Gurney llegó a casa justo a las 14.02. Madeleine no estaba. Vio su coche aparcado junto a la puerta lateral, así que pensó que probablemente habría ido a dar un paseo por una de las sendas boscosas de los alrededores.
Durante los últimos kilómetros del camino, Gurney había dejado de darle vueltas a que Villani tuviera aquella pistola, para pensar en la pregunta que Hardwick había formulado: si la serie de homicidios del Buen Pastor poco tenía que ver con la misión que se describía en el manifiesto, entonces ¿con qué?
Gurney cogió una libreta y un bolígrafo, y se sentó a la mesa del desayuno. Poner las cosas por escrito era unas de las mejores maneras de aclarar las ideas. Dedicó la siguiente hora a redactar una premisa para la investigación y una breve lista de preguntas de arranque que podrían abrir nuevas vías.
Premisa: en cuanto a la psicología del asesino y a su estilo, hay diferencias irreconciliables entre la planificación y la ejecución (de una eficiencia robótica) y los sentenciosos pronunciamientos seudobíblicos del manifiesto. La conducta es la que revela la verdadera personalidad. La eficiencia brillante no puede simularse. Que la forma de actuar del asesino y su explicación emocional, basada en una suerte de misión, estén desconectadas sugiere que la explicación podría ser falsa, que se concibiera para desviar la atención de un motivo más pragmático.
Preguntas:
Si no fue por su codicia, ¿por qué podían haber sido elegidas las víctimas?
¿Qué significa que tuvieran coches similares?
¿Por qué los asesinatos se cometieron cuando se cometieron, en la primavera del año 2000?
¿La secuencia en la que ocurrieron es significativa?
¿Eran todos los asesinatos igual de importantes?
¿Alguno de los seis necesitaba de alguno de los otros?
¿Por qué emplear un arma tan llamativa?
¿Por qué los animalitos de plástico en los escenarios de los disparos?
¿Qué líneas de investigación se descartaron al recibir el manifiesto?
Gurney miró lo que había escrito. Era solo el principio, no podía esperar lograr un avance tan de inmediato. Sabía que no podía pedir que llegara la inspiración sin más.
Decidió compartir la lista con Hardwick, para ver qué clase de respuesta obtenía de él. Y con Holdenfield, por la misma razón. Pensó en darle una copia a Kim…, pero mejor no hacerlo. La chica tenía objetivos diferentes de los suyos; además, era probable que aquellas preguntas solo consiguieran perturbarla aún más.
Fue a su ordenador del estudio, escribió introducciones distintas para Hardwick y Holdenfield, y envió los mensajes de correo electrónico. Después imprimió una copia para enseñársela a Madeleine, se tumbó en el sofá del estudio y se quedó dormido.
—A cenar.
—¿Eh?
—Es la hora de la cena. —La voz de Madeleine, en alguna parte.
Gurney parpadeó, miró al techo con cara de sueño y le pareció ver un par de arañas que se deslizaban por la superficie blanca. Parpadeó otra vez, se frotó los ojos y las arañas desaparecieron. Le dolía el cuello.
—¿Qué hora es?
—Casi las seis. —Madeleine estaba de pie en el umbral del estudio.
—Vaya. —Se incorporó en el sofá y se frotó el cuello—. Me he quedado dormido.
—Desde luego. Bueno, la cena está lista.
Madeleine volvió a la cocina. Dave se desperezó, fue al cuarto de baño y se mojó la cara con agua fría. Cuando se unió a su mujer en la mesa, ella ya había servido dos grandes platos de caldo de pescado, dos ensaladas de un tamaño considerable y una bandeja con pan de ajo y mantequilla.
—Huele bien —dijo Dave.
—¿Has denunciado las escuchas a la policía?
—¿Qué?
—Los micrófonos, la trampilla en el techo, ¿alguien lo ha notificado a la policía?
—¿Por qué me preguntas eso ahora?
—Solo por curiosidad. Supongo que va contra la ley. ¿No va contra la ley poner micrófonos en el apartamento de alguien? Si es un delito, ¿no habría que denunciarlo?
—Sí y no. Quizá debería hacerlo, pero en la mayoría de los casos no hay obligación legal de denunciar un acto delictivo, a menos que el no hacerlo pudiera interpretarse como un impedimento a una investigación en curso.
Ella lo miró, esperando.
—En esta situación, si yo dirigiera la investigación, preferiría dejarlo todo como está.
—¿Por qué?
—Es un activo potencial. Si la persona que ha puesto los micrófonos no sabe que ha sido descubierta…, bueno, tal circunstancia puede ayudar a atraparlo.
—¿Cómo?
—Se le puede dejar escuchar cierta conversación que le induzca a tomar cierto comportamiento, a hacer algo que, tal vez, lo incrimine. Así que podría ser útil. Aunque puede que Schiff y los otros detectives del Departamento de Policía de Siracusa no lo vean así. Podrían entrar y estropearlo todo. Una vez que se lo diga a Schiff, perderé el control, y ahora mismo quiero aferrarme a las pocas ventajas que tenga.
Madeleine asintió y probó la sopa de pescado.
—Está buena. Pruébala antes de que se enfríe.
Dave tomó su primera cucharada y coincidió en que estaba muy buena.
Madeleine cortó un trozo de pan de ajo.
—Mientras estabas durmiendo, he leído eso que has dejado en la mesa de café, al lado del sofá: las preguntas sobre el caso.
—Quería que lo hicieras.
—¿Estás seguro de que puede haber otras razones que expliquen los asesinatos, diferentes de las que se tienen por buenas?
—Bastante seguro.
—¿Estás mirando el caso como si fuera nuevo?
—Un caso nuevo que resulta que tiene diez años.
Madeleine observó su cuchara.
—Si estás empezando otra vez desde la casilla de salida —dijo—, supongo que la pregunta básica es: ¿por qué la gente mata a otra gente?
—Aparte de delirios sobre misiones sagradas, los motivos principales son el sexo, el dinero, el poder y la venganza.
—¿Y en este caso?
—Teniendo en cuenta el perfil de las víctimas, es difícil imaginar que se trate de sexo.
—Apuesto a que es el dinero —dijo ella—. Un montón de dinero.
—¿Por qué?
Madeleine se encogió ligeramente de hombros.
—Coches lujosos, pistolas caras, víctimas ricas, parece que se trata de eso.
—Pero ¿no de odiarlo? ¿De odiar el poder del dinero? ¿O eliminar la codicia?
—Oh, Dios, no. Probablemente sea lo contrario.
Gurney sonrió. Madeleine podía estar en lo cierto.
—Acábate la sopa —dijo ella—. No querrás perderte el primer episodio de Los huérfanos del crimen.
No tenían televisión, pero tenían ordenador. RAM News, además de emitir el programa en los canales de cable, había anunciado un webcast simultáneo.
Madeleine y Dave se sentaron delante del iMac en el estudio. Entraron en la página web de RAM. A Gurney no dejaba de asombrarle lo despreciable que se había vuelto el mundo de los medios. Y seguía empeorando. El estúpido sensacionalismo era como un destornillador de trinquete que giraba solo en una dirección. Y la programación tóxica de RAM parecía encabezar el descenso al abismo.
Después de una página de inicio en la que se veía un enorme logo rojo, blanco y azul («RAM News. El mundo tal como es»), venía otra página que presentaba los programas más populares. Dave fue bajando rápidamente por la lista en busca de Los huérfanos.
Secretos y mentiras. Lo que los medios principales no te contarán. Segunda opinión. La sabiduría convencional en entredicho. Apocalypse Now. La batalla por el alma de Estados Unidos.
Gurney pasó a otra página, donde, en lo alto de una lista de especiales de noticias, encontró Los huérfanos del crimen. Debajo del título se leía un breve texto promocional: «¿Qué les ocurre a los supervivientes cuando un asesino arranca el corazón de una familia? Asombrosas historias reales de dolor y rabia. Episodio de estreno esta noche a las 19.00».
Diez minutos después, a las siete en punto, empezó el primer episodio.
La pantalla estaba casi completamente oscura. El estremecedor alarido de una lechuza quería dar a entender que el espectador estaba contemplando una carretera rural por la noche. Un hombre salió de la oscuridad a una estrecha franja iluminada por los faros de un coche aparcado en el arcén de hierba. La estructura huesuda del rostro del hombre bajo la luz de los faros creaba las sombras típicas de una película de suspense.
El hombre empezó a hablar con voz lenta y solemne:
—Hace exactamente diez años, en la primavera del año 2000, en las colinas rurales del estado de Nueva York, en una carretera solitaria como esta, en una noche sin luna, con el frío del invierno aún presente en el aire, empezó el horror. Bruno y Carmella Villani regresaban a su casa en el campo después de un bautizo en Nueva York, tal vez hablando de los sucesos del día, de sus queridos amigos y parientes a los que no habían visto desde hacía mucho tiempo, cuando otro coche se acercó rápidamente por detrás y empezó a adelantarlos en una curva larga y oscura. Pero cuando ese coche desconocido que aceleraba llegó a la altura de Bruno y Carmella Villani…
La escena cambió a la tenue luz interior de un vehículo en movimiento por la noche: se vio al conductor y a un acompañante, irreconocibles en la oscuridad. Estaban hablando, riendo. Al cabo de unos segundos, aparecieron los faros de un vehículo detrás de ellos. A medida que se acercaban se volvían más brillantes. La luz de los faros se movió hacia la izquierda: el vehículo se disponía a adelantar al coche de los Villani. Luego hubo un repentino destello de luz blanca en la pantalla y el simultáneo restallido de un disparo; entonces, el chirrido de los neumáticos de un vehículo fuera de control; después, los sonidos metálicos de una colisión y el estallido de cristales.
El narrador apareció de nuevo en pantalla. Se inclinó, recogió del suelo un resto retorcido y lo blandió como si fuera una importante prueba del crimen que estaba describiendo.
—El coche de los Villani se salió de la carretera. Quedó tan destrozado que a los primeros agentes que llegaron les costó identificar la marca y el modelo. El impacto de una bala de gran calibre arrancó la tercera parte de la cabeza de Bruno Villani. Las heridas de Carmella Villani la dejaron en coma, estado en el que permanece a día de hoy.
Madeleine miraba la pantalla del ordenador con una mueca de asco. Al parecer el enfoque de RAM le estaba resultando más perturbador que el suceso que describía.
El narrador continuó con descripciones cargadas de dramatismo de los otros cinco crímenes del Buen Pastor. Culminó con una larga descripción del fiasco de Harold Blum, que hizo trizas la carrera profesional y la vida de Max Clinter.
—David —dijo Madeleine, volviéndose hacia él—, esto se pasa de la raya.
Gurney asintió.
La cámara se acercó a un plano medio del narrador, convertido en presentador, sentado en un plató con dos hombres.
—Diez años —dijo—. Diez años, y aun así a algunos nos parece muy reciente. Podrían preguntarse, ¿por qué volver a recordar el horror ahora? La respuesta es simple. Porque un décimo aniversario es una fecha significativa, un punto que suele resultar apropiado para hacer una pausa y mirar atrás, tanto en el caso de los triunfos como en el de las tragedias.
El presentador se volvió hacia un hombre de tez oscura que estaba sentado enfrente de él en una de las sillas.
—Doctor Mirkilee, su especialidad es la psicolingüística forense. ¿Puede explicarle a nuestra audiencia en qué consiste?
—Por supuesto. Se trata de descubrir el razonamiento a través de las palabras. —Su voz era frágil, rápida, precisa, muy india. En la parte inferior de la pantalla apareció sobreimpresionado: «Doctor Sammarkan Mirkilee».
—¿El razonamiento?
—La persona, la emoción, el fondo. La forma en que funciona la mente.
—¿Así que es experto en la forma en que las palabras, la gramática y el estilo revelan al hombre interior?
—Es cierto, sí.
—Muy bien, doctor Mirkilee, voy a leerle algunos fragmentos de un documento que el Buen Pastor envió a los medios hace diez años. Me gustaría conocer su opinión acerca de cómo es la mente del autor. ¿Preparado?
—Por supuesto.
El presentador leyó una larga parrafada sobre cómo erradicar la codicia y exterminar a sus portadores para liberar a la Tierra de su contagio definitivo. Gurney reconoció las palabras de la introducción del memorando de intenciones del Buen Pastor, de su manifiesto.
El presentador dejó el papel en la mesa.
—Muy bien, doctor Mirkilee, ¿con qué clase de individuo estamos tratando?
—¿En términos legos? Muy lógico, pero muy emocional.
—Extiéndase sobre eso, por favor.
—Muchas tensiones en la escritura, muchos estilos, actitudes.
—¿Está diciendo que tiene personalidades múltiples?
—No, eso es una tontería; no existe ese trastorno. Eso solo es para los libros y las películas.
—Ah, pero pensaba que había dicho…
—Hay muchos tonos. Primero uno, luego otro y otro. Un hombre muy inestable.
—Estamos ante un hombre peligroso, ¿no?
—Sí, por supuesto. Mató a seis personas, ¿no?
—Está claro. Una última pregunta: ¿cree que todavía sigue allí, acechando en las sombras?
El doctor Mirkilee vaciló.
—Bueno, si está ahí, es bastante probable que esté viendo este programa ahora mismo. Viéndolo y considerándolo.
—¿Considerándolo? —El presentador hizo una pausa, como si tratara de abordar el significado de esa afirmación—. Bueno, eso es una idea aterradora. Un asesino caminando por nuestras calles. Un asesino que en este mismo momento podría estar considerando qué hacer a continuación. —Respiró hondo, como para calmarse. La cámara se acercó a él—. Es hora de algunos mensajes importantes…
Gurney cogió el ratón del ordenador y deslizó la barra de volumen a cero, en una respuesta refleja a la publicidad.
Madeleine lo miró de soslayo.
—Aún no he visto salir a Kim y ya estoy perdiendo la paciencia con esto.
—Yo también —dijo Gurney—, pero necesito ver al menos la entrevista de Kim con Ruth Blum.
—Lo sé —dijo Madeleine, con una pequeña sonrisa.
—¿Qué pasa?
—Hay una ironía estúpida en toda esta situación. Cuando te hirieron, cuando las secuelas no desaparecieron tan deprisa como te hubiera gustado, te hundiste en un pozo. Cuanto más te hundías, menos hacías. Cuanto menos hacías, más te hundías. Era doloroso verte así. No hacer nada te estaba matando. Ahora, toda esta peligrosa locura te está devolviendo a la vida. Antes te sentabas a la mesa del desayuno en una mañana espléndida, pasándote el dedo por el brazo, buscando el punto entumecido, tratando de ver si había cambiado o había empeorado. ¿Sabes una cosa? No lo has hecho en toda la semana.
Dave no sabía qué decir, así que permaneció en silencio.
En la pantalla, el último anuncio se fundió a negro. La imagen volvió a la mesa de entrevistas.
Gurney subió el volumen a tiempo para oír al presentador haciéndole una pregunta al otro invitado de la mesa de entrevistas.
—Doctor Monty Cockrell, es un placer que nos acompañe hoy. Es bien conocida su fama como experto en el estudio de la ira en el comportamiento humano. Díganos, doctor, ¿cuál era el sentido de la serie de asesinatos del Buen Pastor?
Cockrell hizo una pausa teatral antes de responder.
—Muy sencillo: guerra. Los disparos y el manifiesto que los explicaba fueron un intento de iniciar una guerra de clases. Fue un intento delirante de castigar a los que tenían éxito por los fracasos de los que no lo tenían.
El presentador y sus dos invitados se enzarzaron en una discusión abierta que duró al menos tres minutos, una eternidad en televisión. Al final, los tres coincidieron en que el derecho a llevar armas era, en ocasiones, la única defensa contra ese pensamiento envenenado.
Gurney bajó el volumen otra vez y se volvió hacia Madeleine.
—¿Qué? —preguntó ella—. Veo que estás pensando.
—Estaba pensando en lo que ha dicho el doctor indio.
—¿Que el asesino estaría viendo este estúpido programa?
—Sí.
—¿Por qué iba a molestarse en hacerlo?
Era una pregunta retórica a la que Gurney no respondió.
Después de otros esperpénticos cinco minutos de televisión, por fin dieron paso a la entrevista de Kim con Ruth Blum. Las dos mujeres estaban sentadas una frente a otra en una mesa de exterior, en la terraza de atrás de una casa. Era un día soleado. Ambas llevaban chaquetas ligeras con cremallera.
Ruth Blum era una mujer regordeta, de mediana edad, cuyos rasgos faciales parecían abatidos por la tristeza. A Gurney su peinado le pareció absurdo: una pila alborotada de rizos entre castaños y dorados; por momentos, parecía llevar un terrier yorkshire sobre la cabeza.
—Era el mejor hombre del mundo. —Ruth Blum hizo una pausa, como para darle a Kim tiempo de apreciar aquella gran verdad—. Cariñoso, amable y… siempre tratando de hacerlo mejor, siempre intentando mejorar. ¿Alguna vez se ha fijado en que la gente mejor de este mundo siempre trata de mejorar? Así era Harold.
—Perderlo tuvo que ser lo peor que le ha pasado en la vida —intervino Kim con voz temblorosa.
—Mi médico me dijo que debería tomar antidepresivos. Antidepresivos —repitió la señora Blum, como si fuera el consejo más desconsiderado que hubiera recibido jamás.
—¿Ha cambiado algo con el paso del tiempo?
—Sí y no. Todavía lloro.
—Pero continúa viviendo.
—Sí.
—¿Ha aprendido algo de la vida, algo que no supiera antes de que mataran a su marido?
—Sé lo temporal que es todo. Pensaba que siempre tendría lo que tenía entonces, que siempre tendría a Harold, que nunca perdería nada que importara. Es estúpido pensar eso, pero lo hacía. La verdad es que si vivimos lo suficiente, todos lo perdemos todo.
Kim sacó un pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se secó los ojos.
—¿Cómo se conocieron?
—Nos conocimos en una academia de baile.
Durante los siguientes minutos, Ruth Blum contó los momentos destacados de su relación con Harold. Finalmente, volvió al tema del regalo que te dan y luego te arrebatan.
—Pensábamos que duraría para siempre. Pero nada dura para siempre.
—¿Cómo lo ha superado?
—Sobre todo gracias a los demás.
—¿Los demás?
—El apoyo que pudimos darnos unos a otros. Todos habíamos perdido a un ser querido de la misma forma. Teníamos eso en común.
—¿Formaron un grupo de apoyo?
—Durante un tiempo fuimos como una familia. Estábamos más unidos que algunas familias. Cada uno era diferente, pero teníamos ese fuerte vínculo. Recuerdo a Paul, el contable, tan callado; apenas decía nada. Roberta, la dura, más dura que ningún hombre. El doctor Sterne, que era la voz de la razón, que siempre encontraba una manera de calmar a la gente. Estaba el joven que quería abrir un restaurante de moda. ¿Y quién más? Oh, Señor, Jimi. ¿Cómo podría olvidar a Jimi? Jimi Brewster odiaba a todos y a todo. Muchas veces me pregunto qué habrá sido de él.
—Lo encontré —dijo Kim—, y accedió a hablar conmigo. Formará parte de esto.
—Bien por él. Pobre Jimi. ¡Tanta rabia! ¿Sabe qué dicen de los que tienen tanta rabia?
—¿Qué?
—Que la sienten contra ellos mismos.
Kim dejó transcurrir un largo silencio antes de responder.
—¿Y usted, Ruth? ¿No siente rabia por lo que ocurrió?
—A veces. Más que nada me siento triste. Más que nada… —Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas.
La pantalla se fundió en negro y de nuevo apareció el presentador, sentado a la mesa con Kim. Gurney supuso que ese día había ido a Nueva York para grabar esa aparición.
—No sé qué decir —soltó el presentador—. Me he quedado sin palabras, Kim. Es tan impactante…
La chica bajó la mirada a la mesa, con una sonrisa avergonzada.
—¡Tan impactante! —repitió él—. Quiero seguir hablando de eso dentro de un momento, Kim, pero antes me gustaría preguntarte algo. —Se inclinó un poco y bajó la voz, como si estuviera haciéndole una confidencia—. ¿Es cierto que has conseguido que participe en este proyecto documental el condecoradísimo detective de homicidios Dave Gurney? ¿El hombre al que la revista New York llamó «superpoli»?
Ni siquiera un disparo habría conseguido captar más la atención de Gurney. Examinó la cara de Kim en la pantalla: parecía desconcertada.
—Más o menos —dijo después de una pausa—. Quiero decir que me ha estado asesorando en algunas cuestiones del caso.
—¿Cuestiones? ¿Puedes darnos más detalles?
La vacilación de la chica dejaba claro que la habían pillado a contrapié.
—Han estado ocurriendo cosas extrañas que prefiero no desvelar por el momento. Al parecer alguien ha estado tratando de impedir que se emitiera Los huérfanos del crimen.
El presentador simuló una intensa preocupación.
—Continúa…
—Bueno… Nos han ocurrido cosas, cosas que podrían interpretarse como advertencias, hechas para que nos mantengamos alejados del caso del Buen Pastor.
—¿Y tu detective asesor tiene alguna teoría al respecto?
—Su visión del caso es completamente diferente a la de los demás.
El presentador parecía fascinado.
—¿Estás diciendo que cree que el FBI ha seguido una pista equivocada durante todos estos años?
—Tendrás que preguntárselo tú mismo. Yo ya he dicho demasiado.
«Y tanto», pensó Gurney.
—Si es la verdad, Kim, nunca es demasiado. Para el programa de la semana que viene de Los huérfanos del crimen quizá podamos contar con la colaboración del detective Gurney. Entre tanto, invito a nuestros espectadores a participar. ¡Reaccionen! Compartan sus opiniones con nosotros. Vayan a nuestra web y hagan sus comentarios.
La dirección web (Ram4News.com) apareció en la parte inferior de la pantalla, en letras rojas y azules intermitentes.
El presentador se inclinó hacia Kim.
—Nos queda un minuto. ¿Puedes resumir la esencia del caso del Buen Pastor en pocas palabras?
—¿En pocas palabras?
—Sí, la esencia.
Kim cerró los ojos.
—Amor. Pérdida. Dolor.
La cámara se acercó a un primer plano del presentador.
—Muy bien, amigos. Ahí lo tienen. Amor, pérdida y un dolor terrible. La semana que viene conoceremos a la destrozada familia de otra víctima del Buen Pastor. Y recuerden, por lo que sabemos, el Buen Pastor sigue libre, caminando entre nosotros. Un hombre para el que la vida humana… no significa nada. Sigan en RAM News para saber todo lo que hay que saber. Tengan cuidado, amigos. Es un mundo peligroso.
La pantalla se fundió a negro.
Gurney cerró el navegador, puso el ordenador en reposo y se recostó en su silla.
Madeleine lo miró con ternura.
—¿Qué te preocupa?
—¿Ahora mismo? No lo sé. —Se movió en su silla, cerró los ojos y esperó a averiguar qué era, exactamente, lo que le preocupaba. No era aquel odioso programa—. ¿Qué opinas de esta historia de Kim y Kyle? —dijo.
—Parece que se atraen mutuamente. ¿Qué hay que opinar?
Dave negó con la cabeza.
—No lo sé.
—Lo que ha dicho Kim sobre ti al final del programa de RAM, tus dudas sobre el enfoque del FBI, ¿puede causarte problemas?
—El agente Trout podría ponerse aún más desagradable. Tal vez crispe sus nervios de obseso del control y le dé por buscarme algún problema legal.
—¿Hay algo que puedas hacer al respecto? ¿Alguna forma de evitarlo?
—Claro. Lo único que he de hacer es demostrar que su hipótesis es completamente absurda. Entonces tendrá problemas más importantes de los que preocuparse.