El canto del canario

 

Hace mucho tiempo, en un pueblo lejano, vivían dos hermanas, Ocotlán y María. Ambas se parecían físicamente, pero tenían diferente carácter. Ocotlán siempre tenía una risa en los labios y una palabra amable en su boca. En cambio, María siempre andaba de malas por toda la casa; siempre molesta hasta porque una mosca pasaba enfrente de ella.

 

Cierto día, su padre que las amaba sin distinción y que siempre procuraba hacerlas felices, les regaló a ambas un canario.

 

- ¡Gracias papá, es un hermoso pájaro con un canto melodioso! –dijo Ocotlán.

- Sólo va a causar ruidos y desastres en la casa –dijo María refunfuñando–.

 

Las hermanas se levantaban cuando el sol se ponía en lo alto, y lo veían desde su ventana. Sobre todo, se despertaban con el canto del precioso canario.

 

Ocotlán silbaba una tonada mientras aseaba la jaula del ave. Alababa su hermoso plumaje, y también le hablaba de lo que haría ese día y de sus planes futuros.

 

En cambio, María se enojaba cada vez más y más por la presencia del pájaro. Sobre todo porque no soportaba que la despertara con su canto por las mañanas.

 

Un día, María empezó a tramar cómo deshacerse del canario sin que nadie la culpara.

 

- Le echaré al gato encima –pensó- ¡noooooooo se darían cuenta! ¡Agarraré una víbora para que se lo coma! ¡Noooooooo tampoco, a lo mejor me clava sus colmillos y hasta me muero por el veneno!

 

María se paseaba de un lado a otro de la casa, piense que piense en cómo quitarse de encima al canario. Por un momento creyeron –quien la veía– que haría una profunda zanja en la sala de tanto que iba y venía dentro de la casa.

 

- ¡Siiiiiiiiii eso haré, ya lo resolví!

 

Se decidió por la solución más sencilla: abrir la puerta de la jaula para que se escapara el canario.

 

Así pues, una madrugada antes de que amaneciera, María se levantó sin que su hermana se diera cuenta. Lenta y silenciosamente se dirigió hacia la jaula, abrió la puerta y volvió a taparla con la manta que le ponían durante la noche para que descansara. Así nadie se daría cuenta de sus malas intenciones.

 

Llegó el amanecer, el sol empezó a brillar en lo alto del cielo y con sus rayos despertó a las hermanas.

 

Ocotlán se levantó con su alegría acostumbrada, sin saber que pronto habría días tristes en su vida. Fue en busca de su canario para contarle un sueño lindo que había tenido.

 

Poco a poco fue destapando la jaula, hasta que de pronto… ¡Zas! El canario que estaba posado en la puerta de la jaula, al ver ésta destapada, voló hacia la ventana. Ocotlán estaba sorprendida, y no supo en el instante qué hacer, pero al reaccionar corrió para atraparlo.

 

- ¡Pajarito, pajarito, lindo pajarito quédate ahí, no te vayas!

 

Ya en la ventana, cuando casi lo tenía en sus manos, el canario voló hacia afuera.

 

- ¡Pajarito no te vayas! –gritaba desesperadamente Ocotlán–.

 

Cerca de la casa de las hermanas estaba un grupo de niños que eran amigos de ambas y jugaban a las canicas.

 

- ¡Amigos, amigos, ayúdenme, se me escapó mi canario! – seguía gritando Ocotlán–.

- ¿Por dónde se fue? –preguntaron los amigos–.

- ¡Anda por los árboles! –Ocotlán les señalaba con el dedo-–

Los niños vieron cómo el canario estaba posado sobre una rama del árbol.

 

- ¿Cómo lo bajamos? –preguntó uno de ellos–.

 

No había terminado de preguntar, cuando uno de sus amigos usó su resortera con buenas intenciones para atrapar al canario. Por suerte el tiro se desvió.

 

- ¡Noooooooooooo! ¡Así no, lo van a matar! –dijo Ocotlán que ya estaba afuera de su casa–.

 

Entonces el pájaro se posó en un cable de alta tensión.

 

- ¡Ehhhhhhhhhhh! – todos gritaban y movían sus manos para espantar al canario. Querían que se fuera para otro lado, no fuera a electrocutarse.

 

Por fin, el pajarito espantado abrió sus alas y emprendió el vuelo, ahora hacía una banca pública.

 

Ocotlán y los niños se limpiaron el sudor ante el susto, pero apenas se reponían, cuando vieron que un gato se acercaba al canario.

 

- ¡Vete de ahí gato tonto y feo! –gritaban los niños y Ocotlán–.

 

El felino se acercaba sigilosamente y estaba a punto de atraparlo con sus filosas garras para desayunárselo; pero el canario, aunque asustado, sintió la presencia del gato y comenzó a volar, y a volar por los aires y se alejó hasta perderse en el horizonte.

 

- ¡No te vayas, regresa lindo canario! –gritaba Ocotlán con desconsuelo–.

 

El canario de canto hermoso se había ido, había volado hacia lugares lejanos.

 

Los días pasaron, las semanas y los meses concluían uno a uno.

 

Ocotlán, ya no reía, ya no silbaba, ya no comía, ya no dormía. Se la pasaba deambulando por la casa, con lágrimas en los ojos, con tristeza en el alma y llena de recuerdos por su lindo pajarito.

 

Entre tanto, María que no era del todo mala ni del todo enojona, estaba arrepentida del mal que había hecho. No soportaba ver a su hermana triste y por las noches soñaba con aquel desdichado pajarito al que le acechaban mil peligros.

 

- ¿Qué puedo hacer para qué mi hermanita vuelva a estar alegre? –Pensaba María– ya sé, le compraré otro pajarito para que le cante todas las mañanas.

 

Entonces, María fue a comprarle un nuevo canario. Lo colocó en una jaula, sin que nadie se diera cuenta, para que fuera una sorpresa para Ocotlán.

 

A la mañana siguiente, las dos hermanas se despertaron con un nuevo canto de canario. Ocotlán pensó que era su pajarito que había regresado y que ella amaba tanto, ¡pero no… se dio cuenta de que no era! Le pareció bonito, pero no era lo mismo, así que seguía triste y pensativa mirando hacia el horizonte.

 

De pronto, a sus espaldas y en la orilla de la ventana se escuchó el canto de otro canario. Volteó y sorprendida ¡vio que era el suyo, el que siempre alegraba sus amaneceres!

 

Las dos hermanas fueron al mercado, era día de tianguis, y en un puesto había una preciosa y enorme jaula blanca que parecía un castillo. Con sus ahorros, la compraron y se la llevaron para su casa. Las dos hermanas pusieron ahí a ambos pajaritos que se sintieron felices por estar acompañados.