Le hago una visita a Hjalmar Krekula. Vive en una típica casa de hombre soltero. Su madre, Kerttu, todavía le cambia las cortinas en primavera y en otoño. Hace unos años se quejó y desde entonces ella ha dejado de ponerle las de motivos navideños. Kerttu le ha llenado los alféizares con geranios de plástico. Hjalmar no ha comprado ni un solo mueble de los que hay en la casa. La mayoría se los regaló Tore. Cuando el hermano pequeño cambió de mujer, la mujer nueva cambió los muebles. Lo que quedaba de la relación anterior era demasiado oscuro, demasiado claro, demasiado viejo, demasiado feo. Tore lo consintió, como se hace al principio. Los antiguos muebles acabaron en casa de Hjalmar.

El televisor sí que se lo había comprado él. Uno grande y caro. Acaba de apagarlo después de las Noticias Regionales. Han mostrado imágenes de Simon y mías. Hjalmar nota mi presencia cuando me siento a su lado en el sofá del salón. Me doy cuenta porque echa un vistazo rápido hacia el lado. Después se aparta un poco, se desprende de mi presencia, cierra todas las puertas de una casa que en verdad es él mismo.

Vuelve a encender rápidamente el televisor.

Se queda pensando en la mujer policía.

Recuerda cómo Tore se inclinó con naturalidad para hurgar en los bolsillos de su chaqueta mientras ella estaba en el baño.

Kerttu no ha dicho ni una palabra. Isak estaba en la habitación contigua, tumbado en la cama jadeando.

Tore ha sacado el teléfono y se lo ha guardado mientras le ordenaba a Hjalmar que saliera y se ocupara del coche.

—Así dejará de meter las narices en este asunto —dijo Tore mientras iban a la ciudad, después de pasar por al lado de la policía, que caminaba en dirección a casa de Anni.

Y el mensaje que le han enviado a la hija. No ha sido muy difícil descubrir cómo se llamaba la chica para escribirle.

Han encontrado mi cuerpo. Empieza a pasar algo. Tore está alterado, aunque intente disimularlo. Delante de Hjalmar hace como si todo esto fuese normal, algo necesario como cualquier otro momento de la tarea.

Puedo ver cómo Hjalmar piensa en todo ello. En que Tore siempre se alimenta de esas cosas. No tanto de la violencia como de la intimidación. Saca energía del miedo y de la impotencia de los demás. Después se queda lleno de fuerza y de ganas de trabajar. Le puede dar por limpiar las cabinas de todos los camiones con abrillantador o cambiar el papel de los tacógrafos. Hjalmar es más bien lo contrario, por lo menos antes. Nunca ha entendido eso de la intimidación, siempre ha sido Tore el que se encargaba de esa parte. En cambio, la violencia… Pero sólo y cuando el contrincante supusiera un reto de algún tipo, si fuera superior a él.

La sensación de meterse en una pelea, quizá contra tres oponentes. Primero viene el miedo, antes de que caiga el primer golpe. Después una erupción de furia incandescente, la liberación de cualquier pensamiento y cualquier emoción excepto el deseo de salvarse, el deseo de vencer. Yo también era una buscabullas antes de mudarme a Piilijärvi y encontrar a Simon. Conozco muy bien el placer de la pelea.

Pero Hjalmar sólo se peleaba así cuando era joven. En su vida adulta ha sido diferente.

Suelta un suspiro, uno de esos que sólo le salen cuando está solo. Se levanta.

No, ahora la violencia la lleva a cabo con mecánica indiferencia. Zarandear a algún pobre que tenga que pagar, bloquear un golpe que intenten darle, dar permiso para dar una paliza o cosas así.

Normalmente no hace falta ni eso. La leyenda de los hermanos llega más allá de los límites del municipio. La gente suele hacer lo que ellos dicen. Pero la inspectora jefa de policía Anna-Maria Mella no se ha dejado asustar.

Hjalmar sale al porche. Es sábado por la noche, pero todavía hay luz. Mira hacia la casa de Tore, donde él y su mujer deben de estar viendo la tele. Se pregunta si Tore habrá visto las noticias. Kerttu ya habrá ayudado a Isak a incorporarse en el borde de la cama, le habrá acercado la mesita con ruedas y le habrá hecho comerse la sopa de escaramujo y el pan duro remojado.

Añora pasearse por el bosque. Lo noto. Olfatea los abetos en la linde de su terreno como un perro encadenado. Tiene una cabaña en Saarisuanto, junto al río Kalix. Lo sé: seguro que está pensando en ella.

Corre una historia por el pueblo. Una historia que se cuenta a espaldas de los dos hermanos.