La reina Selyse se presentó en el Castillo Negro con su hija, el bufón de la niña, criadas, damas, y un séquito compuesto por cincuenta caballeros, espadas juramentadas y soldados.
«Son todos hombres de la reina —comprendió Jon—. Asisten a Selyse, pero a quien obedecen es a Melisandre».
La sacerdotisa roja lo había avisado de la visita de la reina casi un día antes de que llegase el cuervo de Guardiaoriente con el mismo mensaje.
Recibió al grupo junto a los establos, en compañía de Seda, Bowen Marsh y media docena de guardias que vestían largas capas negras. Si la mitad de lo que se decía de la reina era cierto, presentándose ante ella sin una comitiva propia corría el riesgo de que lo confundiese con un mozo de cuadra y le entregase las riendas del caballo.
Las nevadas se habían desplazado por fin hacia el sur y les daban una tregua. Mientras se arrodillaba ante la reina sureña, incluso le pareció que el aire era algo más cálido.
—Alteza, el Castillo Negro os da la bienvenida a vos y a los vuestros.
—Gracias. Os ruego que me escoltéis hasta vuestro lord comandante —respondió la reina, mirándolo desde arriba.
—Mis hermanos me escogieron a mí para tal honor. Soy Jon Nieve.
—¿Vos? Me habían dicho que erais joven, pero… —El rostro de la reina Selyse estaba demacrado y pálido. Llevaba una corona de oro rojo con puntas en forma de llamas, exactamente igual que la de Stannis—. Podéis levantaros, lord Nieve. Esta es mi hija Shireen.
—Princesa… —Jon inclinó la cabeza. Shireen era una joven poco agraciada, y la psoriagrís la afeaba más aún: le había dejado el cuello y parte de la mejilla grises, endurecidos y agrietados—. Mis hermanos y yo estamos a vuestro servicio —dijo a la muchacha.
—Gracias, mi señor —respondió Shireen, sonrojada.
—Ya conocéis a mi tío, ser Axell Florent —continuó la reina.
—Solo por cuervos. —«E informes». Las cartas que había recibido de Guardiaoriente del Mar hablaban mucho de Axell Florent, y poco de lo que decían era bueno—. Ser Axell…
—Lord Nieve… —Florent era un hombre robusto, de piernas cortas y pecho abombado. Tenía la nariz y la mandíbula cubiertas de vello hirsuto, que también le asomaba por las orejas y por las ventanas de la nariz.
—Mis leales caballeros —prosiguió la reina Selyse—: ser Narbert, ser Benethon, ser Brus, ser Patrek, ser Dorden, ser Malegom, ser Lambert, ser Perkin. —Iban haciendo una reverencia a medida que la reina los nombraba. No se molestó en presentar al bufón, pero los cencerros del sombrero astado y los variopintos tatuajes que le recorrían las mejillas hinchadas hacían imposible pasarlo por alto.
«Caramanchada». Las cartas de Cotter Pyke también lo mencionaban; Pyke decía que era retrasado.
La reina hizo una seña a otro curioso miembro de su séquito: un hombre alto y flaco como un palo, con un estrafalario sombrero de tres niveles de fieltro morado que resaltaba más aún su altura.
—Y aquí tenemos al honorable Tycho Nestoris, un emisario del Banco de Hierro de Braavos, que ha venido a hablar con el rey Stannis.
El banquero se quitó el sombrero e hizo una profunda reverencia.
—Lord comandante, agradezco vuestra hospitalidad y la de vuestros hermanos. —Hablaba la lengua común con fluidez y un acento muy leve. Medía casi un palmo más que Jon; una barba fina como una cuerda le nacía en la barbilla y le llegaba casi hasta la cintura. Llevaba ropa de un morado sombrío y con ribetes de armiño, y un cuello alto y rígido le enmarcaba el rostro enjuto—. Espero que nuestra presencia no os resulte demasiado molesta.
—En absoluto, mi señor. Sois bienvenido. —«Bastante más que esta reina, la verdad». Cotter Pyke había enviado un cuervo con antelación para avisar de la llegada del banquero. Desde entonces, Jon no había pensado en gran cosa. Se volvió hacia la reina—. Los aposentos reales de la Torre del Rey están acondicionados para vuestra alteza, y os acogerán durante todo el tiempo que deseéis permanecer con nosotros. Os presento a Bowen Marsh, nuestro lord mayordomo. Buscará alojamiento para vuestros hombres.
—Sois muy amable al hacernos un hueco. —Las palabras de la reina eran corteses, pero su tono indicaba que, a su parecer, los hombres solo cumplían su obligación y más les valía que las habitaciones fueran de su agrado—. No nos quedaremos demasiado tiempo; unos días, como mucho. Tenemos intención de dirigirnos a nuestro nuevo asentamiento del Fuerte de la Noche tan pronto como hayamos descansado. El viaje desde Guardiaoriente ha sido agotador.
—Como deseéis, alteza —dijo Jon—. Imagino que tendréis frío y hambre. En nuestra sala común os aguarda una comida caliente.
—Muy bien. —La reina echó un vistazo al patio—. Sin embargo, antes me gustaría hablar con lady Melisandre.
—Por supuesto, alteza. Sus habitaciones se encuentran también en la Torre del Rey. Seguidme, os lo ruego. —La reina Selyse asintió, tomó a su hija de la mano y se dejó guiar por Jon desde los establos. Ser Axell, el banquero braavosi y los demás los siguieron como una bandada de patitos envueltos en lana y pieles.
—Alteza —dijo Jon Nieve—, mis constructores han hecho cuanto estaba en sus manos por preparar el Fuerte de la Noche para vuestra llegada… Pero gran parte sigue en ruinas. Es un castillo grande, el más grande del Muro, y solo hemos podido reconstruirlo parcialmente. Puede que estéis más cómoda si volvéis a Guardiaoriente del Mar.
—No vamos a volver a Guardiaoriente —respondió la reina frunciendo la nariz—. No nos gusta. Una reina debería ser la señora de su casa. Ese Cotter Pyke que nos mandasteis ha resultado ser un hombre grosero, desagradable, problemático y mezquino.
«Tendrías que oír lo que dice Cotter de ti».
—No sabéis cuánto lo siento, pero me temo que vuestra alteza descubrirá que las condiciones en las que se encuentra el Fuerte de la Noche os gustarán aún menos. Es un fuerte, no un palacio. Es un lugar lúgubre y frío. Sin embargo, Guardiaoriente…
—Guardiaoriente no es un lugar seguro. —La reina puso una mano en el hombro de su hija—. Esta es la verdadera heredera del rey. Un día se sentará en el Trono de Hierro y gobernará los Siete Reinos. Debe estar a salvo, y es en Guardiaoriente donde se producirá el ataque. Mi esposo ha escogido el Fuerte de la Noche y allí nos asentaremos. No vamos a… ¡Oh!
Una sombra enorme emergió tras el esqueleto de la Torre del Comandante. La princesa Shireen soltó un gritito, y tres caballeros de la reina se sobresaltaron al mismo tiempo. Otro dejó escapar un juramento.
—Que los Siete nos asistan. —La impresión le había hecho olvidar momentáneamente a su nuevo dios rojo.
—No os asustéis —les dijo Jon Nieve—. No va a haceros ningún daño, alteza. Os presento a Wun Wun.
—Wun Weg Wun Dar Wun. —La voz del gigante retumbó como una roca al caer por la ladera de una montaña. Se arrodilló ante ellos. Incluso en aquella postura los sobrepasaba en altura—. Arrodillo reina. Pequeña reina. —Sin duda, Pieles le había enseñado aquellas palabras.
—¡Es un gigante! —La princesa Shireen tenía los ojos como platos—. Un gigante de verdad, como los de los cuentos. ¿Por qué habla tan raro?
—Todavía no conoce bien la lengua común —explicó Jon—. En su tierra, los gigantes hablan la antigua lengua.
—¿Puedo tocarlo?
—Más vale que no —aconsejó su madre—. Míralo. Es una criatura abominable. —Miró a Jon con el ceño fruncido—. Lord Nieve, ¿qué hace esta bestia en nuestro lado del Muro?
—Wun Wun es un invitado de la Guardia de la Noche, al igual que vos.
A la reina no le gustó aquella respuesta, y a sus caballeros tampoco. Ser Axell hizo un gesto de desagrado y ser Brus ahogó una risita nerviosa.
—Tenía entendido que ya no había gigantes —dijo ser Narbert.
—Quedan muy pocos. —«Ygritte lloró por ellos».
—En la oscuridad, los muertos bailan. —Caramanchada movió los pies en un grotesco paso de danza—. Lo sé, lo sé, je, je, je. —En Guardiaoriente le habían confeccionado una capa con retales de piel de castor, oveja y conejo. De las astas del sombrero colgaban cencerros y largas tiras de piel de ardilla que le cubrían las orejas. Cada uno de sus movimientos iba acompañado de sonidos tintineantes.
Wun Wun lo miró fascinado, pero cuando intentó acercarse, el bufón saltó hacia atrás, haciendo sonar los cencerros.
—Oh no, oh no, oh no. —Aquello hizo que Wun Wun se levantara. La reina agarró a la princesa Shireen y tiró de ella hacia atrás; los caballeros desenvainaron las espadas, y Caramanchada, alarmado, salió corriendo, tropezó y acabó con el culo hundido en un ventisquero.
Wun Wun se echó a reír. Las risotadas de un gigante dejarían en ridículo el rugido de un dragón, por lo que Caramanchada se cubrió las orejas, la princesa Shireen apretó el rostro contra las pieles de su madre y un valiente caballero se adelantó blandiendo su acero. Jon alzó una mano para detenerlo.
—Es mejor que no lo hagáis enfadar. Envainad vuestra espada. Pieles, vuelve con Wun Wun a la Torre de Hardin.
—¿Comer ahora, Wun Wun? —preguntó Wun Wun.
—Comer ahora —accedió Jon—. Enviaré una fanega de hortalizas para él y carne para ti —le dijo a Pieles—. Enciende un fuego.
—Lo haré, mi señor, pero en Hardin hace un frío que cala hasta los huesos —contestó Pieles con una sonrisa—. ¿Podría mi señor mandar algo de vino para mantenernos calientes?
—Para ti, pero no para él. —Wun Wun no había probado el vino hasta llegar al Castillo Negro, pero desde entonces había desarrollado una afición gigantesca por él. «Demasiada». Jon tenía bastantes problemas a los que enfrentarse para añadir al lote un gigante borracho. Se volvió hacia los caballeros de la reina—. Mi señor padre decía que no se debería desenvainar una espada a menos que se fuera a hacer uso de ella.
—Pensaba usarla. —El caballero iba afeitado y tenía el rostro curtido por el viento; bajo una capa de piel blanca vestía un jubón de tela de plata con una estrella azul de cinco puntas—. Según tenía entendido, la Guardia de la Noche defiende al reino de estos monstruos. Nadie me había dicho que los tuvierais de mascotas.
—¿Y vos sois…? —«Otro imbécil sureño».
—Ser Patrek de la Montaña del Rey, mi señor.
—Desconozco los usos de vuestra montaña en lo tocante a la inmunidad de los huéspedes, pero en el norte es sagrada. Wun Wun es un invitado.
—Decidme, lord comandante —dijo ser Patrek con una sonrisa—, si aparecen los Otros, ¿también pensáis ofrecerles vuestra hospitalidad? —El caballero se volvió hacia la reina—. Alteza, si no me equivoco, esa es la Torre del Rey. ¿Me concedéis el honor de acompañaros?
—Como deseéis. —La reina aceptó su brazo y pasó por delante de los hombres de la Guardia de la Noche sin mirar atrás.
«Esas llamas que lleva en la corona son lo más cálido que hay en ella».
—Lord Tycho —llamó Jon—. Esperad un momento, por favor.
—No soy ningún señor —contestó el braavosi al tiempo que se detenía—. Tan solo un mero sirviente del Banco de Hierro de Braavos.
—Cotter Pyke me ha informado de que llegasteis a Guardiaoriente con tres barcos: una galeaza, una galera y una coca.
—En efecto, mi señor. La travesía es peligrosa en esta época. Un barco puede naufragar si va solo, pero tres pueden ayudarse entre sí. El Banco de Hierro siempre es muy prudente con estos asuntos.
—¿Podríamos tener una pequeña charla antes de que partáis?
—Estoy a vuestro servicio, lord comandante. En Braavos solemos decir que no hay mejor momento que el presente. ¿Os parece bien?
—No lo hay mejor. ¿Preferís que vayamos a mis aposentos, o deseáis conocer la cima del Muro?
El banquero miró hacia arriba, donde el hielo se cernía vasto y blanco contra el cielo.
—Ahí arriba hará mucho frío.
—Mucho frío y mucho viento. Al final se aprende a caminar bien alejado del borde. A varios hombres se los llevó el viento. Aun así, en este mundo no hay nada remotamente parecido al Muro. Puede que no tengáis otra ocasión de verlo.
—No cabe duda de que me arrepentiré en mi lecho de muerte, pero tras un día tan largo a caballo, me resulta más apetecible una habitación cálida.
—Entonces vamos a mis aposentos. Seda, tráenos vino especiado, por favor.
Las habitaciones de Jon, tras la armería, estaban bastante aisladas del ruido, aunque eran bastante frías. El fuego se había apagado hacía rato; a la hora de mantenerlo vivo, Seda no era tan diligente como Edd el Penas.
—¡Maíz! —El cuervo de Mormont los recibió con un graznido. Jon colgó la capa.
—Venís en busca de Stannis, ¿no es así?
—En efecto, mi señor. La reina Selyse ha sugerido que enviemos un cuervo a Bosquespeso para informar a su alteza de que lo espero en el Fuerte de la Noche. El asunto que deseo tratar con él es demasiado delicado para confiarlo por carta.
—Una deuda. —«No puede ser otra cosa».— ¿Una deuda suya o de su hermano?
—No sería apropiado por mi parte hablar de las deudas que lord Stannis tenga o deje de tener —respondió el banquero al tiempo que apretaba los dedos—. Respecto al rey Robert… Tuvimos el honor de ayudar a su alteza cuando lo necesitó. Mientras Robert vivió, no hubo problemas. Sin embargo, el Trono de Hierro ha dejado de devolvernos los préstamos.
«¿De verdad son tan necios los Lannister?».
—No pretenderéis hacer responsable a Stannis de las deudas de su hermano.
—Las deudas las contrajo el Trono de Hierro —declaró Tycho—, y debe saldarlas quienquiera que se siente en él. Ya que tanto el rey Tommen como sus consejeros están empecinados, nuestra intención era abordar el tema con el rey Stannis. Si se muestra digno de nuestra confianza, le proporcionaremos con mucho gusto cualquier ayuda que necesite.
—Ayuda —gritó el cuervo—. Ayuda, ayuda.
Jon ya se imaginó algo parecido en el momento en que supo que el Banco de Hierro enviaba un emisario al Muro.
—Lo último que sabemos de su alteza es que se dirigía hacia Invernalia para enfrentarse a lord Bolton y sus aliados. Podéis ir en su busca, pero corréis el riesgo de veros envuelto en la guerra.
—Los que servimos en el Banco de Hierro nos enfrentamos a la muerte tanto como los que servís al Trono de Hierro —contestó Tycho bajando la cabeza.
«¿Sirvo al Trono de Hierro?». Jon ya no estaba seguro.
—Puedo proporcionaros caballos, provisiones, guías y lo que preciséis para alcanzar Bosquespeso, pero a partir de ahí tendréis que llegar hasta Stannis por vuestra cuenta. —«Y puede que os encontréis su cabeza clavada en una pica»—. Pero eso tiene un precio.
—Precio —coreó el cuervo de Mormont—. Precio, precio.
—Todo tiene un precio, ¿verdad? —sonrió el braavosi—. ¿Qué necesita la Guardia?
—Para empezar, vuestros barcos. Y sus tripulaciones.
—¿Los tres? ¿Cómo voy a regresar a Braavos?
—Solo los necesito para un viaje.
—Un viaje peligroso, imagino. Habéis dicho «para empezar».
—También necesitamos un préstamo. Oro suficiente para alimentarnos hasta la primavera; para comprar comida y fletar barcos que nos la traigan.
—¿Hasta la primavera? —Tycho suspiró—. No será posible, mi señor.
¿Qué le había dicho Stannis? «Regateáis como una vieja por un bacalao, lord Nieve. ¿Es que vuestro padre os engendró con una pescadera?». Tal vez.
Llevó casi una hora convertir lo imposible en posible, y otra más acordar los detalles. La frasca de vino especiado que les había llevado Seda los ayudó a resolver los detalles más conflictivos. Cuando Jon firmó el pergamino redactado por el braavosi, los dos estaban borrachos y tristes. Jon consideró que era una buena señal.
Los tres barcos braavosi elevaban a once la flota de Guardiaoriente, que incluía el ballenero ibbenés que había requisado Cotter Pyke siguiendo las órdenes de Jon, una galera mercante de Pentos, también confiscada, y tres maltrechos navíos de guerra lysenos: los restos de la antigua flota de Salladhor Saan, arrastrada al norte por las tormentas otoñales. Los tres barcos de Saan necesitaban reparaciones urgentes, pero a esas alturas ya deberían estar arreglados.
No era muy prudente enviar once barcos, pero si esperaba más, la gente del pueblo libre que se encontraba en Casa Austera ya habría muerto cuando llegase la flota a rescatarla.
«Hay que navegar ahora, o nunca». Aunque no sabía si Madre Topo y los suyos estarían suficientemente desesperados para confiar sus vidas a la Guardia de la Noche.
Cuando Jon y Tycho Nestoris dejaron la estancia, ya había oscurecido y comenzaba a nevar.
—Parece que ha sido una tregua corta. —Jon se ciñó la capa con fuerza.
—El invierno se nos echa encima. Cuando salí de Braavos ya había hielo en los canales.
—Tres de mis hombres pasaron por Braavos, no hace mucho —le comentó Jon—. Un viejo maestre, un bardo y un joven mayordomo. Iban escoltando a Antigua a una chica salvaje con un niño de teta. ¿Os los habéis encontrado, por casualidad?
—Me temo que no, mi señor. No hay día que no pasen ponientis por Braavos, pero casi todos llegan y se van por el puerto del Trapero. Los barcos del Banco de Hierro amarran en el puerto Púrpura. Si queréis, puedo preguntar por ellos cuando vuelva a casa.
—No será necesario. A estas alturas ya deberían estar a salvo en Antigua.
—Esperemos que sí. El mar Angosto es muy peligroso en esta época del año, y últimamente hemos recibido informes preocupantes de barcos desconocidos avistados en los Peldaños de Piedra.
—¿Salladhor Saan?
—¿El pirata lyseno? Hay quien dice que ha vuelto a los sitios que frecuentaba, ¿cierto? Y la flota de guerra de lord Redwyne también pulula por el Brazo Roto. Sin duda van de camino a casa. Pero esos hombres y esos barcos nos son muy conocidos. No, esas otras velas… Puede que vengan del lejano oriente… Ha habido extraños rumores sobre dragones.
—Ojalá tuviéramos uno aquí. Caldearía el ambiente.
—Bromeáis, pero disculpad si no me río. Los bravoosi descendemos de los que escaparon de Valyria y de la ira de los Señores Dragón. No nos los tomamos a broma.
«No, ya veo que no».
—Os presento mis disculpas, lord Tycho.
—No son necesarias. Empiezo a tener hambre. Prestar sumas tan altas abre el apetito. ¿Podríais indicarme cómo llegar a vuestro comedor?
—Yo mismo os acompañaré. —Jon hizo un ademán—. Por aquí.
Habría sido una descortesía no compartir el pan con el banquero, de modo que envió a Seda a por comida. La novedad de los recién llegados había atraído a casi todos los hombres que no estaban de guardia o dormidos, y el sótano estaba abarrotado y cálido.
La reina y su hija no se presentaron; lo más seguro era que estuvieran acomodándose en la Torre del Rey. Los que sí estaban eran ser Brus y Ser Malegom, entreteniendo a los hermanos allí reunidos con las últimas noticias de Guardiaoriente y de más allá del mar. Había tres damas de la reina sentadas juntas, debidamente atendidas por sus criadas y por una docena de admiradores de la Guardia de la Noche.
Junto a la puerta, Axell Florent, la mano de la reina, estaba atacando un par de capones; rebañaba la carne de los huesos y regaba cada bocado con tragos de cerveza. Cuando divisó a Jon Nieve dejó el hueso, se limpió la boca con el dorso de la mano y se le acercó. Las piernas torcidas, el pecho de barril y las enormes orejas le daban un aspecto muy cómico, pero Jon era consciente de que más valía no reírse de él. Era el tío de la reina Selyse y había sido de los primeros en seguirla cuando aceptó al dios rojo de Melisandre.
«Si no es un asesino de la sangre de su sangre, no anda lejos. —El maestre Aemon le había dicho que Melisandre había incinerado al hermano de Axell Florent, y que este había hecho bien poco por evitarlo—. ¿Qué hombre puede ver como queman vivo a su hermano sin siquiera inmutarse?».
—Nestoris —saludó ser Axell—, lord comandante, ¿os importa si os acompaño? —Se asentó en el banco antes de que tuvieran ocasión de responder—. Lord Nieve, me gustaría preguntaros… ¿dónde puedo encontrar a la princesa de los salvajes de la que habla su alteza?
«A muchas leguas de aquí —pensó Jon—. Si los dioses son benevolentes, ya habrá dado con Tormund Matagigantes».
—Val es la hermana pequeña de Dalla, que a su vez fue la esposa de Mance Rayder y la madre de su hijo. El rey Stannis tomó prisionera a Val y a la niña cuando Dalla murió de parto, pero no es ninguna princesa tal como vos lo entendéis.
—Sea lo que sea, en Guardiaoriente, los hombres decían que era una moza muy bella —respondió Axell con un encogimiento de hombros—. Me gustaría verla con mis propios ojos. Hay salvajes a las que habría que poner de espaldas para poder cumplir los deberes maritales. Si no es molestia, traedla para que le echemos un vistazo.
—No es un caballo al que podáis examinar.
—Prometo no contarle los dientes. —Florent sonrió—. Oh, no temáis, la trataré con toda la cortesía que merece.
«Sabe que no está aquí. —Ninguna aldea tenía secretos, y el Castillo Negro no era excepción. No se hablaba abiertamente de la ausencia de Val, pero había hombres que sabían de ella, y por la noche, en la sala común, los hermanos hablaban—. ¿Qué habrá oído? —se preguntó Jon—. ¿Cuánto creerá de lo que ha oído?».
—Disculpadme, pero no voy a traer aquí a Val.
—Iré yo. ¿Dónde la tenéis?
—Está a buen recaudo. —«Lejos de ti»—. Ya es suficiente.
—Mi señor, ¿habéis olvidado quién soy? —El rostro del caballero había enrojecido. El aliento le olía a cerveza y cebolla—. ¿Tengo que hablar con la reina? Una palabra de su alteza, y me traerán a esa salvaje desnuda para que la examine.
«Eso no puede hacerlo ni una reina».
—La reina no abusaría de nuestra hospitalidad —respondió Jon, con la esperanza de que fuera cierto—. Y lo siento, pero debo ausentarme, o incumpliré mis deberes como anfitrión. Lord Tycho, os ruego que me disculpéis.
—Por supuesto —dijo el banquero—. Ha sido un placer.
Fuera nevaba cada vez con más fuerza. Más allá del patio, la Torre del Rey se había convertido en una sombra voluminosa, y las luces de las ventanas quedaban oscurecidas por la nieve.
Cuando volvió a sus aposentos, Jon se encontró al cuervo del Viejo Oso posado en el respaldo de la silla de roble y cuero, tras la mesa de caballetes. En cuanto entró, el pájaro empezó a chillar y pedir comida. Jon cogió un puñado de grano de un saco, junto a la puerta, y lo desperdigó por el suelo; luego se apoderó de la silla.
Tycho Nestoris había dejado una copia del acuerdo, y Jon la leyó tres veces.
«Ha sido fácil —reflexionó—. Mucho más de lo que esperaba. Mucho más de lo que debería».
Aquello lo inquietaba. El dinero braavosi permitiría a la Guardia de la Noche comprar comida en el sur cuando empezase a escasear en los almacenes; suficiente comida para todo el invierno, durase lo que durase.
«Un invierno largo y crudo nos dejará con una deuda de tal magnitud que nunca saldremos de ella —se recordó—, pero si la elección es deuda o muerte, más nos vale pedir prestado».
Sin embargo, no acababa de gustarle, y le gustaría menos aún cuando llegase la primavera y el momento de pagar todo aquel oro. Había quedado impresionado por la cultura y cortesía de Tycho Nestoris, pero el Banco de Hierro de Braavos tenía una reputación temible a la hora de reclamar deudas. Cada una de las Nueve Ciudades Libres tenía su propio banco; algunas contaban con varios, que luchaban por cada moneda como perros por un hueso, pero el Banco de Hierro era más rico y poderoso que todos los demás juntos. Cuando los príncipes dejaban de pagar a los bancos menores, los banqueros arruinados vendían a sus esposas e hijos como esclavos y se cortaban las venas. Cuando dejaban de pagar al Banco de Hierro, nuevos príncipes aparecían de la nada y ocupaban su trono.
«Tal como está a punto de averiguar Tommen, pobre gordito. —Sin duda, los Lannister tenían sus razones para no saldar las deudas del rey Robert, pero aun así, era una estupidez. Si Stannis era flexible a la hora de aceptar sus condiciones, los braavosi le darían tanto oro y plata como le hiciera falta; lo suficiente para comprar una docena de compañías de mercenarios, sobornar a un centenar de señores, y pagar, dar de comer, vestir y armar a sus hombres—. Si Stannis no yace bajo los muros de Invernalia, puede que ya haya cobrado el Trono de Hierro». Se preguntó si Melisandre había visto aquello en sus fuegos.
Jon se reclinó en el asiento, bostezó y se desperezó. Al día siguiente prepararía las órdenes necesarias para Cotter Pyke.
«Lleva once barcos hasta Casa Austera. Vuelve con tanta gente como puedas; da prioridad a las mujeres y los niños. —Era hora de zarpar—. ¿Debería ir en persona, o encomendar la expedición a Cotter? —El Viejo Oso había estado al mando de una expedición—. Sí. Y no volvió».
Cerró los ojos, solo un momento… y se despertó tieso como una tabla.
—Nieve, nieve —masculló el cuervo de Mormont.
—Mi señor, os reclaman. Disculpad, mi señor. Ha aparecido una chica. —Mully lo zarandeaba para despertarlo.
—¿Una chica? —Jon se sentó y se frotó los ojos para despejarse—. ¿Es Val? ¿Ha vuelto?
—No, mi señor. Ha aparecido a este lado del Muro.
«Arya». Jon se incorporó. Tenía que ser ella.
—Chica, chica, chica —gritó el cuervo.
—Ty y Dannel la encontraron a dos leguas al sur de Villa Topo, en la persecución de unos cuantos salvajes que pretendían escabullirse por el camino Real. Volvían con ellos cuando se toparon con la chica. Es de alta cuna, mi señor, y pregunta por vos.
—¿Cuántos acompañantes tiene? —Se dirigió a la jofaina y se mojó la cara. Dioses, qué cansado estaba.
—Ninguno, mi señor. Venía sola. Su caballo parecía medio muerto, era todo piel y huesos, estaba cojo y echaba espuma. Lo han sacrificado y han traído a la chica para interrogarla.
«Una muchacha vestida de gris a lomos de un caballo moribundo». Tal vez los fuegos de Melisandre estuvieran en lo cierto. Pero ¿qué había sido de Mance Rayder y las mujeres de las lanzas?
—¿Dónde está?
—En los aposentos del maestre Aemon, mi señor. —Los hombres del Castillo Negro aún los llamaban así, aunque a aquellas alturas el maestre ya estaría sano y salvo en Antigua—. La chica estaba azul de frío, y temblaba como no he visto temblar a nadie, así que Ty se la ha llevado a Clydas para que le eche un vistazo.
—Bien. —Jon se sentía como si volviera a tener quince años.
«Hermanita». Se incorporó y se puso la capa.
Aún caía la nieve cuando cruzó el patio con Mully. Al este despuntaba un amanecer dorado, pero tras la ventana de Melisandre aún titilaba una luz rojiza.
«¿Es que no duerme nunca? ¿A qué juegas, sacerdotisa? ¿Tenías algún otro encargo para Mance?».
Quería creer que sería Arya. Quería ver otra vez su cara, sonreírle y revolverle el pelo, decirle que estaba a salvo.
«Pero no será así. Invernalia es un montón de ruinas quemadas; ya no hay ningún lugar seguro».
Por mucho que lo deseara, no podía dejar que se quedase allí con él. El Muro no era lugar para una mujer, y mucho menos para una joven de alta cuna. Tampoco pensaba entregársela a Stannis ni a Melisandre. El rey pretendería casarla con uno de sus hombres: Horpe, Massey o Godry Masacragigantes; y solo los dioses sabían qué querría hacer con ella la mujer roja.
La mejor solución que veía era enviarla a Guardiaoriente y pedirle a Cotter Pyke que la embarcara rumbo a cualquier lugar del otro lado del mar, fuera del alcance de todos aquellos reyes pendencieros. Claro que tendría que esperar a que los barcos regresaran de Casa Austera.
«Podría volver a Braavos con Tycho Nestoris. Quizá el Banco de Hierro pueda encontrar a una familia noble que la acoja. —Pero Braavos era la ciudad libre más cercana, lo que la convertía en la mejor elección y a la vez en la peor—. Estaría más segura en Lorath o en el Puerto de Ibben». Lo malo era que, la enviara adonde la enviara, Arya necesitaría plata para sobrevivir, un techo bajo el que cobijarse y alguien que la protegiese. Solo era una niña.
Hacía tanto calor en los viejos aposentos del maestre Aemon que la repentina nube de vapor que emergió de ellos cuando Mully abrió la puerta fue suficiente para cegarlos. En el interior, un fuego recién encendido ardía en el hogar; los troncos crepitaban y crujían.
—Nieve, nieve, nieve —llamaron los cuervos desde arriba. La chica estaba acurrucada y profundamente dormida junto al fuego, envuelta en una capa de lana negra tres veces más grande que ella.
Se parecía tanto a Arya que dudó, pero solo un momento. Era una joven alta y delgada, toda piernas y codos, con el pelo castaño recogido en una gruesa trenza y atado con tiras de cuero. Tenía el rostro alargado, la barbilla puntiaguda y las orejas pequeñas.
Pero era mayor, demasiado mayor.
«Esta chica tiene casi mi edad».
—¿Ha comido algo? —preguntó a Mully.
—Solo pan y un poco de caldo, mi señor. —Clydas se levantó de la silla—. El maestre Aemon decía siempre que es mejor no apresurarse. No habría podido digerir nada más.
—Dannel le ha ofrecido un bocado de una salchicha de Hobb, pero no ha querido ni tocarla —dijo Mully después de asentir.
Jon la comprendía. Las salchichas de Hobb estaban llenas de grasa, sal y cosas en las que no quería ni pensar.
—Deberíamos dejarla descansar.
Pero, en aquel momento, la chica se incorporó y se apretó la capa contra los pechos blancos y menudos. Parecía desconcertada.
—¿Dónde…?
—En el Castillo Negro, mi señora.
—El Muro. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. He llegado.
Clydas se le acercó.
—Pobre muchacha. ¿Cuántos años tienes?
—Cumpliré dieciséis en mi próximo día del nombre. Y no soy una niña, sino una mujer adulta y florecida. —Bostezó y se cubrió la boca con la capa. Por entre los pliegues asomó una rodilla desnuda—. No lleváis cadena. ¿Sois maestre?
—No —respondió Clydas—. Pero he servido a uno.
«Se parece un poco a Arya —pensó Jon—. Está famélica y muy delgada, pero tiene el pelo del mismo color, y también los ojos».
—Tengo entendido que has preguntado por mí. Soy…
—Jon Nieve. —La chica se apartó la trenza hacia atrás—. Mi casa y la vuestra están unidas por lazos de sangre y honor. Escuchadme. Mi tío Cregan me pisa los talones. No debéis permitir que me lleve otra vez a Bastión Kar.
«La conozco». Jon la miró atentamente. Había algo en sus ojos, en su postura, en su forma de hablar… En un primer momento, los recuerdos lo eludieron, pero al cabo se acordó.
—Alys Karstark. —Las palabras hicieron asomar el fantasma de una sonrisa a los labios de la chica.
—No estaba segura de que me recordarais. Tenía seis años la última vez que nos vimos.
—Llegasteis a Invernalia con vuestro padre. —«Y Robb le cortó la cabeza»—. No recuerdo el motivo de vuestra visita.
—Fui a conocer a vuestro hermano. —La chica enrojeció—. Bueno, pusieron alguna excusa, pero esa era la verdadera razón. Robb y yo teníamos casi la misma edad, y mi padre pensó que haríamos buena pareja. Hubo una fiesta. Bailé con vos y con vuestro hermano. Él fue muy galante y me dijo que bailaba muy bien. Vos, en cambio, fuisteis muy hosco. Mi padre me dijo que era de esperar en un bastardo.
—Ya me acuerdo. —Aquello no era del todo cierto.
—Aún sois algo hosco —dijo la chica—, pero os perdono si me mantenéis a salvo de mi tío.
—Tu tío… ¿es lord Arnolf?
—No es ningún señor —respondió Alyss con desdén—. Mi hermano Harry es quien tiene el señorío, y yo soy su heredera legítima. Una hija tiene preferencia sobre un tío. Mi tío Arnolf solo es un castellano. En realidad es mi tío abuelo, el tío de mi padre. Cregan es su hijo, así que podríamos decir que es mi primo, pero siempre le hemos llamado tío. Ahora quieren que sea mi esposo. —Apretó el puño—. Antes de la guerra, estaba prometida con Daryn Hornwood. Esperábamos a que yo floreciese para casarnos, pero el Matarreyes lo abatió en el bosque Susurrante. Mi padre escribió para decir que encontraría otro sureño con quien casarme, pero no tuvo tiempo: vuestro hermano Robb le cortó la cabeza por matar a unos Lannister. —Apretó los labios—. Yo creía que habían ido al sur precisamente para matar a unos cuantos Lannister.
—No… Era más complicado. Lord Karstark mató a dos prisioneros, mi señora, a unos escuderos desarmados en una celda.
La chica no parecía sorprendida.
—Mi padre no gritaba tanto como el Gran Jon, pero no por eso era menos temible cuando se enojaba. Sin embargo, también ha muerto. Y vuestro hermano. Pero aquí estamos los dos, aún vivos. ¿Sigue habiendo alguna reyerta familiar entre nosotros, lord Nieve?
—Cuando un hombre viste el negro deja atrás sus disputas. La Guardia de la Noche no tiene nada contra Bastión Kar ni contra ti.
—Bien. Tenía miedo… Le rogué a mi padre que dejara a uno de mis hermanos de castellano, pero ninguno quería perderse la gloria y la fortuna que podían conseguir en el sur. Ahora, Torr y Edd están muertos. Lo último que supimos de Harry era que lo habían hecho prisionero en Poza de la Doncella, pero de eso hace casi un año. Quizá también esté muerto. No sabía a quién recurrir, salvo al último hijo de Eddard Stark.
—¿Por qué no acudisteis al rey? Bastión Kar ha jurado vasallaje a Stannis.
—Es mi tío quien le ha jurado vasallaje, con la esperanza de que eso provoque a los Lannister y le corten la cabeza a Harry. Si mi hermano muriese, Bastión Kar me pertenecería, pero mis tíos quieren hacerse con mis derechos de nacimiento. Cuando Cregan tenga un hijo mío dejarán de necesitarme. Ya ha enterrado a dos esposas. —Se limpió una lágrima con rabia, igual que habría hecho Arya—. ¿Me ayudaréis?
—Los matrimonios y las herencias son asuntos del rey, mi señora. Escribiré a Stannis de vuestra parte, pero…
Alys Karstark se echó a reír, pero era una risa desesperada.
—Podéis escribirle, pero no esperéis respuesta. Stannis habrá muerto antes de que llegue vuestro mensaje. Mi tío se encargará de eso.
—¿Qué quieres decir?
—Arnolf se dirige a Invernalia, es cierto, pero solo para clavarle un puñal por la espalda a vuestro rey. Llegó a ese acuerdo con Roose Bolton hace tiempo… a cambio de oro, la promesa de un perdón y la cabeza del pobre Harry. Lord Stannis se encamina directo hacia una masacre, así que no puede ayudarme, y tampoco me ayudaría aunque pudiera. —Alys se arrodilló ante Jon, arrebujada en la capa—. Sois mi única esperanza, lord Nieve. En nombre de vuestro padre, os lo ruego: protegedme.