Gurney vaciló, sorprendido por la reacción de Kim.
—¡Robby! —gritó ella—. Mierda, Robby te lo contó, ¿no? Pero si te lo contó, ¿por qué me preguntas si significa algo para mí?
—Me gustaría que me lo contaras tú.
—Esto no tiene sentido.
—Hace dos noches oí algo en tu sótano.
La expresión de Kim se congeló.
—¿Qué?
—Una voz. Un susurro, de hecho.
Kim se quedó lívida.
—¿Qué clase de susurro?
—No muy agradable.
—¡Oh, Dios mío! —La chica tragó saliva—. ¿Había alguien en el sótano? ¡Oh, Dios mío! ¿Era un hombre o una mujer?
—Cuesta decirlo. Diría que un hombre. Estaba oscuro. No vi nada.
—¡Cielo santo! ¿Qué dijo?
—Deja en paz al diablo.
—¡Oh, Dios mío! —Sus ojos, aterrorizados, parecían estar recorriendo un terreno peligroso.
—¿Qué significa eso para ti?
—Es… el final de un cuento que me contaba mi padre cuando era pequeña. El cuento más aterrador que he oído nunca.
Gurney se fijó en que Kim estaba hurgando con la uña del dedo corazón en la cutícula de su pulgar mientras hablaba, tratando de arrancarse trocitos de piel.
—Siéntate —dijo Dave—, tranquila. No pasa nada.
—¿Tranquila?
Dave sonrió y habló con suavidad.
—¿Puedes contarnos la historia?
Se calmó apoyándose en el respaldo de la silla más cercana a la mesa. Luego cerró los ojos y cogió aire varias veces.
Al cabo de más o menos un minuto, abrió los ojos y empezó con voz temblorosa.
—En realidad, el cuento… era muy corto y sencillo, pero cuando era pequeña me parecía tremendo…, terrorífico. Era como si me arrastraran a otro mundo, como una pesadilla. Mi padre decía que era un cuento de hadas, pero lo explicaba como si fuera real.
Tragó saliva y continuó:
—Había un rey que dictó una ley por la cual una vez al año todos los niños malos del reino tenían que ser llevados a su castillo, todos los niños que se metían en líos, que mentían o que eran desobedientes. Eran niños tan malos que sus padres ya no los querían. El rey los mantenía un año entero en el castillo. Les daba buena comida, ropa y camas cómodas, y libertad para hacer lo que quisieran…, con una salvedad. Había una habitación en la parte más recóndita y oscura del sótano del castillo a la que no podían acercarse. Era una habitación pequeña y fría, y allí dentro solo había una cosa: un gran y mohoso arcón de madera. El arcón era, en realidad, un ataúd viejo y podrido. El rey les contaba a los niños que allí dormía el diablo, el diablo más malvado del mundo. Cada noche, después de que los niños se acostaran, el rey iba de cama en cama y susurraba al oído de cada niño: «Nunca bajes a la habitación más oscura. Aléjate del ataúd podrido. Si quieres sobrevivir esta noche, deja en paz al diablo». Pero no todos los niños eran lo bastante prudentes para obedecer al rey. Algunos de ellos sospechaban que se había inventado la historia del diablo en el arcón porque era allí donde escondía sus joyas. De vez en cuando un niño se levantaba de noche, se colaba en el cuarto oscuro y abría aquel arcón podrido que recordaba a un ataúd. Entonces se oía un grito desgarrador por todo el castillo, como el alarido de un animal atrapado entre las fauces de un lobo. Y nunca se volvía a ver al niño.
Se hizo un silencio de desconcierto en torno a la mesa.
—Joder, ¿ese era el cuento que tu padre te contaba antes de que te fueras a dormir? —dijo Kyle.
—No me lo contaba con mucha frecuencia, pero, cada vez que lo hacía, me aterrorizaba. —Kim miró a Gurney—. Cuando has dicho «deja en paz al diablo», he vuelto a sentir esa sensación gélida. Pero… no entiendo cómo alguien podía estar esperándote en el sótano…, o por qué podría haberte susurrado esto al oído. ¿Qué sentido tiene?
Madeleine quiso hacer una pregunta que la inquietaba, pero alguien llamó con firmeza a la puerta lateral y la interrumpió.
Era el investigador del incendio. Era un tipo más viejo, más gordo, con un cabello más gris y considerablemente menos atlético que la mayoría de los detectives del DIC. Las comisuras externas de sus ojos indiferentes parecían permanentemente caídas, como si llevara toda una vida sintiéndose decepcionado por el comportamiento de los seres humanos.
—He completado mi inspección inicial del lugar. —Su voz cansada complementaba su imagen—. Ahora necesito que me proporcionen cierta información.
—Pase —dijo Gurney.
El hombre se limpió los pies con cuidado —casi de manera obsesiva— en el felpudo antes de seguir a Gurney a través del pasillo del lavadero hasta la cocina. Miró a su alrededor con un aire de desinterés que —Gurney estaba seguro de ello— ocultaba un hábito de suspicaz escrutinio. Los investigadores de incendios que había conocido en Nueva York eran siempre muy observadores.
—Como acabo de decirle al señor Gurney, necesito cierta información de cada uno de ustedes.
—¿Me puede repetir su nombre? —preguntó Kyle—. No lo he retenido cuando ha llegado esta mañana.
El hombre lo miró con desconcierto. Gurney sopesó el matiz agresivo en el tono de su hijo.
—Investigador Kramden —respondió al cabo de un momento.
—¿En serio? ¿Como Ralph?
Otra mirada de desconcierto.
—¿Ralph? ¿En The Honeymooners?
El hombre negó con la cabeza de un modo que parecía más un desprecio a la pregunta que una respuesta. Se volvió hacia Gurney.
—Puedo hacer las entrevistas en mi furgoneta o aquí mismo, en la casa, si dispone de un espacio apropiado.
—Aquí mismo estaría bien.
—He de hacerlas individualmente, sin que haya nadie más presente, para evitar que los recuerdos de un testigo puedan verse influidos por los de otro.
—Me parece bien. Si mi mujer, mi hijo y la señorita Corazon están de acuerdo, lo dejo en sus manos.
—Por mí está bien —dijo Madeleine, aunque su tono parecía decir lo contrario.
—Yo no tengo objeción alguna —intervino Kim con incertidumbre.
—Da la impresión de que el investigador Kramden está pensando que podríamos resultar sospechosos —dijo Kyle, un tanto ansioso.
El hombre extrajo del bolsillo un pequeño dispositivo de grabación semejante a un iPod y lo estudió como si estuviera más interesado en eso que en el comentario de Kyle.
Gurney sonrió.
—No es de extrañar. En los incendios, los propietarios suelen ser los principales sospechosos.
—No siempre —dijo Kramden con voz suave.
—¿Ha conseguido una buena muestra del suelo? —preguntó Gurney.
—¿Por qué lo dice?
—¿Por qué? Porque alguien prendió fuego a mi granero anoche y me gustaría saber si las dos horas que ha pasado ahí abajo han sido productivas.
—Diría que sí. —Hizo una pausa—. Lo que hemos de hacer ahora mismo es completar estas entrevistas.
—¿En qué orden?
Kramden parpadeó.
—Usted primero.
—Supongo que el resto podemos ir al estudio —dijo Madeleine con frialdad— y esperar allí nuestro turno.
—Si no les importa.
Cuando Kyle y Kim estaban saliendo de la habitación, Madeleine se volvió, ya en el umbral.
—Supongo, investigador Kramden, que en algún momento compartirá con nosotros lo que ha descubierto sobre nuestro granero.
—Compartiremos lo que podamos.
Era una respuesta tan ambigua que Gurney casi se rio ruidosamente. Él mismo había respondido lo mismo incontables veces a lo largo de los años.
—Me alegro mucho de oír eso —contestó Madeleine, sin disimular un ápice que se sentía un poco molesta. Luego siguió a Kim y Kyle por el pasillo hasta el estudio.
Gurney se acercó a la mesa del desayuno, se sentó en una de las sillas y le señaló a Kramden otra situada enfrente.
El hombre dejó la grabadora en la mesa, pulsó un botón, se sentó y empezó a hablar con voz plana y burocrática.
—Investigador Everett Kramden, comisaría regional de Albany, DIC… Entrevista grabada iniciada a las diez horas y diecisiete minutos del veinticinco de marzo de dos mil diez… El sujeto de la entrevista es David Gurney… La entrevista se desarrolla en la casa del sujeto en Walnut Crossing. El propósito de la entrevista es recopilar información relacionada con un fuego sospechoso en una estructura secundaria de la propiedad de Gurney que cumplía la función de granero y que está situada aproximadamente a doscientos metros al sureste de la casa principal. Habrá transcripción y declaraciones juradas.
Lanzó a Gurney una mirada tan incolora como su tono.
—¿A qué hora fue consciente del fuego?
—No miré el reloj. Supongo que entre las 20.20 y las 20.40.
—¿Quién fue la primera persona que lo vio?
—La señorita Corazon.
—¿Qué atrajo su atención?
—No lo sé. Miró por esa puerta cristalera por alguna razón y vio las llamas.
—¿Sabe por qué miró?
—No.
—¿Qué hizo cuando vio las llamas?
—Gritó algo.
—¿Qué gritó?
—Creo que «Dios mío, ¿qué es eso?», o algo parecido.
—¿Qué hizo usted?
—Me acerqué desde la mesa del comedor, vi el fuego, corrí al teléfono y llamé a Emergencias.
—¿Hizo alguna llamada más?
—No.
—¿Alguien de la casa hizo más llamadas?
—No, que yo sepa.
—¿Qué hizo a continuación?
—Me puse los zapatos y corrí al granero.
—¿En la oscuridad?
—Sí.
—¿Solo?
—Con mi hijo. Estaba justo detrás de mí.
—¿El que se llama Kyle, el que estaba aquí?
—Sí, mi… único hijo.
—¿De qué color era el fuego?
—Predominantemente naranja. Ardía rápido, muy caliente, ruidoso.
—¿Ardía sobre todo en un lugar o en más de uno?
—Ardía en casi todas partes.
—¿Se fijó en si las ventanas del granero estaban abiertas o cerradas?
—Abiertas.
—¿Todas?
—Eso creo.
—¿Fue así como las dejó?
—No.
—¿Está seguro?
—Sí.
—¿Algún olor fuera de lo común?
—A un destilado de petróleo. Casi con toda seguridad gasolina.
—¿Tiene experiencia personal con acelerantes?
—Antes de mi asignación a Homicidios del Departamento de Policía de Nueva York, me entrené por un breve espacio de tiempo con una unidad de incendios del departamento de bomberos.
La expresión de Kramden dejó entrever que cruzaban por su mente una rápida sucesión de pensamientos.
—Supongo —continuó Gurney— que usted y su perro olfateador han encontrado pruebas de acelerante en la base de las paredes, así como en su muestra del suelo.
—Hemos hecho un examen concienzudo del sitio.
Gurney sonrió ante la no respuesta.
—Y está examinando su muestra de suelo mediante el cromatógrafo portátil de su furgoneta ahora mismo. ¿Me equivoco?
La única reacción de Kramden fue un fugaz abultamiento en el músculo de su mandíbula, seguido por una breve pausa antes de lanzar su siguiente pregunta.
—¿Hizo algún intento de apagar el fuego o de entrar en el edificio antes de la llegada de los bomberos?
—No.
—¿No hizo ningún intento por sacar nada de valor del edificio?
—No. El fuego era demasiado intenso.
—¿Qué habría sacado si hubiera podido?
—Herramientas…, un cortador de leña eléctrico…, nuestros kayaks…, la bicicleta de mi mujer…, algunos muebles viejos.
—¿Sacaron algo de valor del edificio durante el mes anterior al fuego?
—No.
—¿Los bienes del edificio estaban asegurados?
—Sí.
—¿Qué clase de póliza?
—De hogar.
—Necesitaré un inventario de los contenidos del edificio, además de su número de póliza, nombre del agente y nombre de la compañía aseguradora. ¿Hubo algún incremento reciente de la póliza?
—No…, a menos que haya algún ajuste inflacionario que desconozca.
—¿Se lo notificarían si lo hubiera?
—No lo sé.
—¿Tiene más de una póliza que cubra los daños por fuego?
—No.
—¿Ha tenido alguna pérdida asegurada de alguna clase?
Gurney pensó un momento.
—Cobré de un seguro de robo. Hace veinticinco años, en la ciudad, me robaron una moto.
—¿Nada más?
—Nada más.
—¿Han tenido algún problema relacionado con vecinos, parientes, negocios, lo que sea?
—Parece que tenemos un problema del que no éramos conscientes con el pirómano que arrancó todos los carteles de «prohibido cazar».
—¿Cuándo los pusieron?
—Mi mujer los puso hace un par de años, poco después de que nos trasladáramos aquí.
—¿Algún problema más?
Gurney pensó en el escalón serrado bajo sus pies y en la frase que alguien le había susurrado en el sótano. Por otro lado, no estaba seguro de que él fuera el objetivo prioritario de aquellos dos incidentes. Se aclaró la garganta.
—Nada más, que yo sepa.
—¿Abandonó en algún momento la casa durante las dos horas anteriores al descubrimiento del fuego?
—Sí. Después de cenar, fui hasta el banco que hay junto al estanque y estuve allí sentado un rato.
—¿Cuándo fue eso?
—Justo después de que anocheciera, así que… hacia las ocho, diría.
—¿Por qué fue allí?
—Para sentarme en el banco, como he dicho. Para relajarme.
—¿En la oscuridad?
—Sí.
—¿Estaba inquieto?
—Cansado, impaciente.
—¿Sobre qué?
—Una cuestión privada.
—¿Relacionada con el dinero?
—No.
Kramden se recostó en su silla, con la mirada fija en un pequeño punto de la mesa. Lo tocó curiosamente con el dedo.
—Y mientras estuvo sentado en la oscuridad, relajándose, ¿oyó algo?
—Oí un par de ruidos entre los árboles de detrás del granero.
—¿Qué clase de ruidos?
—Tal vez de ramas al romperse. No estoy seguro.
—¿Alguien más salió de la casa durante las dos horas anteriores al fuego?
—Mi hijo vino a sentarse un rato en el banco. Y la señorita Corazon también salió un rato, pero no sé cuánto.
—¿Adónde fue?
—No lo sé.
Kramden alzó una ceja.
—¿No se lo preguntó?
—No.
—¿Y su hijo? ¿Sabe si fue a algún otro sitio?
—Solo al banco y de vuelta a la casa.
—¿Cómo puede estar seguro?
—Tenía una linterna en la mano.
—¿Y su mujer?
—¿Qué pasa con ella?
—¿Salió de la casa?
—No, que yo sepa.
—Pero ¿no está seguro?
—No estoy del todo seguro.
Kramden asintió lentamente, como si estos hechos formaran parte de alguna clase de patrón coherente. Pasó la uña por la minúscula imperfección negra de la mesa.
—¿Encendió usted el fuego? —preguntó, todavía mirando al mismo punto.
Gurney sabía que era una de las preguntas estándar de una investigación por incendio que tenían que plantearse.
—No.
—¿Pidió a alguien que lo hiciera?
—No.
—¿Sabe quién lo hizo?
—No.
—¿Tiene alguna otra información que pudiera ayudar en la investigación?
—Ahora mismo no.
Kramden lo miró.
—¿Qué significa eso?
—Significa que ahora mismo no tengo ninguna otra información que pueda ayudar en la investigación.
Hubo un levísimo destello de rabia en los suspicaces ojos del investigador.
—¿Significa que planea tener alguna información relevante en el futuro?
—Oh, sí, Everett, definitivamente tendré información relevante en el futuro. Cuente con ello.