Aquella orca que debía ser feliz en un acuario

 

 

Hubo una vez un grupo de marineros que atraparon a una Orca.

Uno de los marineros, el de la cara afable, el que siempre sonreía, se le acercó y le dijo:

 

- Se buena. Nadie te hará daño, te llevaremos a un acuario para que hagas feliz a los niños. Te irá bien, te darán de comer todos los días.

 

La Orca se quedó pensativa.

 

Pasaron algunos días y la orca se encontró con una enorme alberca. Se paseó de un lado a otro y sólo encontró un muro transparente infranqueable.

 

Pronto llegó el domador, aunque a él le gusta que le llamen entrenador. Se metió al agua y acarició a la Orca y le dijo cariñosamente:

 

- Aquí todos te queremos y yo un poco más. Vendrán a verte mucha gente, sobre todo niños, así que será importante que los hagas felices. A cambio te daré un montón de pescados.

La Orca se quedó pensativa.

 

Pasaron los días y las semanas y la Orca comenzó a aprenderse muchas rutinas. Su domador, perdón su entrenador, era feliz, porque quizás le aumentarían el sueldo.

 

Entonces llegó el dueño del acuario, justo un día antes de que abriera el espectáculo de la Orca al público.

 

- Hermoso animalito he pagado muchísimo dinero por ti, por lo que ahora quiero que seas una buena y linda Orca y hagas felices al público de mañana. Ya vendí todos los boletos y los niños te esperan con mucho amor.

 

La Orca se quedó pensativa.

Llegó la hora del estreno. El acuario estaba repleto de niños y sus padres que aplaudían y gritaban por tanta emoción.

 

La Orca daba giros en el aire, salía y entraba al agua una y otra vez. Bañaba a la gente con su enorme y portentoso chorro de agua. Y el público le aplaudía.

 

La Orca era feliz con todo lo que veía. Pensaba: debieron de atraparme desde que era pequeña para ser y hacer feliz a todo el mundo.

 

Si, la Orca era feliz en su nuevo hogar y con su nueva familia.

 

Llegó el momento culminante: tendría que darle un beso a un niño.

 

La Orca pensó que su rutina la culminaría con broche de oro, sobre todo porque ya amaba a los niños.

 

El niño, un regordete, güero y pecoso, se acercó a la Orca y ésta se acercó suavemente, tratando de no lastimarlo. El pequeño le dijo:

 

- Orquita, se buena conmigo y dame un beso.

 

La Orca se acercó un poco más para besarlo, con un cuidado tal que parecía su propia madre. Pero de pronto: ¡Z  A  Z! La orca se devoró al niño en tan sólo un segundo. La gente gritó de pavor y todos a coro pidieron y exigieron que mataran a la Orca asesina.

 

La orca se quedó pensativa

 

Ella era buena y eso nadie lo podía dudar, pero ante todo era congruente con su propia naturaleza. Antes que nada era una Orca, una cazadora y eso ningún ser humano lo podía cambiar.