La fiscal Martinsson se presentó en la comisaría de policía a las dos y cuarto del mediodía. En la puerta de la calle se cruzó con Anna-Maria Mella. Vera se le echó encima muy contenta y le dejó marcadas las patitas mojadas en los vaqueros.

Los ojos de Anna-Maria estaban relucientes y llenos de vida. Tenía las mejillas encendidas. El pelo parecía ansioso por estar suelto y libre, algunos mechones se salían de la trenza y parecían estar a punto de salir volando.

—¿Te has enterado? —preguntó—. Nos han llegado los resultados del laboratorio. En la chaqueta de Tore Krekula había sangre de Hjörleifur Arnarson.

—¡Uau! —exclamó Rebecka y sintió como si algo brusco la acabara de sacar del sueño. Había estado completamente sumida en el encuentro que acababa de tener con Hjalmar Krekula en el cementerio—. ¿Qué vais a…?

—Vamos a detener a Tore Krekula, evidentemente. Ahora mismo íbamos a su casa.

Anna-Maria se detuvo. Parecía sentirse culpable.

—Sé que debería haberte llamado. Pero has tenido vistas toda la mañana, ¿no? ¿Quieres venir con nosotros a detenerlo?

Rebecka negó con la cabeza.

—Antes de que te vayas —dijo poniendo una mano sobre el brazo de Anna-Maria para retenerla—. He estado en el cementerio.

Anna-Maria intentó ocultar su impaciencia.

—Ya —dijo con fingido interés.

—Hjalmar Krekula también estaba allí. Visitando la tumba de Wilma. Creo que está al borde de… no sé de qué. No está bien. Me ha dado la sensación de que quería contarme algo.

Anna-Maria prestó un poco más de atención.

—¿Qué te ha dicho?

—No lo sé, ha sido más bien una sensación que he tenido.

—No te enfades —dijo Anna-Maria—. Pero ¿podría ser que estés proyectando un poco? A lo mejor todo esto está desenterrando tu propia historia. Cuando te encontrabas mal, cuando… ya sabes.

A Rebecka se le hizo un nudo por dentro.

—Puede ser eso, claro —dijo con rigidez.

—Podemos seguir hablando cuando vuelva —concluyó Anna-Maria—. Pero aléjate de Hjalmar Krekula, ¿vale? Es un cabrón peligroso, no lo olvides.

Rebecka negó pensativa con la cabeza.

—Nunca me haría daño —dijo.

Famous last words —dijo Anna-Maria con media sonrisa—. Lo digo en serio, Rebecka. Suicidio y homicidio pueden estar muy, muy cerca lo uno de lo otro. El año pasado tuvimos el caso de un tipo que cometió suicidio múltiple, estaba en su cabaña en Laxforsen y liberó a su mujer y luego a sus hijos de siete y once años del sufrimiento de este mundo. Después consiguió matarse a sí mismo con sobredosis de pastillas de hierro normales y corrientes. Los riñones y el hígado dejaron de funcionar pero tardó dos meses en morir. Estuvo ingresado en Umeå, con tubos por todas partes, detenido por asesinato.

Se quedaron en silencio. Anna-Maria se mordía la lengua. Recordó cuando Rebecka mató a aquellos hombres en Jiekajärvi. Aunque eso fue totalmente distinto. Y cuando se volvió loca y trató de suicidarse. Pero también era diferente. ¿Por qué siempre se complicaban las cosas? El suelo de alrededor de Rebecka Martinsson estaba minado. ¿Por qué demonios se la tenía que encontrar en la puerta justo ahora?

Tommy Rantakyrö y Fred Olsson aparecieron por el pasillo. Saludaron rápidamente a Rebecka y miraron dudosos a Anna-Maria.

—Vamos a detener a Tore Krekula —dijo Anna-Maria dirigiéndose a la fiscal—. ¿Quieres estar en el interrogatorio?

Rebecka asintió con la cabeza y la batida salió por la puerta ladrando y gimiendo, con los hocicos pegados al suelo.

Rebecka se quedó donde estaba, sintiéndose fuera de todo aquello.

«Vaya, vaya —se dijo a sí misma—. Ahora sí que te has hecho pequeña.»

De repente Vera soltó unos ladridos. Krister Eriksson acababa de aparcar fuera y había soltado a Tintin y a Roy. Se le iluminó la cara en cuanto vio a Rebecka y se le acercó.

—Te estaba buscando —dijo sonriendo tanto que se le estiró la piel rosada de la cara—. ¿Crees que podrías quedarte a Tintin un rato? Tengo que entrenar a Roy y Tintin se muere de pena si tiene que esperar en el coche.

Vera estaba quieta meneando la cola mientras Tintin y Roy le olisqueaban el culo y debajo de la barriga.

—Encantada —dijo Rebecka.

—¿Cómo estás? —le preguntó Krister, y Rebecka tuvo la sensación de que podía verla por dentro.

—Bien —mintió.

Le explicó lo de la chaqueta de Tore Krekula y que lo iban a detener.

Krister se quedó callado. Mirándola con lástima.

«Joder, con el tío, sin decir nada, como a la espera de algo más —pensó Rebecka—. Pues sigue esperando.»

No pensaba contarle nada sobre su encuentro con Hjalmar Krekula en el cementerio.

De pronto Krister sonrió y le acarició rápidamente el antebrazo, como si no pudiera estar sin tocarla.

—Hasta luego. Esta tarde la paso a buscar.

Le ordenó a Tintin que se quedara con Rebecka. Luego se fue con Roy al coche y se marcharon.