Rosy y el perro café
Rosy no es precisamente la niña más aplicada del grupo, ni mucho menos de la escuela. Aunque tampoco es la más atrasada de sus compañeros; es simplemente Rosy, la soñadora, a la que le encantan los animales, especialmente los perros y es un tanto despistada.
Rosy es delgada, usa lentes pues no ve bien de lejos, su piel es clara y por eso sus amigos la dicen la güera. Le encanta leer cuentos de hadas y pinta en sus ratos libres. Pero lo que más le gusta es ayudar a los perros callejeros.
Un día, cuando salía de su casa para irse a la escuela, vio un perro todo café que buscaba comida en un bote de basura.
- ¡Ehhhhhhh perrito, ven para acá!
El perro callejero sin pensarlo mucho se acercó a Rosy, le olió la mano y la miró a los ojos como buscando un poco de cariño y alimento.
- ¡Qué lindo perrito! –dijo Rosy.–
De su mochila sacó su torta de jamón y se la dio al pobre perro callejero. El animalito comenzó a comer para quitarse el hambre de varios días.
Rosy continúo su camino para llegar a tiempo a la escuela, pero al volver la vista atrás, vio que el perrito café la seguía de cerca; había dejado la torta casi a la mitad.
- ¡Vete a comer perrito, yo me tengo que ir a la escuela!
El perrito no entendía lo que le decían o simplemente era más fuerte el querer tener una compañía.
Rosy continúo su camino, un poco confusa por el perrito. Llegó a la escuela y antes de entrar le dijo al animalito:
- No puedes entrar a la escuela conmigo –dijo Rosy tiernamente al perrito –mejor sigue tu camino y ojalá encuentres comida.
Rosy entró a la escuela, pero desde su salón veía que el perro café se había echado a las puertas de la escuela. Pronto se aburrirá y se regresará a sus rumbos –pensó Rosy.– Pero pasó el tiempo y el perrito seguía echado.
- Debe de tener mucha hambre y sed. ¡Pobre perrito café! ¿Qué puedo hacer si ya no tengo torta ni dinero para comprarle algo?
Rosy no lograba poner atención a la clase de la profesora Teté, sólo pensaba en cómo ayudar al animalito.
- El adjetivo calificativo es la palabra que nos dice como está el sustantivo a que se refiere –explicaba la profesora Teté.
Rosy sólo veía cómo se movían los labios de su maestra y solamente pensaba en cómo alimentar al perrito callejero.
En eso se le ocurrió una brillante idea: robarse una torta. Vio la mochila de su compañera de enfrente en la que sobresalía una bolsa de papel y que seguramente era de la torta. Aprovechó que todos estaban atentos a la clase, poco a poco y con enorme agilidad fue sacando la bolsa. De su frente caían gotas de sudor y sus manos temblaban. ¡Pero por fin la bolsa estaba en sus manos!
La revisó con cautela y… ¡ohhhhhhh!, ¡vio con desagrado que no era una torta sino una bufanda!
- ¡Ayyyyyyy me equivoqué. Ahora el perro no tendrá frío pero seguirá con hambre –pensó Rosy.–
Nuevamente planeó cómo conseguir una torta. Su imaginación volaba por los cielos del patio de la escuela. De pronto empezó a gritar:
- ¡Ayyyyyyyyyyyyyy! –Rosy fingió un desmayo y el grupo se espantó al verla en el suelo.–
- ¡Todos vayan a buscar ayuda! –gritaba la profesora Teté.–
Los niños salieron corriendo espantados. Iban de un lado a otro, hasta se tropezaban entre ellos. La maestra también estaba asustada y desesperada por ver que nadie venía con ayuda.
Rosy aprovechó la confusión para esculcar varias mochilas de sus compañeros y así quedarse con varias bolsas, por aquello de no equivocarse nuevamente.
Cuando ya todos volvieron con ayuda, Rosy ya estaba en su lugar con una sonrisa enorme. Todos la miraron con extrañeza y más de uno creyó que se había vuelto loca.
La clase continúo y pronto la alarma anunció la llegada del recreo. Los niños sacaron sus tortas para comérselas y Rosy quedó asombrada al ver que cada quien tomara su torta.
Rosy veía tras las rejas de la escuela cómo seguía echado el perro café y a lo lejos le decía que esperara que pronto iría a darle de comer y juntos caminarían a casa.
Una vez terminado el descanso, Rosy y los niños regresaron a clase y poco a poco se fueron dando cuenta de que algo les faltaba.
- Maestra, maestra me robaron mi bolsa en donde tengo mis colores –dijo Fabiola.–
- A mí me robaron una bolsa en donde tenía mis soldaditos –dijo Germán.–
- A mí me robaron una bolsa de dulces –dijo Elena.–
- A mí me robaron mi bolsa en donde tengo mis estampas –dijo Carlos.–
Rosy se había equivocado al tomar las bolsas, ninguna contenía tortas, todo era chucherías sin valor para ella y mucho menos para el perro.
- ¿Quién tomó las cosas de sus compañeros? –preguntó la profesora Teté.-
Nadie dijo nada. Todos estaban sorprendidos por lo que pasaba. No sospechaban de alguien en especial, porque nunca había pasado algo semejante.
- ¿Hay que miedo y si fue el fantasma de la escuela? –preguntó Mario.–
- ¡A lo mejor fue la mano peluda! –dijo Alicia.–
- ¿Y si fue el duende Casimiro que se metió al salón? –dijo David.–
- A lo mejor fue algún niño de otro grupo -afirmó Lupita.–
- Quizás se metió un ladrón malvado que quería nuestras cosas para venderlas –dijo Pablo.–
- Nada de eso es posible –dijo la profesora Teté- Más vale que aparezcan las cosas lo más pronto posible, sino todos quedarán sin recreo durante un mes.
Nuevamente hubo silencio. Rosy estaba apenada por lo sucedido y ahora no sabía cómo salirse del problema.
La clase terminó y los niños acomodaron sus cosas para irse a casa. Estaban pensativos: ¿quién sería ese ladrón?
Rosy a como pudo acomodó sus cosas con todo lo que no era de ella. Tomó camino rumbo a su casa, con el perro a su lado.
- ¿Y ahora qué hago perrito? Y todo para qué ni hayas comido. Bueno, ahorita en la casa veré que te doy para alimentar tu estomaguito.
A pesar del problema, los dos iban felices, con una sonrisa de oreja a oreja. Rosy pudo darle de comer y de beber al perro café y hasta jugaron por la tarde con la pelota.
Rosy tenía en su cabeza el problema, además se sentía mal por haberles quitado las cosas a sus amigos.
Por fin, se decidió hablar con sus papás. Esperaba lo peor: castigo sin domingo por un mes o más, mandarla a una escuela militar, correrla de la casa, meterla a la cárcel, hacerla trabajar en las vacaciones, correr a su perro café, entre otras cosas.
- Mamá… papá… yo hice algo feo el día de hoy en la escuela.
Los papás abrieron los ojos y quedaron callados para escuchar el relato de Rosy. Cuando terminó de contar la historia, los padres soltaron una carcajada ante la ingeniosa travesura de su hija.
- Hija eres muy imaginativa para hacer las cosas. Pero no es necesario que les quites las tortas a los demás.
Rosy escuchaba atenta a lo que decían sus padres, pero ya se sentía aliviada por lo confianza que le habían dado.
- Probablemente si les hubieras contado a tus amigos, más de uno, te hubiera dado la torta para que comiera el perro. O te hubieras esperado hasta llegar a casa.
- Si papá, no lo volveré hacer, para la otra esperaré a platicar con ustedes.
- También puedes platicar con tu profesora para que te ayude.
- Pero, ahora me expulsarán de la escuela –dijo con miedo Rosy.–
- No pasará nada, no te preocupes. Ya duérmete que es de noche. Y por tu perro callejero… pues nos lo podemos quedar para que cuide la casa y nos acompañe.
Al día siguiente, los papás de Rosy fueron a hablar con la profesora Teté y la situación incómoda se aclaró para bien de todos. Los niños volvieron a tener sus cosas.
Rosy, ese día, llevó a su perro café y todos lo admiraron y le convidaron de su torta. El perrito fue feliz con tanta comida que jamás en su vida había soñado y con la compañía de su nueva amiga: Rosy.