Calixta y el picaflor

 

 

La mañana había comenzado para Calixta. Era su primer día en una escuela de la Ciudad de México; antes había estado en una de su pueblo, en la sierra de Oaxaca. Entró al salón de clases vestida con el uniforme de la escuela: falda azul y suéter amarillo. Además, iba con un rebozo de colores llamativos y con zapatos de hule verde.

 

- A ver niños pongan atención, hoy le damos la bienvenida a una nueva compañera y quiero que la ayuden en sus estudios –dijo la profesora Mariana.–

 

Los niños quedaron callados por la nueva integrante del grupo. No quitaban la mirada en la niña del rebozo.

 

- ¿Cómo se llama? –preguntó Verónica.–

- A ver preséntate ante tus nuevos compañeros, para que de una vez se hagan amigos.

 

La niña bajó la cabeza y con enorme temor y timidez dijo: “me llamo Calixta”. Los alumnos comenzaron a reírse, algunos hasta azotaban sus manos en la banca y otros más hasta al piso iban a dar por tanta carcajada.

 

- ¡Silencio! –dijo la profesora Mariana.–

 

Los niños callaron, pero aún se escuchaban murmullos de risas y burlas.

 

- ¿Y dinos Calixta qué te gustaba hacer en tu pueblo? –le preguntó la profesora Mariana.–

 

Calixta mantenía abajo su cabeza, ya no quería hablar, pues sabía que volverían a burlarse de ella. La profesora insistió.

 

- En mi pueblo tenía un picaflor que llegaba hasta mi ventana y le daba un poco de azúcar con agua –al fin respondió Calixta.–

 

Nuevamente los niños comenzaron a reírse, hasta se agarraban la panza de tanta carcajada.

 

- jajajajaajajajajaj ¿qué es eso? Ajajajajaajajjaaj –reía y preguntaba Armando.

- Ajajajajajajajaj ¿a poco es una flor que te pica? Ajajajajajajaj –se burlaba Paco.–

 

Las risas continuaban y la profesora no podía controlarlos, hasta que dio un grito que asustó a todo el grupo.

 

- ¡Ya basta! ¡Guarden silencio! Los picaflor son los chupamirtos o los colibríes y son pajaritos que se alimentan del néctar de las flores. No hay razón para burlarse.

 

Los niños callaron y Calixta fue a sentarse a la banca del fondo. La clase continuó hasta que llegó el recreo. Todos los niños salieron al patio entre gritos, carreras y empujones.

 

Calixta fue la última en salir, no sabía hacía donde ir ni con quien platicar, así que tomó su torta de huevo con frijoles y cuando se iba a sentar se acercaron varios compañeros de su clase y comenzaron a rodearla.

 

- ¡Háganle una rueda al picaflor! –decían los niños al momento de rodearla y girar en torno a ella.–

Picaflor, picaflor

Te picará con sus zapatos de hule

Picaflor, picaflor

Te picará con su rebozo

¡Aquí está el picaflor!

 

La profesora Mariana los vio desde lejos y creyó que los niños jugaban con ella a la rueda de San Miguel. Comenzó a platicar de sus cosas con su amiga Nora y se olvidó de los juegos de los niños.

 

Mientras tanto, los alumnos continuaban molestando a Calixta, aquella niña hija de campesinos, con sus trenzas, su rebozo colorido deshilachado, zapatos de hule y una bolsa de mandado en la que guardaba sus útiles.

 

Primero Paco le dio un leve empujón. Luego Martín le quitó el rebozo y lo aventó al suelo. Mientras todos le gritaban: ¡Calixta el picaflor!

 

Calixta se mantuvo en pie, con la dignidad que tienen los indígenas, sólo con la mirada fija en el piso.

 

- ¡Picaflor, picaflor! –decían a coro.–

 

Juan se acercó y le dio un leve golpe en la espalda y ella lo vio con esa mirada de niña desvalida que no sabe qué pasa a su alrededor.

 

Nuevamente Juan se acercó y le volvió a pegar, ahora en el brazo. Levantó el rebozo del piso y se lo tiró a la cara de Calixta. Nadie la defendió, estaba sola contra la burla de quienes no la aceptaban, de aquellos que no querían que hubiera cerca de ellos niños diferentes.

 

Por fin los juegos habían concluido y Calixta pudo descansar un rato. Comió su torta y tuvo un momento de tranquilidad a solas.

La clase había terminado, por hoy.

 

Calixta llegó a la casa desalentada por su primer día en la escuela. Se sentía triste y desanimada. Sólo se acostó en la cama y se puso a recordar lo que le habían hecho.

Sus papás se dieron cuenta de la tristeza de su hija.

 

- Hijita, ¿qué tienes?

- Nada

- Dinos qué te pasa para ayudarte.

 

Calixta no sabía cómo explicarles lo que había pasado, porque ni ella misma entendía las razones de las agresiones de sus compañeros.

 

- No pasa nada. Sólo que no me gusta la escuela. ¡Ya no quiero ir! –dijo Calixta.–

- Pero hija, siempre te había gustado ir a la escuela. ¿Te hicieron algo o la maestra te regañó?

- No, es que … –vaciló Calixta al no confesar la verdad.–

- Anda hija dinos, que nosotros te queremos mucho y trataremos de ayudarte –dijeron los papás.–

- Es que los niños de mi salón se burlaron de mí, me hicieron una rueda y me dijeron que yo era un picaflor. Además me dieron de empujones.

 

Los papás escucharon la historia de Calixta y se enojaron con esos niños que la habían maltratado.

Al día siguiente, Calixta y sus papás llegaron a la escuela.

 

- Perdone profesora queremos hablar con usted –pidieron los papás.–

- Claro que sí, dígame en que les puedo servir –contestó la profesora Mariana.

 

Los papás explicaron lo sucedido y la profesora comprendió lo que había pasado el día anterior.

 

- No se preocupen, cuidaré de Calixta y trataré de hablar con los niños para que la acepten en el grupo.

 

Los papás se fueron tranquilos a su casa, confiaban en que no volverían a molestar a su hija.

 

La profesora Mariana pidió saber quiénes eran los culpables del maltrato a Calixta. Al principio nadie respondió pero ante la insistencia, los niños levantaron la mano poco a poco. El grupo estaba callado, sabían que mandarían llamar a sus papás o que los castigarían o que los expulsarían de la escuela. Por la mente de los alumnos pasaron miles de historias posibles.

La profesora Mariana los vio a los ojos, guardó silencio durante unos segundos.

 

- No tienen por qué burlarse de Calixta. Un picaflor es un pájaro hermoso. Además debemos estar orgullosos de nuestras raíces indígenas y podemos respetar que cada persona es diferente. Todos los que hemos nacido en México somos indígenas, por lo que nunca debemos utilizar la palabra indígena como ofensa.

 

Los niños quedaron pensativos, avergonzados y tristes por lo sucedido. Al final de cuentas no hubo castigados, pero los alumnos comprendieron que todos somos iguales y que todas las personas merecen respeto.

 

Ahora, la niña juega con sus compañeros y le dicen de cariño: Calixta la picaflor.