El domingo un hombre llamó a la comisaría de Kiruna para decir que tenía información sobre los dos jóvenes que habían salido en las Noticias Regionales del Norte la noche anterior. Se presentó como Göran Sillfors.
—No sé si es importante —dijo—, pero como dijisteis que «mejor una llamada de más que una de menos», pensé que…
La telefonista lo pasó con Anna-Maria Mella.
—Y has pensado bien —dijo la inspectora jefe después de que Göran Sillfors hiciera la misma introducción por segunda vez.
—Sí, esos dos. Estuvieron haciendo kayak en Vittangijärvi en verano. Tenemos una cabaña allí arriba. Le dije al Ayuntamiento que no todos los jóvenes se pasan el día delante del ordenador. Estuvieron cargando y arrastrando el kayak por la orilla del río, cruzaron a remo Tahkojärvi y subieron hasta el lago. Hay un buen trozo. Y no sé cuánto cobraron del ISMH, pero no puede haber sido mucho.
—¿Cómo que ISMH?
—Estaban haciendo unas mediciones en el lago para el Instituto Sueco Meteorológico e Hidrográfico, nos lo contaron cuando vinieron a tomar café. Era una pareja muy agradable. No sabía que habían desaparecido, pero es que estábamos fuera cuando pasó. Nuestra hija y su novio se han comprado un hotel en Thailandia y pasamos tres semanas allí viviendo gratis. Evidentemente nos tocó trabajar, ya sabes, cuando hay algo que hacer siempre llaman al padre.
—Fueron a tomar café. ¿Qué os contaron?
—Bueno, no gran cosa.
«No —pensó Anna-Maria—. Sólo hablarías tú.»
Göran Sillfors continuó:
—Estaban haciendo algún tipo de medición para el ISMH. ¿Qué dices?
—¿Qué?
—No, tú no, es mi mujer, que… Dice que estaban sondeando el lago. Los reconocí en cuanto salieron por la tele. Ella parecía un poco peligrosa, con esos hierros atravesándole la ceja. Ja, ja. Le pregunté si hacía eso de… cómo se llama, cuando se cuelgan de esas cuerdas con ganchos que atraviesan la piel. Ay, esta memoria mía. Vi un programa en televisión en el que se perforaban todo el cuerpo y luego se colgaban. Pero no, dijo que ella sólo tenía esos de la ceja y en las orejas.
—¿Puedes recordar un poco lo que dijeron acerca del lago? ¿Habían pensado bucear o qué?
—No. Me preguntaron si solía pescar allí.
—¿Y tú qué dijiste?
—Que normalmente sí.
—¿Algo más?
—Nada más.
—Piensa un poco. Si estuvisteis tomando café me imagino que hablaríais de bastantes cosas.
—Bueno. Estuvimos hablando de pesca. Les conté que hay un sitio especial en el que suelen picar. Pensé que a lo mejor querían pescar. Solemos hacer broma de ese sitio, en medio del lago, que seguro que hay un meteorito o una gran roca. Algo donde los peces se pueden esconder, porque ahí es donde más pican. Pero no iban a pescar. Espera, que no te oigo porque mi mujer está hablando otra vez.
«Que no me oye —pensó Anna-Maria—. Si no estoy diciendo nada. Sólo habla él.»
—¿El qué? —le gritó Göran Sillfors a su mujer al otro lado—. ¿Por qué le iba a interesar eso? Mejor habla tú misma con ella.
—¿Qué pasa? —preguntó Anna-Maria.
—Bah, nada, me está insistiendo con la puerta de la leñera. Alguien la robó en invierno.
El corazón de Anna-Maria dio un respingo. Se acordó de las escamas de color verde que Pohjanen había encontrado debajo de las uñas de Wilma Persson.
—¿De qué color era la puerta? —preguntó.
—Negra —respondió Göran Sillfors.
Anna-Maria se hundió. Habría sido demasiado bueno para ser cierto. De fondo oyó que la esposa decía algo.
—Es verdad —dijo él al teléfono—. Era negra por fuera, porque sólo pinté un lado, hace dos años. Ya sabes cómo es el tiempo y me había sobrado un poco de pintura negra de cuando ayudé al vecino a pintar las verjas. Me sobró y pensé que por lo menos podría darle una capa al lado de fuera.
—Ah —dijo Anna-Maria ocultando mal su impaciencia.
—Por dentro era verde. ¿Por qué lo preguntas?
Anna-Maria tomó aire. Ahora sí. Ahora sí que sí.
—No os marchéis de casa —gritó al teléfono—. ¿Dónde vivís? Voy para allá.
Anna Maria-Mella se fue con Göran Sillfors y su esposa Berit a la cabaña que el matrimonio tenía junto al lago Vittangijärvi. Era una casa de madera barnizada en marrón con los marcos de las ventanas blancos. El porche era singularmente ancho, con un tejadito que se apoyaba sobre columnas de madera talladas a mano.
Göran Sillfors conducía la motonieve con Anna-Maria y Berit en el remolque.
—¿Vamos a entrar? —preguntó Berit Sillfors cuando llegaron.
Anna-Maria negó con la cabeza.
—¿Dónde está la puerta de la leñera? —preguntó.
—No hay puerta —dijo Göran Sillfors—. Ése es el problema.
En el tejado de la leñera la nieve se había derretido y luego helado. Un pastel gigante de hielo asomaba con mal augurio por el canto.
Anna-Maria se quitó el gorro y se abrió el mono de invierno que llevaba puesto. Se había abrigado demasiado.
—Ya me entiendes —sonrió alegre—. Enséñame dónde estaba la puerta. ¿Es en la parte de atrás?
El agujero de la puerta estaba en el lado corto de la leñera y tapiado con tablas de madera.
—En primavera pondré una puerta nueva —dijo Göran Sillfors—. Ahora en invierno no subimos, así que hicimos un apaño provisional.
Anna-Maria estudió el marco de la puerta. Ni rastro de la pintura verde. Tampoco de la negra.
—Me gustaría que quitaras las tablas —dijo—. Sólo para que pueda entrar a echar un vistazo.
—¿Te puedo preguntar qué vas a buscar?
—Espero encontrar algún resto de pintura verde en la parte de dentro del marco. Para que podamos coger una muestra.
—No la hay. Pinté la puerta de verde hará como mínimo quince años. Pero la saqué y la puse en unos caballetes. Así que no encontrarás ni una gota.
La cara de Göran Sillfors cambió de orgullosa de haber pintado tan bien sin manchar nada a preocupada cuando vio la desilusión de Anna-Maria.
—Pero oye —dijo—. Una de las puertas de dentro de la casa tiene la misma pintura. Del mismo bote. De hecho, creo que las pinté el mismo día. ¿Te sirve?
Los ojos de Anna-Maria se iluminaron y después abrazó de forma espontánea al sorprendido Göran Sillfors.
—¿Qué si sirve? —gritó contenta—. ¡Apuéstate algo!
—Entonces, ¿vamos a entrar? —preguntó Berit Sillfors—. Qué bien, porque me gustaría vaciar las ratoneras, ya que estamos aquí.
Anna-Maria Mella rascó con cuidado un poco de pintura de la puerta verde del cancel del gran recibidor y metió las escamas atentamente en un sobre.
—Rasca, rasca —dijo Göran Sillfors generoso—. Hay que pintarla de todas formas.
Berit Sillfors vació las ratoneras de los guardarropas del piso de arriba y debajo del fregadero. Cuando hubo terminado fue a enseñarles el resultado a Anna-Maria y a Göran. Cinco cuerpos de ratón congelados en un cubo rojo.
—Voy a tirarlos —dijo.
—Yo ya estoy —dijo Anna-Maria.
Miró por la ventana del recibidor. El hielo parecía cubrir todavía todo el lago. También había mucha nieve encima.
«Si abrieron un agujero en el hielo para hacer una inmersión —pensó Anna-Maria—. Y alguien puso la puerta sobre el agujero para que se ahogaran… Puede haber sido así. Pero ¿por qué cambiar a la chica de lugar? Y ¿dónde está él? ¿Estará la puerta allí fuera, sobre el hielo, bajo la nieve?»
—¿Puedo ir a echar un vistazo sobre el hielo? —preguntó.
—Yo no lo haría —dijo Göran Sillfors—. Está muy delgado y no es de fiar.
—¿Hay alguien que suela estar por aquí en invierno? —preguntó Anna-Maria—. ¿Quién es el dueño de la otra casa? Sólo estoy pensando en si podría haber alguien más que haya visto algo o que se cruzara con Wilma y Simon.
—No, en la casa vecina nunca hay nadie —dijo Berit con tristeza—. El dueño es demasiado viejo y está muy enfermo, y a los sobrinos no les interesa. Pero claro, a lo mejor Hjörleifur…
—¡Déjalo! —exclamó Göran—. No la puedes mandar a donde Hjörleifur.
—Me está preguntando.
—¡No metas a Hjörleifur en esto! No soporta a las autoridades.
—Bueno —dijo Berit agitando un poco el cubo con los ratones muertos como para llamar la atención—. Hjörleifur Arnarson vive en una granja perdida a un kilómetro de aquí. ¿Sabes quién es?
Anna-Maria Mella asintió con la cabeza.
—Se baña aquí en el lago. Se pasea por el bosque tanto en verano como en invierno. Suele tener un hoyo junto al pantalán. Y se ha vuelto irascible. En eso tienes que darme la razón, Göran.
—Hjörleifur no tiene nada que ver con esto —dijo Göran con rotundidad—. Está un poco ido, pero no tiene ninguna maldad.
—Yo no digo que sea malo —se defendió Berit—. Pero se ha vuelto irascible.
—¿Cómo, irascible? —preguntó Anna-Maria.
—Por ejemplo, no le gustan los intrusos aquí arriba. Tomó prestada tu escopeta sin permiso, Göran. Y asustó a unos pescadores. ¿Qué hace, dos años de eso?
Göran Sillfors miró a su mujer con ojos de advertencia. «Calla ya», decían.
Anna-Maria Mella callaba. No se iba a poner a discutir por qué Göran Sillfors no guardaba la escopeta en un armario de armas.
Berit Sillfors continuó hablando sin inmutarse.
—A veces subo a verlo para comprar el aceite antimosquitos que prepara y hablamos un poco —explicó—. El verano pasado, cuando subí, su macho cabrío estaba colgando de un árbol.
—¿Qué quieres decir colgando de un árbol?
—Le pregunté: «Pero ¿qué ha pasado, Hjörleifur?» Y me dijo que la cabra lo había embestido y que entonces él se había enfadado tanto que lo mató a golpes y lo lanzó con todas sus fuerzas. Sí, el pobre animal salió disparado al abedul del patio y se quedó enganchado por los cuernos. Lo ayudé a bajarlo. Si no, los cuervos habrían empezado a picotearlo. Y Hjörleifur estaba muy arrepentido. El macho cabrío estaba en celo y entonces se ponen un poco rebeldes.
Berit le lanzó una mirada a Anna-Maria.
—Pero él nunca le haría nada a nadie, no es eso lo que quiero decir. Estoy con Göran. Está un poco ido, pero no tiene ninguna maldad. Sólo vete con un poco de cuidado. ¿Quieres que te acompañemos?
Anna-Maria miró la hora.
—Tengo que volver a casa —sonrió—. Si no, mi marido me tirará al árbol.