¡Ojalá en el šeol me escondieras,

me ocultaras hasta cuando pase tu ira,

fijaras una fecha para acordarte de mí!

¿Pero puede el hombre muerto revivir?

Todo el tiempo de mi milicia esperaría

ansioso a que llegase mi relevo.

Te llamaría y tú responderías

anhelando la obra de tus manos:

no controlarías mis errores,

como ahora cuentas mis pasos;

cerrarías en un saco mi delito,

blanquearías con cal mi pecado.

Como monte que acaba derrumbándose,

como rocas desplazadas de su sitio,

como agua que erosiona las piedras,

como aluvión que arrastra el barro,

así acabas tú con la esperanza del hombre.

Lo aplastas para siempre y se va,

lo desfiguras y luego lo olvidas.

Medran sus hijos y no se entera,

son despreciados y no lo advierte.

Sólo siente el dolor de su carne,

tan sólo se lamenta por su vida.

Job, capítulo 14, versos 13-22,