Finales de septiembre. El sol se está poniendo al otro lado del lago. Hjalmar ha subido el motor fuera borda a la casa de sus padres. Ahora está en la mesa de la cocina sobre una capa de hojas de periódico. Johannes Svarvare suele desmontarlo y arreglárselo a Isak. El carburador se ha obstruido, como siempre.
Johannes Svarvare trabaja en el motor mientras Isak lo invita a vodka para darle las gracias. La mujer de Tore está en una reunión de tupper-ware, así que hoy él cena lo que le ponga su madre, Kerttu. Hjalmar también está. No cabe ni un alfiler en la mesa. Los platos de hamburguesas y macarrones en salsa comparten espacio con tapas de motor, destornilladores, llaves, una navaja de Mora, la botella de plástico de pico largo con aceite para la caja de cambios, una bujía nueva y una lata con gasolina en la que Isak pondrá el filtro.
A Johannes se le empieza a soltar la lengua. Va saltando de viejos motores de lanchas y modelos de barcos que han tenido alguna vez o que han construido, a aquella vez en la que él y su primo cargaron la barca de su tío con cinco ovejas que habían estado pastando en uno de los islotes del río Rautasälven, chocaron con una roca en Kutukoski y las cinco ovejas se ahogaron y a punto estuvieron también ellos de quedarse allí mismo.
La batallita de las ovejas que se ahogaron ya la habían oído antes, pero Hjalmar y Tore prefieren comer antes que hablar y escuchan como cuando eran pequeños.
—Y hablando de ahogarse —dice Johannes mientras desatornilla el carburador—. ¿Te acuerdas del otoño del cuarenta y tres, cuando estuvimos esperando y esperando a aquel avión de transporte que nunca llegó?
—No —dijo Isak con un tono de advertencia en la voz.
Pero Johannes ha bebido y no capta los avisos.
—Los que desaparecieron. Siempre me he preguntado dónde pudo haber caído. Venía de Narvik. Todo este tiempo he pensado que seguramente el avión seguiría el río Torneälven por encima de los lagos Jiekajärvi y Alajärvi. Pero tú le preguntaste a la gente de allí arriba y nadie había visto ni oído ningún avión. Probablemente cogió el rumbo equivocado y se fue para el sur siguiendo el lago Taalojärvi, vieron que iban mal e intentaron un aterrizaje de emergencia en el lago Övre Vuolusjärvi o Harrijärvi o Vittangijärvi. ¿No crees? Toda la tripulación debió de ahogarse como ratas.
Tore y Hjalmar tienen los ojos fijos en sus platos. Kerttu está frente a la encimera de espaldas a los demás y parece ocupada con algo. Isak no dice nada, le pasa la llave del ocho a Johannes para que pueda soltar el flotador.
—Se lo dije a Wilma —continúa Johannes—. Ella y Simon Kyrö hacen submarinismo. Les dije que allí tenían algo para ver si es que lo encontraban. Probad en Vittangijärvi, les dije. Porque si hubiese caído en Övre Vuolusjärvi nos habríamos enterado. Y Harrijärvi es tan pequeño. Por algún lado hay que empezar a buscar, ¿no?
Desenrosca la boquilla, se la pone entre los labios y sopla para quitarle las virutas de metal. Después la levanta hacia la luz de la ventana, mira por el agujerito para ver si está limpio. Echa un vistazo a Tore y Hjalmar.
—Yo sólo tenía trece años, pero vuestro padre me empleó. En aquella época podías trabajar a esa edad.
—Y ¿qué dijo Wilma? —preguntó Isak en tono neutro, como si en verdad no le interesara.
—Se puso como una loca, me pidió que le dejara mapas.
Hay cierta satisfacción en la voz de Johannes. Un recuerdo agradable, por lo visto. Una joven entusiasmada y que muestra interés por algo que él le ha contado. Se acuerda de los dedos de los dos sobre el mapa.
Pone el filtro en la lata con gasolina. Se seca las manos en los pantalones y se echa el último trago que queda en el vaso de Duralex.
Sin embargo, en lugar de servirle más, Isak le pone el tapón a la botella de vodka.
—Es todo por hoy —dice.
A Johannes le sorprende un poco. Pensaba que aún lo invitarían a unas cuantas rondas más y que le dejarían montar el motor otra vez. Normalmente es así.
Pero lleva toda una vida en el pueblo y el mismo tiempo tratando con Isak. Sabe que es mejor obedecer cuando Isak dice «a dormir».
Da las gracias y sale por la puerta tambaleándose y dirigiendo los pasos hacia su casa.
Kerttu está inmóvil de espaldas a su familia y con las manos sobre la encimera. Nadie dice nada.
—¿Qué te pasa, viejo? —pregunta Tore.
Isak se ha quedado a medio camino de levantarse de la mesa. Está pálido y se desploma y al caer se golpea la cabeza en la mesa.
Tore se guarda el sobre cursi en el bolsillo. Hjalmar piensa, como siempre, que hay mucho dinero del que no ve ni la sombra. No sabe cuánto ingresa la empresa. No sabe cuánto bosque poseen y cuánto ganan con él. Pero claro, Tore es el que tiene una familia que mantener.
La vajilla cae con un estruendo cuando Kerttu suelta los platos, los cubiertos y las tazas en el fregadero.
—Dos hijos tiene —dice sin mirarlos—. Pero ¿de qué le sirven?
Hjalmar ve cómo las palabras hacen mella en Tore, se le clavan como un cuchillo. Por su parte, él ya está acostumbrado desde que era un crío. A todos los insultos. Inútil, tonto del culo, gordo, idiota. Sobre todo venían de Tore e Isak. Kerttu nunca decía nada. Ni siquiera lo miraba a los ojos.
«Esto se viene abajo», piensa Hjalmar.
Y la idea casi le resulta reconfortante. Piensa en la fiscal Rebecka Martinsson, que vio a Wilma después de muerta.
Tore mira a Hjalmar. Piensa que Hjalmar está igual de callado que de costumbre, pero aun así no está como siempre. Algo le pasa.
—¿Estás enfermo? —pregunta irritado.
«Sí —piensa Hjalmar—. Estoy enfermo.»
Se levanta y se va de la cocina, sale de la casa, cruza el camino. Lentamente vuelve a su casa, a su triste casa llena de muebles, cortinas, manteles, de todo, que no ha comprado él.
«Y después hablamos con Johannes Svarvare —piensa—. Papá estaba en la UVI.»
En su cabeza, Tore abre de golpe la puerta de casa de Johannes Svarvare y se planta en la cocina.
—Desgraciado —dice Tore y se saca la navaja del cinturón.
Hjalmar se queda en el umbral de la puerta. Johannes casi se caga encima de miedo. Está tumbado en el sofá de la cocina con la resaca del día anterior, de cuando estuvo en casa de los Krekula desmontándoles el motor de la lancha. Se incorpora.
Tore clava la navaja en la mesa delante de Johannes. Para que se entere de que la cosa va en serio.
—Pero ¿qué…? —dice Johannes como puede.
—El avión ese que desapareció —dice Tore— y todo lo demás. Has estado rajando como una chismosa sobre cosas que todo el mundo ha olvidado y que tienen que seguir olvidadas. Y ahora has enviado a nuestro viejo al hospital. Como no se salve o como me entere de que has dicho una sola palabra más…
Libera la navaja de la mesa y apunta con ella al ojo de Johannes.
—¿Se lo has contado a alguien más? —pregunta.
Johannes niega con la cabeza. No puede dejar de mirar la punta de la hoja.
Después se marchan.
—Ahora por lo menos mantendrá la boca cerrada —dice Tore.
—¿Y Wilma y Simon? —pregunta Hjalmar.
Pero Tore niega con la cabeza.
—Nunca encontrarán nada, como si no fueran más que batallitas de viejos. De todos modos les echaremos un ojo no vaya a ser que vayan allí a bucear.
Hjalmar Krekula se queda de pie delante de su casa. Aparta los recuerdos de Johannes Svarvare, Wilma, Simon y de todo el mundo. Está reticente a entrar en su propia vivienda. Pero ¿qué elección tiene? ¿Dormir en la leñera?