Anna-Maria Mella, Sven-Erik Stålnacke, Fred Olsson y Tommy Rantakyrö se bajan del Ford Escort de la inspectora, al lado de los coches de Hjalmar y Rebecka.

—Tengo un mal presentimiento —dice Sven-Erik oteando el bosque, donde ve humo subiendo hacia el cielo desde una cabaña.

—Yo también —dice Anna-Maria con gravedad.

Ha cogido su arma de servicio, igual que los compañeros.

De pronto oyen gritar a alguien. Es un grito terrible que rompe de cuajo el silencio. Un grito que no quiere parar. Un grito inhumano.

Los policías intercambian miradas. Nadie consigue decir nada.

Entonces oyen una voz de hombre que grita: «¡Calla! ¡Deja de gritar!»

El resto no lo oyen, porque ya están corriendo por la vieja marca de las motonieves. Tommy Rantakyrö, el más joven, va en cabeza.