Laura Krekula se tomó su tiempo para abrir la puerta y luego se quedó mirando a los policías que había al otro lado. Anna-Maria Mella no pudo abstenerse de desenfundar la placa.

Percibió el miedo en los ojos de la mujer. Tommy Rantakyrö y Fred Olsson también tenían un aspecto serio.

«No me da pena —pensó Anna-Maria Mella—. ¿Cómo demonios se puede haber casado con ese tipo?»

—¿Otra vez aquí? —dijo Laura Krekula con voz débil.

—Estamos buscando a Tore Krekula —dijo Anna-Maria Mella.

—Pues está trabajando. A estas horas ¿cómo va a estar en casa?

—¿El coche ese de ahí es suyo? —preguntó la inspectora.

—Sí, pero hoy ha llevado un transporte a Luleå y no volverá hasta la noche —respondió la mujer.

—¿Te importa si entramos a echar un vistazo? Uno de los camioneros del garaje nos ha dicho que estaba en casa.

La mujer se hizo a un lado y los dejó entrar.

Abrieron los armarios. Miraron en el garaje y en el lavadero. La mujer no se movió del recibidor. Al cabo de cinco minutos los policías le dieron las gracias y se despidieron.

Cuando se hubieron marchado, Laura Krekula subió a la planta de arriba. Sacó la gran llave hexagonal de la trampilla del desván. Giró, dejó caer la puertecilla y desplegó la escalera.

Tore Krekula bajó por ella.

Pasó al lado de su esposa y en pocos pasos bajó hasta la planta baja.

Laura le seguía detrás sin decir nada. Miraba a Tore mientras se ponía las botas y la chaqueta. Entró vestido en la cocina. Untó bastante mantequilla en una rebanada de pan seco y después cortó unas rodajas de salchicha de Falun para ponerlas encima.

—Ni se te ocurra decir ni media palabra de esto —dijo con la boca llena—. No llames ni a tu madre ni a tu hermana. ¿Te queda claro?