25 DE ABRIL

Sven-Erik Stålnacke se despertó la mañana del sábado con el tono del teléfono.

Contestó al mismo tiempo que sentía el cansancio matutino como una ola familiar atravesándole el cuerpo.

—Soy yo —dijo Anna-Maria Mella con voz fervorosa.

Sven-Erik se apartó el teléfono un poco y entorno los ojos legañosos para mirar la pantalla. Las siete y veinte.

Anna-Maria era una persona madrugadora. Él era una persona nocturna. Siempre habían mantenido un tácito acuerdo de que podían llamarse y despertarse el uno al otro. A Sven-Erik se le podían ocurrir cosas a la una de la madrugada y llamar a Anna-Maria. Ésta podía llamarlo a primera hora estando ya en el coche y a punto de pasar a recogerlo. Pero ahora no.

Antes, antes de Regla, Sven-Erik le habría dicho: «¿Ya estás despierta?» y Anna-Maria le habría respondido algo así como que cada mañana tenía que sacar a Gustav de la cama y arrastrarlo hasta la guardería, pero que los fines de semana era él quien se le subía a la cara antes de que saliera el sol y le pedía que le pusiera el canal infantil.

—Perdona que te llame tan temprano —dijo Anna-Maria.

Se arrepintió de haberlo llamado, había sido un mero impulso. Pero ya no era como antes.

Sven-Erik percibió el cambio de tono en su voz y sintió una mezcla de derrota y remordimientos de conciencia.

Después le vino la rabia. No era culpa suya que las cosas estuviesen como estaban.

—Pohjanen me telefoneó anoche —dijo Anna-Maria como para subrayar que no era la única compañera que llamaba a horas intempestivas.

En la cama, al lado de Sven-Erik, Airi Bylund abrió los ojos. «¿Café?», dijo con los labios. Él asintió. Airi se levantó y se puso su batín rojo de felpa. Boxer, el gato, que había estado tumbado sobre las piernas de Sven-Erik, bajó de un salto de la cama y trató de cazar el cinturón del batín, que se agitaba provocador mientras Airi se lo ataba a la cintura.

—Ha sacado muestras de agua de los pulmones de Wilma Persson y del río y la chica no murió allí —continuó.

—Vaya.

—A ti ya te parecía muy raro lo de la gasolina del coche. ¿Por qué irse a una zona tan lejana sin combustible suficiente para volver a casa? Y ahora esto. No murió en el río. ¿Cómo acabó allí?

—Vete a saber.

Se quedaron en silencio un momento. Al final Anna-Maria dijo:

—Voy a ir ahora a Piilijärvi a preguntar si alguien sabe dónde habían pensado hacer la inmersión.

Ahora Sven-Erik tenía la oportunidad, ahora podía decirle que se iba con ella.

—¿No se preguntó eso cuando desaparecieron? —se limitó a decir.

—Sí, supongo que a los allegados. Pero la situación se ha vuelto más delicada. Voy a preguntar a todo el mundo.

—Ah, bueno, a ver si hay suerte.

El silencio que los separaba estaba lleno de decepción y reproche.

—Gracias —dijo Anna-Maria y cortó.

Airi entró con una bandeja con café y tostadas.

—¿Y bien? —preguntó.

—Anna-Maria —respondió Sven-Erik—. Me llama y me despierta un sábado por la mañana y se cree que voy a dejar todo lo que tengo entre manos para acompañarla. Ya se puede ir olvidando.

Airi no dijo nada. Le pasó una taza de café.

—Es una insensata de mierda —dijo él.

—¿Sabes cuántas veces —dijo Airi sentándose en el borde de la cama— te he oído decir eso en este último año? Yo creo que eres un insensato cuando piensas las cosas y luego tomas la decisión equivocada aun sabiendo que es la mala. En Regla ella… Salió como salió, y ya está.

—¡Ella no piensa!

—Quizá no. Pero ésa es su naturaleza, impulsiva y rápida a la hora de actuar. Te quiero, cariño, pero sería muy triste que dos personas se comportaran exactamente igual. Lo único que intento decir es que ella no se quedó allí razonando y diciéndose a sí misma: «Sí, me apetece que Sven-Erik y yo estemos en peligro.»

—Bueno —asintió él—. Creo que hoy va hacer bastante calor. Tengo que ir a casa a mirar que no quede nieve en el tejado. Se empapa y empieza a pesar.

—Lo sé —suspiró Airi mirando a Boxer después de que Sven-Erik se marchara—. Mis palabras no ayudan mucho.