28 DE ABRIL

—¿Por qué carajo no me lo coges cuando te llamo?

La voz decepcionada del teléfono es de Måns Wenngren.

Rebecka Martinsson se desplaza con la silla giratoria hasta la puerta y la cierra con el pie.

—Claro que te lo cojo —responde.

—Ya sabes a qué me refiero. Te he llamado al móvil y no me gusta que me cuelgues.

—Estoy trabajando —dice Rebecka paciente—. Tú también lo haces, Måns. A veces, cuando te llamo…

—Luego te llamo en cuanto puedo.

Rebecka se quedó callada. Tenía intención de llamarlo, pero la verdad es que se le había olvidado. O no tenía ánimos. Como había acompañado a Anna-Maria Mella a ver a Hjörleifur Arnarson había tenido que trabajar hasta muy tarde. Después Sivving la invitó a cenar y luego se había quedado dormida en cuanto llegó a casa. Tendría que haberlo llamado y contarle la visita a Hjörleifur. Su afición a correr desnudo por el bosque y los intentos de darle huevos ecológicos que eran buenos para la fertilidad. Le habría hecho reír.

—No lo entiendo —dijo él—. ¿Quieres jugar? ¿Marcar un poco las distancias? Dímelo, porque soy muy bueno jugando.

—No estoy haciendo eso —dijo Rebecka—. Ya lo sabes.

—Yo no sé nada. Creo que estás montando un pequeño juego de poderes. Pero ¿sabes qué, Rebecka? Conmigo eso no sirve de nada. Sólo me enfría, eso es lo que consigues.

—No es eso, perdóname. De verdad que no intento… Si tú eres un encanto.

Se hizo un silencio al otro lado.

—Pues vente a vivir aquí —dijo al final Måns en voz baja—. Si te parezco un encanto…

—No puedo —dijo ella—. Lo sabes.

—¿Por qué no? Tú tienes aptitudes de socia, Rebecka, y te estás desperdiciando a ti misma allí arriba en la fiscalía. Yo no puedo irme a vivir ahí.

—Lo sé —dijo Rebecka.

—Quiero estar contigo —dijo.

—Y yo contigo —añadió ella—. ¿No podemos dejarlo como está? Nos vemos a menudo.

—A la larga no será viable.

—¿Por qué no? Para muchas personas lo es.

—No para mí. Quiero tenerte todo el tiempo. Quiero despertarme contigo por las mañanas.

—Si trabajara en Meijer & Ditzinger no nos veríamos nunca.

—¡Venga!

—Pero si es verdad. Dime de una mujer del bufete que tenga una buena relación de pareja.

—Pues trabaja como fiscal, pero aquí en Estocolmo. No, eso tampoco te interesa. Parece que te va muy bien tenerme lejos y cogerme el teléfono cuando te apetece. Cuando no tienes otra cosa que hacer. No tengo ni idea de lo que estuviste haciendo ayer noche.

—No hagas eso. Estuve cenando con Sivving.

—Eso es lo que dices…

La voz de Måns siguió sonando por el teléfono. La puerta del despacho de Rebecka se abrió y Anna-Maria Mella se asomó por la ranura. Rebecka Martinsson negó con la cabeza apuntando al móvil en señal de que estaba ocupada. Pero Anna-Maria cogió papel del escritorio y escribió con letras grandes: «¡¡¡Hjörleifur Arnarson está MUERTO!!!»

—Tengo que colgar —le dijo Rebecka a Måns—. Ha pasado algo. Te llamo.

Måns interrumpió su exposición.

—No te molestes —dijo—. No me gusta andar incordiando a la gente.

Esperó un segundo a que Rebecka dijera algo.

Ella se quedó callada.

Él cortó la llamada.

—¿Problemas de hombres? —preguntó Anna-Maria.

Rebecka hizo una mueca, pero antes de que pudiera contestar, Anna-Maria dijo:

—¿Sabes qué? Vamos a pasar de los hombres por un momento. Llegué hace dos minutos y lo primero que me cuenta Sonja, de la centralita, es que Göran Sillfors ha encontrado a Hjörleifur muerto. Sven-Erik y Tommy Rantakyrö ya están allí. Me pregunto por qué no me han llamado, pero por el momento me da igual.

«Sven-Erik estará hecho una furia —pensó—. Mosqueadísimo porque no les conté que ayer pensaba ir a ver a Hjörleifur Arnarson.»