Rebecka Martinsson y Hjalmar Krekula en el cementerio. Rebecka tiene la sensación de estar en un barco y que Hjalmar cae al agua. Se aferra a la borda pero ella no consigue subirlo. Dentro de poco se le helará todo el cuerpo. Se quedará sin fuerzas y se soltará. Se hundirá en el mar. Ella no puede hacer nada.
—¿Cómo estás? —pregunta Rebecka.
En cuanto termina de decirlo se arrepiente. No quiere saber cómo está. No es responsabilidad suya.
—Tengo como una irritación en la garganta o algo —responde él dándose unos golpes en el pecho con el puño.
—Vaya —dice ella.
—Tengo que irme —dice Hjalmar, pero no hace ningún ademán de marcharse.
—Ya —dice Rebecka. Tiene a la perra en el coche. También ella debería irse.
—¿Qué se puede hacer? —pregunta él y se le tensa la cara.
Ella gira la cabeza, no quiere cruzarse con su mirada.
—Cuando se me hacía insoportable solía perderme en la naturaleza —dice ella—. A veces me iba bien.
Entonces Hjalmar empieza a alejarse.
Rebecka siente que la impotencia le tira de los brazos hacia el suelo.