Pasa una semana. En el bosque la nieve se desprende de los árboles, se desploma bajo el calor del sol con hondos suspiros. Sólo se forman manchas. La cara sur de los hormigueros se calienta. Los escribanos nivales regresan. Sivving, el vecino de Rebecka, descubre huellas de oso en el bosque. La hibernación ha terminado.

—¿Ya han encontrado al chico? —le preguntó Sivving a Rebecka.

Es media tarde y Rebecka lo ha invitado a él y a Bella a cenar. Ha preparado sushi y Sivving se lo está comiendo poco a poco y con desconfianza. Pronuncia sushi con «ch», como en un estornudo: achís. Bella se ha tumbado en el sofá de la hornacina y está durmiendo bocarriba. Las patas traseras le cuelgan por fuera. Las delanteras se mueven con pequeños espasmos.

Rebecka le contesta que no.

—Piilijärvi —dice Sivving—, el último pueblo en el que me gustaría vivir. Ahí es donde están los hermanos Krekula.

—Krekula, la empresa de transportes —explica cuando ve que Rebecka no sabe en este momento de qué está hablando—. Tore y Hjalmar Krekula, tienen la edad de mi hermano pequeño. Unos auténticos camorristas. ¡Uf! Su padre fue el que fundó la empresa de transportes y él era igual en sus días mozos. Ahora debe de tener casi noventa. El mayor, Hjalmar, era el peor. Lo condenaron varias veces por agresión y hay muchos que no se han atrevido a denunciar. Y de pequeños, menuda historia. Seguro que la has oído. ¿Los hermanos Krekula? ¿No? Claro, eso fue mucho antes de que tú llegaras. Hjalmar no había cumplido ni diez años y su hermano tendría unos seis o siete. Estaban en el bosque, tenían que sacar a pastar a las vacas. No muy lejos, en realidad. Pero Hjalmar, simplemente, dejó a su hermano en el bosque, volvió a la granja sin él. Hubo una movilización tremenda, con las fuerzas de rescate alpino, militares y policías. Pero no lo encontraron. Al cabo de una semana, cuando habían finalizado la búsqueda y todo el mundo ya lo daba por muerto, el chiquillo entró caminando en la granja. Se armó un tremendo alboroto en toda Suecia. Entrevistaron a Tore en la radio y salió en la prensa. Se salvó de puro milagro. Ese Hjalmar es frío como el pescado, siempre lo ha sido. Ya en la escuela empezaron a cobrar deudas, reales o inventadas, y a acumular. Uno de mis primos, Einar, nunca has coincidido con él, se mudó bastante pronto, hace muchos años que murió, un infarto. Da igual. Iba al colegio con los hermanos Krekula, y él y sus amigos pagaban. Si no, se las tenían que ver con Hjalmar.

—No —continúa mientras aparta el wasabi del arroz—. Antes no todo era mejor.