29 DE ABRIL

A las seis y cinco minutos de la mañana, Rebecka Martinsson llamó a Anna-Maria Mella. Anna-Maria respondió en voz baja para no despertar a Robert. Éste se recolocó junto a su espalda y se durmió con una respiración caliente en la nuca de su mujer.

—He leído tus comentarios sobre cuando estuviste hablando con Johannes Svarvare —empezó Rebecka.

—Mmm.

—Según pone, te dio la impresión de que quería decir algo pero que para cortar la conversación se tumbó en el sofá y cerró los ojos.

—Sí, pero primero se sacó la dentadura postiza y la echó en un vaso con agua.

Rebecka Martinsson se rió.

—¿Te importa si le pido que se la vuelva a poner para hablar conmigo?

Anna-Maria fluctuaba entre distintas sensaciones. Era evidente que había que volver a interrogar a Johannes Svarvare. Le irritaba no haber caído ella misma en la cuenta y se sintió aún más rabiosa porque la fiscal quisiera repetir su interrogatorio. Aunque tuviera razón. Pero al mismo tiempo comprendía que Rebecka la llamaba para pasarle la pipa de la paz. Era todo un gesto. Rebecka era buena. Anna-Maria decidió no ponerse de morros.

—No hay problema —dijo—. Cuando hablé con él todavía estábamos sólo ante un fallecimiento que parecía un accidente con algunos detalles sin aclarar.

—Anotaste que Johannes Svarvare dijo que él y Wilma estuvieron hablando y que él habló demasiado.

—Sí.

A Anna-Maria le invadió un malestar en todo el cuerpo. Había llevado aquel interrogatorio francamente mal.

—Pero no dijo nada de lo que hablaron —preguntó Rebecka.

—No, supongo que debería haberlo presionado, no sé, pero entonces no era un caso de asesinato.

Se quedó callada.

«No empieces a defenderte», se ordenó a sí misma.

—Oye —dijo Rebecka—. Esto es genial. Lo apuntaste todo. Tuviste la sensación de que el hombre se estaba guardando algo. Así una sabe a qué atenerse para hacer la segunda ronda cuando hay más carne en el asador.

—Gracias —dijo Anna-Maria.

—A ti.

—¿Por?

—Porque me das la confianza necesaria para hablar con él.

—Siempre puedo pasar a hacer la tercera ronda si hace falta. ¿Cuándo vas a ir a hablar con él?

—Ahora.

—¿Ahora? Pero si son las…

—Sí, pero ya sabes cómo son los viejos. Cuando por fin pueden dormir todo el tiempo que siempre han estado deseando, se despiertan a las cuatro. Ya se ha levantado.

—Espero que tengas razón.

—La tengo. Estoy en el coche delante de su casa. Ahora me está mirando por detrás de la cortina de la cocina por tercera vez.

—Está loca —dijo Anna-Maria después de colgar.

—¿Quién? —murmuró Robert acariciándole los pechos.

—Rebecka Martinsson. Ha tomado el mando del caso. Y joder, la verdad es que me gusta, quiero decir que le salvé la vida allí arriba en Jiekajärvi, y cuando haces eso notas que algo cambia. Cuando está relajada es perfecta para hablar un rato. Aunque seamos tan diferentes. Es una fiscal cojonuda.

Robert le dio un beso en la nuca y apretó la entrepierna contra su culo.

Anna-Maria suspiró.

—Pero supongo que me molesta que quiera asumir el mando en serio. Preferiría encargarme yo sola.

—Tiene que quedarle claro que tú eres la líder —dijo Robert pellizcándole los pezones.

—Sí —ronroneó Anna-Maria.

—¿No te leíste un libro hace poco? ¿Cómo se llamaba… Hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no se ayudan entre ellas?

—No, lo estás confundiendo con Hay un lugar especial en el infierno para los maridos que no tienen la sensatez de aceptar sin rechistar cuando sus mujeres se quejan. Hola. ¿Qué piensas hacer con esto?

—No lo sé —le murmura al oído—. ¿Qué quiere la perra alfa?