos han sido etiquetados, embolsados e introducidos en el sistema. Han llevado el ordenador al grupo de informática forense. Las huellas se han procesado en el sistema IAFIS. El informe preliminar del forense está entregado. El informe de la autopsia y el análisis toxicológico completo estarán disponibles dentro de setenta y dos horas. Las fotos de la escena del crimen y de la víctima se han introducido en el sistema, y lo mismo el atestado. El informe del CJIS, tercera actualización, está en el sistema. Estado de la investigación puerta a puerta: cuarenta y ocho completadas; proyectado un total de sesenta y seis hasta el final del día. Las transcripciones están disponibles y pronto tendremos los resúmenes. A partir de las declaraciones de dos testigos que dijeron ver un Humvee o un vehículo estilo Hummer cerca del lugar, Tráfico está compilando listas de propietarios de vehículos similares registrados en el centro del estado de Nueva York.

—¿Qué utilidad tendrían esas listas? —preguntó Trout.

—Se crea una base de datos en la cual podamos cotejar los nombres de cualquiera que sea identificado como sospechoso —dijo Clegg.

Trout parecía escéptico, pero no dijo nada más.

Gurney se sentía incómodo: ya conocía la respuesta que Clegg estaba buscando. Era partidario de actuar con la máxima franqueza, pero temía que ahora solo sirviera para que la atención se centrara en Clinter: una pérdida de tiempo. Al fin y al cabo, él no podía ser el Buen Pastor. Era peculiar, posiblemente estaba loco, pero desde luego no era un asesino.

No obstante, Gurney tenía otra razón para guardar silencio, un motivo menos objetivo: no deseaba mostrarse demasiado próximo a Clinter. No quería salir perjudicado con aquella asociación. En Branville, Holdenfield le había tirado encima el diagnóstico del TEPT. Y en cierta ocasión Max Clinter también había recibido un diagnóstico de estrés postraumático. No le gustaba el efecto eco.

Clegg estaba acabando con su informe.

—Se están procesando las impresiones de neumático en el aparcamiento de Lakeside Collision, se han enviado fotos a Forense de Vehículos en busca de posibles coincidencias con equipamiento original y de segunda mano. Tenemos una doble impresión horizontal decente. Crucemos los dedos para que dé una medida única de anchura de eje. —Levantó la mirada de la pantalla del dispositivo—. Eso es todo lo que tengo en este momento, teniente.

—¿Han dicho cuándo tendrán el análisis físico del mensaje del Buen Pastor: tinta, papel, marca de impresora, huellas en el sobre, en el sobre interior, etcétera?

—Dentro de una hora puede que tengan más información.

Bullard asintió.

—¿Y las notificaciones?

—El proceso acaba de empezar. Tenemos una lista preliminar de familiares, a partir del material proporcionado por el agente Daker. Creo que se está contactando ahora mismo con la señorita Corazon para que proporcione una lista actualizada de números de teléfono, a sugerencia del señor Gurney. Carly Madden, de Información Pública, está ayudando a formular un mensaje apropiado.

—¿Entiende el objetivo de la comunicación (alerta seria sin provocar el pánico) y la importancia de redactarlo bien?

—Se le ha hecho saber.

—Bien. Me gustaría ver el borrador antes de que empiecen con las llamadas. Hay que tenerlo lo antes posible.

Gurney estaba convencido de que aquella mujer devoraba el estrés como si fueran vitaminas. Su trabajo era posiblemente su única adicción. «Lo antes posible» era sin duda la manera en que quería que ocurriera todo. A sus enemigos más les valía andarse con cuidado.

Miró a su alrededor.

—¿Preguntas?

—Parece que está tocando muchas teclas al mismo tiempo —dijo Trout.

—Qué novedad.

—Lo que estoy diciendo es que hay un punto en el que todos necesitamos ayuda.

—Sin duda. No dude en llamarme si alguna vez se encuentra en tal posición.

Trout rio, un sonido tan cálido y musical como el arranque de un coche con una batería que está en las últimas.

—Solo quería recordarle que los federales tenemos algunos recursos de los que puede que no dispongan en Auburn o en Sasparilla. Y la cuestión es que cuanto más claro sea el vínculo entre este nuevo homicidio y el antiguo caso del Buen Pastor, más presión institucional habrá sobre todos nosotros para poner en juego los recursos del FBI.

—Eso podría ocurrir mañana. Pero hoy es hoy. Vayamos paso a paso.

Trout sonrió, una expresión mecánica coherente con su risa.

—No soy un filósofo, teniente. Solo soy realista y le digo cómo son las cosas y dónde va a terminar este caso. Supongo que puede elegir no hacer caso hasta el momento en que ocurra, pero necesitamos establecer algunas directrices y líneas de comunicación a partir de ahora mismo.

Bullard miró su reloj.

—De hecho, lo que empieza ahora es un descanso para comer. Son las doce en punto. Sugiero que nos volvamos a reunir dentro de cuarenta y cinco minutos para discutir sobre esto. Quizá luego nos podamos ocupar del trabajo real si las directrices lo permiten. —Su sarcasmo quedó suavizado por una sonrisa—. Las máquinas de café y de aperitivos de este edificio son bastante lamentables. Gente de Albany, ¿necesitan alguna recomendación de un sitio para comer?

—No hace falta, estamos bien —respondió Trout.

Holdenfield parecía pensativa, inquieta, muy lejos de estar bien.

Daker daba la impresión de no sentir nada en absoluto, más allá de un deseo general de infligir mucho dolor y exterminar a todos los que se encargaban de causar problemas en este mundo.

• • •

Bullard y Gurney estaban sentados en el reservado en forma de herradura de un pequeño restaurante italiano. El local tenía una barra y tres pantallas de televisión de las que no se podía huir.

Cada uno de ellos tenía un pequeño antipasto delante y estaban compartiendo una pizza. Clegg se había quedado en la unidad para comprobar el progreso en las múltiples iniciativas que se habían puesto en marcha. Bullard había permanecido en silencio desde que habían llegado. Estaba apartando las guindillas en el borde de su plato de ensalada. Una vez hubo descubierto y apartado la última de ellas, clavó su mirada en Gurney.

—Bueno, Dave, dígame: ¿qué demonios pretende?

—Si concreta un poco más la pregunta, estaré encantado de responderla.

La teniente miró su ensalada. Pinchó una de las guindillas con el tenedor, se la metió en la boca, la masticó y se la tragó sin ningún signo de desasosiego.

—Creo que está muy muy implicado en este caso. Me parece que es más que un favor que le está haciendo a una chiquilla con una idea fantástica. Así que dígame qué es. Necesito saberlo.

Gurney sonrió.

—¿Por casualidad Daker le ha contado que RAM quiere que colabore en un programa de televisión sobre operaciones policiales fallidas?

—Algo así.

—Bueno, no tengo ninguna intención de hacerlo.

Ella le dedicó una mirada larga y apreciativa.

—Vale. ¿Tiene algún otro interés económico o profesional en este caso?

—No.

—Bien. Así pues, ¿de qué se trata? ¿Qué le atrae?

—Hay un boquete en el caso lo bastante grande para que pase un camión. También es lo bastante grande para no dejarme dormir por la noche. Y han ocurrido cosas peculiares concebidas para acabar con el proyecto de Kim y desalentarme con respecto a mi participación. Tengo una reacción contraria a esa clase de esfuerzos: empujarme hacia la puerta hace que quiera quedarme en la sala.

—Antes yo misma he dicho algo parecido. —Lo soltó de una manera tan plana que resultaba difícil saber si pretendía establecer camaradería o si se trataba de una advertencia para que no intentara manipularla. Antes de que Gurney pudiera decidir entre ambas posibilidades, ella continuó—: Pero tengo la sensación de que hay algo más, ¿me equivoco?

Se preguntó lo sincero que tenía que ser.

—Hay más. Soy reacio a contárselo, porque me hace parecer estúpido, pequeño y resentido.

Bullard se encogió de hombros.

—La vida está llena de elecciones básicas, ¿no? Podemos parecer fantásticos, elegantes y geniales, o podemos decir la verdad.

—Cuando empecé a examinar el caso del Buen Pastor para Kim Corazon, le pregunté a Holdenfield si creía que el agente Trout estaría dispuesto a verme para escuchar mi punto de vista del caso.

—¿Y ella dijo que no lo haría, porque usted ya no es un miembro activo de la policía?

—Peor, me dijo: «Está de broma». Solo ese pequeño comentario. Un pequeño comentario exasperante. Supongo que parecerá una razón descabellada para que me aferre a esto y me resista a soltarlo.

—Por supuesto que es una razón descabellada, pero al menos ahora ya sé qué hay detrás de su tenacidad. —Se comió una segunda guindilla—. Volviendo a ese gran boquete que lo mantiene despierto por las noches: ¿qué preguntas le atormentan a las dos de la madrugada?

No tuvo que pensar la respuesta.

—Tres grandes preguntas. Primera, el factor tiempo. ¿Por qué los asesinatos empezaron cuando lo hicieron, en la primavera del 2000? Segunda, ¿qué líneas de investigación se interrumpieron o no llegaron a iniciarse por la aparición del manifiesto? Tercera, ¿qué hacía que «matar a los ricos codiciosos» fuera la tapadera perfecta para ocultar lo que estaba ocurriendo?

Bullard levantó una ceja, desafiante.

—Suponiendo que estuviera ocurriendo algo distinto a matar a los ricos codiciosos, una hipótesis sobre la cual usted está mucho más convencido que yo.

—Se convencerá. De hecho…

«¡El Buen Pastor ha vuelto!» La inquietante sincronía del anuncio de la televisión encendida encima de la barra hizo que Gurney se detuviera en medio de la frase. Uno de los melodramáticos presentadores de RAM compartía la pantalla con un famoso evangelista que lucía un tupé de cabello gris, el reverendo Emmet Prunk.

—Según fuentes fiables, el temido asesino en serie de Nueva York ha vuelto. El monstruo está acechando una vez más el paisaje rural. Hace diez años el Buen Pastor acabó con la vida de Harold Blum de un balazo en la cabeza. Hace dos noches, el asesino volvió. Regresó a la casa de la viuda de Harold, Ruth. Entró en su residencia en plena noche y le clavó un picahielos en el corazón. —La expresión exagerada del hombre era tan atrayente como repulsiva—. Esto es tan… Es tan inhumano…, tan inconcebible… Lo siento, amigos, hay cosas en este mundo que simplemente me dejan sin habla. —Negó con la cabeza de manera adusta y se volvió hacia la otra mitad de la pantalla, como si el teleevangelista estuviera realmente sentado a su lado en el estudio y no en otro lugar—. Reverendo Prunk, siempre da la sensación de que tiene las palabras adecuadas. Ayúdenos. ¿Cuál es su opinión sobre este terrorífico suceso?

—Bueno, Dan, como cualquier ser humano normal, mis sentimientos van del horror a la indignación. Sin embargo, creo que en la obra de Dios hay un propósito en todo suceso, por espantoso que pueda parecer desde un punto de vista meramente humano. Alguien podría preguntarme: «Pero, reverendo Prunk, ¿cuál podría ser el propósito de esta pesadilla?». Y yo le contestaría que en una demostración de tanta maldad hay mucho que aprender sobre la naturaleza del mal en el mundo de hoy. Lo que veo en los crímenes brutales del Buen Pastor, pasados y presentes, es su absoluto desprecio por la dignidad de la vida humana. Este monstruo no tiene respeto por sus víctimas. Son paja arrastrada por el viento de su voluntad. No son nada. Una voluta de humo. Un terrón de tierra. Esta es la lección de nuestro Señor, lo que ha puesto ante nuestros ojos. Nos está mostrando la verdadera naturaleza del mal. Toda vida humana es un don sagrado. Acabar con una vida, eliminarla como una voluta de humo, pisarla como un terrón de tierra, ¡eso es la esencia del mal! Esta es la lección de nuestro Señor, para que los justos la vean en los hechos del demonio.

—Gracias, reverendo. —El presentador volvió a mirar a cámara—. Como siempre, sabias palabras del reverendo Emmet Prunk. Y ahora cierta información importante sobre la buena gente que hace posible RAM News.

Una secuencia de anuncios ruidosos e hiperactivos sustituyeron a los presentadores.

—Dios —murmuró Gurney, mirando a Bullard a través de la mesa.

Ella le sostuvo la mirada.

—Dígame otra vez que no va a trabajar con esa gente.

—No voy a trabajar con esa gente.

Bullard le sostuvo la mirada y esbozó un gesto extraño, como si las guindillas le estuvieran repitiendo.

—Volvamos a lo de las líneas de investigación que quedaron relegadas por el manifiesto. ¿Tiene alguna idea de cuáles podrían ser?

—Lo obvio. Para empezar: cui bono? ¿Quién podría beneficiarse de los seis asesinatos? Esta pregunta tendría que estar en lo alto de la lista de las cosas que nunca se examinaron después de que el manifiesto condujera a concluir que el asesino tenía una misión.

—Vale, le escucho. ¿Qué más?

—Una conexión. Algún vínculo anterior entre las víctimas.

—¿Además de lo del Mercedes?

—Exacto.

Bullard parecía escéptica.

—El problema con eso es que haría que los coches fueran algo secundario. Se convertirían en una coincidencia…, una coincidencia enorme, ¿no le parece?

Aquella objeción ya se la había planteado Jack Hardwick. Gurney no tuvo respuesta entonces y seguía sin tenerla ahora.

—¿Qué más? —preguntó Bullard.

—Investigar profunda e individualmente cada uno de los casos.

—¿Qué quiere decir?

—Una vez que el patrón de asesinato en serie se aceptó como evidente, se enfocó la investigación en ese sentido.

—Por supuesto que sí. ¿Cómo…?

—Solo estoy haciendo una lista de caminos no explorados. No estoy diciendo que tuvieran que ser explorados, solo que no lo fueron.

—Deme un ejemplo.

—Si los asesinatos se hubieran investigado como crímenes individuales, el proceso habría sido completamente diferente. Sabe tan bien como yo lo que ocurriría en cualquier caso de asesinato premeditado en el que no hubiera un motivo claro, obvio. Se empezaría por investigar la vida y las relaciones de la víctima: amigos, amantes, enemigos, conexiones criminales, antecedentes, malos hábitos, malos matrimonios, divorcios desagradables, conflictos profesionales, testamentos, deudas, presiones y oportunidades económicas. En otras palabras, habríamos hurgado en la vida de la víctima buscando todo lo que pudiera tener cierto interés, por mínimo que fuera. Sin embargo, en este caso…

—Sí, sí, por supuesto, en este caso no ocurrió nada de eso. Si alguien iba por ahí disparando al azar por las ventanillas de los Mercedes en medio de la noche, nadie iba a ponerse a perder tiempo y dinero comprobando los problemas personales de cada víctima.

—Obviamente. Un patrón psicopatológico, sobre todo con un desencadenante simple como un coche negro brillante, hace que encontrar al psicópata culpable se convierta en el único foco. Las víctimas son solo componentes genéricos del patrón.

La mujer le dedicó una mirada dura.

—Dígame que no está sugiriendo que los asesinatos del Buen Pastor tenían seis motivos diferentes que surgían de las vidas individuales de las seis víctimas.

—Sería absurdo, ¿no?

—Sí. Igual de absurdo que la idea de que seis coches similares sean una coincidencia.

—No puedo discutir con usted sobre eso.

—De acuerdo, entonces. Hasta ahí los caminos no seguidos. Hace un rato ha mencionado el factor tiempo como una de las cuestiones que le inquietan por las noches. ¿Algo en concreto sobre eso?

—Nada específico ahora mismo. En ocasiones un examen detallado de cuándo ocurrió algo puede llevarnos a comprender por qué sucedió. Por cierto, su referencia a mis noches inquietas me ha recordado algo que quería decirle: resulta que Paul Villani, hijo de Bruno Villani y que participa en el proyecto de Kim, tiene registrada una Desert Eagle.

—¿Cuándo la consiguió?

—No tengo acceso a esa información.

—¿En serio? —Bullard hizo una pausa—. Creo que el agente Trout tiene interés en averiguar cómo ha conseguido cierta información.

—Lo sé. Está perdiendo el tiempo, pero gracias por mencionarlo.

—También está interesado en su granero.

—¿Cómo sabe eso?

—Daker me contó que su granero ardió en circunstancias sospechosas, que un investigador de incendios encontró su bidón de gasolina escondido en algún sitio y que debería ser muy cauta al tratar con usted.

—¿Y qué le dice eso?

—Que no les cae muy bien.

—¡Menuda revelación!

—Matthew Trout puede llegar a ser muy mal enemigo.

—Todo el mundo tiene su bestia negra.

Bullard asintió, casi sonrió.

Acto seguido cogió el teléfono.

—¿Andy? Necesito cierta información sobre un permiso de armas… Paul Villani… Sí, el mismo… Una Desert Eagle… Me han dicho que tiene una, pero la gran pregunta es desde cuándo… La fecha del permiso original… Exacto… Gracias.

Comieron en silencio durante un rato. Se terminaron los antipasti y la mayor parte de la pizza, mientras una serie de anuncios de programas de realities de RAM destellaban en las tres pantallas de televisión del restaurante.

Un programa se llamaba Montaña rusa: al parecer, era un concurso en el que cuatro hombres y cuatro mujeres competían entre sí para ganar o perder el mayor número de kilos —o ganarlos primero y perderlos después— en un periodo de veintiséis semanas, durante las cuales los obligaban a permanecer constantemente en compañía unos de otros. El ganador de una edición anterior había pasado de 59 a 119 kilos, y luego otra vez a 58, con lo cual había ganado el bono de doblar el peso y el de reducirlo a la mitad.

Gurney se preguntó si su país tenía algo especial para que los medios se dejaran llevar todos por esa locura, o bien si todo el mundo había perdido el juicio. En ese momento le llegó un mensaje de texto de Kim: le había enviado por correo electrónico el archivo de vídeo de su conversación con Jimi Brewster.

Ver el nombre de Kim en el identificador de pantalla le recordó algo. Miró a Bullard, que estaba haciendo un gesto al camarero para que le trajera la cuenta.

—Supongo que querrá mandar al laboratorio de Albany la copia del mensaje que el Pastor envió a Kim. ¿Qué quiere que haga con él?

—¿Dónde está ahora?

—En el apartamento de mi hijo, en Manhattan.

Bullard vaciló unos instantes, como si archivara ese dato para un examen posterior.

—Que lo lleve a la oficina de enlace de la policía del estado en la comisaría central del Departamento de Policía de Nueva York, en el número uno de Police Plaza. Cuando volvamos a la comisaría, daré las instrucciones necesarias para que llegue al laboratorio.

Gurney estaba a punto de guardarse el teléfono otra vez en el bolsillo cuando se le ocurrió que Bullard podría estar interesada en el vídeo de Brewster.

—Por cierto, teniente, hace un tiempo Kim entrevistó a Jimi Brewster, uno de los llamados huérfanos. Es el que…

Ella asintió.

—El que odiaba a su padre, el cirujano. Leí algo sobre él en la pila de información que Daker me echó encima.

—Exacto. Bueno, Kim acaba de mandarme una copia del vídeo de su entrevista con él. ¿Quiere verlo?

—Por supuesto. ¿Puede reenviármelo ahora mismo?

• • •

Cuando volvieron a la sala de conferencias, Trout, Daker y Holdenfield ya estaban sentados a la mesa. Aunque Gurney y Bullard llegaban solo un minuto tarde, Trout lanzó una mirada a su reloj.

—¿Tiene que ir a algún otro sitio? —preguntó Gurney, cuyo tono desenfadado y su sonrisa insulsa apenas le protegieron de tanta hostilidad.

Trout prefirió no responder. Ni siquiera levantó la mirada. Se limitó a intentar sacarse con la uña una pizca de algo que se le había quedado entre los dientes.

En cuanto Bullard y Gurney ocuparon sus asientos, Clegg entró en la sala y puso una hoja de papel ante la teniente. Esta la examinó con un gesto de curiosidad.

—¿Significa esto que habéis empezado a hacer las llamadas de advertencia?

—Llamadas iniciales para establecer contacto —explicó Clegg—, para saber rápidamente quién está localizable y quién no. Si podemos hablar con ellos, les decimos que dentro de una hora volveremos a llamarlos para ofrecerles información relacionada con el caso. Si nos sale el buzón de voz, les pedimos que nos devuelvan la llamada.

Bullard asintió, examinando de nuevo la hoja.

—Según esto se ha hablado directamente con la hermana de Ruth Blum, en ruta de Oregón a Aurora; con Larry Sterne, en Stone Ridge; y con Jimi Brewster, en Barkville. ¿Qué ocurre con el resto de la gente de la lista?

—Hemos dejado mensajes en los buzones de voz de Eric Stone, Roberta Rotker y Paul Villani.

—¿Tenemos sus direcciones de correo electrónico?

—Creo que Kim Corazon proporcionó las direcciones de todos en su lista de contactos.

—Entonces enviemos inmediatamente mensajes de correo electrónico, al margen de los mensajes de voz que hayamos dejado. Dentro de una hora tenemos que volver a llamar a todos los que no hayan contestado. Dile a Carly que dispone de quince minutos para pasarme un borrador. Si no recibimos respuesta al segundo mensaje, enviaremos patrullas a sus domicilios.

Después de que Clegg abandonara la sala, Bullard respiró hondo, se echó hacia atrás en su silla y miró reflexivamente a Trout.

—Volviendo a la más difícil de las preguntas, ¿tiene alguna idea del móvil que hay detrás del asesinato de Ruth Blum?

—Lo que he dicho antes. Solo lea el mensaje del Buen Pastor.

—Lo he memorizado.

—Entonces conoce el motivo tan bien como yo. El estreno de Los huérfanos del crimen en RAM tocó su fibra más sensible y dio nueva vida a toda la misión de matar a los ricos.

—¿Doctora Holdenfield? ¿Está de acuerdo con eso?

Rebecca asintió con rigidez.

—Sí, en líneas generales. De un modo más específico, diría que el programa de televisión dio nueva vida a su resentimiento. Rompió el dique que había contenido la ira del Buen Pastor durante los últimos diez años y la rabia empezó a fluir otra vez. Su fijación por lo que entiende que es una injusticia social se despertó de nuevo. El resultado fue el asesinato.

—Es un punto de vista interesante —dijo Bullard—. ¿Dave? ¿Cómo lo ve usted?

—Frío, calculador, huye de los riesgos, lo contrario de lo que dice la descripción de Rebecca. Ninguna rabia. Racionalidad total.

—¿Y el móvil totalmente racional para matar a Ruth Blum sería…?

—Detener el trabajo que se estaba haciendo con Huérfanos porque planteaba una amenaza para él…

—¿Y la amenaza sería…?

—O bien algo que Kim podría descubrir con las entrevistas, o bien algo de lo que un espectador podría darse cuenta al ver la serie en televisión.

El escepticismo de Bullard retornó.

—¿Se refiere a un vínculo que podría conectar a las víctimas? ¿Además de los coches? Acabamos de discutir el problema con…

—Quizá no es un vínculo per se. El objetivo declarado de Kim, ampliamente publicitado, era revelar los efectos del crimen en las vidas de los supervivientes. Quizás haya algo en las vidas actuales de esas familias que el asesino no quiere que se revele, algo que podría descubrirle.

Trout bostezó.

Aquel gesto empujó a Gurney a añadir una posibilidad final.

—O puede que el asesinato, combinado con el mensaje explicativo, sea un intento para que todos sigan pensando en los ataques del Buen Pastor de la misma manera establecida. Tal vez quiera evitar que alguien, por fin, emprenda la clase de investigación adecuada, la que debería haberse seguido desde un primer momento.

Trout le dedicó una mirada airada.

—¿Qué demonios sabe usted sobre lo que debería haberse hecho en ese momento?

—Lo que parece claro es que usted vio el caso exactamente de la manera en que quería el Buen Pastor, y actuó en consecuencia.

Trout se levantó abruptamente.

—Teniente Bullard, a partir de ahora este caso queda bajo control federal. El caos y las absurdas teorías que se están alentando aquí no me dejan alternativa. —Señaló a Gurney—. Este hombre está aquí por invitación suya. No tiene ninguna posición oficial. Repetidamente ha expresado una asombrosa falta de respeto por el FBI. Podría muy bien convertirse en la figura central de un caso de incendio provocado. También podría haber recibido materiales filtrados, de un modo ilegal, de los archivos del FBI y el DIC. Ha sufrido lesiones traumáticas en el cerebro y podría tener discapacidades físicas y psicológicas, que afectan a su modo de pensar. Me niego a perder más tiempo debatiendo nada con él o en su presencia. Hablaré con el alcalde Forbes para fijar de nuevo la responsabilidad de la investigación.

Daker se levantó al lado de Trout. Parecía complacido.

—Siento que opine así —dijo Bullard con calma—. Al contraponer todos estos puntos de vista solo quería probar qué fuerzas tenemos cada uno. ¿No cree que he logrado mi propósito?

—Es una pérdida de tiempo.

—Trout se va a hacer famoso —dijo Gurney con una sonrisa gélida.

Todos lo miraron.

—Va a pasar a la historia del FBI como el único agente supervisor que tomó dos veces el control del mismo caso y consiguió cagarla en ambas ocasiones.

No hubo despedidas ni apretones de manos.

Treinta segundos más tarde, Gurney y Bullard se quedaron solos en la sala.

—¿Está completamente seguro de que tiene razón y de que todos los demás se equivocan? —preguntó Bullard.

—A un noventa y cinco por ciento.

Sus propias palabras le sorprendieron: estar seguro, al noventa y cinco por ciento, en un caso tan confuso como ese le pareció un exceso de confianza propio de un maniaco.

Cuando estaba a punto de preguntarle a Bullard sobre cuándo la oficina regional del FBI tomaría las riendas del caso, Clegg apareció en el umbral. Parecía angustiado, con los ojos como platos, una expresión que Gurney había visto muchísimas veces en policías jóvenes.

Bullard levantó la mirada.

—¿Sí, Andy?

—Otro asesinato, Eric Stone. Justo en el umbral. Picahielos en el corazón. Una pequeña cebra de plástico en los labios.