La novia díscola

Asha Greyjoy estaba sentada en el salón principal de Galbart Glover, bebiendo el vino de Galbart Glover, cuando el maestre de Galbart Glover le llevó la carta.

—Mi señora —el maestre estaba nervioso, como siempre que hablaba con ella—, ha llegado un pájaro de Fuerte Túmulo.

Le entregó el pergamino como si le faltara tiempo para librarse de él. Estaba bien enrollado y sellado con un botón de lacre rosa.

«Fuerte Túmulo. —Asha trató de recordar quién gobernaba allí—. Algún señor norteño que no me tendrá ninguna simpatía, seguro». Y aquel sello… Los Bolton de Fuerte Terror iban a la batalla bajo estandartes rosa salpicados de gotitas de sangre, así que no sería raro que usaran lacre rosa también para los sellos.

«Lo que tengo en las manos es puro veneno —pensó—. Debería quemarlo. —Pero rompió el sello, y una tirita de cuero le cayó en el regazo. Cuando leyó las secas palabras escritas en tinta marrón, el nubarrón que pendía sobre ella se hizo aún un poco más denso—. Alas negras, palabras negras». Los cuervos no eran nunca portadores de buenas noticias. El último mensaje que se había recibido en Bosquespeso era el de Stannis Baratheon para exigir pleitesía. Pero aquello era mucho peor.

—Los norteños han tomado Foso Cailin.

—¿El Bastardo de Bolton? —le preguntó Qarl, que estaba junto a ella.

—«Ramsay Bolton, señor de Invernalia», o al menos así es como firma. Pero también hay otros nombres.

Lady Dustin, lady Cerwyn y cuatro Ryswell habían estampado su firma bajo la del Bastardo. Al lado se veía el burdo dibujo de un gigante, la marca de algún Umber.

Habían firmado con tinta de maestre, de hollín y brea, aunque el mensaje estaba garabateado en marrón con una escritura grande, angulosa. Hablaba de la caída de Foso Cailin, del retorno triunfal a sus dominios del Guardián del Norte y del matrimonio que no tardaría en celebrarse. Las primeras palabras eran: «Escribo esta carta con sangre de hombres del hierro», y las últimas, «Os envío a cada uno un trozo del príncipe. Si permanecéis en mis tierras, correréis la misma suerte».

Asha había dado por muerto a su hermano pequeño.

«Mejor muerto que así». Cogió la tira de piel que le había caído en el regazo, la acercó a la vela y contempló como se retorcía y humeaba, hasta que las llamas le lamieron los dedos.

El maestre de Galbart Glover aguardaba junto a ella, expectante.

—No habrá respuesta —informó.

—¿Tengo vuestro permiso para transmitir esta noticia a lady Sybelle?

—Como gustéis.

Asha no habría sabido decir si lady Sybelle se alegraría de la caída de Foso Cailin: aquella mujer vivía en su bosque de dioses sin dejar de rezar ni un momento por el regreso de su esposo y sus hijos, sanos y salvos.

«Otra plegaria que quedará sin respuesta. Su árbol corazón está tan ciego y sordo como nuestro Dios Ahogado. —Robett Glover y su hermano Galbart habían cabalgado hacia el sur con el Joven Lobo. Si la mitad de lo que se decía sobre la Boda Roja era cierto, no volverían al norte—. Al menos sus hijos están vivos, y gracias a mí». Asha los había dejado en Diez Torres, al cuidado de sus tías. La hija pequeña de lady Sybelle aún mamaba, y la había considerado demasiado delicada para exponerla a los rigores de otra travesía tormentosa. Asha le puso la misiva en las manos al maestre.

—Tomad: a ver si esto la alegra un poco. Podéis retiraros.

El maestre hizo una reverencia y se marchó. Tris Botley se volvió hacia Asha.

—Si Foso Cailin ha caído, lo mismo sucederá con la Ciudadela de Torrhen, y luego nos tocará a nosotros.

—Aún falta para eso. El Barbarrota los hará sangrar.

La Ciudadela de Torrhen no era un montón de ruinas como Foso Cailin, y Dagmer era de hierro hasta los huesos; moriría antes de rendirse.

«Si mi padre siguiera con vida, Foso Cailin no habría caído jamás». Balon Greyjoy sabía muy bien que Foso tenía una posición estratégica para la defensa del norte. Euron también lo sabía, pero no le importaba, igual que no le importaba el destino que corriera Bosquespeso o la Ciudadela de Torrhen.

—A mi tío Euron no le interesan las conquistas de Balon, o está muy ocupado cazando dragones. —Ojo de Cuervo había convocado todo el poderío de las Islas del Hierro a Viejo Wyk para embarcar hacia las profundidades del mar del Ocaso, seguido por el cachorrito apaleado en que se había convertido su hermano Victarion. En Pyke no quedaba nadie a quien recurrir, aparte del señor esposo de Asha—. Estamos solos.

—Dagmer los destrozará —insistió Cromm, que nunca había conocido a una mujer que le gustara la mitad de lo que le gustaba la batalla—. No son más que lobos.

—Los lobos están todos muertos. —Asha dio unos golpecitos con la uña en el lacre rosa—. Estos curtidores los mataron.

—Lo que tendríamos que hacer es ir a la Ciudadela de Torrhen y participar en la batalla —apremió Quenton Greyjoy, primo lejano de Asha y capitán del Moza Salada.

—Es verdad —apoyó Dagon Greyjoy, otro primo aún más lejano. Los hombres lo habían apodado Dagon el Borracho, pero borracho o sobrio, adoraba pelear—. ¿Por qué vamos a dejar que el Barbarrota acapare toda la gloria? —Dos criados de Galbart Glover les sirvieron el asado, pero la tira de piel le había quitado el apetito a Asha.

«Mis hombres han perdido toda esperanza de vencer —pensó con pesadumbre—. Ya no buscan más que una buena muerte. —No le cabía duda de que los lobos se la proporcionarían—. Más tarde o más temprano vendrán a recuperar este castillo».

El sol se ocultaba ya tras los altos pinos del bosque de los Lobos cuando Asha subió por los peldaños de madera hacia el dormitorio que había pertenecido a Galbart Glover. Había bebido demasiado vino y le retumbaba la cabeza. Asha Greyjoy quería a sus hombres, tanto a los capitanes como a los tripulantes, pero la mitad de ellos eran imbéciles.

«Imbéciles valientes, pero imbéciles. Que vayamos con el Barbarrota, claro, como si fuera tan fácil…».

Había muchas leguas entre Bosquespeso y Dagmer, leguas de colinas escarpadas, bosques espesos y ríos bravos, y tantos norteños que no quería ni imaginárselo. Asha disponía de cuatro barcoluengos y menos de doscientos hombres, y eso contando los de Tristifer Botley, en quien no se podía confiar. Pese a toda su palabrería sobre el amor, no se imaginaba a Tris saliendo de la Ciudadela de Torrhen para ir a morir con Dagmer Barbarrota.

Qarl la siguió hasta el dormitorio de Galbart Glover.

—Lárgate —le dijo—. Quiero estar sola.

—No quieres estar conmigo. —Trató de besarla, y Asha lo apartó.

—Como vuelvas a tocarme, te…

—Te ¿qué? —Desenfundó el puñal—. Desnúdate, venga.

—Anda y que te follen, mocoso imberbe.

—Prefiero follarte a ti.

Le cortó los cordones del jubón con un tajo rápido. Asha echó mano del hacha, pero Qarl soltó el cuchillo, le cogió la muñeca y se la retorció hasta obligarla a estirar los dedos. Luego la tiró a la cama de Glover, la besó con violencia y le arrancó la túnica para liberar sus pechos. Ella trató de darle un rodillazo en la entrepierna, pero Qarl se apartó y la obligó a abrir las piernas.

—Vas a ser mía.

—Te mataré mientras duermes. —Asha le escupió. Estaba chorreando cuando la penetró—. Maldito seas —gimió—. Maldito seas, maldito, maldito seas.

Le chupó los pezones y ella gritó, mitad de dolor y mitad de placer. Su coño se convirtió en el mundo. Se olvidó de Foso Cailin, de Ramsay Bolton y del trozo de piel; se olvidó de la asamblea de sucesión, del fracaso, del exilio, de sus enemigos y de su marido. Lo único que importaban eran las manos de Qarl, su boca, sus brazos en torno a ella, su polla dentro. La penetró hasta que la hizo gritar, y luego otra vez hasta que la hizo llorar, hasta que por fin se derramó dentro de su vientre.

—Estoy casada —le recordó después—. Me has deshonrado, mocoso imberbe. Mi señor esposo te cortará los cojones y te pondrá un vestido.

Qarl rodó a un lado para quedar tumbado junto a ella.

—Será si puede levantarse de la silla.

La estancia se había enfriado. Asha se levantó de la cama de Galbart Glover y se puso la ropa desgarrada. El jubón se arreglaría con unos cordones nuevos, pero la túnica se había echado a perder.

«De todos modos, no me gustaba… —La tiró al fuego y amontonó el resto de las prendas junto a la cama. Tenía los pechos magullados, y la semilla de Qarl le corría muslos abajo. Tendría que preparar té de la luna; de lo contrario se arriesgaba a traer otro kraken al mundo—. ¿Y qué más da? Mi padre ha muerto, mi madre se muere, a mi hermano lo están desollando y yo no puedo hacer nada. Y estoy casada. Casada y follada…, aunque no por el mismo hombre».

Cuando volvió a meterse bajo las pieles, Qarl se había dormido.

—Ahora, tu vida está en mis manos. ¿Dónde te clavo el puñal?

Asha se pegó a su espalda y lo rodeó con los brazos. En las islas lo llamaban Qarl la Doncella, en parte para distinguirlo de Qarl Pastor, Qarl Keening el Raro, Qarl Hachaveloz y Quarl el Siervo, pero sobre todo por sus delicadas mejillas. Cuando Asha lo conoció, Qarl intentaba dejarse barba. «Pelusa de melocotón», le había dicho ella entre risas, y Qarl le confesó que nunca había visto un melocotón, así que lo invitó a acompañarla en el siguiente viaje que emprendiera hacia el sur.

Por aquel entonces aún era verano. Robert ocupaba el Trono de Hierro, Balon cavilaba en el Trono de Piedramar y los Siete Reinos estaban en paz. Asha había estado navegando en el Viento Negro para comerciar por la costa y anclaron en Isla Bella, en Lannisport y en otra docena de puertos de menor importancia antes de llegar al Rejo, donde los melocotones eran siempre grandes y dulces.

—¿Lo ves? —le dijo la primera vez que puso uno contra la mejilla de Qarl.

El joven le dio un mordisco y el jugo le corrió por la barbilla. Tuvo que limpiárselo a besos.

Se habían pasado la noche devorando melocotones y devorándose entre sí; cuando amaneció, Asha estaba saciada, pegajosa y más feliz que en toda su vida.

«¿Hace seis años o siete?». El verano era un recuerdo lejano, y hacía tres años que Asha no disfrutaba de un melocotón. Pero seguía disfrutando de Qarl. Los capitanes y los reyes no la apreciaban, pero él sí. Asha había tenido otros amantes: unos compartieron su cama medio año; otros, media noche. Qarl la complacía más que todos juntos. Se afeitaba dos veces al mes, sí, pero la barba frondosa no hace al hombre. A ella le gustaba sentir su piel suave en los dedos, y el roce de su cabello largo y liso en los hombros. Le gustaba su forma de besar, su forma de sonreír cuando le acariciaba los pezones con los pulgares. El vello que tenía entre las piernas era de un color arena algo más oscuro que el de la cabeza, pero era una pelusa en comparación con la recia pelambre que ocultaba ella bajo la ropa. Eso también le gustaba, y que tuviera cuerpo de nadador, esbelto y atlético, sin una sola cicatriz.

«Sonrisa tímida, brazos fuertes, dedos hábiles y dos buenas espadas. ¿Qué más puede pedir una mujer? —De buena gana se habría casado con Qarl, pero era hija de lord Balon y él era plebeyo, nieto de un siervo—. Demasiado humilde para casarse conmigo, pero no tanto como para que no le chupe la polla». Sonrió ebria, se metió bajo las pieles y tomó su miembro en la boca. Qarl se movió en sueños, y enseguida se le empezó a poner dura. Asha no tardó en estar húmeda, y él, despierto; se cubrió la espalda con las pieles y lo montó, clavándose en él hasta que no hubo manera de saber de quién era la polla y de quién el coño. En esa ocasión, alcanzaron juntos el clímax.

—Mi hermosa señora —murmuró después con la voz trabada de sueño—. Mi hermosa reina.

«No —pensó Asha—. No soy reina ni lo seré jamás».

—Anda, duérmete.

Le dio un beso en la mejilla, cruzó el dormitorio de Galbart Glover y abrió los postigos. La luna brillaba casi llena y la noche era tan clara que se veían las montañas, con las cumbres coronadas de nieve.

«Frías, desoladas e inhóspitas, pero tan hermosas con esta luz…». Las cimas brillaban, pálidas y serradas como una hilera de dientes afilados. Las laderas y los picos más bajos se perdían en las sombras.

El mar estaba más cerca, tan solo a cinco leguas hacia el norte, pero no lo veía; había demasiadas colinas en medio.

«Y árboles, demasiados árboles. —El bosque de los Lobos, como lo llamaban los norteños. Casi todas las noches se oían los aullidos de los animales que se llamaban en la oscuridad—. Un océano de hojas. Ojalá fuera un océano de agua».

Bosquespeso estaba más cerca del mar que Invernalia, pero seguía demasiado lejos para su gusto. El aire olía a pinos, no a sal. Al noreste de aquellas sombrías montañas grises estaba el Muro, donde Stannis Baratheon había izado sus estandartes. «El enemigo de mi enemigo es mi amigo», decían los hombres; pero esa moneda tenía otra cara: «El enemigo de mi amigo es mi enemigo». Los hijos del hierro eran enemigos de aquellos señores norteños a los que tanto necesitaba Baratheon.

«Podría ofrecerle mi cuerpo joven y hermoso», pensó, al tiempo que se apartaba un mechón de pelo de los ojos; pero Stannis estaba casado, igual que ella, y era enemigo declarado de los hijos del hierro: en la primera rebelión del padre de Asha, había aplastado la Flota de Hierro junto a las costas de Isla Bella y había sometido Gran Wyk en nombre de su hermano.

La muralla musgosa de Bosquespeso rodeaba una colina de cima plana, coronada por la fortaleza con su torre de vigía en una punta, que se alzaba quince varas por encima de la colina. Al pie de su ladera estaba el patio amurallado con los establos, el corral, la herrería, el pozo y el redil, todo ello defendido por una zanja profunda, un murete de tierra prensada y una empalizada de troncos. Las defensas exteriores formaban un óvalo siguiendo los contornos naturales. Había dos puertas, cada una protegida por un par de torres de madera cuadradas, y adarves en todo el perímetro. En la cara sur del castillo, el musgo crecía espeso en la empalizada y ascendía por las torres hasta media altura. A este y oeste había campos en los que crecían avena y alfalfa cuando Asha tomó el castillo, pero todo quedó aplastado durante el ataque. Una serie de heladas acabó con las cosechas que plantaron después, con lo que solo quedaban barro, cenizas y tallos mustios o podridos.

Era un castillo antiguo, pero no fuerte. Ella se lo había arrebatado a los Glover, y el Bastardo de Bolton se lo arrebataría a ella. Aunque no la desollaría, no. Asha Greyjoy no se dejaría capturar con vida. Moriría como había vivido, con un hacha en la mano y una carcajada en los labios.

Su señor padre le había dado treinta barcoluengos para capturar Bosquespeso. Le quedaban cuatro, contado el Viento Negro, y uno era de Tris Botley, que se le había unido cuando ya huían los demás.

«No. No es justo. Pusieron rumbo de vuelta para jurar pleitesía a su rey. Yo fui quien huyó». Solo con recordarlo le ardía la cara de vergüenza.

—Vete —había apremiado el Lector mientras los capitanes arrastraban a su tío Euron colina de Nagga abajo para ponerle la corona de madera de deriva.

—Le dijo el cuervo al grajo. Ven conmigo. Te necesito para convocar a los hombres de Harlaw. —En aquel momento aún tenía intención de pelear.

—Los hombres de Harlaw están aquí, al menos los que cuentan. Algunos han gritado el nombre de Euron. No enfrentaré Harlaw contra Harlaw.

—Euron está loco y es peligroso. Ese cuerno infernal…

—Ya lo he oído. Vete, Asha. Cuando Euron tenga la corona te buscará, y más vale que no te ponga un ojo encima.

—Si me alzo con mis otros tíos…

—… morirás como proscrita, enfrentada a todos. Cuando postulas tu nombre ante los capitanes te sometes a su criterio; ahora no puedes ir contra ese mismo criterio. Solo una vez se anuló el dictamen de la asamblea de sucesión. Lee a Haereg.

Solo a Rodrik el Lector se le ocurriría hablar de algún libro viejo mientras sus vidas se mantenían en equilibrio en el filo de una espada.

—Si tú te quedas, yo también —se obcecó.

—No seas idiota. Esta noche, Euron muestra al mundo su ojo sonriente, pero cuando llegue la mañana… Eres hija de Balon, Asha; tienes más derecho al trono que él. Si te quedas, te matará o te casará con el Remero Rojo. No sé qué es peor. Vete, no tendrás otra oportunidad.

Asha había anclado el Viento Negro en el extremo opuesto de la isla temiendo una eventualidad como aquella. Viejo Wyk no era grande, así que podía estar a bordo de su barco antes de que saliera el sol, y de camino hacia Harlaw antes de que Euron se diera cuenta de que se había marchado, pero aun así titubeó hasta que su tío insistió una vez más.

—Por el amor que me profesas, chiquilla, vete de una vez. No me obligues a presenciar tu muerte.

Así que se había marchado, no sin antes pasar por Diez Torres para despedirse de su madre.

—Puede que tardemos en volver a vernos —había avisado Asha.

—¿Dónde está Theon? —preguntó lady Alannys sin comprender—. ¿Dónde está mi hijito? —Lady Gwynesse solo había preguntado cuándo volvería lord Rodrik.

—Soy siete años mayor que él. Diez Torres me corresponde por derecho.

Asha estaba todavía en Diez Torres, aprovisionando los barcos, cuando le llegó la noticia de su casamiento.

—Mi díscola sobrina necesita un hombre que la dome —le contaron que había dicho Ojo de Cuervo—, y sé quién es el indicado.

La casó con Erik Ironmaker, y además encomendó al Destrozayunques el gobierno de las Islas del Hierro mientras él cazaba dragones. Erik había sido un gran hombre en sus tiempos, un asaltante intrépido que podía alardear de haber navegado con el abuelo del abuelo de Asha, el Dagon Greyjoy, en cuyo honor habían puesto nombre a Dagon el Borracho. Las viejas de Isla Bella todavía asustaban a los niños con cuentos sobre lord Dagon y sus hombres.

«En la asamblea de sucesión ofendí a Erik —reflexionó Asha—. Seguro que no lo ha olvidado».

Tenía que reconocérselo a su tío: con una jugada maestra había transformado a un rival en aliado, había asegurado las islas durante su ausencia y había acabado con cualquier amenaza que pudiera suponer Asha.

«Y seguro que además se lo ha pasado en grande». Según Tris Botley, Ojo de Cuervo había puesto una foca en el lugar de Asha en la boda.

—Espero que Erik no se empeñara en consumar —apuntó ella.

«No puedo volver a casa, pero tampoco puedo quedarme mucho más». El silencio del bosque la volvía loca. Se había pasado la vida entre islas y barcos, y en el mar nunca había silencio. Llevaba en las venas el sonido de las olas contra las rocas de la costa, pero en Bosquespeso no había olas; solo árboles, árboles sin fin, pinos soldado, centinelas, hayas, fresnos, robles viejos, castaños, carpes y abetos. Su sonido era más suave que el del mar, y Asha solo lo oía cuando soplaba el viento: en esas ocasiones, los suspiros la rodeaban como si los árboles susurrasen en un idioma desconocido.

Aquella noche, los susurros eran más altos que nunca.

«El crepitar de las hojas muertas —se dijo—, el crujido de las ramas al viento. —Se apartó de la ventana, del bosque—. Necesito sentir de nuevo una cubierta bajo los pies. O al menos, algo de comida en el estómago». Aquella noche había tomado demasiado vino, pero poco pan y nada del asado sangrante.

La luz de la luna le bastó para encontrar la ropa. Se puso unos calzones negros gruesos, una túnica acolchada y un jubón de cuero verde con escamas de acero superpuestas. Dejó a Qarl profundamente dormido y bajó por la escalera exterior de la fortaleza, donde los peldaños crujieron bajo sus pies descalzos. Un centinela que patrullaba la muralla la divisó y alzó la lanza hacia ella. Asha se identificó con un silbido. Mientras cruzaba el patio en dirección a las cocinas, los perros de Galbart Glover se pusieron a ladrar.

«Mejor —pensó—; eso ahogará el sonido de los árboles».

Mientras cortaba un trozo de un queso amarillo del tamaño de una rueda de carro, Tris Botley entró en la cocina arrebujado en una gruesa capa de piel.

—Mi reina —saludó.

—No te burles de mí.

—Siempre serás la reina de mi corazón. Eso no cambiará por muchos idiotas que griten en una asamblea de sucesión.

«¿Qué voy a hacer con este crío? —Asha no dudaba de su devoción. No solo había gritado su nombre en la colina de Nagga, sino que había cruzado el mar para reunirse con ella aunque para eso había tenido que renunciar a su rey, a su familia y a su hogar—. Aunque no se atrevió a desafiar abiertamente a Euron». Cuando la flota de Ojo de Cuervo se hizo a la mar, Tris se limitó a rezagarse para cambiar de rumbo cuando los otros barcos se perdieron de vista. Pero hasta para eso hacía falta bastante valor; ya nunca podría regresar a las islas.

—¿Queso? —le ofreció—. También hay jamón y mostaza.

—No es comida lo que quiero, mi señora, bien lo sabes. —Tris se había dejado una barba castaña en Bosquespeso; decía que era para calentarse la cara—. Te he visto bajar desde la torre de guardia.

—Si estabas de guardia, ¿qué haces aquí?

—He dejado allí a Cromm y a Hagen el Cuerno. ¿Cuántos ojos hacen falta para ver crujir las hojas a la luz de la luna? Tenemos que hablar.

—¿Otra vez? —Dejó escapar un suspiro—. Ya conoces a la hija de Hagen, la del pelo rojo. Maneja el timón mejor que cualquier hombre y es bonita de cara. Tiene diecisiete años, y la he visto mirarte.

—No me interesa la hija de Hagen. —Estuvo a punto de tocarla, pero se lo pensó dos veces—. Es hora de partir, Asha. Foso Cailin era lo único que impedía que subiera la marea. Si nos quedamos, los norteños nos matarán a todos; lo sabes de sobra.

—¿Me pides que huya?

—Te pido que vivas. Sabes que te quiero.

«No. Quieres a una doncella inocente que solo existe en tu cabeza, a una chiquilla asustada que necesita tu protección».

—Yo no te quiero —le replicó sin paños calientes—, y jamás huyo.

—¿Qué te retiene aquí aparte de los pinos, el lodo y los enemigos? Tenemos barcos. Navega conmigo y empezaremos una vida nueva en el mar.

—¿Como piratas? —Casi resultaba tentador. «Que los lobos se queden con sus bosques deprimentes; volveré al mar abierto».

—Como mercaderes. Viajaremos al este, igual que Ojo de Cuervo, pero volveremos con sedas y especias, y no con un cuerno de dragón. Un solo viaje al mar de Jade y lograremos una fortuna digna de los dioses. Nos compraremos una mansión en Antigua o en cualquiera de las Ciudades Libres.

—¿Qarl, tú y yo? —Vio como se encogía ante la mención de Qarl—. Puede que la hija de Hagen quiera navegar contigo por el mar de Jade. Yo sigo siendo la hija del kraken; mi lugar está…

—¿Dónde? No puedes volver a las islas, a menos que tengas intención de someterte a tu señor esposo.

Asha hizo un esfuerzo por imaginarse en la cama con Erik Ironmaker, aplastada bajo su mole y soportando sus abrazos.

«Peor sería el Remero Rojo, o Lucas Codd el Zurdo. —En otros tiempos, el Destrozayunques era un gigante de fuerza temible y lealtad inquebrantable que no temía a nada—. Puede que no sea tan grave. Lo más probable es que muera la primera vez que intente cumplir como esposo. —Eso la convertiría en la viuda de Erik: mucho mejor que ser la esposa de Erik… o mucho peor, según cómo se lo tomaran sus nietos—. Y mi tío. Al final, todos los vientos me empujan de vuelta con Euron».

—Tengo rehenes en Harlaw —le recordó—. Y también está Punta Dragón Marino. Si no me dejan heredar el reino de mi padre, ¿qué me impide forjarme otro?

Punta Dragón Marino había tenido más población en otros tiempos; en sus colinas y cenagales aún se podían ver ruinas, restos de antiguas fortalezas de los primeros hombres. En los altozanos quedaban los círculos de arcianos que habían dejado los hijos del bosque.

—Te aferras a Punta Dragón Marino como alguien que se ahoga se aferraría a un trozo de madera flotante. ¿Qué hay allí que pueda desear nadie? No tiene minas de oro ni plata; ni siquiera de hierro ni estaño. Los terrenos son tan húmedos que no se puede sembrar trigo ni maíz.

«No tengo intención de cultivar trigo ni maíz».

—¿Que qué hay allí? Te lo explicaré: dos largas costas, un centenar de calas ocultas, nutrias en los lagos, salmones en los ríos, almejas en las orillas, colonias de focas junto a las playas y pinos altos para construir barcos.

—¿Quién va a construir esos barcos, mi reina? ¿Dónde encontrará vuestra alteza súbditos para ese reino, si es que los norteños te permiten conservarlo? ¿O piensas gobernar sobre las focas y las nutrias?

—Las nutrias darían menos problemas que los hombres, te lo aseguro. —Dejó escapar una carcajada triste—. Y las focas son más listas. No, puede que tengas razón. Mi mejor opción sigue siendo volver al Pyke. En Harlaw habrá quien se alegre de mi regreso, y en Pyke también. Además, al matar a lord Baelor, Euron no hizo muchos amigos en Marea Negra. Podría partir en busca de mi tío Aeron e instigar la rebelión en las islas.

No se había vuelto a ver a Pelomojado después de la asamblea de sucesión, pero sus hombres ahogados afirmaban que se había retirado a Gran Wyk, desde donde no tardaría en desencadenar la ira del Dios Ahogado sobre Ojo de Cuervo y sus secuaces.

—El Destrozayunques también anda buscando a Pelomojado y persigue a los hombres ahogados. Ha detenido a Beron Blacktyde para interrogarlo. Hasta el Viejo Gaviota Gris está encadenado. ¿Cómo vas a encontrar al sacerdote si los hombres de Euron no dan con él?

—Es de mi sangre; es hermano de mi padre. —Pobre respuesta, y Asha lo sabía.

—¿Sabes qué me parece a mí?

—Me temo que estoy a punto de saberlo.

—Me parece que Pelomojado ha muerto, que Ojo de Cuervo le cortó el cuello. Ironmaker lo busca únicamente para hacernos creer que escapó. Euron no quiere que la gente lo considere un asesino de la sangre de su sangre.

—Que Ojo de Cuervo no se entere de que has dicho eso. Si supiera que alguien opina que no quiere que lo consideren un asesino de la sangre de su sangre, matará a uno de sus hijos solo para demostrar que se equivoca. —Asha se sentía casi sobria otra vez. Era el efecto que tenía en ella Tristifer Botley.

—Aunque encontraras a tu tío Pelomojado, fracasaríais. Los dos estuvisteis en la asamblea de sucesión, así que no podéis alegar que se convocó de manera ilegítima, como hizo Torgon. Según todas las leyes de los dioses y los hombres, debéis someteros a su decisión. No puedes…

—Un momento. —Asha frunció el ceño—. ¿Qué Torgon?

—Torgon el Rezagado.

—Era uno de los reyes de la Edad de los Héroes. —Era todo lo que recordaba—. ¿Qué pasa con él?

—Torgon Hierrogrís era el hijo mayor del rey; pero el rey era anciano, y Torgon, inquieto; así que la muerte de su padre lo sorprendió mientras se dedicaba a saquear el Mander con su fortaleza del Escudo Gris como base de operaciones. En vez de avisarlo, sus hermanos convocaron a toda prisa una asamblea de sucesión, seguros de que uno de ellos llevaría la corona de madera de deriva. Pero los capitanes y reyes eligieron a Urragon Goodbrother, y lo primero que hizo fue ordenar la muerte de todos los hijos del rey anterior. Así se hizo, y a partir de entonces pasaron a llamarlo Malhermano, aunque tampoco eran parientes suyos. Gobernó durante casi dos años.

Asha recordó el resto de la historia.

—Torgon volvió a su hogar…

—… y firmó que la asamblea de sucesión no tenía validez legal, puesto que él no había asistido. Malhermano había demostrado a aquellas alturas que era tan taimado como cruel, y le quedaban pocos amigos en las islas. Los sacerdotes lo condenaron; los señores se alzaron contra él y hasta sus propios capitanes lo despedazaron. Eligieron rey a Torgon el Rezagado, que gobernó cuarenta años.

Asha cogió a Tris Botley por las orejas y le estampó un beso en los labios. Cuando lo soltó, estaba congestionado y sin aliento.

—¿Qué pasa?

—Pasa que te he besado. Que me ahoguen por imbécil, Tris, debería haber recordado… —Se interrumpió de repente, y cuando Tris fue a decir algo le indicó que se callara y escuchara—. Eso que se ha oído era un cuerno de guerra. Hagen. —Lo primero que se le ocurrió fue que Erik Ironmaker, su esposo, acudía para reclamar a su díscola esposa—. Parece que el Dios Ahogado me sonríe. Yo me preguntaba qué podía hacer, y Él me envía enemigos para que luche contra ellos. —Asha se puso en pie y guardó el cuchillo en la vaina—. La batalla viene a nosotros.

Corrió al patio interior del castillo, seguida de cerca por Tris, pero llegó demasiado tarde: la pelea había terminado. Asha se encontró con dos norteños que sangraban junto al muro este, cerca de la poterna, vigilados por Lorren Hachalarga, Harl Seisdedos y Lenguamarga.

—Cromm y Hagen los han visto saltar el muro —le explicó Lenguamarga.

—¿Solo eran dos? —preguntó Asha.

—Cinco. A dos los hemos matado antes de que saltaran, y Harl se ha cargado al otro en el adarve. Estos dos son los que han llegado al patio.

Uno estaba muerto, con los sesos untados en el hacha de Lorren, pero el segundo seguía respirando con dificultad pese a que la lanza de Lenguamarga lo había clavado al suelo en medio de un creciente charco de sangre. Ambos llevaban prendas de cuero endurecido, capa de tonos pardos, verdes y negros, y ramas con hojas entrelazadas en la cabeza y los hombros.

—¿Quién eres? —preguntó Asha al herido.

—Un Flint. ¿Quién sois vos?

—Asha de la casa Greyjoy. Este es mi castillo.

—Bosquespeso es el hogar de Galbart Glover, no de los calamares.

—¿Sois más? —exigió saber Asha. Como no obtuvo ninguna respuesta, agarró la lanza de Lenguamarga y la hizo girar, y el norteño gritó de dolor al tiempo que brotaba más sangre de la herida—. ¿A qué habéis venido?

—La señora —dijo con un estremecimiento—. Por los dioses, parad. Veníamos a por la señora, a rescatarla. Solo éramos nosotros cinco.

Asha lo miró a los ojos. Al ver la mentira en ellos, se apoyó en la lanza y la volvió a girar.

—¿Cuántos más hay? —preguntó—. Dímelo, o estarás muriendo hasta que amanezca.

—Muchos —sollozó el hombre al final—. Miles. Tres mil, cuatro… ¡aaaaaahhh!

Le arrancó la lanza y se la clavó en el cuello para poner fin a las mentiras. Según el maestre de Galbart Glover, los clanes de las montañas eran demasiado pendencieros para unirse si no era bajo el mando de un Stark.

«A lo mejor no mentía. A lo mejor solo se equivocaba». Era un sabor que ella misma había probado en la asamblea de sucesión de su tío.

—A estos cinco los mandaron para que abrieran las puertas antes del ataque principal —dijo—. Lorren, Harl, id a buscar a lady Glover y a su maestre.

—¿Enteros o ensangrentados? —quiso saber Lorren Hachalarga.

—Enteros e ilesos. Lenguamarga, sube a esa torre, maldita sea mil veces, y diles a Cromm y a Hagen que vigilen bien. Si ven algo, allá sea una liebre, quiero enterarme.

El patio de Bosquespeso no tardó en llenarse de gente asustada. Los hombres de Asha estaban ocupados en ponerse la armadura o en subir a los adarves, mientras que los de Galbart Glover miraban a su alrededor con el miedo dibujado en el rostro y hablaban en susurros. Tuvieron que subir de la bodega al mayordomo de Glover, que había perdido una pierna durante la toma del castillo. El maestre no paró de protestar hasta que Lorren le partió la cara de un puñetazo con el guantelete. Lady Glover salió del bosque de dioses del brazo de su doncella.

—Os advertí de que llegaría este día, mi señora —dijo al ver los cadáveres en el suelo.

—Lady Asha, os lo suplico. —El maestre se adelantó con la nariz rota goteando sangre—. Arriad los estandartes y permitidme que vaya a negociar por vuestra vida. Nos habéis tratado con justicia y honor, y así lo diré.

—Os cambiaremos por los niños. —Sybelle Glover tenía los ojos rojos de llorar mucho y dormir poco—. Gawen tiene cuatro años y me he perdido su día del nombre. Y mi hijita… Devolvedme a mis niños y nada malo os sucederá, ni a vos ni a vuestros hombres.

Aquello último era mentira, y Asha lo sabía bien. Sí, tal vez la canjearan, y luego la mandarían en un barco a las Islas del Hierro, a los brazos de su amante esposo. Por sus primos se pagaría un rescate, y también por Tris Botley y por unos pocos más, aquellos cuyos parientes tuvieran dinero para comprar su regreso. Para los demás, el hacha, la horca o el Muro.

«Pero tienen derecho a elegir». Asha se subió a un barril para que todos la vieran.

—Los lobos vienen a por nosotros y nos enseñan los dientes. Estarán ante nuestras puertas antes de que salga el sol. ¿Qué hacemos? ¿Tiramos las lanzas y las hachas y les suplicamos clemencia?

—¡No! —Qarl la Doncella desenvainó la espada.

—¡No! —repitió como un eco Lorren Hachalarga.

—¡No! —rugió Rolfe el Enano, un gigante que le sacaba una cabeza al siguiente hombre más alto de su tripulación—. ¡Jamás!

Y el cuerno de Hagen volvió a sonar desde las alturas, retumbando en el patio. Auuuuuuuuuuuuuuuuuu, aulló con un grito grave que helaba la sangre en las venas. Asha empezaba a detestar el sonido de los cuernos. En Viejo Wyk, el cuerno infernal de su tío había asestado un golpe mortal a sus sueños, y en aquel momento, el de Hagen anunciaba la que bien podía ser su última hora en la tierra.

«Si he de morir, moriré con un hacha en la mano y una maldición en los labios».

—¡A las murallas! —ordenó Asha Greyjoy a sus hombres.

Se dirigió a la atalaya, seguida de cerca por Tris Botley. La edificación de madera era la más alta por aquel lado de las montañas; sobresalía diez varas por encima de los pinos soldado y los centinelas más altos de aquel bosque».

—Allí, capitana —señaló Cromm cuando llegó a la plataforma.

Asha solo vio árboles, sombras, las colinas iluminadas por la luna y, al fondo, los picos nevados. De pronto se dio cuenta de que los árboles se acercaban.

—Jo, jo —rio—. Esas cabras montesas se han puesto capas de pino.

El bosque se movía, avanzaba hacia el castillo como una lenta marea verde. Asha recordó un cuento que le habían contado de pequeña, que versaba sobre los hijos del bosque y sus luchas contra los primeros hombres, cuando los verdevidentes convirtieron los árboles en guerreros.

—No podemos plantar cara a tantos —dijo Tris Botley.

—Podemos plantar cara a los que nos echen, chavalito —replicó Cromm—. Cuantos más sean, mayor será la gloria. Compondrán canciones sobre nosotros.

«Seguro, pero ¿cantarán sobre tu valor o sobre mi estupidez? —El mar estaba a cinco leguas. ¿Era preferible quedarse a luchar tras los fosos profundos y la muralla de madera de Bosquespeso?—. De mucho les sirvieron los muros de madera a los Glover cuando tomé su castillo. ¿Por qué van a serme más útiles a mí?».

—Cuando llegue la mañana, lo festejaremos en el fondo del mar. —Cromm acarició el hacha como si se muriera de ganas de usarla.

Hagen bajó el cuerno.

—Si morimos con los pies secos, ¿cómo encontraremos el camino de las estancias acuosas del Dios Ahogado?

—Este bosque está llenos de arroyos —le recordó Cromm—. Todos van a parar a ríos, y todos los ríos llevan al mar.

—Si vivimos, resultará más fácil dar con la forma de volver al mar. —Asha no estaba dispuesta a morir, y menos allí—. Que los lobos se queden con sus bosques sombríos; nosotros hemos nacido para los barcos.

«Yo en su lugar tomaría la costa y prendería fuego a los barcoluengos antes de atacar Bosquespeso». ¿Quién estaría al mando de sus enemigos?

A los lobos no les resultaría fácil, claro, porque no tenían barcos propios, y Asha nunca acercaba a la orilla más de la mitad de sus naves. La otra mitad permanecía a salvo en el mar, con órdenes de izar las velas y poner rumbo a Punta Dragón Marino si los norteños tomaban la playa.

—Hagen, toca ese cuerno y que tiemble el bosque. Tris, ponte una cota de malla; ya va siendo hora de que pruebes esa espada tan bonita. —Al ver lo pálido que se ponía, le pellizcó una mejilla—. Salpica la luna de sangre a mi lado y te prometo un beso por cada lobo que mates.

—Mi reina, aquí tenemos las murallas —dijo Tristifer—. Pero si llegamos al mar solo para encontrarnos con que los lobos se han apoderado de nuestras naves o las han puesto en fuga…

—… moriremos —concluyó Asha con tono alegre—, pero al menos moriremos con los pies mojados. Los hijos del hierro luchan mejor cuando huelen el mar y las olas suenan a sus espaldas.

Hagen sopló tres veces el cuerno en rápida sucesión: era la señal para que los hijos del hierro volvieran a sus barcos. Abajo se oyeron gritos, ruido de lanzas y espadas, y relinchos.

«Pocos caballos, pocos jinetes». Asha se dirigió a la escalera. En el patio se encontró con Qarl la Doncella, que la esperaba con su yegua castaña, su yelmo de combate y sus hachas arrojadizas. Los hijos del hierro estaban sacando los caballos de los establos de Galbart Glover.

—¡Un ariete! —gritaron desde la muralla—. ¡Tienen un ariete!

—¿En qué puerta? —preguntó Asha al tiempo que montaba.

—¡En la norte!

Unas trompetas resonaron al otro lado de la muralla musgosa de Bosquespeso.

«¿Trompetas? ¿Lobos con trompeta?». Algo no encajaba, pero no tenía tiempo de analizarlo.

—Abrid la puerta sur —ordenó justo cuando la puerta norte empezaba a estremecerse bajo el impacto del ariete. Se sacó un hacha arrojadiza de mango corto del tahalí que llevaba cruzado al hombro—. La hora del búho ha pasado, hermanos. Ha llegado la hora de la lanza, la hora de la espada, la hora del hacha. ¡En formación! ¡Volvemos a casa!

Un centenar de gargantas gritaron: «¡A casa!» y «¡Asha!». Tris Botley galopó a lomos de un semental ruano para situarse junto a ella. En el patio, sus hombres formaron filas prietas con los escudos y las lanzas. Qarl la Doncella, que no montaba, ocupó su lugar entre Lenguamarga y Lorren Hachalarga. Hagen iba bajando por los peldaños de la atalaya cuando la flecha de un lobo lo alcanzó en la barriga y lo hizo caer de cabeza al patio. Su hija corrió hacia él entre alaridos.

—Traedla —ordenó Asha.

No había tiempo para el duelo. Rolfe el Enano subió a la chica pelirroja a su caballo, mientras la puerta norte gemía bajo las embestidas del ariete.

«Puede que tengamos que abrirnos camino entre ellos», pensó Asha cuando la puerta sur se abrió de par en par. El camino estaba despejado. ¿Cuánto duraría?

—¡Adelante! —ordenó, y clavó los talones en los flancos de la yegua.

Los caballos y la infantería iban ya al trote cuando llegaron a los árboles al otro lado del lodazal en que se había convertido el campo, donde los brotes muertos del invierno se pudrían bajo la luna. Asha ordenó a los jinetes que fueran en retaguardia para mantener en marcha a los rezagados y asegurarse de que nadie se quedaba atrás. Los rodeaban altos pinos soldado y robles viejos y nudosos; el nombre de Bosquespeso era muy adecuado. Los árboles eran gigantescos, oscuros, amenazadores en cierto modo, y sus ramas bajas se entrelazaban y crujían con cada soplo de viento, mientras que las más altas parecían arañar la faz de la luna.

«Cuanto antes nos vayamos de aquí, mejor me sentiré —pensó Asha—. En lo más profundo de su corazón de madera, estos árboles nos detestan».

Avanzaron hacia el sur y hacia el sudeste hasta que perdieron de vista las torres de madera de Bosquespeso y los árboles engulleron el sonido de las trompetas.

«Los lobos ya han recuperado su castillo —pensó—. A lo mejor se conforman con eso y nos dejan en paz».

Tris Botley galopó para situarse junto a ella.

—Vamos en dirección incorrecta —dijo al tiempo que señalaba la luna a través del dosel de ramas—. Para ir hacia los barcos tendríamos que habernos desviado hacia el norte.

—Primero hacia el oeste —insistió Asha—. Hacia el oeste hasta que salga el sol, y luego hacia el norte. —Se volvió hacia Rolfe el Enano y Roggon Barbarroja, sus mejores jinetes—. Adelantaos y aseguraos de que el camino está despejado; no quiero sorpresas cuando lleguemos a la orilla. Si veis lobos, volved para avisarnos.

—Si no hay más remedio… —masculló Roggon a través de su frondosa barba rojiza.

Los exploradores se perdieron entre los árboles y los demás hijos del hierro reanudaron la marcha, pero iban muy despacio. Los árboles les ocultaban la luna y las estrellas, y el suelo que pisaban era negro y traicionero. No habían recorrido ni mil pasos cuando la yegua de su primo Quenton metió la pata delantera en un agujero y se la rompió. Quenton tuvo que rajarle el cuello para que cesaran sus relinchos.

—Tenemos que hacer antorchas —suplicó Tris.

—La luz atraerá a los norteños.

Asha maldijo y se preguntó si no habría cometido un error al salir del castillo.

«No. Si nos hubiéramos quedado para luchar, ya estaríamos todos muertos. —Pero avanzar a ciegas en la oscuridad tampoco servía de nada—. Estos árboles nos matarían si pudieran». Se quitó el yelmo para echarse hacia atrás el pelo empapado de sudor.

—Dentro de pocas horas saldrá el sol. Pararemos aquí a descansar hasta que amanezca.

Parar resultó bastante fácil; no tanto descansar. Nadie pudo conciliar el sueño esa noche, ni siquera Dale Parpadopesado, un remero que tenía fama de echarse una siesta entre bogada y bogada. Unos cuantos hombres se sentaron a pasarse de mano en mano un odre de la sidra de Galbart Glover. Los que habían llevado provisiones las repartieron con los demás, y los jinetes dieron de comer y abrevaron a los caballos. Su primo Quenton Greyjoy apostó a tres hombres en las copas de los árboles para que dieran la voz de alarma si divisaban antorchas en el bosque. Cromm se dedicó a afilar el hacha, y Qarl la Doncella, la espada; los caballos pastaban la hierba muerta y los hierbajos de los alrededores. La pelirroja hija de Hagen agarró a Tris Botley por la mano para llevárselo entre los árboles, y cuando él la rechazó eligió a Harl Seisdedos en su lugar.

«¿Por qué no hago yo lo mismo? —Sería bonito perderse por última vez entre los brazos de Qarl; tenía un mal presagio. ¿Volvería a sentir la cubierta del Viento Negro bajo los pies? Y si la sentía, ¿adónde la llevaría?—. Las islas me están vetadas a menos que quiera ponerme de rodillas, abrirme de piernas y aguantar los abrazos de Erik, y ningún puerto de Poniente recibirá bien a la hija del kraken». Podía dedicarse al comercio, como parecía querer Tris, o dirigirse a los Peldaños de Piedra para unirse a los piratas, o…

—Enviaros un trozo de príncipe a cada uno —murmuró.

—Prefiero un trozo de ti —sonrió Qarl—. A ser posible, ese trocito tan tierno que está…

Un objeto salió volando de los árboles y cayó entre ellos con un sonido blando, pegajoso; rebotó y rodó unos palmos antes de detenerse entre las raíces de un roble. Era redondo, oscuro, húmedo, cubierto de pelo largo.

—Rolfe el Enano ya no es tan alto —comentó Lenguamarga.

La mitad de los hombres de Asha ya se había puesto en pie para recoger escudos, hachas y lanzas.

«Ellos tampoco han encendido antorchas, y conocen este bosque mucho mejor que nosotros —tuvo tiempo de pensar. De repente, los árboles estallaron a su alrededor y los norteños cayeron sobre ellos entre aullidos—. Lobos. Aúllan como putos lobos. Es el grito de guerra del norte». Sus hijos del hierro respondieron con sus propios gritos, y comenzó la batalla.

Jamás existiría bardo capaz de componer una canción sobre aquella escaramuza; ningún maestre escribiría una crónica para los amados libros del Lector. No ondeó ningún estandarte; no sonó ningún cuerno de guerra; ningún gran señor convocó a sus hombres para dirigirles unas últimas palabras cargadas de emoción. Lucharon a la escasa luz previa al amanecer, sombra contra sombra, tropezando con rocas y raíces, sobre una alfombra de barro y hojas podridas. Los hijos del hierro llevaban cotas de malla y corazas descoloridas por el salitre; los norteños, pieles, cuero y ramas de pino. La luna y las estrellas presenciaron su enfrentamiento mientras los iluminaban con la débil luz que se filtraba por el entramado que los cubría.

El primer hombre que llegó hasta Asha murió a sus pies con el hacha arrojadiza entre los ojos. Aquello le dio un respiro, lo justo para ponerse el escudo.

—¡A mí! —gritó, pero ni ella misma sabía si estaba llamando a sus hombres o a sus enemigos.

Un norteño apareció ante ella y blandió un hacha con ambas manos al tiempo que aullaba su ira sin palabras. Asha levantó el escudo para bloquear el golpe y se le acercó para hundirle el puñal en las tripas. El aullido del hombre cambió de tono durante la caída. Asha dio media vuelta para enfrentarse a otro lobo que la atacaba por la espalda y le lanzó un tajo bajo el yelmo. La estocada de su enemigo la acertó debajo del pecho, pero la cota de malla paró el golpe, de modo que le clavó el puñal en el cuello para que se ahogara en su propia sangre. Una mano la agarró por el pelo, pero lo llevaba tan corto que no pudo hacerle volver la cabeza, así que le descargó el talón en el empeine y se liberó cuando el otro gritó de dolor. Cuando se volvió, su enemigo ya estaba en el suelo, moribundo, todavía con un mechón de su pelo en la mano. Qarl estaba junto a él con la espada larga goteando sangre y la luz de la luna reflejada en los ojos.

Lenguamarga iba contando norteños en voz alta a medida que los mataba.

—¡Cuatro! —gritó mientras uno caía—. ¡Cinco! —un instante después.

Los caballos relinchaban y coceaban con los ojos muy abiertos, enloquecidos por la sangre y la carnicería; todos excepto el gran semental ruano de Tris Botley; Tris aún conseguía ir a caballo, y su animal giraba y se alzaba sobre los cuartos traseros mientras él lanzaba golpes de espada a diestro y siniestro.

«Me parece que voy a deberle algún beso más antes de que acabe la noche», pensó Asha.

—¡Siete! —anunció Lenguamarga, pero a su lado, Lorren Hachalarga se revolcaba con una pierna retorcida bajo el cuerpo, y las sombras seguían atacando entre aullidos.

«Luchamos contra la vegetación —se dijo Asha al tiempo que mataba a un hombre que llevaba más hojas que ningún árbol de los alrededores. La idea la hizo reír, y su carcajada atrajo a más lobos, a los que mató, y casi le entraron ganas de empezar a contarlos ella también—. Soy una mujer casada; este es mi retoño». Clavó el puñal en el pecho de un norteño, a través de las pieles, la lana y el cuero endurecido. Sus rostros estaban tan cerca que le llegó el hedor de su aliento rancio, y la mano del hombre se había cerrado en torno a su cuello. Asha sintió como el hierro resbalaba contra el hueso cuando tropezó contra una costilla y pasó por debajo. El norteño se estremeció y murió. Cuando lo soltó se sentía tan débil que casi cayó sobre él.

Al cabo de un instante estaba con Qarl, espalda contra espalda, los dos rodeados de gruñidos y maldiciones, de hombres bizarros que se arrastraban por las sombras y llamaban a su madre entre sollozos. Un arbusto cargó contra ella con una lanza suficientemente larga para atravesarla y ensartar también a Qarl.

«Sería mejor que morir sola», pensó; pero su primo Quenton mató al lancero antes de que la alcanzara. Justo después, otro arbusto mató a Quenton de un hachazo en la nuca.

—¡Nueve, y malditos seáis todos! —gritó Lenguamarga tras ella.

La hija de Hagen salió desnuda de entre los árboles, con dos lobos pisándole los talones. Asha consiguió arrancar un hacha arrojadiza y alcanzó a uno por la espalda. Cuando cayó, la hija de Hagen se arrodilló junto a él, le cogió la espada, mató al segundo y se levantó de nuevo, llena de sangre y barro, con la larga cabellera roja suelta, dispuesta a entrar en combate.

En algún momento de la batalla, Asha había perdido de vista a Qarl, a Tris, a todos. También había perdido el puñal y todas las hachas arrojadizas, pero tenía en la mano una espada, una espada corta de hoja ancha, casi un machete. Ni bajo tortura habría sabido decir de dónde la había sacado. Le dolía el brazo; la boca le sabía a sangre; le temblaban las piernas, y haces de luz clara del amanecer se filtraban entre las ramas de los árboles.

«¿Tanto tiempo ha durado? ¿Cuánto llevamos luchando?».

Su último adversario había sido un norteño que luchaba con hacha, un gigantón calvo y barbudo con una cota de anillas oxidadas que denotaba su condición de jefe o cabecilla. No le hizo ninguna gracia ver que se enfrentaba a una mujer.

—¡Puta! —rugía con cada ataque; su saliva le salpicaba las mejillas—. ¡Puta! ¡Puta!

Asha también quería gritar, pero tenía la garganta tan seca que no le salían más que gruñidos. El hacha le estaba destrozando el escudo; agrietaba la madera al bajar y arrancaba largas astillas cuando la alzaba de nuevo. Pronto no le quedarían más que virutas en el brazo. Retrocedió, se deshizo de los restos del escudo, retrocedió unos pasos más y bailó a izquierda y derecha para esquivar los hachazos.

Y de pronto se encontró con la espalda contra un árbol; ya no podía bailar más. El lobo levantó el hacha por encima de su cabeza para partir en dos la de Asha, que trató de echarse hacia la derecha, pero tenía los pies atrapados en las raíces. Se retorció, perdió el equilibrio y el hacha le rozó la sien con un chirrido de acero contra acero. El mundo se tornó rojo, luego negro, luego rojo otra vez. El dolor le subió por la pierna como un rayo.

—Puto coño —oyó decir al norteño, muy lejos, mientras alzaba el hacha para asestar el golpe que acabaría con ella.

En aquel momento sonó una trompeta.

«No es posible —pensó—. En las estancias acuosas del Dios Ahogado no hay trompetas. Bajo las olas, las pescadillas aclaman a su señor haciendo sonar caracolas».

Soñó con corazones rojos que ardían y con un venado negro de astas llameantes en un bosque dorado.