Alguien me estaba pellizcando el dedo gordo del pie mientras decía:
—¡Despierta! ¡Despierta!
Volví a la consciencia con un rugido de terror mientras abría los ojos en ese dormitorio que me era ajeno, ahora inundado por la luz del sol. Había una mujer que no conocía al pie de la cama.
—¿Quién demonios eres? —Estaba molesta, pero ya no tan asustada. No parecía peligrosa. Tendría mi edad, y era muy morena. Su pelo castaño era corto, sus ojos de un brillante azul, y vestía unos pantalones cortos caqui y una camisa blanca abierta sobre una camiseta coral. Se estaba adelantando un poco a la estación.
—Me llamo Amelia Broadway, soy la propietaria.
—¿Y qué haces aquí despertándome?
—Oí a Cataliades en el patio anoche e imaginé que te trajo para limpiar el apartamento de Hadley. Quería hablar contigo.
—¿Y no podías esperar a que me despertara yo sola? ¿Y has usado una llave para entrar, en vez de llamar al timbre? Pero ¿a ti qué te pasa?
Sin duda estaba desconcertada. Por primera vez, Amelia Broadway pareció darse cuenta de que podría haber manejado la situación mejor.
—Bueno, verás, estaba preocupada —dijo, algo apocada.
—¿Sí? Pues yo también —dije—. Bienvenida al club. Ahora mismo estoy bastante preocupada. Sal ahora mismo de aquí y espérame en el salón, ¿vale?
—Claro —asintió—. Eso puedo hacerlo.
Esperé a que el ritmo cardíaco me volviera a la normalidad antes de salir de la cama. A continuación la hice y saqué algo de ropa de mi maleta. Me metí rápidamente en el cuarto de baño, echando de paso una rápida ojeada a mi inesperada huésped. Estaba limpiando el polvo del salón con un paño que se parecía sospechosamente a una camisa de franela de hombre. Pues vaya.
Me duché tan rápidamente como pude, me puse algo de maquillaje y salí descalza, pero enfundada en unos vaqueros y una camiseta azul.
Amelia Broadway hizo un parón en sus labores domésticas y se me quedó mirando.
—No te pareces a Hadley en nada —dijo, y no supe por su tono si aquello era algo bueno o malo.
—No sabes lo poco que nos parecíamos —dije lisamente.
—Pues eso está bien. Hadley era bastante horrible —señaló Amelia inesperadamente—. Ay, lo siento, no estoy siendo muy sutil que digamos.
—¿Tú crees? —Traté de mantener un tono uniforme de voz, pero es posible que se me escapara un toque de sarcasmo—. Bueno, si sabes dónde está el café, ¿te importaría indicarme la dirección? —Estaba mirando la zona de la cocina, por primera vez a la luz del día. Tenía ladrillo y cobre a la vista, una encimera de acero inoxidable y una nevera a juego. La pila y el grifo debían de costar más que mi ropa. Pequeña, pero con mucho estilo, como el resto del lugar.
Y todo aquello para una vampira que no necesitaba cocina para nada.
—La cafetera de Hadley está justo ahí —dijo Amelia, y la divisé. Era oscura y se mimetizaba con el entorno. Hadley siempre había sido una loca del café, así que supuse que, incluso después de su conversión, mantendría un buen suministro de la que fue su bebida favorita. Abrí el armario que había encima de la cafetera y vi dos latas de Community Coffee y algunos filtros. El sello plateado estaba intacto en la primera que abrí, pero la segunda estaba abierta y medio llena. Inhalé el maravilloso aroma del café con placentera tranquilidad. Parecía asombrosamente fresco.
Tras preparar la cafetera y pulsar el botón para que empezara a hacerse el café, encontré dos tazas dispuestas a su lado. También había un azucarero, pero cuando lo abrí sólo encontré un residuo solidificado. Eché el contenido al cubo de la basura, que tenía bolsa, pero estaba vacío. Alguien lo había limpiado después de la muerte de Hadley. Puede que tuviera algo de crema para el café en la nevera. En el sur, la gente que no la usa mucho suele guardarla ahí.
Pero cuando abrí la reluciente nevera de acero inoxidable, no encontré nada más que cinco botellas de TrueBlood.
Nada podría haberme dejado más claro el hecho de que mi prima Hadley murió como vampira. Nunca había conocido a nadie que hubiera pasado por el antes y el después. Era chocante. Tenía tantos recuerdos de ella, algunos felices y otros desagradables, pero en todos ellos mi prima respiraba y su corazón latía. Permanecí con los labios rígidos, contemplando las botellas rojas, hasta que pude recuperarme lo suficiente y cerré la puerta muy despacio.
Después de una vana búsqueda de crema para el café por los armarios, le dije a Amelia que esperaba que lo tomara solo.
—Vale, no hay problema —dijo Amelia remilgadamente. Era evidente que trataba de mostrar su mejor cara, y yo sólo podía estarle agradecida por ello.
La casera de Hadley estaba sentada en una de las butacas. La tapicería era realmente bonita, hecha de un material sedoso amarillo estampado con tonos rojo oscuro y flores azules, pero me disgustaba el aspecto frágil del mueble. Me gustan las sillas que parecen aguantar bien a la gente corpulenta, pesada, sin crujir o lamentarse. Me gustan los muebles que no se van a echar a perder porque se te caiga un poco de Coca-Cola encima, o si el perro se sube para echarse una siesta. Traté de ponerme en el sofá de dos plazas que había enfrente. Bonito, sí. Cómodo, no. Sospecha confirmada.
—¿Y qué eres tú, Amelia?
—¿Perdona?
—Que qué eres.
—Oh, una bruja.
—Ya me lo imaginaba. —No capté el sentido sobrenatural que desprenden las criaturas cuyas células originales han sido cambiadas por la naturaleza de su nuevo ser. Amelia había adquirido su «distinción»—. ¿Lanzaste tú los conjuros para sellar el apartamento?
—Sí —contestó, orgullosa. Me lanzó una mirada de evidente evaluación. Notó que me di cuenta de que el apartamento estaba protegido por conjuros; que ella pertenecía al mundo sobrenatural, el mundo oculto. Quizá fuera una humana normal, pero sabía por dónde me movía. Leí todos esos pensamientos con la misma facilidad que si Amelia me los hubiera revelado de viva voz. Era una emisora excepcional, tan limpia y clara como su complexión—. La noche de la muerte de Hadley, el abogado de la reina me llamó. Estaba durmiendo, por supuesto. Me dijo que sellara este sitio, que Hadley no iba a volver, pero que la reina quería que se mantuviera intacto para su heredera. Al día siguiente, vine temprano para empezar a limpiar. —También llevó guantes de goma; lo podía ver en su imagen mental de aquella mañana, después de la muerte de Hadley.
—¿Vaciaste el cubo de la basura e hiciste la cama?
Parecía avergonzada.
—Así es. No me di cuenta de que por «intacto» quería decir «sin modificar nada». Cataliades vino y me lo dejó bien claro. Pero me alegro de haber sacado la basura. Es extraño, porque esa noche alguien registró el cubo de la basura antes de que la pudiera sacar.
—¿No sabrás si se llevaron algo?
Me miró con incredulidad.
—No suelo hacer inventarios de lo que hay en la basura —dijo, y añadió, reacia—: le habían lanzado un conjuro, pero no sé para qué.
Vale, no eran buenas noticias. Amelia ni siquiera se lo admitía a sí misma; no quería pensar que la casa pudiera ser el objetivo de un ataque sobrenatural. Amelia estaba orgullosa porque sus sellos habían aguantado, pero no pensó en proteger el cubo de la basura.
—Ah, me llevé todas sus macetas a mi piso para cuidar de las plantas, así que, si quieres llevártelas adondequiera que sea, son todas tuyas.
—Bon Temps —le corregí. Amelia bufó. Tenía ese desprecio por los pueblos de quien nace en la gran ciudad—. ¿Así que eres la propietaria del edificio y le alquilaste el apartamento a Hadley? ¿Cuándo?
—Hace un año, más o menos. Ya era una vampira —dijo Amelia—. También era la novia de la reina, desde hacía bastante tiempo. Así que pensé que era un buen seguro, ya me entiendes. Nadie va a atacar a la nena de la reina, ¿no? Y nadie va a irrumpir en su apartamento tampoco.
Quise preguntar cómo se podía permitir Amelia un lugar tan bueno, pero era algo demasiado grosero para enunciarlo en voz alta.
—¿Y vives del negocio de la brujería? —pregunté, tratando de sonar moderadamente interesada.
Se encogió de hombros, pero pareció alegrarse de que preguntara. A pesar de que su madre le había dejado mucho dinero, Amelia estaba encantada con poder mantenerse sola. Lo escuché con la misma claridad que si lo hubiera dicho.
—Sí, me da para vivir —dijo, intentando sin éxito que su tono reflejara modestia. Había trabajado duro para convertirse en bruja. Estaba orgullosa de su poder.
Era como leer un libro.
—Si las cosas se ponen difíciles, ayudo a una amiga que tiene una tienda de magia justo al lado de Jackson Square. Allí le leo la fortuna a la gente —admitió—. Y a veces hago un tour mágico por Nueva Orleans para los turistas. Puede ser divertido, y si les asusta lo suficiente, puedo ganar unas buenas propinas. Así que, entre unas cosas y otras, no me va mal.
—Realizas magia seria —dije, y ella asintió felizmente—. ¿Para quién? —pregunté—. El mundo normal no admite que sea posible.
—Los sobrenaturales pagan muy bien —dijo, sorprendida porque tuviera que preguntar. Lo cierto es que no tenía por qué, pero era más fácil dirigir sus pensamientos hacia la información adecuada si se lo preguntaba de viva voz—. Sobre todo los vampiros y los licántropos. Quiero decir, no les gustan las brujas, pero los vampiros están dispuestos a aprovechar cada pizca de ventaja que puedan obtener. Los demás no están tan organizados. —Desestimó a los más débiles del mundo sobrenatural con un elocuente gesto de la mano, como los hombres murciélago y demás cambiantes. Subestimaba el poder de los otros seres sobrenaturales, lo cual era un error.
—¿Y qué hay de las hadas? —pregunté con curiosidad.
—Ya tienen suficiente con su magia —dijo, encogiéndose de hombros—. No me necesitan. Sé que alguien como tú puede tener dificultades para aceptar que existen talentos invisibles y naturales, talentos que desafían todo lo que tu familia te ha enseñado.
Ahogué un bufido de incredulidad. Estaba claro que no sabía nada de mí. No tenía ni idea de lo que habría hablado con Hadley, pero seguro que no había sido sobre su familia. Cuando la idea se me pasó por la cabeza, se me encendió un piloto en el fondo de mi mente, algo que me decía que esa línea de pensamiento merecía ser explorada. Pero la puse a un lado para meditar acerca de ella más tarde. En ese momento tenía que lidiar con Amelia Broadway.
—Entonces, ¿dirías que tienes una fuerte habilidad sobrenatural? —pregunté.
Sentí cómo reprimía un acceso de orgullo.
—No se me da mal —dijo modestamente—. Por ejemplo, lancé un conjuro para que todo en este apartamento quedara estático cuando no pude terminar de limpiarlo. Y, aunque lleva meses cerrado, no has olido nada raro, ¿verdad?
Eso explicaba la ausencia de hedor procedente de las toallas sucias.
—Así que haces magia para los sobrenaturales, lees la fortuna en Jackson Square y a veces diriges tours mágicos por Nueva Orleans. No es precisamente un trabajo de oficina —dije.
—Eso es —asintió, feliz y contenta.
—Entonces, ¿me ayudarás a limpiar el apartamento? Estaré encantada de pagarte.
—Claro que te ayudaré. Cuanto antes saquemos sus cosas, antes podré alquilarlo otra vez. En cuanto al pago, ¿por qué no esperamos a ver cuánto tiempo le puedo dedicar? A veces recibo, esto…, llamadas de emergencia. —Amelia me dedicó una sonrisa digna de un anuncio de pasta de dientes.
—¿No había estado pagando la reina el alquiler desde la muerte de Hadley?
—Sí, claro. Pero me da escalofríos la idea de que las cosas de Hadley sigan aquí. Además, ha habido un par de intentos de allanamiento. El último fue apenas hace un par de días. —Se me pasó cualquier tentación de sonreír.
Amelia prosiguió:
—Al principio pensé que era uno de esos casos en los que, cuando muere alguien y aparece en los titulares de los periódicos, alguno intenta meterse en su casa durante el funeral. Por supuesto, no se publican necrológicas sobre vampiros, supongo que porque ya están muertos o porque los demás vampiros no se molestan en mandarlas a los periódicos… Sería interesante ver cómo llevarían eso. ¿Por qué no intentas enviar unas cuantas líneas sobre Hadley? Pero ya sabes cómo cotillean los vampiros, así que supongo que más de uno supo de su muerte definitiva, la segunda muerte. Sobre todo después de la desaparición de Waldo de la corte. Todo el mundo sabe que Hadley no le importaba. Y también está que no hay funerales para vampiros. Así que creo que el allanamiento no tenía nada que ver. Nueva Orleans tiene unos índices de criminalidad bastante altos.
—Oh, conocías a Waldo —dije para interrumpir su discurso. Waldo, antaño favorito de la reina (no en su cama, sino como lacayo, eso tenía entendido), se resintió por verse reemplazado por mi prima. Cuando resultó que Hadley siguió siendo la favorita de la reina durante un periodo de tiempo sin precedentes, Waldo la citó en el Cementerio Número Uno de Nueva Orleans con la excusa de que iban a invocar el espíritu de Marie Laveau, la famosa reina del vudú de Nueva Orleans. En vez de ello, mató a Hadley y culpó a la Hermandad del Sol. El señor Cataliades me puso en la buena dirección, hasta que descubrí la culpabilidad de Waldo, y la reina me dio la oportunidad de ejecutarlo en persona (ésa era la idea que tenía la reina de un gran favor). Decliné la oferta. Pero acabó definitivamente muerto, como Hadley. Me estremecí.
—Bueno, lo conozco mejor de lo que quisiera —dijo, con la franqueza que parecía ser la característica definitoria de Amelia Broadway—. Pero veo que has usado el pasado. ¿Puedo tener la esperanza de que Waldo haya conocido su destino final?
—Puedes —contesté—. Tener esa esperanza, digo.
—Fíjate —dijo felizmente—. Vaya, vaya, vaya.
Al menos le había alegrado el día a alguien. Pude ver en sus pensamientos cómo había despreciado al otro vampiro, y no pude culparla. Era aborrecible. Amelia era una mujer de ideas fijas, lo cual debía de hacer de ella una bruja formidable. Pero en ese momento no tenía que haber sopesado otras posibilidades relacionadas conmigo, y no lo estaba haciendo. Centrarse en un objetivo tiene sus inconvenientes.
—¿Y dices que quieres limpiar de una vez el apartamento porque crees que así esos ladrones que saben de la muerte de Hadley dejarán de intentar asaltarlo?
—Justamente —dijo, apurando el café—. Además, me gusta saber que hay alguien viviendo aquí. Tener el apartamento vacío me pone de los nervios. Al menos, los vampiros no dejan fantasmas.
—Eso no lo sabía —dije, aunque tampoco me había puesto a pensarlo.
—Nada de fantasmas vampiros —comentó Amelia despreocupadamente—. Ni uno. Hay que ser humano para dejar atrás un fantasma. Oye, ¿quieres que te lea la fortuna? Ya sé, ya sé, asusta un poco, ¡pero te prometo que se me da muy bien! —Ella pensaba que sería interesante poner un poco de emoción turística al asunto, ya que no pasaría mucho tiempo en Nueva Orleans; y también que, cuanto más agradable fuese conmigo, antes limpiaría yo el apartamento y antes lo recuperaría ella para su uso.
—Claro —dije lentamente—. Puedes leérmela ahora mismo, si quieres. —Aquello podría ser una buena medida de la calidad de Amelia como bruja. Lo cierto es que no guardaba ninguna similitud con el estereotipo de las brujas. Su aspecto parecía brillante y sano, como cualquier ama de casa de los suburbios con un Ford Explorer y un setter irlandés. En un abrir y cerrar de ojos, sacó su baraja de tarot de uno de los bolsillos de sus pantalones cortos, y se inclinó sobre la mesa de café para desplegar las cartas. Lo hizo de una forma rápida y profesional que no tenía el menor sentido para mí.
Tras cavilar sobre las figuras durante un instante, su mirada dejó de recorrer las cartas y se clavó en la mesa. Se sonrojó y cerró los ojos, como si se sintiese mortificada. Por supuesto que lo estaba.
—Vale —dijo al fin, con la voz tranquila y plana—. ¿Qué eres tú?
—Telépata.
—¡Siempre doy cosas por sentado! ¿Por qué no aprenderé?
—Nadie me considera temible —dije, tratando de sonar amable, y ella dio un respingo.
—Pues no volveré a cometer ese error —dijo—. Parecías saber más sobre los sobrenaturales que la gente corriente.
—Y cada día aprendo más. —Incluso a mí se me antojó sombría mi voz.
—Ahora le tendré que decir a mi consejera que la he fastidiado —dijo mi casera. Parecía tan triste como le era posible. No demasiado.
—¿Tienes una… mentora?
—Sí, una bruja mayor que sigue nuestros progresos durante los tres primeros años de profesión.
—¿Cuándo sabes que eres profesional?
—Bueno, hay que superar un examen —contestó Amelia levantándose y dirigiéndose hacia la pila. En un suspiro, lavó la cafetera y el aparato del filtro, los puso en el escurridor y enjuagó la pila.
—¿Empezamos a empaquetar mañana? —dije.
—¿Por qué no ahora mismo?
—Me gustaría repasar primero las cosas de Hadley por mí misma —dije, tratando de no sonar irritada.
—Oh, claro. —Quiso aparentar que ya se le había ocurrido—. Y supongo que esta noche tendrás que visitar a la reina, ¿no?
—No lo sé.
—Oh, apuesto a que te esperan. ¿Te acompañaba anoche un vampiro alto, moreno y guapo? Me sonaba mucho.
—Bill Compton —dije—. Sí, lleva años viviendo en Luisiana, y le ha hecho algún trabajo a la reina.
Me miró con sus ojos azules llenos de sorpresa.
—Ah, pensé que conocería a tu prima.
—No —dije—. Gracias por despertarme para poder ponerme con esto, y por ofrecerme tu ayuda.
Se alegró de marcharse, porque yo no había sido lo que esperaba y le apetecía pensar un poco en ello y hacer algunas llamadas a sus hermanas del arte en la zona de Bon Temps.
—Holly Cleary —dije—. A ella es a la que mejor conozco.
Amelia se quedó sin aliento y se despidió de un modo tembloroso. Se marchó de forma tan inesperada como había llegado.
De repente me sentí mayor. Me había pasado de exhibicionista, y había convertido a una bruja feliz y confiada en una mujer ansiosa en el espacio de una hora.
Pero, mientras sacaba un bloc y un lápiz (y los colocaba justo donde debían estar, en el cajón más cercano al teléfono) para esbozar mi plan de acción, me consolé con la idea de que Amelia necesitaba un azote mental. Si no hubiese sido yo, probablemente habría sido por parte de alguien que pretendiera hacerle daño.