Jenny no estaba en la hípica. Anna-Maria fue corriendo a la cafetería, miró en las gradas de la pista, cada box, cada cuadra. Les preguntó a todas las chicas que había en la hípica y se iba enfadando cada vez más a medida que se encogían de hombros y le decían que no sabían. Rebecka la seguía pegada a los talones. Al final encontraron a una amiga de Jenny detrás del edificio rojo principal. Estaba deshaciendo balas de heno para los caballos de la dehesa.

—Hola, Ebba —dijo Anna-Maria en un tono inusualmente alegre para ahuyentar los malos augurios que habían empezado a acosarla—. ¿Dónde está Jenny?

Ebba miró a Anna-Maria con desconfianza.

—Pero si le has enviado un mensaje —dijo—. Jenny estaba muy enfadada. Te ha mandado un mensaje y te ha llamado, pero no lo cogías.

Anna-Maria empalideció.

—No le he enviado ningún mensaje —dijo con una voz que era más un susurro que otra cosa—. He… mi teléfono…

El teléfono de Rebecka empezó a sonar. Era Måns. Rechazó la llamada.

—¿Qué ponía en el mensaje? —preguntó Anna-Maria.

—¿No sabes qué has escrito tú misma? —preguntó Ebba.

Anna-Maria soltó un quejido y se tapó la mano con la boca para reprimir un grito.

—Vaya —dijo Ebba con cara asustada—. Le decías a Jenny que fuera a encontrarse contigo. Inmediatamente. Estaba enfadada por tener que ir a la ciudad.

—¿Dónde? —gritó Anna-Maria—. ¿Adónde tenía que ir?

—Al escenario exterior del parque Järnväg. Nos ha parecido muy extraño. Un sitio raro para quedar. Y ella ha intentado llamarte y enviarte mensajes, pero no contestabas. Robert tampoco. En el mensaje ponía «ven ya». Se ha asustado. Pensaba que a lo mejor había pasado algo.

«El escenario del parque Järnväg —pensó Rebecka—. Allí no hay ni un alma.»

—¿No eras tú la del mensaje? —preguntó Ebba intranquila.

Pero Anna-Maria ya había empezado a correr hacia el coche. Con Rebecka detrás.

El corazón de la inspectora latía a toda prisa. Se imaginó a Tore y Hjalmar diciéndole a Jenny que su madre había tenido un accidente. Los veía alejarse con ella en el coche.

¿Cuántas veces se había quedado mirando a su única hija? Estaba entrando en la adolescencia. Cientos de veces había observado sus pechos que brotaban, su piel rosada y perfecta. Había rogado a Dios que la protegiera. No dejes que le pase nada malo. Y ahora… Santo cielo.

Conducía Rebecka. Anna-Maria estaba a su lado con el teléfono de la fiscal en la mano intentando llamar a Jenny, pero no contestaba. Rezaba en silencio.

«Que no haya pasado nada. Que no haya pasado nada. Enseguida llegamos.»

Rebecka se metió por el camino peatonal que cruzaba el parque hasta el escenario exterior. Allí estaba Jenny, muerta de frío con la chaquetilla de montar. Anna-Maria saltó del coche y gritó el nombre de su hija: «¡Jenny, Jenny!»

—Estoy aquí —dijo Jenny liberándose del abrazo de su madre.

Estaba enfadada. Y asustada, se le veía en los ojos.

Anna-Maria también se enfadó de repente.

—¿Por qué no contestas al teléfono? —bramó.

—Pero si he intentado llamaros. Se me ha acabado la batería. Llevo esperando no sé cuánto rato. ¡Nadie coge el teléfono! Ni tú, ni papá. ¿Qué pasa? ¿Por qué estás llorando?