Anni estaba durmiendo en la habitación de Wilma. Se había tapado con el edredón. Cuando Anna-Maria se sentó en el borde de la cama la anciana abrió los ojos.

—¿Ya has vuelto? —preguntó—. ¿Quieres café?

—Si me tomo una taza más me muero —dijo Anna-Maria con media sonrisa—. ¿Puedo usar tu teléfono?

Anni siguió tumbada, pero de pronto su mirada se volvió muy despierta y observadora.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

—Nada —mintió Anna-Maria—. El coche no arranca.

No logró localizar a Robert. Estaría fuera con los niños jugando en la nieve. Descartó llamar a Sven-Erik. Y tampoco a ningún otro compañero.

«Es sábado —pensó—. Tienen libre. Me he metido yo solita en esta situación. Lo último que necesito es darles otra historia de lo insensata que soy.»

Al final marcó el número de Rebecka Martinsson. Contestó al segundo tono.

—Después te lo explico —dijo Anna-Maria mirando de reojo a Anni, que estaba en la cocina sacando leche agria y pan—. ¿Podrías venir a recogerme? Odio tener que pedírtelo.

—Salgo ahora mismo —dijo Rebecka sin hacer ninguna pregunta.

Cuarenta minutos más tarde, Rebecka Martinsson entraba con el coche en el patio de Anni Autio.

Anna-Maria estaba fuera esperándola. Cerró la puerta con un golpe después de sentarse.

—Vámonos —dijo.

En cuanto salieron del pueblo vomitó todo lo ocurrido.

—Esos cabrones de mierda —dijo y empezó a llorar—. Joder, vaya tipos.

Rebecka permanecía callada con los ojos fijos en la carretera.

—Y lo tenían todo controlado —gangueó Anna-Maria—. No puedo demostrar nada. Ni que Hjalmar me pinchó las ruedas ni que me han robado el móvil.

—Han disfrutado —le dijo a Rebecka.

«Tendría que haber peleado —pensó—. Debería haber montado un escándalo y haberme puesto a gritar y acusarlos. Tendría que haber insistido en que me llevaran a la ciudad. Pero me he mostrado débil, cagada de miedo.»

—Ésta me la van a pagar cara —exclamó dando un puñetazo contra el salpicadero—. Voy a reabrir cada investigación preliminar, cada demanda retirada que hay contra esos dos hermanos. Tendrás que demandarlos. Se van a arrepentir de haberme puteado.

—No vas a hacerlo —afirmó Rebecka tranquila—. Vas a mantener la calma y comportarte como una profesional.

—Entras en esa casa sin la menor sospecha —continúa Anna-Maria— y se te tiran encima. Pam.

—Hay personas… —dijo Rebecka sin terminar la frase—. ¿Crees que tienen algo que ver con Simon y Wilma?

—Simon y Wilma. Voy a encontrar a Simon. Y voy a descubrir exactamente cómo murieron.

—Sí, eso sí puedes hacerlo —dijo Rebecka—. Es tu trabajo.

—Voy a ir a los medios y le voy a pedir a la población que aporte pistas. Y voy a llamar a los hermanos Krekula y les voy a decir que enciendan la tele.

Se golpeó la frente con la palma de la mano.

—Mierda —exclamó—. Tenía que recoger a Jenny en la hípica. ¿Qué hora es?

—Las dos y cuarto.

—Me da tiempo. Bueno, o sea, si tú… ¿Te importa si pasamos a buscarla?