24 DE ABRIL

A las once y cuarto de la noche del 24 de abril, el médico forense Lars Pohjanen llamó a la inspectora jefa, Anna-Maria Mella.

—¿Tienes un momento? —le preguntó.

—Por supuesto —dijo Anna-Maria—. Marcus ha alquilado una película y se supone que es profunda. Pero Robert lleva un buen rato dormido. Hace un poco se ha despertado preguntando: «¿Todavía están hablando? ¿Han solucionado algún problema mundial?» Después se ha quedado dormido otra vez.

—¿Quién es? —exclamó Robert somnoliento—. Estoy despierto.

—Es Pohjanen.

—Es una peli de esas en las que se pasan dos putas horas hablando en un banco del parque —gritó Robert para que Pohjanen lo oyera—. ¡Es viernes por la tarde! Todo lo que pido es una persecución en coche, unos cuantos muertos y un poco de sexo.

Pohjanen soltó una carcajada ronca al otro lado.

—Tendrás que disculparme —dijo Anna-Maria—. Estaba borracha y me dejó embarazada.

—No están en ningún banco del parque, ¿os podéis callar? —se quejó Marcus, el hijo mayor de Anna-Maria.

—¿Qué estáis viendo? —preguntó Pohjanen.

La vida de los otros. En alemán.

—La he visto —dijo Pohjanen—. Es buena. Lloré.

—Pohjanen dice que lloró cuando la vio —replicó Anna-Maria a Robert.

—Yo también estoy llorando —gritó Robert.

—Sí, seguro —le informó Anna-Maria a Pohjanen—. La última vez que lloró fue cuando Wassberg derrotó a Juha Mieto en los Juegos Olímpicos de 1980. ¿Te puedes callar un momento para que Pohjanen me diga lo que quiere?

—Una centésima de segundo —dijo Robert, emocionado por el recuerdo del esquí—. Quince kilómetros y tuvo que ganar por cinco centímetros de diferencia.

—¿Os podéis callar todos, que queremos ver la película? —se enfadó Marcus.

—Wilma Persson —dijo Pohjanen—. Saqué muestras de agua de los pulmones.

—¿Sí?

—Y la comparé con el agua del río.

Anna-Maria cruzó una mirada con su hijo, se levantó del sofá y se fue a la cocina.

—¿Sigues ahí? —preguntó Pohjanen quejica. Después se aclaró la garganta.

—Sí, sigo aquí —dijo Anna-Maria, tomó asiento y trató de no oír los carraspeos flemosos del médico.

—Yo… gr, grr… envié las pruebas al laboratorio Rudbeck en Uppsala. Le dije a Marie Allen que se diera un poco de prisa. Allí… grr… secuenciaron las muestras. Muy interesante.

—¿Por qué?

—Bueno, es la primera línea en lo que se refiere a tecnología. Se secuencia el genoma de la materia viva que hay en el agua. Bacterias, algas… Ya sabes, todo se compone de cuatro piedras angulares. Nosotros también. El ADN humano tiene tres mil millones de estas piedras en un orden concreto.

Anna-Maria Mella miró el reloj. Primero película alemana y profunda, luego tecnología de ADN con Lars Pohjanen.

—No importa, imagino que eso no te interesa —chirrió Pohjanen—. Pero te puedo decir que en el agua de los pulmones de Wilma Persson había una flora de algas y microorganismos que no tenía nada que ver con la del agua del río donde la encontraron.

Anna-Maria se puso de pie.

—No murió en el río —dijo.

—No murió en el río —repitió Pohjanen.