La policía hace un registro domiciliario en casa de Tore y de Hjalmar Krekula. Estoy sentada sobre el tejado del porche en casa de Tore Krekula. A mi lado hay un cuervo. Me ve, no tengo la menor duda. Ladea la cabeza y me observa aunque no haya nada que pueda verse. Da un pasito hacia mí y después hacia atrás otra vez. Abajo, en el patio, está Laura, la esposa de Tore, y tiene frío. Cuando volvió del garaje, la policía ya estaba allí, la rubia de la trenza y tres compañeros suyos uniformados. No han dejado que Laura entrara en la casa. Después empezó a sonar el teléfono de la mujer policía. Sólo dijo «vale» y luego entraron.

Ahora se están llevando la ropa de Tore. Entiendo que pretenden encontrar salpicaduras de sangre de Hjörleifur.

Aparece Tore y se los queda mirando. Primero no dice nada, busca los ojos de la mujer policía, pero no consigue captar su atención. Entonces sonríe soberbio mirando a los demás agentes y les pregunta si no quieren inspeccionar también su basura. Y lo hacen. La esposa de Tore permanece callada. No se atreve a preguntar qué están buscando; ha aprendido a no irritar a Tore.

El cuervo grazna, gorgotea y chasquea. Es como si estuviera probando distintos sonidos para ver si alguno funciona conmigo. Yo no puedo contestarle. De pronto alza el vuelo y se aleja ciento cincuenta metros hasta la casa de Hjalmar. Se posa en el gran abedul y me llama. En un abrir y cerrar de ojos estoy sentada a su lado en la rama.

Hjalmar les abre la puerta a los policías que acaban de llamar. Parece resacoso. Tiene el pelo como un matojo de césped alborotado en invierno; la barba es una sombra tiznada en las mejillas y el cuello. La barriga le sobresale por debajo de la camiseta gigante como la de un cerdo sobrealimentado. Cuando le piden amablemente que espere fuera hasta que hayan terminado, él sale en calzoncillos. El policía de más edad se compadece de él y deja que se siente en el coche patrulla.

Aterrizo en el pelo de la fiscal. Soy como un cuervo en su coronilla. Le estiro de los mechones oscuros con mis garras. Le giro la cabeza hacia Hjalmar. Lo ve sentado en el coche patrulla, parpadeando. La mujer abre la puerta y habla con él. Yo picoteo su cabeza. Tiene que despertar.