La princesa de Bacalar y sus lágrimas negras que guardaba en una caja
Hace mucho pero mucho tiempo, tanto tiempo que la memoria no es suficiente para recordar cada detalle de la historia que narraré, tal cual me fue contado en un pueblo mágico y lejano. Pero he aquí la historia:
Había una vez una princesa que vivía en el reino misterioso de Bacalar y su laguna de siete colores, era feliz con su familia, con sus cosas de artista que hacía todos los días y más aún porque su príncipe soñado estaba siempre a su lado.
Ambos vivían entre libélulas y flores de su jardín, entre besos y versos, entre abrazos y caminatas a la luz de la luna. Todos los veían y decían: “que buena pareja hacen”, “qué encanto de enamorados”, “qué felices se ven”. Y en verdad que era una estupenda pareja; había nacido el uno para el otro.
La princesa se vestía con sus mejores vestidos para gustarle y le daba sus mejores poemas a su amado príncipe. Él siempre la complacía en todo, la procuraba con regalos suntuosos y la invitaba a comer exquisitos manjares. Ambos se amaban hasta en el mínimo detalle.
Los príncipes cuando caminaban por la calles o cuando estaban en un restaurante, llegaban pintores y los inmortalizaban en sus lienzos, ya fuera en óleo o en acuarela. Era verdad, todos amaban a esa pareja, porque ellos irradiaban amor hacía los demás.
La familia de la princesa amaba al príncipe, le decían: “mejor partido no pudiste haber encontrado”, “sabrá darte el lugar que te mereces”, “serás muy feliz con él”. ¿Para cuándo es la boda? – les preguntaban y ellos se miraban y sonreían y sus corazones latían de felicidad.
Por fin, un día de octubre se casaron. Ella con sus ojos verdes le dijo al oído: “te amaré en esta vida y en todas las vidas que tenga en el futuro, siempre estaré contigo”. En tanto, el príncipe le dijo: “eres el amor de mi vida y quiero estrechar tu mano eternamente”. Ambos se dieron un beso prolongado y los invitados aplaudieron a la linda pareja de recién casados. En el reino de Bacalar y su laguna de siete colores sonaron cohetes por la boda y hasta el sol parecía compartir la dicha de los príncipes. No había una sola nube negra a su alrededor que presagiara funestos acontecimientos. Todo era felicidad.
Si, en verdad que eran felices y su hogar siempre se vestía de flores perfumadas, de gardenias coloridas y a olor a fresco. La luz de la mañana verde y del azul del atardecer eran corazones que unían sus vidas.
Pero sucedía que al anochecer, cuando se daban el beso de buenas noches y cerraban los ojos, la princesa se volteaba y derramaba una lágrima negra por su mejilla. Antes de que se secara, la tomaba delicadamente con sus dedos y la guardaba en una cajita de madera que tenía en su buró. Entonces miraba hacia la ventana y sus recuerdos se perdían en el horizonte.
Pasaron días, pasaron semanas, pasaron meses, un año y otro más. Las canas llegaron y con ellas la vejez; los príncipes habían envejecido y ahora sólo esperaban el final de la vida. Aún se tomaban de la mano y se llenaban de besos, se juraban que aún después de la muerte estarían juntos.
Una noche de abril, cuando las estrellas lucían sus mejores luces en lo alto del cielo oscuro, la princesa supo que había llegado el final de su vida. Sus ojos verdes derramaron la última lágrima negra, rodó por su mejilla y la tomó entre sus dedos y la colocó en la cajita de madera. Se levantó sin hacer ruido y se colocó en la ventana de su cuarto. Tomó la cajita y las lágrimas negras contenidas durante tantos años salieron en forma de viento negro. La princesa lloró aún más y sólo musitó al viento: “hasta siempre amor mío”.
La princesa de Bacalar y su laguna de siete colores había liberado a sus lágrimas negras, aquel amor que no era el príncipe, sino un amor lejano que había querido enteramente, como solamente una vez en la vida se puede amar. Era un amor diferente a ella, no era de su clase social ni tampoco de su mismo color de piel; ella era blanca como la nieve y él era moreno como la tierra. Había tenido miedo de irse con ese plebeyo, de fugarse, de ser señalada, de los rumores por andar con alguien diferente a ella. Había tenido miedo a todo, por eso había optado por estar con alguien igual a ella y que supiera darle el lugar que se merecía en la sociedad. Si, había representado una obra teatral de amor fingido, sin saber que ella había sido la actriz principal.
La princesa se sentó en la ventana, cerró sus ojos y sintió como la refrescaba el viento negro de abril. Sonrió y fue todo.
Cuentan los ancianos que hay en Bacalar y su laguna de siete colores un cierto día de abril que llueve con el sol acuestas. Dicen que es la princesa quien derrama sus lágrimas negras por aquel amor que nunca se atrevió a amarlo en pareja.
Esta fue la historia que alguna me vez me contaron en Bacalar y su laguna de siete colores. No sé si sea cierta o falsa la historia, pero se me figura que en cada nube negra hay versos que alimentan a los árboles de por esos lugares.