Se acaba el fin de semana. La suave luz de la tarde entra de lado en la cocina de Rebecka en Kurravaara.
Måns mira a Rebecka. La echa tremendamente de menos a pesar de tenerla a apenas medio metro de distancia. Su pelo castaño y liso. Los ojos con un ribete gris oscuro alrededor del iris. La ha abrazado. Le ha hecho el amor con delicadeza. Tiene el cuerpo lleno de cardenales. Todavía se encuentra mal, está muy cansada y le dan mareos por la conmoción cerebral.
Måns le mira la cicatriz que le corre por el labio. Le gusta. La cicatriz le gusta especialmente. Le gustan las cosas feas. Le inspira una ternura que le recuerda a la que sintió cuando sostuvo a su hija en los brazos por primera vez.
—¿Cómo te encuentras? —le pregunta y le sirve una copa de vino.
Rebecka lee la etiqueta. Demasiado bueno. Malgastado en ella.
—Bien —responde.
No siente nada respecto a lo que ha pasado. Ni piensa nada. ¿Cómo se sintió allí en el agujero? ¿Al ser engullida por el río? Fatal, evidentemente. Pero ya ha pasado. Rebecka puede percibir la preocupación de Måns. Su miedo a que enferme de nuevo. Habla con voz suave, demasiado suave.
Hay algo que los separa. Rebecka deseaba muchísimo que él subiera a abrazarla, pero ahora que lo tiene allí prefiere esconderse en su cansancio y en sus cardenales.
Y no puede dejar de pensar cuando Tore apareció con la motonieve y ella creía que era el final. Cuando por poco se ahoga en el hielo. No pensó en Måns ni una sola vez. Pensó en su abuela y en su padre. Pero no en Måns. No se acordó de él hasta que Anna-Maria le pasó el teléfono.
Se oye un coche entrando en el patio. Rebecka se acerca a la ventana de la cocina. Es Krister Eriksson. Se baja del coche y camina extrañamente inclinado hacia delante hasta la puerta. Ella golpea la ventana con los nudillos, le hace una seña y luego le indica hacia arriba, con un movimiento de «ven aquí» con la mano.
Al cabo de unos segundos está en el umbral de la puerta de la cocina del piso de arriba. Måns se levanta.
—Lo siento —dice Krister—. No sabía que estabas… Tendría que haber llamado.
—No, no —asegura Rebecka.
Presenta a los dos hombres. Måns alarga la mano.
—Un segundo —dice Krister Eriksson—. Sólo voy a…
Se baja la cremallera del abrigo.
Dentro esconde un cachorro. Pequeño y con el hocico chato. Se ha quedado dormido con el calor del interior del abrigo, respira fuerte y empieza a moverse un poco en sueños cuando Krister se baja la cremallera.
—Si lo aguantas podré saludar mejor —le dice a Rebecka pasándole el cachorro.
Krister se ríe al verle la cara de fascinación.
El perrito se despierta. Todavía está ciego. Es tan pequeño que cabe en las manos de Rebecka.
—Oh, cielos —susurra.
Es tan suave, caliente e indefenso. Huele a cachorro.
Vera se acerca moviendo la cola y se mete entre las piernas de Rebecka.
—Podrás saludarlo otro día —le dice Rebecka a Vera.
—¿Es de Tintin? —pregunta mientras Måns y Krister se dan la mano. Måns se estira un poco, mete barriga. Mira con curiosidad la cara de Krister, pero procura no ser descarado.
—Sí —responde Krister—. Han nacido un poco pronto, pero ha salido todo bien. Es tuyo, si lo quieres.
—¿No lo dirás en serio? —dice ella—. Un cachorro de Tintin, debe de valer…
—Me han contado lo que hiciste —dice Krister Eriksson mirándola directamente a los ojos.
Le importa una mierda que su novio esté allí. Ya podrían estar todos los hombres del mundo. Él la mira a los ojos y la mira realmente a los ojos.
Rebecka le devuelve la mirada.
—No puedes tener perro —le dice Måns a Rebecka—. Tú misma has dicho que no sabes qué hacer con Vera. Con lo que trabajas. Y cuando te vengas a vivir conmigo a Estocolmo… Los perros no pueden vivir en una gran ciudad.
Coge a Rebecka por la nuca en un gesto juguetón pero decidido. El gesto es para Krister. Es mía, significa.
Después le pregunta a Krister si quiere una copa de vino. Krister dice que tiene que conducir. Rebecka mira al cachorro.
—¿Cómo ha ido con Kerttu Krekula? —pregunta Krister.
—Los interrogatorios no han aportado nada —murmura Rebecka con los labios y la nariz pegados al perrito—. Dice que ella y Tore intentaron frenar a Hjalmar. La hemos soltado. No hay más pruebas que el testimonio de Hjalmar y no es suficiente para acusarla.
Krister cierra los ojos unos segundos. Se imagina a Kerttu en su casa, aislada del pueblo. Isak es su única compañía.
—Ha tenido la suerte —dice—. Pero se condena a sí misma a un castigo todavía más duro que lo que haría la ley.
—Tengo que irme —añade después—. No puedo tenerlo separado mucho tiempo de Tintin. Está en casa con los otros tres.
Se permite descansar un poco más los ojos sobre Rebecka.
—No tienes que decidirte ahora —le dice—. Piénsatelo. Será un buen perro.
—¿Te crees que no lo sé? —dice Rebecka—. No sé qué decir.
—¿Gracias? —propone él y sonríe.
—Gracias —responde ella también con una sonrisa.
Le devuelve el cachorro. Sus manos se tocan. Måns carraspea impaciente.
Krister Eriksson baja por las escaleras con el perrito dentro del abrigo. Se coge de la barandilla. No quiere correr el riesgo de caerse con el cachorro en sus manos.
Se sienta en el coche. El perro está acurrucado dentro del abrigo en el asiento del copiloto.
Gira la llave, junta los labios, mira al perrito, que se ha vuelto a quedar dormido. Piensa en la mano de Måns Wenngren agarrando la nuca de Rebecka. Se los imagina besándose allí arriba. A Måns diciendo: parece que está coladito por ti, el poli ese.
Cuando llega a casa le devuelve el perrito a Tintin, que lo lame meticulosa.
Le acaricia la cabeza a la perra. Se ha tumbado de lado y deja que el cachorro y sus hermanos mamen juntos. Las persianas están bajadas. La habitación está oscura, aunque fuera la tarde de primavera es clara.
«¿Qué me creía? —se pregunta a sí mismo—. ¿Qué se echaría a mis brazos?»
Se la imagina metida en el agujero y logrando sacar a su perra. Después la ve siendo arrastrada por debajo del hielo. Intenta pensar que el amor consiste en dar, no en recibir. Debería ser suficiente ser sólo una persona que da. Amar sin esperar nada a cambio. Pero no lo consigue. Quiere estar con ella. Y la quiere para él solo.
—Creo que la quiero —le dice a Tintin—. ¿Cómo coño ha ocurrido?