Primera hora de la mañana del 17 de junio de 1956. Hjalmar tiene que llevar las vacas a pastar. Es una de sus ocupaciones durante las vacaciones de verano. Las granjas del pueblo están valladas y durante el día las vacas tienen que pastar en el bosque. Por la tarde casi siempre vuelven a casa solas con las ubres tensas y ansiosas por ser ordeñadas. Pero a veces también le toca salir a buscarlas, en especial a finales de verano, cuando se comen las setas del bosque; si están colocadas se puede pasar horas buscándolas.
En la cocina, madre les está preparando las mochilas a él y a su hermano.
—¿Tiene que venir Tore? —pregunta Hjalmar mientras se abrocha los tres últimos botones de la camisa de franela—. ¿No se puede quedar aquí contigo?
Él tiene ocho años y en julio cumple nueve. Tore tiene seis. Hjalmar preferiría ir solo al bosque. Ir con Tore es llevar un lastre a cuestas.
—No discutas —dice madre en un tono que no permite discusión.
Unta la mantequilla en sendos trozos de pan. Hjalmar ve que le está poniendo más a uno que al otro. Los envuelve en papel de periódico y mete el emparedado con más mantequilla en la mochila de Tore. Hjalmar no dice nada al respecto. Tore está sentado en el taburete de la cocina metiendo y sacando su navaja nueva de la funda.
—No juegues con el cuchillo —le dice Hjalmar como le han dicho a él tantas veces antes.
Tore hace como si no lo oyera. Madre no dice nada. Echa un chorro de leche agria en un cuenco de madera. En una bolsa vacía de leche mete un trozo de pescado salado. El pescado y un recipiente con leche agria tendrá que cargarlos Hjalmar en su mochila.
La familia sólo tiene tres vacas para cubrir las necesidades familiares. Isak, el padre, dirige la empresa de transportes y Kerttu se ocupa de la casa y el ganado.
Los chicos ya se han colgado la mochila. Llevan gorra y los pantalones les llegan justo por debajo de la rodilla. Las botas de agua de Hjalmar le van grandes y se le mueven un poco. Las de Tore le quedan un poco pequeñas.
Antes de cruzar siquiera la carretera, Tore corta una rama de abedul y empieza a vapulear a las vacas.
—No hace falta que les pegues —dice Hjalmar irritado—. Stella es lista. Te sigue si vas delante.
La vaca líder sigue los pasos de Hjalmar. Lleva una correa atada al cuello con un cencerro. Sus orejas son negras y en la frente tiene una estrella del mismo color. Rosa y Mustikka le van detrás. Las tres van espantando moscas con la cola. De vez en cuando corren unos pasos para alejarse de Tore y de su maldita vara de abedul.
Hjalmar mantiene el ritmo. Va a llevar a las vacas al borde de un cenagal que queda a un kilómetro. Allí hay buen pasto. El sol calienta. El bosque huele a romero silvestre recién brotado. Stella le sigue con alegría. Ya ha aprendido que el chico la lleva a buenos sitios.
Tore los retrasa todo el rato. Se para y hurga con una gran rama en un hormiguero, la clava y la saca una y otra vez. Tiene que hacer marcas en los árboles con su navaja nueva. Hjalmar mira hacia otro lado. La suya es mucho peor. Uno de los empleados de padre la ha utilizado para quitar el óxido de uno de los camiones. Tiene una muesca en la hoja que no se puede afilar. La navaja de Tore la acaban de comprar.
Tore va diciendo cosas, allí detrás. A Hjalmar le gustaría que se estuviera callado. Cuando se camina por el bosque hay que saber guardar silencio.
Al llegar al borde del cenagal sacan el desayuno. Las vacas se ponen a pastar inmediatamente. Poco a poco se van alejando de los chicos.
El cenagal está blanco por las flores de camemoro.
Después de comer es hora de volver a casa.
Cuando llevan diez minutos caminando ven un reno. Se ha parado y los está observando con sus ojos negros bien abiertos. Los lapones ya se han llevado los renos a la montaña, pero se les ha quedado uno.
Los chicos intentan aproximarse sin hacer ruido, pero entonces el reno estira el cuello y se marcha a paso ligero. Oyen el chasquido de sus pezuñas contra el suelo y de pronto ya no está.
Intentan seguirlo un trozo, pero a los diez minutos se rinden. Lo más probable es que el reno ya esté muy lejos.
Vuelven a dirigir el rumbo hacia casa. Pero al cabo de un rato Hjalmar se da cuenta de que no sabe dónde están. Sin embargo, continúa en la misma dirección un rato más. Pronto volverá a ver las piedras de siempre, los claros. Pero al cabo de otro rato llegan a un humedal que nunca había visto. Allí los abetos crecen delgadísimos y tienen el tronco negro. El liquen de barba cuelga de las ramas, parece quemado. ¿Dónde están?
—Nos hemos equivocado —le dice a Tore—. Tenemos que volver.
Dan media vuelta. Pero al cabo de por lo menos una hora topan de nuevo con el mismo humedal.
—Vamos a cruzar —dice Tore.
—No seas idiota —le suelta Hjalmar.
Ahora ya está preocupado. ¿Qué dirección deben tomar?
Entonces oye un débil mugido en la lejanía.
—Calla —le dice a Tore, que está parloteando—. Es Stella. Viene de allí.
Si encuentran a las vacas podrán llegar a casa. Stella hace el camino de vuelta sola cuando llega la hora de ordeñarla.
Pero dan unos pocos pasos y después ya no oyen el mugido. Ya no pueden guiarse por el sonido. Ninguno de los dos está seguro de dónde venía.
Se tumban a descansar un rato en un claro. El musgo está seco bajo sus cuerpos y el sol los calienta. Les entra la modorra. Hjalmar ya no tiene ganas de llorar, sólo está cansado. Va sumiéndose en el sueño. Las piernas de Tore dan un respingo por acto reflejo y balbucea algo en sueños.
Hjalmar se despierta con Tore tirándole del brazo.
—Quiero irme a casa —lloriquea—. Tengo hambre.
Hjalmar también tiene hambre. Le rugen las tripas. El sol está bajo. Los sonidos que llenan el bosque son otros. El calor supura de los árboles y hace que den chasquidos. Casi suenan como pasos. Un ruido desagradable de un zorro que ladra. Hace más fresco y tienen un poco de frío.
Caminan sin rumbo.
Al cabo de un rato llegan a un arroyo. Se agachan para llenar los tazones de madera y beben hasta matar la sed.
Hjalmar piensa:
¿Y si este arroyo es el mismo que pasa junto a la granja de Iso-Junttis, a las afueras del pueblo?
Una vez Hjalmar soltó unos palos en aquel arroyo y descendieron hacia el río Kalix. O sea que si siguen el arroyo corriente arriba deberían de acercarse al pueblo.
Si es aquel arroyo, claro. Pero también podrían estar siguiendo uno que lleva a cualquier otra parte.
—Vamos por aquí —le dice a Tore.
Pero a Tore no le gusta que decidan por él. Nadie tiene que decirle qué dirección debe tomar. Como mucho, padre.
—No —dice—. Vamos por aquí.
Señala la dirección opuesta.
Empiezan a discutir. La oposición de Tore le confirma a Hjalmar que su idea de ir contracorriente por el arroyo es el mejor camino.
Tore se niega con tozudez. Hjalmar le llama niñato, le dice que es un tonto de mierda, que más le vale hacer caso.
—Tú no me das órdenes —grita Tore.
Empieza a llorar y quiere que mamá vaya a buscarlos. Entonces Hjalmar le suelta un guantazo. Tore se vuelve con un puñetazo en el estómago. Enseguida están en el suelo. La pelea no dura mucho, Tore no tiene ninguna posibilidad. La diferencia de edad resulta decisiva. Y Hjalmar es grande.
—Yo me voy —le grita a Tore.
Está sentado a horcajadas encima de su hermano pequeño. Le suelta los brazos, pero se los vuelve a agarrar cuando Tore intenta golpearle la cara. Al final Tore se rinde. Ha perdido la batalla. Pero no la guerra. Cuando se pone de pie otra vez se marcha resuelto en la dirección que él decide.
Hjalmar le grita por última vez:
—No seas idiota. ¡Ven conmigo!
Tore hace como si no lo oyera. Al cabo de unos minutos Hjalmar lo pierde de vista.
A las once y cuarto de la noche Hjalmar llega a la carretera de Vittangi. Camina por el arcén y una hora más tarde un camión se detiene a recogerlo. Es el vehículo de padre, pero no es él quien conduce sino Johannes Svarvare. A su lado va Hugo Fors, otro hombre del pueblo. Paran cincuenta metros por delante de él y ambos abren las puertas del camión y lo llaman. Tienen la cara morena y llevan la gorra torcida y la camisa arremangada. Cuando Hjalmar los ve se le abre el pecho, empieza a rebosar alegría y alivio. Pronto estará en casa.
Los dos hombres se ríen cuando lo ayudan a subir al camión. Dejan que se siente en medio. Dicen: «Santo Dios, chico, lo preocupados que están madre y padre.» Le explican que después de ordeñar a las vacas, el pueblo entero ha salido a buscarlos y a llamarlos. Hjalmar quiere responder, pero la voz no le sale.
—¿Dónde tienes a Tore? —le preguntan.
No logra pronunciar palabra. Los hombres intercambian miradas.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Johannes—. Contesta, chico, ¿dónde tienes a tu hermano?
Hjalmar gira la cabeza hacia el bosque.
Los hombres no saben cómo interpretarlo. ¿Se ha caído el hermano pequeño a una ciénaga?
—Vamos a llevarte a casa —dice Hugo Fors poniendo la mano en la cabeza de Hjalmar— y luego ya hablaremos del asunto.
Habla con voz relajada como un lago al anochecer, pero bajo la superficie las aguas se agitan intranquilas.
Se reúnen en la granja de los Krekula. Aquello parece una reunión de laestadianos. Una decena de adultos en círculo alrededor de Hjalmar. Las mujeres emiten grititos contenidos y jadeos; pero no muy alto, no quieren perderse ni una palabra. Kerttu no gimotea. Está blanca y rígida como un carámbano. Isak está rojo y sudado, ha vuelto a la granja corriendo desde el bosque.
—Ahora nos vas a contar lo que ha pasado con Tore —le ordena.
Hjalmar se esfuerza en sacar las palabras.
—Se ha quedado en el bosque —dice.
Los mayores están todos a su alrededor. Son como abetos negros en la noche de verano; Hjalmar está solo en el claro.
—¿Lo has dejado en el bosque?
—No ha querido acompañarme. Le he dicho que viniera conmigo. Nos hemos perdido. Pero no ha querido.
Le brotan las lágrimas. Alguna de las mujeres grita «Jumala bendito» y se tapa la boca con la mano.
Kerttu clava la mirada en Hjalmar.
—Es el castigo —le dice a Isak sin quitar los ojos de su hijo—. No lo encontraremos.
Después se gira lentamente, tan despacio como un carámbano se movería si le hubiesen dado vida, y se mete en la casa.
—Sacadlo de aquí —ruge Isak a los presentes—. Que alguien se lo lleve a casa antes de que me ensañe con él. Lo has dejado en el bosque. Has dejado a tu hermano pequeño en el bosque.
Elmina Salmi se lleva a Hjalmar a su casa. El chico vuelve la cabeza varias veces para mirar la suya. Padre podría haberlo azotado con el cinturón; habría sido mejor.
—¿Cuándo podré volver a casa? —pregunta.
—Dios lo sabe —dice Elmina, religiosa como es—. Rezaremos para que encuentren al pobre Tore.