Rebecka se desliza por debajo del hielo. No hay aire. Agita desesperada las manos.
Siente que la cabeza le va a estallar por el frío, que sus pulmones van a reventar.
Entonces se golpea las rodillas y la espalda al mismo tiempo. Se ha quedado encallada, encallada de cuatro patas. La corriente la ha llevado hasta la orilla. Tiene las rodillas y las manos sobre piedras heladas y la espalda apretando contra la capa de hielo.
Logra subir un poco los pies, los pone a la altura del ombligo. Luego empuja con las piernas con todas las fuerzas que le quedan.
Y el hielo cede. Junto a la playa ha perdido grosor y se ha vuelto frágil. Rebecka lo atraviesa hasta ponerse de pie. Aspira aire con los pulmones. Después sólo grita. Grita y grita.
Hjalmar deja de cantar de repente y mira consternado a Rebecka, cuyo torso ha emergido del hielo como una planta.
Ella grita hasta que se le quiebra la voz.
—¡Calla! —chilla al final Hjalmar—. ¡Deja de gritar! Ven y coge a la perra.
Tintin yace como inerte a su lado.
Entonces Rebecka empieza a llorar. Sale tambaleándose del quebradizo hielo llorando y jadeando. Pero Hjalmar se pone a reír. Ríe tanto que le duele la barriga. Lleva años sin reírse, quizá alguna vez si veía algo divertido por la tele. Apenas puede respirar.
Rebecka sube a la cabaña para coger una pala. Por el camino vomita dos veces.