Måns Wenngren está sentado en su piso en la calle Floragatan. El apartamento está a oscuras y el televisor encendido, esparciendo su titilante resplandor. Dan un capítulo de Seinfeld que ya ha visto.

Rebecka no ha llamado en todo el día. Ni un mensaje ni nada. La noche antes le había escrito y llamado. Él no había respondido. Que hablara con el buzón de voz.

Ahora se arrepiente. Pero es que siempre es ella quien pone las condiciones. Ella quiere vivir en Kiruna. Ella es la que trabaja y no tiene tiempo para hablar.

—Sí, estoy cabreado —dice en voz alta en su piso vacío—. Tengo motivos.

Deja el teléfono a un lado. Si Rebecka no llama mañana, lo hará él.

—Pero no le pienso pedir perdón —dice otra vez en voz alta.

La echa de menos. Supone que harán las paces con cariño y que el fin de semana subirá para estar con ella. Puede tomarse el viernes libre. No tiene reuniones importantes en la agenda.