—Cuidado con las ratas, mi señor. —Edd el Penas guió a Jon escaleras abajo, con una linterna en la mano—. El chillido que sueltan cuando las pisan es asqueroso. Mi madre hacía un ruido parecido cuando era niño. Ahora que lo pienso, seguro que tenía algo de rata. Pelo marrón, ojos pequeños y brillantes, debilidad por el queso… A lo mejor hasta tenía cola, nunca me dio por mirar.
Todo el subsuelo del Castillo Negro estaba conectado por un laberinto de túneles al que los hermanos denominaban gusaneras. Bajo tierra, todo era oscuridad, así que las gusaneras casi no se usaban durante el verano; pero en invierno, cuando el viento comenzaba a soplar y la nieve a caer, los túneles se convertían en el camino más rápido para moverse por el castillo, y los mayordomos ya estaban haciendo uso de ellos. A medida que iban recorriendo el túnel, acompañados por el eco de sus pisadas, Jon vio velas encendidas en varios nichos.
Bowen Marsh los esperaba en una intersección donde se cruzaban cuatro gusaneras. Con él estaba Wick Whittlestick, alto y delgado como una lanza.
—Este es el inventario de hace tres turnos —le dijo a Jon mientras le tendía un grueso fajo de papeles—, para compararlos con las reservas actuales. ¿Empezamos por los graneros?
Atravesaron la penumbra gris subterránea. Cada almacén tenía una puerta de roble macizo, cerrada con un candado de hierro del tamaño de un plato.
—¿Ha habido robos? —preguntó Jon.
—Aún no —contestó Bowen Marsh—, pero cuando llegue el invierno, su señoría haría bien en apostar unos cuantos guardias aquí abajo.
Wick Whittlestick llevaba las llaves en un aro que le colgaba del cuello. A Jon le parecían todas iguales, pero Wick siempre encontraba la que correspondía a cada puerta. Al entrar se sacaba del zurrón un pedazo de yeso del tamaño de un puño y marcaba cada tonel, cada saco y cada barril para contarlos, mientras Marsh comparaba el recuento anterior con el nuevo.
En los graneros había avena, trigo, cebada y barriles llenos de harina gruesa. En los sótanos había ristras de cebollas y ajos colgados de las vigas del techo, y bolsas de zanahorias, chirivías y rábanos, y las estanterías estaban repletas de nabos blancos y amarillos. En un almacén había quesos tan grandes que para moverlos hacían falta dos hombres. En el siguiente, las pilas de toneles de ternera, tocino, cordero y bacalao en salazón se alzaban hasta quince palmos. De las vigas del techo, bajo el ahumadero, colgaban trescientos jamones y tres mil morcillas. En el armario de las especias encontraron pimienta en grano, clavo, canela, semillas de mostaza y cilantro, salvia, amaro, perejil y bloques de sal. Por todas partes había toneles de peras, manzanas, guisantes e higos secos, bolsas de nueces, castañas y almendras, planchas de salmón ahumado, jarras de porcelana selladas con cera y llenas de aceitunas en salmuera… Otro almacén estaba abarrotado de cazuelas selladas de liebre, paletilla de ciervo en miel, y coles, remolachas, cebollas, huevos y arenques, todo en escabeche.
A medida que se adentraban en los almacenes, hacía más frío en las gusaneras. No pasó mucho tiempo antes de que Jon viera a la luz de la linterna como se le congelaba el aliento.
—Estamos bajo el Muro.
—Pronto estaremos dentro —contestó Marsh—. El frío mantiene fresca la carne. Para conservarla mucho tiempo es mejor que la sal.
La siguiente puerta con que se toparon era de hierro oxidado y llevaba a un tramo de peldaños de madera. Edd el Penas fue guiándolos con la linterna. Al llegar arriba se encontraron en un túnel tan largo como el salón principal de Invernalia, aunque no más ancho que las gusaneras, con las paredes de hielo revestidas de ganchos de hierro. De cada gancho colgaba un animal: ciervos y alces desollados, costillares de buey, cerdos enormes que se balanceaban desde el techo, ovejas y cabras sin cabeza, y hasta caballos y osos. Todo estaba cubierto de escarcha.
Mientras contaban, Jon se quitó el guante izquierdo y tocó una pata del venado que tenía más cerca. Sintió como se le pegaban los dedos, y al retirarlos perdió un poco de piel. Tenía las yemas de los dedos entumecidas.
«¿Y qué esperabas? Tienes una montaña de hielo encima de la cabeza, muchas más toneladas de las que Bowen podría contar». De todas formas, en aquella habitación hacía más frío del que debería.
—Es peor de lo que me temía, mi señor —anunció Marsh cuando terminó. Sonaba aún más funesto que Edd el Penas.
Jon tenía la impresión de que los rodeaba toda la carne del mundo. «No sabes nada, Jon Nieve».
—¿Por qué? A mí esto me parece un montón de comida.
—Ha sido un verano largo. Ha habido muy buenas cosechas y los señores han sido generosos. Tenemos bastante para sobrevivir a un invierno de tres años; cuatro si recortamos un poco. Pero si tenemos que dar de comer a todos esos hombres del rey y a todos los salvajes… Solo en Villa Topo hay mil bocas inútiles, y siguen llegando. Ayer aparecieron otros tres en las puertas, y anteayer, una docena. No podemos seguir así. Dejar que se queden en el Agasajo, pase, pero es demasiado tarde para ponerse a cultivar. De aquí a que acabe el año solo nos quedarán nabos y puré de guisantes. Después tendremos que bebernos la sangre de nuestros caballos.
—Mmm —declaró Edd el Penas—. Nada mejor que una copa de sangre de caballo caliente para una noche fría. A mí me gusta con una pizca de canela.
—También habrá enfermedades —prosiguió el lord mayordomo, sin prestar atención a Edd—, como las que hacen que sangren las encías y se caigan los dientes. El maestre Aemon decía que eso se resuelve con zumo de lima y carne fresca, pero hace un año que se nos acabaron las limas y no tenemos suficiente forraje para mantener rebaños de los que obtener la carne. Deberíamos sacrificar a los animales que tenemos y dejar solo unas cuantas parejas para la crianza. No nos queda mucho tiempo. Otros inviernos llegaba comida por el camino Real desde el sur, pero ahora, con la guerra… Sé que aún estamos en otoño, pero mi consejo es que empecemos a racionar la comida como si fuera invierno, si mi señor está de acuerdo.
«A los hombres les va a encantar».
—Si no hay más remedio, se hará. Rebajaremos una cuarta parte de la ración de cada hombre.
«Si mis hermanos ya se quejan de mí, ¿qué dirán cuando tengan que comer nieve y pasta de bellotas?».
—Sería de gran ayuda, mi señor. —El tono del lord mayordomo dejó claro que ni siquiera eso sería suficiente.
—Ahora entiendo por qué dejó pasar a los salvajes el rey Stannis. Quiere que nos los comamos —dijo Edd el Penas.
—No creo que lleguemos a eso. —Jon no pudo evitar sonreír.
—Oh, mucho mejor. Tienen pinta de ser bastante fibrosos, y ya no tengo los dientes tan afilados como cuando era joven.
—Si tuviéramos bastantes monedas, podríamos comprar comida del sur y traerla en barco —dijo el lord mayordomo.
«Podríamos —pensó Jon—, si tuviéramos oro y si alguien quisiera vendernos comida. —Pero no se daba ni una cosa ni la otra—. Lo mejor sería recurrir al Nido de Águilas». El valle de Arryn era fértil, todo el mundo lo sabía, y no había sufrido daños durante la contienda. Jon se preguntó qué le parecería a la hermana de lady Catelyn dar de comer al bastardo de Ned Stark. Cuando era niño estaba convencido de que a aquella mujer le dolía en el alma cada bocado que se veía obligada a darle.
—Siempre nos queda la caza —aventuró Wick Whittlestick—. Aún queda algo en el bosque.
—También quedan salvajes, y cosas aún más temibles —comentó Marsh—. No enviaré afuera a ningún cazador. Me niego.
«Ya. Tú cerrarías las puertas para siempre y las sellarías con piedra y hielo». Sabía que la mitad del Castillo Negro era de la opinión del lord mayordomo. La otra mitad se burlaba.
—Sellad las puertas y plantad el culo en el Muro, claro que sí, y veréis como el pueblo libre llega en masa por el Puente de los Cráneos o por cualquier otra puerta que creíais haber cerrado hace quinientos años —había declarado a voces el viejo forestal Dywen durante la cena dos días atrás—. No tenemos hombres suficientes para vigilar cien leguas de Muro, y esto también lo saben Tormund Culogigante y el puto Llorón ¿Habéis visto alguna vez a un pato congelado en un estanque, con las patas atrapadas en el hielo? A los cuervos les pasa lo mismo. —La mayoría de los exploradores apoyaba a Dywen, mientras que los mayordomos y los constructores se inclinaban en general por Bowen Marsh. Pero dejaría aquel problema para otro día. Por el momento, lo acuciante era la comida.
—No podemos dejar morir de hambre al rey Stannis y sus hombres, por mucho que nos apetezca —dijo Jon—. Recordad que podría llevarse todo esto a punta de espada; no tendríamos hombres para impedírselo. Y también tenemos que dar de comer a los salvajes.
—Pero ¿cómo, mi señor? —preguntó Bowen Marsh.
—Ya veremos. —«Ojalá lo supiera».
Cuando regresaron a la superficie, las sombras de la tarde ya se estaban alargando. Las nubes surcaban el cielo como los jirones de un estandarte, grises, blancas y desgarradas. El patio de la armería estaba desierto, pero dentro, el escudero del rey estaba esperando a Jon. Devan era un muchacho delgado de unos doce años, con ojos y pelo castaños. Lo encontraron junto a la forja, paralizado, mientras Fantasma lo olisqueaba por todas partes.
—No va a hacerte daño —dijo Jon. Al oírlo, el chico dio un respingo, y el movimiento repentino hizo que Fantasma enseñara los dientes—. ¡No! Déjalo en paz, Fantasma. ¡Aparta! —El lobo volvió en silencio a su hueso de buey. Devan estaba casi tan pálido como él, con el rostro perlado de sudor.
—M-mi señor. Su alteza os ordena que acudáis a su presencia. —El chico vestía el dorado y el negro de la casa Baratheon, con el corazón de los hombres de la reina cosido sobre el suyo.
—Querrás decir que lo solicita —dijo Edd el Penas—. Su alteza solicita que acudáis a su presencia. Así es como debes decirlo.
—Déjalo, Edd. —Jon no estaba de humor para discusiones.
—Ser Richard y ser Justin acaban de llegar —dijo Devan—. ¿Vendréis, mi señor?
«Los exploradores que se equivocaron de camino». Massey y Horpe habían cabalgado hacia el sur, no hacia el norte. Lo que fuera que hubieran visto no era asunto de la Guardia de la Noche, pero Jon tenía curiosidad por saberlo.
—Como desee su alteza. —Siguió al joven escudero por el patio, y Fantasma echó a andar tras ellos—. ¡No! Quédate aquí. —El huargo no se quedó, sino que salió corriendo.
Al llegar a la Torre del Rey, Jon tuvo que dejar las armas antes de ser admitido en presencia real. La estancia estaba cálida y atestada. Stannis y sus capitanes se apiñaban alrededor del mapa del norte, junto a los exploradores que se habían equivocado de camino. También estaba Sigorn, el joven magnar de Thenn, vestido con una túnica de cuero con discos de bronce. Casaca de Matraca se arañaba las esposas que llevaba en las muñecas con una uña rota y amarilla. Una barba de tres días le cubría las mejillas hundidas y el mentón, y sucios mechones de pelo le caían por los ojos.
—Aquí viene —dijo cuando vio acercarse a Jon— el valiente muchacho que mató a Mance Rayder cuando estaba atado y enjaulado. —La enorme piedra preciosa de talla cuadrada que adornaba su pulsera de acero desprendió un brillo rojizo—. ¿Te gusta mi rubí, Nieve? Es una muestra del amor de lady Roja. —Jon no le hizo caso y se arrodilló frente a Stannis.
—Alteza —anunció Devan el escudero—, os he traído a lord Nieve.
—Ya lo veo. Lord comandante, creo que ya conocéis a mis caballeros y capitanes.
—He tenido el honor.
Se había propuesto aprenderse los nombres de todos los hombres que rodeaban al rey.
«Son todos hombres de la reina». A Jon lo sorprendió que no hubiera hombres del rey con el rey, pero así parecía ser. Si los rumores que habían llegado a sus oídos eran ciertos, los hombres del rey habían despertado la ira de Stannis en Rocadragón.
—Puedo ofreceros vino. O agua hervida con limón.
—No, gracias.
—Como deseéis. Tengo un regalo para vos, lord Nieve. —El rey hizo un gesto con la mano hacia Casaca de Matraca—. Él.
—Dijisteis que necesitabais hombres, lord Nieve, y el Señor de los Huesos es tan hombre como el que más —intervino lady Melisandre con una sonrisa.
—Alteza, no se puede confiar en él. —Jon estaba horrorizado—. Si lo retengo aquí, alguien le cortará el cuello. Si lo envío de explorador, volverá con los salvajes.
—No. No pienso volver con esa pandilla de idiotas. —Casaca de Matraca se dio unos golpecitos en el rubí que llevaba en la muñeca—. Pregúntale a tu bruja roja, bastardo.
Melisandre murmuró unas palabras en una lengua extraña. El rubí de su cuello empezó a centellear lentamente, y Jon vio que la piedra más pequeña que llevaba Casaca en la muñeca también brillaba y se oscurecía.
—Mientras lleve la gema está sometido a mí en cuerpo y alma —dijo la sacerdotisa roja—. Este hombre os servirá con lealtad. Las llamas no mienten, lord Nieve.
«Las llamas no, pero tú sí».
—Seré tu explorador, bastardo —afirmó Casaca—. Te daré sabios consejos o te cantaré bonitas canciones, como prefieras. Incluso lucharé por ti. Pero no me pidas que vista el negro.
«Ni siquiera lo mereces», pensó Jon, pero se mordió la lengua. No adelantaría nada con discutir delante del rey.
—Lord Nieve, habladme de Mors Umber.
«La Guardia de la Noche no toma partido —pensó Jon. Pero surgió otra voz—: Las palabras no son espadas».
—Es el mayor de los tíos del Gran Jon. Lo llaman Carroña, porque un cuervo lo tomó por muerto y le sacó un ojo. Él cogió al pájaro y le arrancó la cabeza de un mordisco. De joven era un luchador muy temido. Sus hijos murieron en el Tridente, y su mujer, de parto. Los salvajes se llevaron a su única hija hace treinta años.
—Claro, por eso quiere la cabeza —dijo Harwood Fell.
—¿Se puede confiar en este tal Mors? —preguntó Stannis.
«¿Mors Umber ha hincado la rodilla?».
—Vuestra alteza debería hacerle prestar juramento ante su árbol corazón.
—Había olvidado que los norteños adoráis a los árboles —dijo Godry Masacragigantes con una risotada.
—¿Qué clase de dios deja que los perros le meen encima? —preguntó Clayton Suggs, el compinche de Farring.
Jon optó por hacer caso omiso de ambos.
—Alteza ¿podríais decirme si los Umber se han aliado con vos?
—Solo la mitad, y únicamente si le doy al tal Carroña lo que me pide —replicó Stannis, irritado—. Quiere la calavera de Mance Rayder para usarla de jarra y quiere el indulto para su hermano, que ha cabalgado hacia el sur para unirse a Bolton. Lo llaman Mataputas.
—¡Pero qué nombres tienen los norteños! —A ser Godry también le hizo gracia—. ¿Este le arrancó la cabeza a alguna puta?
Jon lo miró con frialdad.
—Podría decirse que sí. A una prostituta que intentó robarle hace cincuenta años en Antigua. —Por extraño que pareciera, el viejo Escarcha Umber había creído en su momento que su hijo menor apuntaba maneras de maestre. A Mors le encantaba pavonearse hablando del cuervo que le había arrancado el ojo, pero la historia de Hother solo se contaba en susurros…, seguramente porque la puta a la que destripó había resultado ser un hombre—. ¿Hay algún otro señor que se haya aliado con Bolton?
La sacerdotisa roja se acercó al rey.
—He visto una ciudad de paredes y calles de madera, llena de gente. Los estandartes ondeaban en sus muros: un alce, un hacha de guerra, tres pinos, hachas largas cruzadas bajo una corona y la cabeza de un caballo con ojos fieros.
—Hornwood, Cerwyn, Tallhart, Ryswell y Dustin —informó ser Clayton Suggs—. Todos son unos traidores. Perros falderos de los Lannister.
—Los Ryswell y los Dustin están unidos a la casa Bolton por matrimonio —informó Jon—. Los demás han perdido a sus señores en la guerra; ignoro quién los encabeza ahora. Pero Carroña no es ningún perro faldero, y vuestra alteza debería aceptar las condiciones.
—Me ha dicho que un Umber nunca luchará contra otro Umber, por ninguna causa. —Stannis rechinó los dientes.
—Si se llega a las espadas, solo hay que mirar dónde ondea el estandarte de Hother y poner a Mors en el otro extremo —dijo Jon, poco sorprendido.
—Eso os haría débil a sus ojos, alteza —protestó Masacragigantes—. Creo que tenemos que demostrar nuestra fuerza. Hay que quemar Último Hogar hasta los cimientos e ir a la guerra con la cabeza de Carroña clavada en una pica, para dar una lección al próximo señor que se atreva a ofrecer su vasallaje a medias.
—Es un plan magnífico, si lo que queréis es que todas las manos de norte se alcen contra vos. La mitad es mejor que nada. Los Umber no tienen ningún aprecio a los Bolton: si el Mataputas se ha unido al Bastardo debe de ser porque los Lannister tienen cautivo al Gran Jon.
—Eso es una excusa, no una razón —declaró ser Godry—. Si el sobrino muere encadenado, los tíos pueden reclamar sus tierras y señorío.
—El Gran Jon tiene hijos e hijas. En el norte, los hijos siguen teniendo prioridad sobre los sobrinos.
—A no ser que mueran. Los hijos muertos siempre van al final de la cola.
—Insinuadle eso a Mors Umber, ser Godry, y acabaréis sabiendo mucho más de lo que os gustaría sobre la muerte.
—He matado a un gigante, muchacho. ¿Por qué voy a tener miedo de un norteño pulgoso que lo lleva pintado en el escudo?
—Aquel gigante estaba huyendo. Mors no huirá.
—Tenéis la lengua muy afilada porque estáis en los aposentos del rey, muchacho —dijo el gran caballero, enrojeciendo—. En el patio cantaríais otra canción.
—Venga ya, dejadlo, Godry —intervino ser Justin Massey, un caballero entrado en carnes, desgarbado y rubio, que siempre tenía una sonrisa en los labios. Era uno de los exploradores que se habían equivocado de camino—. Todos sabemos que tenéis una espada enorme, no hace falta que la mováis tanto.
—Aquí lo único que se mueve es vuestra lengua, Massey.
—Callaos —interrumpió Stannis—. Lord Nieve, prestadme atención. He permanecido aquí con la esperanza de que los salvajes fuesen suficientemente idiotas para atacar el Muro otra vez. Como no me han dado esa satisfacción, creo que va siendo hora de que me enfrente al resto de mis enemigos.
—Entiendo —dijo Jon con cautela. «¿Qué quiere de mí?»—. No siento el menor aprecio por lord Bolton ni por su hijo, pero la Guardia de la Noche no puede alzarse en armas contra ellos. Nuestro juramento…
—Ya conozco vuestro juramento, lord Nieve, y podéis estar tranquilo en lo que respecta a vuestra rectitud; soy bastante fuerte sin vuestra ayuda. Tengo intención de atacar Fuerte Terror. —Sonrió al ver la conmoción reflejada en el rostro de Jon—. ¿Os sorprende? Excelente. Lo que sorprende a un Nieve bien puede sorprender a otro. El Bastardo de Bolton ha ido hacia el sur y se ha llevado a Hother Umber; en eso coinciden Mors Umber y Arnolf Karstark. Eso solo puede significar una cosa: que quiere asestar un golpe a Foso Cailin y allanar el camino para que su padre vuelva al norte. El bastardo debe de creer que estoy demasiado ocupado con los salvajes para causarle problemas. Pues que lo crea. Ese chico me ha enseñado el cuello y pienso rebanárselo. Puede que Roose Bolton recupere el norte, pero se encontrará con que su castillo, su pueblo y sus cosechas son todos míos. Si consigo atacar Fuerte Terror por sorpresa…
—No lo conseguiréis —espetó Jon.
Fue como si hubiese golpeado un nido de avispas con un palo. Uno de los hombres de la reina se echó a reír; otro escupió; otro maldijo, y todos los demás intentaron hablar a la vez.
—Ese chico tiene agua lechosa en las venas —dijo Godry Masacragigantes.
—El cuervo ve proscritos hasta en la sopa —resopló lord Sweet.
Stannis alzó una mano para pedir silencio.
—Explicaos.
«¿Por dónde empiezo?». Jon se acercó al mapa, sujeto por candelabros en las esquinas. Un reguero de cera caliente corría por la bahía de las Focas, lento como un glaciar.
—Para llegar a Fuerte Terror, vuestra alteza debería tomar el camino Real, pasar el río Último, dirigirse al sur desde el este y cruzar las colinas Solitarias —apuntó—. Esas son las tierras de los Umber, y se conocen cada árbol y cada roca. El camino Real transcurre durante cien leguas por la zona donde descansan sus ejércitos occidentales. Mors masacrará a vuestros hombres a no ser que aceptéis sus condiciones y lo ganéis para vuestra causa.
—Muy bien. Supongamos que hago eso.
—Eso os llevaría a Fuerte Terror, pero si vuestro ejército no puede avanzar más deprisa que un cuervo, o que el fuego de las almenaras, en el castillo sabrán que os acercáis. Será muy fácil para Ramsay Bolton cortaros la retirada y aislaros del Muro sin provisiones, sin refugio y rodeado de enemigos.
—Solo si abandona el asedio de Foso Cailin.
—Foso Cailin caerá mucho antes de que lleguéis a Fuerte Terror. Cuando lord Roose haya unido sus fuerzas a las de Ramsay, os superarán por cinco a uno.
—Mi hermano ganó batallas con peores perspectivas.
—Dais por supuesto que Foso Cailin caerá enseguida, Nieve —objetó Justin Massey—, pero los hombres del hierro son luchadores curtidos, y tengo entendido que el Foso no ha sido tomado jamás.
—Desde el sur. Una pequeña guarnición en Foso Cailin puede desmantelar cualquier ejército que se acerque por el cenagal, pero las ruinas son vulnerables desde el norte y desde el este. —Jon se dirigió a Stannis—. Es una maniobra audaz, pero el riesgo… —«La Guardia de la Noche no toma partido. Para mí, un Baratheon y un Bolton deberían tener la misma importancia»—. Si Roose Bolton os atrapa entre sus muros con el grueso de su ejército, será vuestro fin.
—El riesgo forma parte de la guerra —declaró ser Richard Horpe, un caballero flaco de rostro demacrado cuyo chaleco guateado mostraba tres esfinges de calavera sobre un campo de cenizas y huesos—. Toda batalla es una apuesta, Nieve. Quien no hace nada también se arriesga.
—Hay riesgos y riesgos, ser Richard. Este… es excesivo. Demasiado pronto, demasiado lejos. Conozco Fuerte Terror. Es un castillo sólido, de piedra, con muros gruesos y torres enormes. Con el invierno tan cerca, lo encontraréis bien aprovisionado. Hace varios siglos, la casa Bolton se levantó contra el Rey en el Norte, y Harlon Stark consiguió sitiar Fuerte Terror. Tuvieron que esperar dos años antes de que el hambre los obligara a salir. Si vuestra alteza quiere tener alguna esperanza de tomar el castillo, necesitará armas de asedio, torres, arietes…
—Si es necesario, podemos construir torres de asedio —dijo Stannis—, y para hacer arietes talaremos árboles. Dice Arnolf Karstark que en Fuerte Terror quedan menos de cincuenta hombres, y que la mitad son sirvientes. Un castillo fuerte con tan poca defensa es un castillo débil.
—Cincuenta hombres dentro del castillo valen por quinientos en el exterior.
—Eso depende de los hombres —intervino ser Richard Horpe—. Los de dentro deben de ser ancianos y reclutas, los que ese bastardo no consideró aptos para la batalla. Nuestros hombres se curtieron en el Aguasnegras, y los encabezan caballeros.
—Ya visteis cómo derrotamos a los salvajes. —Ser Justin se echó hacia atrás un mechón de pelo rubio—. Los Karstark nos han asegurado que se unirán a nosotros en Fuerte Terror, y también contaremos con nuestros salvajes. Trescientos hombres en edad de luchar. Lord Harwood los contó mientras cruzaban la puerta. Las mujeres también lucharán.
—No será por mí —replicó Stannis con tono agrio—. No quiero viudas que me sigan entre lloriqueos. Las mujeres se quedarán aquí, junto con los ancianos, los heridos y los niños. Serán rehenes que nos garantizarán la lealtad de sus padres y esposos. Los salvajes formarán mi vanguardia. Estarán a las órdenes del magnar y sus jefes serán los sargentos, pero lo primero que necesitamos es armarlos.
«Pretende saquear nuestra armería —comprendió Jon—. Comida, ropa, tierras y castillos, y ahora armas. Cada día me arrastra un poco más lejos». Tal vez las palabras no fuesen espadas, pero las espadas sí que lo eran.
—Podría conseguir unas trescientas lanzas —dijo a regañadientes—. Y yelmos, si no os importa coger los que están viejos y oxidados.
—¿Y qué hay de las armaduras? —Preguntó el magnar—. ¿Nos daréis corazas y cotas de malla?
—Perdimos a nuestro armero con la muerte de Donal Noye. —Jon no dijo nada más.
«Dales cotas de malla a los salvajes y serán el doble de peligrosos para el reino».
—Bastará con cuero endurecido —dijo ser Godry—. Después de la primera batalla, los que sobrevivan podrán aprovechar lo de los muertos.
«Los pocos que sobrevivan». Si Stannis situaba al pueblo libre en vanguardia, la mayoría moriría en la primera embestida.
—Puede que a Mors Umber le haga gracia beber de la calavera de Mance Rayder, pero no le parecerá tan divertido ver a los salvajes cruzar sus tierras. El pueblo libre lleva atacando a los Umber desde el Amanecer de los Días; siempre ha cruzado la bahía de las Focas para robar oro, ovejas y mujeres. Una de las que se llevaron era hija de Carroña. Dejad aquí a los salvajes, alteza. Llevarlos solo os servirá para volver en vuestra contra a los vasallos de mi padre.
—No tengo nada que perder; los vasallos de vuestro padre no simpatizan con mi causa. Debo asumir que me ven como… ¿cómo me habíais llamado, lord Nieve? ¿«Otro aspirante condenado al fracaso»? —Miró el mapa. Durante un buen rato, el único sonido fue el rechinar de dientes del rey—. Dejadme. Todos. Vos quedaos, lord Nieve.
La brusca despedida no le sentó nada bien a Justin Massey, pero no tuvo más remedio que sonreír y retirarse. Lo siguió Horpe, después de mirar a Jon de arriba abajo. Clayton Suggs apuró su copa y susurró al oído de Harwood Fell algo que lo hizo reír. Jon alcanzó a oír la palabra muchacho. Suggs era un caballero errante recién armado, tan basto como fuerte. El último en marcharse fue Casaca de Matraca. Al cruzar la puerta hizo una reverencia burlona a Jon, con una amplia sonrisa que dejó a la vista los dientes podridos y rotos.
Al parecer, «todos» no incluía a lady Melisandre.
«La sombra roja del rey». Stannis pidió a Devan que le llevase más agua con limón, y cuando se la sirvió, bebió un buen trago.
—Horpe y Massey aspiran a ocupar el sitio de vuestro padre. Massey también quiere a la princesa de los salvajes. Sirvió de escudero a mi hermano Robert, y se le contagió su hambre de mujeres. Horpe tomará a Val como esposa si se lo ordeno, pero lo que le gusta de verdad es la batalla. Cuando era escudero soñaba con una capa blanca, pero Cersei Lannister habló en su contra y Robert se la negó. Quizá no se equivocara; a ser Richard le gusta demasiado matar. ¿A quién preferís como señor de Invernalia, lord Nieve? ¿Al sonriente o al asesino?
—Invernalia pertenece a mi hermana Sansa —contestó Jon.
—No quiero oír nada más de lady Lannister ni de sus peticiones. —El rey dejó la copa—. Vos podríais entregarme el norte. Los vasallos de vuestro padre acudirían prestos a la llamada del hijo de Eddard Stark. Hasta lord Estoy tan Gordo que no Puedo Montar a Caballo de Puerto Blanco me proporcionaría una fuente de provisiones y una base segura a la que retirarme si lo necesitara. No es demasiado tarde para corregir la estupidez que cometisteis, Nieve. Arrodillaos, juradme la lealtad de vuestra espada bastarda y levantaos como Jon Stark, señor de Invernalia y Guardián del Norte.
«¿Cuántas veces tendré que repetírselo?».
—Mi espada le debe lealtad a la Guardia de la Noche.
—Vuestro padre también era testarudo, aunque él lo llamaba «honor». Bueno, el honor tiene su precio, como Eddard aprendió muy a su pesar. Si os sirve de consuelo, Horpe y Massey están condenados a la decepción. Me atrae más la idea de entregar Invernalia a Arnolf Karstark, un buen norteño.
—Un norteño. —Jon se dijo que más valía un Karstark que un Bolton o un Greyjoy, pero aun así, la idea no lo consolaba demasiado—. Los Karstark abandonaron a mi hermano cuando estaba rodeado de enemigos.
—Después de que vuestro hermano le cortara la cabeza a lord Rickard. Arnolf estaba a mil leguas de distancia. Tiene sangre Stark, la sangre de Invernalia.
—No más que la mitad de casas del norte.
—Esas otras casas no me han jurado vasallaje.
—Arnolf Karstark es un anciano de espalda encorvada, y ni siquiera de joven llegó a ser un guerrero de la talla de lord Rickard. Los rigores de la campaña lo matarán.
—Tiene herederos —replicó Stannis—. Dos hijos, seis nietos y unas cuantas hijas. Si Robert hubiera tenido algún hijo legítimo, muchos que ahora están muertos seguirían con vida.
—A vuestra alteza le iría mejor con Mors Carroña.
—Fuerte Terror aclarará ese punto.
—¿Seguís dispuesto a llevar a cabo el ataque?
—¿A pesar de los consejos del gran lord Nieve? Sí. Puede que Horpe y Massey sean ambiciosos, pero no les falta razón. No pienso quedarme cruzado de brazos mientras la estrella de Roose Bolton brilla y la mía se apaga. Debo atacar y demostrar al norte que aún soy temible.
—El tritón de los Manderly no estaba entre los estandartes que vio lady Melisandre en el fuego —dijo Jon—. Si tuvierais Puerto Blanco y los caballeros de lord Wyman…
—Si es una palabra que solo usan los idiotas. No nos han llegado noticias de Davos. Puede que no llegara a Puerto Blanco. Arnolf Karstark dice en su carta que ha habido tormentas terribles en el mar Angosto. Sea como sea, no tengo tiempo para lamentarme ni para esperar más quejas de lord Demasiado Gordo. He de dar Puerto Blanco por perdido. Sin un hijo de Invernalia a mi lado, mi única posibilidad de ganar el norte consiste en luchar. Eso requiere seguir los pasos de mi hermano al pie de la letra, aunque no es que Robert supiera mucho de letras. Tengo que asestar un golpe mortal a mis enemigos antes de que se den cuenta de que les he caído encima.
Jon se dio cuenta de que había estado malgastando saliva. Stannis tomaría Fuerte Terror o moriría en el intento.
«La Guardia de la Noche no toma partido —dijo una voz. Pero otra contestó—: Stannis lucha por el reino; los hombres del hierro luchan por esclavos y tesoros».
—Alteza, conozco una forma de encontrar más hombres. Dadme a los salvajes y os diré gustosamente dónde y cómo.
—Os he entregado a Casaca de Matraca, daos por satisfecho.
—Los quiero a todos.
—Algunos de vuestros hermanos juramentados quieren convencerme de que vos mismo sois un salvaje. ¿Es cierto?
—Solo los queréis para detener flechas. Puedo hacer mejor uso de ellos en el Muro. Dádmelos y os mostraré cómo conseguir la victoria… y más hombres.
—Regateáis como una vieja por un bacalao, lord Nieve. —Stannis se rascó la nuca—. ¿Es que vuestro padre os engendró con una pescadera? ¿De cuántos hombres estamos hablando?
—Dos mil. Puede que tres mil.
—¿Tres mil? ¿Qué tipo de hombres son?
—Orgullosos. Pobres. Susceptibles en lo que se refiere a asuntos de honor, pero luchadores fieros.
—Más vale que no sea un truco de bastardo. ¿Cambiaría trescientos soldados por tres mil? Claro que sí, no soy tan idiota. Si dejo también a la muchacha, ¿prometéis vigilar bien a nuestra princesa?
«No es ninguna princesa».
—Como deseéis, alteza.
—¿Tengo que haceros jurar ante un árbol?
—No. —«¿Acaba de bromear?». Con Stannis no era fácil saberlo.
—Bien, trato hecho. Y ahora, decidme dónde están esos hombres.
—Los encontraréis aquí. —Jon puso la mano quemada en el mapa, al oeste del camino Real y al sur del Agasajo.
—¿En esas montañas? —Stannis lo miró con desconfianza—. Aquí no veo señalado ningún castillo. Ni caminos, ni ciudades, ni aldeas.
—Mi padre solía decir que el mapa no es el territorio. Durante miles de años han vivido hombres en los valles altos y las praderas de las montañas, gobernados por jefes de clan. Vos los consideraríais señores menores, pero ellos no usan ese tipo de títulos. Los campeones de los clanes luchan con mandobles, mientras que los hombres normales tiran con honda y se apalean con bastones de fresno. Es un pueblo muy belicoso, la verdad. Cuando no pelean entre ellos, atienden a sus rebaños, pescan en la bahía de Hielo y crían los caballos más resistentes que podáis imaginar.
—¿Y creéis que lucharán por mí?
—Si se lo pedís, sí.
—¿Por qué debería mendigar lo que me corresponde por derecho?
—He dicho pedir, no mendigar. —Jon retiró la mano—. No os molestéis en mandar emisarios; vuestra alteza deberá ir en persona. Comed su pan y su sal, bebed su cerveza, escuchad a sus gaiteros, alabad la belleza de sus hijas y el valor de sus hijos, y tendréis sus espadas. Los clanes no han visto un rey desde que Torrhen Stark se arrodilló, así que vuestra llegada los honrará. Pero ordenadles que luchen por vos y se mirarán entre sí y dirán: «¿Quién es este hombre? No es mi rey».
—¿De cuántos clanes estáis hablando?
—De unos cuarenta, entre grandes y pequeños. Flint, Wull, Norrey, Liddle… Si os ganáis al Viejo Flint y a Cubo Grande, el resto los seguirá.
—¿Cubo Grande?
—De los Wull. Tiene la barriga más grande de las montañas. Los Wull pescan en la bahía de Hielo y siempre asustan a sus pequeños diciéndoles que los hombres del hierro se los llevarán si no se portan bien. Pero, para llegar allí, vuestra alteza debe atravesar las tierras de los Norrey. Viven cerca del Agasajo y siempre han sido amigos de la Guardia. Puedo ofreceros guías.
—¿Podéis? —A Stannis no se le escapaba una—. ¿O lo haréis?
—Lo haré. Os harán falta. Y también unos cuantos caballos recios. Los caminos de ahí arriba son poco más que senderos de cabras.
—¿Senderos de cabras? —El rey entrecerró los ojos—. Hablo de movernos con presteza ¿y vos me hacéis perder el tiempo con senderos de cabras?
—Cuando el Joven Dragón conquistó Dorne, usó un sendero de cabras para esquivar las torres de vigilancia dornienses del Sendahueso.
—Yo también conozco esa historia, pero Daeron exageró bastante en aquel libro que escribió para mayor gloria de su persona. Fueron los barcos los que ganaron la guerra, no los senderos de cabras. Puño de Roble destrozó Ciudad de los Tablones y arrasó en su ascenso por el Sangreverde mientras los principales ejércitos dornienses estaban ocupados en el Paso del Príncipe. —Stannis tamborileó con los dedos en el mapa—. ¿Estos señores de las montañas no me cortarán el paso?
—Solo con banquetes. Cada uno intentará eclipsar a los otros con su hospitalidad. Mi padre decía que nunca había comido tan bien como cuando visitaba a los clanes.
—En fin, tendré que soportar unas gaitas y unas gachas a cambio de tres mil hombres —dijo el rey; aunque, por su tono, ni siquiera aquello le reportaba ninguna satisfacción. Jon se volvió hacia Melisandre.
—Mi señora, debo advertiros: los viejos dioses son fuertes en esas montañas. Los hombres de los clanes no toleran insultos contra sus árboles corazón.
—No temáis, Jon Nieve, no molestaré a vuestros salvajes de las montañas ni a sus oscuros dioses. Mi lugar está aquí, con vos y con vuestros valientes hermanos —contestó Melisandre, divertida.
Aquello era lo último que Jon habría deseado, pero Stannis intervino antes de que pudiera protestar.
—¿Y adonde me sugerís que lleve a estos valientes, si no es a Fuerte Terror?
—A Bosquespeso. —Jon bajó la vista al mapa y señaló—. Si Bolton pretende luchar contra los hombres del hierro, vos debéis hacer lo mismo. Bosquespeso es un castillo situado en una planicie y amurallado, en el centro de un bosque denso, fácil de tomar si es por sorpresa. Es una fortaleza de madera, defendida por un dique de tierra y una empalizada de troncos. Es cierto que el ascenso será más lento por las montañas, pero cuando lleguen arriba, vuestros hombres podrán moverse sin ser vistos y aparecer casi en las puertas de Bosquespeso.
Stannis se rascó la barbilla.
—Cuando Balon Greyjoy se rebeló por primera vez, derroté a los hombres del hierro en el mar, donde son más fuertes. En tierra y por sorpresa… Sí. He conseguido la victoria con los salvajes y su Rey-más-allá-del-Muro. Si derroto también a los hombres del hierro, el norte sabrá que vuelve a tener rey.
«Y yo tendré mil salvajes —pensó Jon—, pero no podré dar de comer ni a la mitad».