Ara, la pequeña vampira y el burrito valiente
- ¡Araceliiiiiiiii ven a cenar, ya es muy tarde!
Ara se vio en su pequeño espejo, se arregló su trenza y se puso su sombrero que los campesinos usan en el campo. Se vio sus colmillos como para reafirmar que estuvieran en su lugar. Se puso su reloj para no olvidar la hora en que tenía que regresar a casa, por aquello de que a los vampiros no les gusta la luz del día. Estaba lista para iniciar la noche.
Su papá y su mamá ya estaban reunidos en la mesa, comían deliciosos tamales de dulce y tomaban jugo de betabel, para tener fuerzas suficientes para toda la noche.
- ¿Qué camino tomarás hoy, hija? - preguntó su papá.
- ¡No quiero ir a ningún lado, quiero quedarme en casa! Lo único que deseo es estar en la cama con mi libro. –dijo Ara un tanto molesta.
- ¡De ninguna manera! Tienes que alimentarte y saldrás aunque sea arrastras.
Ara terminó de cenar y sola se fue a recorrer los campos en busca de sangre. Caminó y caminó durante minutos, que a ella se le hicieron horas y horas. Cansada de no ver gente –y no precisamente para chuparle la sangre, sino porque ella quería jugar y platicar – se sentó en un árbol frondoso y vio a la luna en cuarto menguante.
- Pobre lunita, debe estar tan sola como yo –pensó Ara–. Y yo aquí buscando gente para chuparle la sangre y a mí que ni siquiera me gusta.
En eso vio a un burro solitario que pastaba en esa oscura noche y que cojeaba de una de las patas delanteras. Ara se acercó cuidadosamente a él y comenzó acariciarlo, a decirle cosas hermosas al oído:
- ¡Qué burrito tan bonito, lisito y limpio!, ¿cómo te llamas?
El burro, como si entendiera, se le quedaba viendo con esa mirada tierna y húmeda que esos animales.
- ¿Por qué cojeas burrito? ¿En dónde te duele? –preguntó Ara.–
Comenzó a revisarlo con cariño y delicadeza. El burro se dejaba con confianza al sentir una mano que no le pegaba.
Los dos estaban con la luz de luna en cuarto menguante, con el árbol frondoso y místico de la noche y al fondo con el campo sembrado de maíz. La amistad y el amor entre ellos era lo más bello que habían experimentado. Ara pensaba llevarse al burrito a su casa, al fin que parecía no tener dueño, además tenía espacio para que anduviera libre. Lo cuidaría, le daría de comer y ambos, todas las noches, saldrían a dar paseos por los rincones del pueblo y del campo.
En eso pensaba la pequeña Ara, cuando escuchó el murmullo de la gente que se dirigía hacia ella. No entendía lo que pasaba, ni los gritos, ni las antorchas, ni las piedras en sus manos.
- ¡Ahí está uno de los vampiros, vamos a apedrearlo! –dijeron los lugareños.–
La multitud se abalanzó hacía ellos. Ara quiso correr pero el burro se resistía a caminar, quizás por su pata lastimada o por el cansancio de haber andado por tantos caminos.
- Burrito, ¡vámonos rápidamente que me quieren matar! Pero el animal se aferraba a su sitio, quizás no comprendía lo que sucedía.
Ara no quería irse sin su burrito, así que se quedó al lado de su amigo. Entonces llegó la gente con piedras y palos en las manos.
Lanzaron una piedra y dio secamente en la frente de Ara, quien se desmayó de inmediato. La muchedumbre gritaba pidiendo venganza.
- ¡Vamos a llevarla al pueblo! –proponían los lugareños.
El burrito comenzó a dar de patadas contra la personas, a uno le pateó las costillas; a otro lo pateó en la cabeza y se desmayó. Todos se asustaron creyendo que era un burro del demonio. Poco a poco fueron cayendo, pero de repente se escuchó el sonido de un balazo. Era un anciano que había disparado su rifle, de suerte que la bala se incrustó exactamente en el vientre del valiente animalito.
Al burrito se le doblaron las patas traseras y sintió un fuerte dolor en lo más hondo de su cuerpo, pero aun así logró pararse y defender a su amiga. Luchó con mucho más coraje contra la gente, que salía disparada por aquí y por allá, hasta que todos quedaron aniquilados.
Rendido, el animal se desmayó, y comenzó a recordar cuando era pequeño y todos a su alrededor lo acariciaban y lo querían. Soñó también con su mamá burra y sus hermanos burritos.
Pasaron días y días, y por fin una noche en que la luna estaba en lo alto del cielo oscuro y acompañada de sus amigas las estrellas, Ara despertó y vio a sus padres que estaban con ella.
- Hija mía perdón por obligarte a salir de noche a beber sangre. Ya no lo haremos nunca más. Ahora si tú quieres, podrás quedarte en casa con tus libros que tanto te gusta leer.–
Ara abrazó a sus papás con lágrimas en los ojos y supo que jamás había estado sola, que siempre tendría la compañía de sus padres.
¡Pero de pronto se acordó de su amigo, el que había defendido su vida! – Mamá… papá… mi burrito…
Ellos bajaron la mirada, y Ara a como le dieron las fuerzas, corrió hasta la ventana. Desde ahí observó con agrado que estaba su burrito mirándola a lo lejos. El animal se había salvado gracias a que le habían sacado la bala a tiempo. Aunque Ara afirma que fue su cariño lo que le salvó la vida, así como a ella le había salvado la vida el amor y amistad del burrito.
Ahora por las noches, se puede ver a Ara, la pequeña vampira, recorrer los campos con su burrito, acompañada por su amiga la luna como un testigo del cariño que se tienen.
En cuanto a los pueblerinos, dicen que aún están reponiéndose de las heridas que les propinó el valiente y noble burrito.