Octubre de 1957. Sábado. Los chicos mayores del pueblo están jugando a bandy en el hielo.

Tore le pide permiso a Isak para ir a mirar. Le parece bien. Coge su palo y sale de casa. Hjalmar también puede ir, pero primero tiene que bajar leña y agua a la sauna, en la orilla del lago. Isak ha encendido un fuego tremendo en la sauna. Por la tarde se van a bañar. Ha abierto un hoyo junto al pantalán con la sierra para que Hjalmar pueda subir agua a la caldera que se calienta con la leña.

Hjalmar carga. Tore se libra, a pesar de haber empezado la escuela ese otoño. El primer día de clase, Isak cogió a Hjalmar de la oreja y le dijo:

—Y vas a cuidar de tu hermano, ¿me oyes?

Ha pasado casi un año desde el incidente del bosque. A Tore todavía le llegan cartas y paquetes, aunque con menos frecuencia, claro. La nueva mochila para el colegio se la ha regalado el Club de Excursionistas de Estocolmo.

Hjalmar cuida de Tore. Eso implica que Tore tiene un gran poder sobre los de su misma edad e incluso sobre algunos compañeros mayores de la escuela. Tore les coge el dinero, los amenaza, les pega y decide quién va a recibir de forma regular después de las clases. La víctima será un chico flacucho con gafas que se llama Alvar. Si alguien le planta cara o directamente le pega, Tore llama a Hjalmar. Alvar tiene un hermano mayor, pero nadie quiere pelearse con Hjalmar, así que no se mete. Y su padre se ahogó hace dos años. Tore y su pandilla se divierten mucho con Alvar. Durante la última hora de clase a veces alguno de ellos levanta la mano y pide permiso para ir al baño. Cuando suena el timbre, Alvar se encuentra con los zapatos llenos de agua. O tiene las mangas de la chaqueta llenas de papel mojado. Después de la clase de gimnasia puede que le cojan los pantalones y tiene que volver a casa en calzoncillos. Alvar siempre tiene miedo. Después de la escuela vuelve a casa corriendo. Le suplica a la señorita que lo deje salir antes de que suene el timbre. Dice que le duele la barriga. Seguramente es verdad. Llega a casa con la ropa y los libros destrozados, pero nunca se atreve a explicar quién ha sido. Su hermano mayor tampoco dice nada.

Así es Tore, el pequeño héroe de Piilijärvi. Pero claro, el Club de Excursionistas de Estocolmo no sabe nada de eso.

Hjalmar ya ha terminado de llevar agua y leña para la sauna de la tarde y se puede ir corriendo al otro lado del pueblo para mirar el partido. Han hecho los palos de las porterías con ramas de abedul. No todos tienen patines, algunos tienen que correr por el hielo. Casi todos los palos están hechos en casa.

Tore se alegra cuando ve llegar a Hjalmar, pero hace como si no lo hubiese visto. Hjalmar presiente que va a pasar algo, que debería volver a casa cuanto antes, pero no lo hace.

Hans Aho dispara a portería, pero Yngve Talo la para. Alguien intenta coger el rebote, se amontonan delante de la portería.

Entonces Tore salta al hielo con su palo y su pelota de bandy. Dispara a la portería que ha quedado libre al otro lado.

—Oye, niño, fuera del campo —le grita el portero, que ha subido a atacar.

—Vamos, Tore, sal —grita una de las chicas que están mirando.

Pero Tore no les hace caso. El portero retrocede y se lo vuelve a decir.

Tore sonríe burlón y sale del campo, pero al cabo un momento vuelve a entrar y se pone a driblar con su pelota.

El juego se detiene. Los muchachos le dicen a Tore que se largue a su casa. Tore les pregunta si acaso son los dueños del lago, que no se lo ha oído decir a nadie.

—Hjalmar —grita—. ¿Son los dueños del lago? ¿Sabes algo de eso?

Cuando los mayores están jugando, los pequeños se mantienen alejados. Es una ley no escrita.

Los jugadores miran hacia Hjalmar. Hay alguno de su edad, pero casi todos son un poco mayores. Quieren ver si piensa meterse. Todo el mundo sabe que los hermanos Krekula van juntos. No es que Hjalmar tenga ni una posibilidad contra todo el grupo de bandy, pero estar en inferioridad no le suele asustar. Todos se preguntan de qué magnitud será la pelea.

Hjalmar se cabrea. Puto Tore. ¿Por qué siempre tiene que buscar bulla cuando no hace falta? Pero esta vez tendrá que arreglárselas solo. Gira la cabeza y mira hacia el lago.

Los jugadores entienden la señal. Hjalmar no piensa meterse.

Uno de ellos, Torgny Ylipää, que le tiene manía a Tore desde hace tiempo, le da un empujón en el pecho.

—Lárgate con tu mamá —le dice.

Tore le devuelve el empujón. Fuerte. Torgny se cae de culo.

—Vete tú —le contesta.

Torgny se levanta en un abrir y cerrar de ojos. Tore levanta el palo, pero otro de los chavales se lo coge y evita el golpe. Torgny ve la oportunidad y le suelta un puñetazo a Tore directo a la nariz.

—Que te largues, he dicho.

Tore empieza a llorar. A lo mejor le sale sangre. Nadie tiene tiempo de verlo. Se marcha corriendo tapándose la cara con la mano. Su palo se queda en el hielo. Uno de los jugadores lo recoge y lo deja a un lado.

—¿Jugamos?

Y reemprenden el partido.

Pasa un cuarto de hora. Después aparece papá Isak. Cruza el campo en dirección a Hjalmar. El juego se detiene y ahora tanto jugadores como espectadores miran cómo Isak agarra a su hijo mayor y sin mediar palabra se lo lleva a rastras. Lo tiene cogido con fuerza del cuello del abrigo.

Lo arrastra por el camino del pueblo sin decir ni una palabra. Sólo se oye su respiración rabiosa cuando cruzan el patio de casa. Cuando Hjalmar comprende que se lo lleva a la sauna siente una ola de pánico. ¿Qué va a hacer?

—Padre —dice—. Espera. Padre.

Pero Isak le dice que cierre la boca. No piensa escuchar ninguna explicación.

Llegan al pantalán, junto al agujero del que hace apenas una hora Hjalmar estaba sacando agua con un cubo.

Isak le arranca el gorro. Lo tira al suelo. Hjalmar se resiste, pero la mano que lo agarra por el abrigo se cierra aún más e Isak lo obliga a ponerse de rodillas al borde del agujero. De pronto tiene la cabeza bajo el agua.

Agita los brazos. La cara está a punto de reventarle por el frío. Es fuerte, consigue sacar un momento la cabeza y da una bocanada de aire, pero después Isak se vuelve poderoso otra vez.

Piensa que va a morir.

Y lo hace. La luz del sol le inunda la cabeza. Es un día cálido de finales de verano. Camina descalzo por el bosque, nota las piñas y la pinaza bajo los pies endurecidos. Va a buscar los caballos, que han estado pastando por el bosque. Los ve entre los abetos, frotándose los cuellos los unos con los otros, espantando moscas con la cola. Huele a romero silvestre y a tierra caliente. Corteza, musgo, resina. Las hormigas han hecho un camino a través del sendero en el que está él. Los caballos relinchan cariñosos al verlo.

Cuando recupera la conciencia está tumbado en el suelo del vestuario de la sauna. El fuego arde. Se pone a cuatro patas y vomita agua del lago. Después se tumba de espaldas otra vez.

Isak está de pie fumando un cigarrillo.

—En esta familia nos mantenemos unidos —dice—. Recuérdalo para la próxima vez.