Anna-Maria Mella y Rebecka Martinsson llegaron a la comisaría a las doce y media.

—Me gustaría mucho buscar la puerta de la leñera en el lago —le dijo Anna-Maria a Rebecka cuando bajaron del coche—. Pero habrá que esperar. El hielo está demasiado frágil como para caminar sobre él. Casi medio metro, pero puedes atravesarlo de una tirada. Me pregunto si Krister Eriksson podría hacer que Tintin buscara una puerta…

—Seguro que sí —se respondió a sí misma—. Creo que esa perra hasta le prepara el desayuno cada mañana.

—¿Qué le ha pasado en la cara? —preguntó Rebecka.

—No lo sé —respondió Anna-Maria—, pero por lo que he oído, aunque no de su boca…

Se calló y se detuvo.

—¿Qué pasa? —preguntó Rebecka.

Siguió la mirada de Anna-Maria y vio a Hjalmar y Tore Krekula sentados en su coche en el aparcamiento. Cuando vieron a la inspectora se bajaron y fueron a su encuentro. Anna-Maria sintió que se le encogía el estómago de miedo y rabia. Pensó en su hija Jenny.

—Sólo quería explicarte —dijo Tore Krekula— que hemos ido a hablar con tu jefe para decirle que la policía está acosando a la gente de Piilijärvi.

—De qué manera… —empezó Anna-Maria.

—Se trata de vuestra actitud —la interrumpió Tore—. Te paseas por el pueblo con tus aires de superioridad y la gente se siente acusada y hostigada. Somos muchos los que nos sentimos así. Y somos muchos los que se lo haremos saber a tu jefe.

—Adelante, hazlo —dijo Anna-Maria mirándolo fijamente a los ojos—. ¿Has enviado muchos mensajes últimamente?

—Ya lo creo —dijo Tore en tono cansino sin desviar la mirada.

Ninguno de los dos la apartaba.

Al final Rebecka Martinsson tomó a Anna-Maria por el brazo.

—Vamos —dijo.

Se cruzó con la mirada de Hjalmar Krekula.

Hjalmar puso la mano sobre el hombro de su hermano.

Rebecka y Hjalmar Krekula parecían dos dueños sujetando las correas de sus respectivos pitbull terrier.

Al final Anna-Maria se dejó arrastrar. Tore sacudió el hombro para librarse de la mano de Hjalmar.

—¿Nos vamos? —preguntó Hjalmar.

Tore Krekula escupió en la nieve.

—Puta —dijo después de que Anna-Maria Mella desapareciera por la puerta de la comisaría.

Empezó a sonarle el teléfono y lo cogió. Se quedó un momento escuchando en silencio. Cuando colgó dijo:

—Sí, nos vamos. Tenemos que ir a saludar a Hjörleifur Arnarson.