Reconocimientos

Antiguamente, al llegar la noche la gente salía de sus casas a conversar y a convivir entre vecinos. Se hacían fogatas y la gente se sentaba en círculo y entonces la palabra verdadera tomaba su lugar; un lugar entrañable, acariciable y lleno de experiencias. Entre pipas que los abuelos fumaban y caracolas que los niños traían en símbolo para pedir la palabra, se contaban cuentos, leyendas, mitos, que entre ficciones y realidades hacían soñar, reír y hasta tener miedo. La palabra era el fuego que unía y que daba calor; que daba miradas y abrazos; que daba sueños eternos e inspiraba a cantos por la vida.

 

Ahora la gente ya no se reúne en torno a fogata, sólo queda un individualismo frío y lejano; el celular, la tablet, el internet o la televisión nos ha alejado de nuestros vecinos, de nuestros amigos, de nuestras familias y lo que es peor de nosotros mismos.

 

Recuperemos lo más sencillo de la vida, que es la convivencia a través de la palabra: de una lectura, de una mirada y de un abrazo.

 

En un tiempo no tan lejano surgieron estos cuentos que ahora presento, porque la risa sencilla y franca de mi sobrino, que entonces era un niño, inspiraron con sus juegos, su imaginación y su enorme avidez por escuchar cuentos, poemas, trabalenguas, leyendas. Él provocaba los espacios mágicos de lectura que hicieron imborrables aquellos días. La palabra tuvo un lugar preponderante en nuestras vidas, y aún lo es.

 

Estos cuentos quieren ser parte de ese reencuentro, sólo abran sus páginas y dejen volar la imaginación, como en la antigüedad.

 

Gracias a Jorge Tepepa por los días llenos de libros y de palabras, a Lety, mi esposa, por su incondicional apoyo, a Emiliano, mi hijo, por refrescar mi imaginación y mi vida. A Maritza Pérez por su tiempo en hacer observaciones y en elaborar la introducción, pero sobre todo por su linda amistad.